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El apoyo social es un constructo que refleja la necesidad humana de pertenecer, la necesidad de afiliación, la necesidad de establecer vínculos sociales, y la tendencia a compartir los esfuerzos, los recursos y la información para superar problemas, dificultades y amenazas. Como diría Kropotkin a principios del siglo XX en su clásico trabajo "La ayuda mutua: un factor en la evolución", la cooperación y la ayuda mutua son los mecanismos básicos que capacitan a la sociedad humana para su supervivencia y desarrollo. Esa búsqueda de información, la necesidad de validar las propias experiencias y reacciones, y la necesidad de establecer un proceso de comparación social con personas que comparten una misma situación o problemática son elementos característicos de los grupos de ayuda mutua.

Caplan, quien destacaba a los grupos de ayuda mutua entre los sistemas de apoyo de la comunidad, definiría informalmente a estos grupos como "grupos de ayuda de gente que está en el mismo bote" (1974). La idea básica de los grupos de ayuda mutua es que las personas que se enfrentan a retos o problemas similares pueden ayudarse mutuamente al actuar conjuntamente, aprovechando el conocimiento experiencia! y los procesos psicológicos y grupales que surgen durante su interacción, sin depender de liderazgos, estructuras o supuestos profesionales (Riessman, 1985).

Los grupos de ayuda mutua son un recurso al que recurren un número importante de personas que quieren cambiar sus conducta, superar problemas emocionales y afectivos, manejar una enfermedad o una situación vital difícil. Un recurso de apoyo social que ha inspirado y modelado a numerosas intervenciones profesionales basadas en grupos de apoyo (ver apartado anterior) y que cuentan con una larga historia. Una historia que comenzaría en 1935 con un pequeño grupo fundado por una peculiar pareja, un operador financiero y un cirujano que tenían una cosa en común, los dos eran alcohólicos sin remedio (ver Cuadro 4.10).


Cuadro 4.10. El origen: Alcohólicos Anónimos

Alcohólicos Anónimos tuvo su comienzo en Estados Unidos, en 1935, cuando un hombre de negocios de Nueva York, - Bill W. - que había conseguido permanecer sin beber por primera vez tras haberlo intentado en varias ocasiones durante varios años, buscó a otro alcohólico para compartir con él sus experiencias en un esfuerzo por superar un mal momento que estaba atravesando y que temía que lo llevase a una recaída. Durante los escasos meses de su recién adquirida sobriedad, este alcohólico había observado que sus deseos de beber disminuían cuando trataba de ayudar a otros borrachos a permanecer sobrios. En Akron le pusieron en contacto con un médico de esta localidad, Doctor Bob S. que tenía problemas con la bebida. Trabajando juntos, el hombre de negocios y el médico descubrieron que su capacidad para permanecer sobrios estaba muy relacionada con la ayuda y estímulo que ellos pudieran dar a otros alcohólicos. Así como el compartir entre ellos su experiencia, que a partir de entonces llevaron a otros. En 1939, con la publicación del libro Alcohólicos Anónimos, del que la Comunidad tomó su nombre, y con la ayuda de amigos no alcohólicos, A.A. empezó a llamar la atención con su programa, extendiéndose rápidamente, tanto en Estados Unidos como en el extranjero.

Alcohólicos Anónimos está presente en 180 países. En España, en 1979, se legaliza la asociación Servicios Generales de A.A. de España, celebrándose en 1980, la primera Conferencia del Servicio General de A.A. Entre los 486 Grupos de A.A. existentes actualmente en España, algunos están funcionando en centros de tratamiento.

Fuente: Alcohólicos Anónimos España. http://www.alcoholicos-anonimos.org.


Los grupos de ayuda mutua se han convertido en un recurso relevante en el ámbito de la salud. Aunque no hay problema ajeno a los grupos de ayuda mutua, como señalan Lieberman y Snowden (1993) la experiencia de una enfermedad es, en general, la principal razón por la que se participa en este tipo de grupos, ocupando un segundo lugar las adicciones y, con una presencia menor, cuestiones como la paternidad, la victimización o el duelo. Además, en este sentido, Davidson y sus colaboradores han observado que los tipos de enfermedades que motivan a quienes las sufren a participar en grupos de ayuda mutua son aquellas que tienden a considerarse estigmatizantes (por ejemplo, alcoholismo, SIDA, cáncer, etc.). Según estos autores, las condiciones estigmatizantes pueden provocar el aislamiento de las redes habituales de apoyo social, incrementando el valor de la ayuda mutua entre iguales.

A pesar de la popularidad de los grupos de ayuda mutua, son relativamente escasos los estudios que han investigado empíricamente sus resultados y eficacia. No obstante, los estudios disponibles son alentadores y, aunque dada la gran diversidad de grupos existentes es difícil hacer generalizaciones, en general, sugieren que la participación en estos grupos tiene efectos positivos (Davidson y cols. 2000; Gracia, 1997; Hogan y cols. 2002).

En cualquier caso, como han observado Davidson y sus colaboradores (2000), una medida básica del valor que los participantes en grupos de ayuda mutua asignan a su experiencia es el índice de participación. La participación puede considerarse un índice de éxito porque los grupos que pierden su valor dejan de ser grupos. Dicho en los términos irónicos que emplean estos autores, los miembros de estos grupos votan con los pies (si el grupo les aporta algo, se quedan, si no, se van).

1. Grupos de ayuda mutua: características y procesos

El hecho de compartir un problema define el estatus de miembro en los grupos de ayuda mutua. En este sentido, todos los grupos de ayuda mutua, a pesar de su gran diversidad, pueden unificarse por el hecho de que reúnen personas que comparten los mismos problemas, que se encuentran en un estado de necesidad y para quienes es importante compartir con otros experiencias y sufrimientos personales.

Estos grupos, además, comparten elementos comunes. Entre estos elementos destaca su capacidad para crear experiencias con un potencial terapéutico y proveer un entorno donde sus miembros puedan encontrar esperanza, desarrollar una mejor comprensión de sus problemas y sentirse aceptados. En este sentido, son grupos que proporcionan una atmósfera de aceptación incondicional que facilita la expresión de emociones y cuestiones personales. Estos grupos también son sistemas que facilitan la reestructuración cognitiva y que poseen elaboradas ideologías acerca de la causas y fuentes de los problemas, así como acerca de la forma en que las personas pueden enfrentar esos problemas y obtener la ayuda necesaria.

Además, estos grupos son una fuente de vínculos sociales donde sus miembros pueden establecer relaciones y, en ese sentido, constituyen una fuente de apoyo social crucial para facilitar la normalización. Así, con frecuencia asumen características de los grupos primarios y actúan como un nuevo grupo de referencia De esta forma, los grupos de ayuda mutua tienen la capacidad de generar un sentido de pertenencia, lo que genera altos niveles de cohesión y motivación para permanecer en el grupo.

Como señalara Alfred Katz (1993), los grupos de ayuda mutua proporcionan "algo" beneficioso, recompensante y útil a sus miembros y, aunque la continuidad de un miembro en un grupo no indica necesariamente que esa persona esté obteniendo beneficios, al menos implica que está obteniendo algún tipo de satisfacción.

No obstante, las características especiales que poseen los grupos de ayuda y los procesos que surgen de la interacción de sus miembros se han considerado claves para comprender sus potenciales efectos beneficiosos (para un análisis pormenorizado de los mecanismos y procesos que pueden explicar la efectividad de los grupos de ayuda mutua, ver Gracia, 1997).

El hecho de que los grupos de ayuda mutua proporcionan un entorno en el que los participantes pueden simultáneamente recibir y proporcionar apoyo social se ha considerado como uno de los procesos principales por los que los grupos de ayuda mutua pueden tener efectos beneficiosos. A este proceso lo denominaría Frank Riessman (1965), uno de los pioneros del movimiento de la ayuda mutua, el principio de la "ayuda como terapia" para describir lo que consideraba uno de los mecanismos más poderosos en los grupos de autoayuda.

Este principio subraya los beneficios de ayudar a los demás, y afirma que aquellas personas que ayudan son las que obtienen más ayuda (o en otros términos, ayudar a otros es ayudarse a sí mismo). Así, por ejemplo, un alcohólico que en el contexto de un grupo de ayuda mutua como Alcohólicos Anónimos proporcione ayuda y apoyo a otro miembro del grupo probablemente sea quien más se beneficie al desempeñar el rol de proveedor de ayuda y apoyo. Como señalan Gartner y Riessman (1977), puesto que todos los miembros del grupo desempeñan ese rol en un momento u otro, todos se benefician de ese proceso. Además, aunque todas las personas cuyo rol consiste en ayudar a otras (profesionales, voluntariado, etc.) pueden beneficiarse de este proceso, y las personas que tienen un problema particular pueden beneficiarse de este proceso de forma más acusada al proporcionar ayuda a otras personas que comparten el mismo problema.

Otra dimensión que se considera relevante como mecanismo explicativo del principio de la "ayuda como terapia" es el propio proceso de persuasión. La persona, en el proceso de persuadir al receptor de la ayuda, tiene que persuadirse o reforzarse a sí misma acerca de los diversos problemas específicos que comparte con la persona receptora de la ayuda. De esta forma la persona se autopersuade al persuadir a otra. Para estos autores, existen al menos tres mecanismos adicionales que permiten explicar el hecho de que la persona que desempeña el rol de ayuda obtiene beneficios especiales. Estos mecanismos son:

  1. La persona que ayuda es menos dependiente;
  2. Enfrentando el problema de otra persona, la persona que ayuda tiene la oportunidad de observar su propio problema desde la distancia y
  3. La persona que ayuda obtiene un sentimiento de utilidad social al desempeñar ese rol.

Por otra parte, según Gartner y Riessman (1984), la "ayuda como terapia" es un proceso que encuentra encaje en la teoría del rol, de acuerdo con la cual, la persona que desempeña un rol particular tiende a cumplir las expectativas y requisitos de ese rol. Así, en un grupo de ayuda mutua la persona que asume el rol de proveedor de ayuda debe demostrar su dominio sobre una condición problemática (por ejemplo, desempeñando el rol de no adicto) adquiriendo por tanto las habilidades, actitudes, conductas y disposición mental apropiadas. Al realizar este modelado en beneficio de los otros miembros del grupo, la persona puede percibirse a sí misma de una nueva forma y, de hecho, puede llegar a apropiarse de ese rol. Finalmente, la persona que proporciona ayuda también obtiene apoyo a partir de la tesis implícita según la cual "debo estar bien si soy capaz de ayudar a otros", además de sentirse recompensado por el hecho de ayudar a otra persona y reducir su sufrimiento. Además, el asumir el rol de figura de ayuda y apoyo puede funcionar como un fuente principal de "distracción", alejando a la persona de sus propios problemas y reduciendo la excesiva preocupación acerca de sí misma. En cualquier caso, como señalan estos autores, es importante tener en consideración las diferencias individuales, en el sentido de que unas personas obtienen mayor satisfacción que otras dando, ayudando, liderando, persuadiendo y cuidando a otras personas.


Cuadro 4.12. Grupos de ayuda mutua: Procesos grupales

Para Alfred Katz (1993), otro factor que puede contribuir a la efectividad de los grupos de ayuda mutua es el propio proceso de grupo. Este autor identificó los siguientes procesos de grupo que podía facilitar el funcionamiento y el logro de los objetivos de los grupos de ayuda mutua:

  1. Identificación con los iguales o con el grupo primario de referencia (sentimiento de pertenencia).
  2. Aprendizaje a través de la acción; cambio de actitudes y adquisición de conocimientos a través de la experiencia y acción
  3. Facilitación de la comunicación al ser los miembros del grupo iguales.
  4. Mayores oportunidades para la socialización.
  5. Ruptura de las defensas psicológicas a través de la acción en el grupo, la discusión abierta y la confrontación.
  6. Apoyo emocional y social entre los miembros; reducción de la distancia social entre los miembros en oposición a la distancia que tradicionalmente se mantiene en las relaciones profesional-diente. Esto mejora las cualidades terapéuticas de la participación en el grupo.
  7. Provisión de un aceptable sistema de estatus donde el miembro del grupo puede encontrar su lugar. El estatus se define de acuerdo con las metas y necesidades del grupo, y el estatus del individuo en el sistema social del grupo puede encontrarse relativamente bien definido.
  8. En comparación con contextos institucionales o relaciones profesional-diente, existe una mayor proximidad con las condiciones externas.
  9. El grupo proporciona apoyo, refuerzo, sanciones, límites y normas, amplia el poder del individuo, proporciona feedback y, ocupa tiempo.
  10. El grupo proporciona oportunidades para la expresión directa, la implicación emocional y la integración conceptual de la experiencia emocional, lo que facilita el desarrollo personal.
  11. Oportunidad para ejercer el liderazgo.

2. Los profesionales y los grupos de ayuda mutua

Si bien los programas de intervención que incorporan el apoyo social comienzan a ocupar un lugar cada vez más relevante en el contexto de la programación de estrategias de intervención social, el lugar de los grupos de ayuda mutua en el contexto de las estrategias de intervención social, todavía se encuentra pobremente definido y, en ocasiones, su potencial contribución no se reconoce o tiende a ignorarse. Como han señalado diversos autores, la potencial contribución de los grupos de ayuda mutua en la mejora del bienestar, y la adaptación a situaciones y condiciones vitales estresantes, tiende a pasar desapercibida por los investigadores y profesionales de la intervención social, a pesar de que, con frecuencia compartan los mismos objetivos (Davidson y cols., 2000; Gracia, 1997; jakobs y Goodman, 1989).

Leon Levy (2000) planteó esta cuestión en los siguientes términos: ¿deben ser los grupos de ayuda mutua un recurso para la intervención respaldado por los profesionales, científicos sociales y responsables de las políticas sociales públicas?

De acuerdo con Levy la respuesta es sí, por tres razones. La primera es que estos grupos son utilizados por un número cada vez mayor de personas y existe la posibilidad de que estos grupos superen a la psicoterapia como uno de los principales recursos en el ámbito de la salud mental. La segunda razón, relacionada con la primera, es que, a medida que un número mayor de personas buscan ayuda en estos grupos, los servicios formales en el ámbito de la salud mental comienzan a incluirlos como parte de sus recursos. Finalmente, la tercera razón, es que los grupos de ayuda mutua, sobre todo en ámbitos como la enfermedad mental, las drogodependencias, o grupos estigmatizados socialmente, pueden desempeñar un papel único como complemento a los servicios que proporcionan los profesionales.

Éstas son razones, además, que ponen de manifiesto la necesidad de profundizar en la investigación rigurosa de los grupos de ayuda mutua para mejorar nuestra comprensión y conocimiento de estos sistemas de apoyo social, asegurar la calidad de los servicios que prestan y mejorar su efectividad. Desde estos planteamientos, los profesionales, investigadores e instituciones pueden contribuir a la legitimación de los grupos de ayuda mutua en el contexto de las estrategias de intervención social y comunitaria. Este proceso de legitimación puede contribuir a un mejor conocimiento mutuo, aceptación y colaboración en la medida en que se comparten objetivos comunes. Un proceso de legitimación que ha contado en las últimas décadas con importantes hitos como sería el reconocimiento de su importancia y las influyentes recomendaciones del Departamento de Salud de los Estados Unidos, o el claro apoyo a la promoción de grupos de ayuda mutua de la Organización Mundial de la Salud (Gracia, 1997).

Y es que, los grupos de ayuda mutua, además de fortalecer el componente voluntario y solidario de la sociedad, también proporcionan nuevos recursos a los profesionales e instituciones de la intervención social. Los grupos de ayuda mutua no son económicamente costosos, son altamente responsivos y accesibles a los usuarios, quienes son al mismo tiempo proveedores y receptores de ayuda y apoyo. Los grupos de ayuda mutua no son distantes, burocratizados o sobrerregulados, pueden crecer para cubrir necesidades en continua expansión, de forma que a medida que surge la necesidad también se incrementa el potencial para responder a esa necesidad. Ningún problema resulta ajeno a los grupos de ayuda mutua. Además, los miembros de los grupos de ayuda mutua generalmente cuentan con grandes cantidades de energía y entusiasmo debido en parte a que se trata de los propios problemas o necesidades.

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