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Dos de las grandes preguntas (y fuente de una parte importante de los mitos sobre el tema) sobre la violencia contra las mujeres en la pareja son por qué ocurre y qué es lo que puede llevar a una mujer a permanecer en una relación de pareja violenta. Dedicaremos este apartado a estas cuestiones.

1. El porqué de la violencia contra las mujeres en la pareja

Centrándonos en la consideración actual de este problema, parece oportuno recordar las palabras de Lori Heise (1997) quien para referirse a la violencia contra las mujeres en su conjunto, decía "es un fenómeno muy complejo, profundamente arraigado en las relaciones de poder basadas en el género, la sexualidad, la propia identidad y las instituciones sociales. Cualquier estrategia para eliminar la violencia de género debe, por tanto, confrontar las creencias culturales y las estructuras sociales que la perpetúan".

Pues bien, esta misma consideración es aplicable a la violencia contra las mujeres en la pareja y asumida por los modelos que actualmente se barajan para explicarla y que reciben la denominación de multicausales. La característica común a todos ellos es que, aunque pueden diferir en la importancia que asignan a los diferentes factores, consideran esta forma de violencia como un fenómeno complejo que sólo puede ser explicado a partir de la intervención de un conjunto de factores específicos en el contexto general de las desigualdades de poder en los niveles individual, grupal, nacional y mundial (ONU, 2006).

Entre estos modelos multicausales estaría, por ejemplo, el modelo ecológico de Lori Heise (1998). Según esta autora, no hay un único factor que, por sí mismo, sea causante del maltrato sino que varios factores se combinan y aumentan la probabilidad de que un hombre determinado en un ambiente determinado ejerza violencia contra una mujer. Concretamente, según este modelo, en la génesis del maltrato se combinan los efectos de los factores descritos en la tabla siguiente, de modo que permiten predecir la probabilidad de sufrir abuso, que será mayor cuanto mayor sea el número de factores de riesgo presentes.

Cuadro 6.3. Modelo multicausal de Lori Heise (1998).

Factores Características
a) Factores que actúan en el marco sociocultural, factores sociales, del medio económico y social. Normas que otorgan a los hombres control sobre el comportamiento de las mujeres.

Aceptación de la violencia como forma de resolver conflictos.

Noción de masculinidad ligada a la autoridad, el honor o la agresión.

Roles rígidos basados en el género.

b) Factores que actúan en el marco comunitario, comunidad o instituciones y estructuras sociales formales e informales. Pobreza, condición socioeconómica inferior o desempleo.

Relación con compañeros delincuentes.

Aislamiento de las mujeres.

Falta de apoyo social.

c) Factores que actúan en el marco familiar, relaciones o contexto inmediato donde el abuso tiene lugar. Conflictos matrimoniales.

Control masculino de los bienes.

Modo como se toman decisiones en la familia.

d) Factores que actúan en el ámbito individual, características individuales del perpetrador que influyen en su comportamiento. Ser hombre.

Presenciar episodios de violencia matrimonial en la niñez.

Padre ausente o que rechaza a sus hijos.

Haber experimentado abuso en la niñez.

Uso de alcohol.

Como puede verse en el cuadro anterior, entre los factores que se incluyen en este tipo de modelos se hallan toda una serie de actitudes y conductas negativas y de dominio hacia las mujeres, barajándose una hipótesis causal que entronca con los modelos de orientación feminista y agrega otros factores explicativos. Es decir, desde esta perspectiva, que suscribimos, se considera que la raíz última del problema son las desigualdades sociales generadas por el sistema patriarcal imperante en nuestras sociedades y las creencias y actitudes misóginas y los mandatos o ideología de género tradicional que de él se derivan y que se reflejan en la familia y en la relación de pareja tradicional. Otros factores individuales habitualmente citados, como el consumo de sustancias, la enfermedad mental o los antecedentes de violencia, serían posibles coadyuvantes o, en su caso, detonantes de esta violencia pero no su causa última.

Estas hipótesis explicativas (el origen multidimensional de esta violencia y el papel central de las creencias y actitudes misóginas), ampliamente consideradas en documentos legales y declaraciones (como el Informe Mundial sobre Violencia y Salud de 2003; los informes ante la Comisión de Derechos de la Mujer del Parlamento Europeo de Oiga Keltosova en 2002 o de Maria Carlshamre en 2005; la LO 1 /2004; el Estudio a fondo sobre todas las formas de violencia contra la mujer de la ONU de 2006, entre otros), comienzan también a ser incorporadas a los trabajos empíricos sobre el tema.

2. El porqué de la permanencia en una relación de pareja violenta

La otra gran cuestión en torno a la violencia contra las mujeres en la pareja es el análisis de las razones que llevan a algunas mujeres a permanecer en o a no abandonar una relación de pareja violenta. Diversas variables han mostrado estar empíricamente relacionadas con la decisión de permanecer en o de abandonar la relación de maltrato, y se han planteado también diferentes modelos explicativos, adaptados o elaborados ad hoc, para analizar esta cuestión y desmontar los mitos al respecto.

Entre estos modelos estarían la adaptación de la teoría de la indefensión aprendida de Martin Seligman (1981), el denominado Síndrome de Estocolmo Doméstico, adaptación del denominado Síndrome de Estocolmo (Ferreira, 1995; Montero, 1999) y, muy especialmente, la más citada, la denominada teoría del ciclo de la violencia elaborada por Leonore Walker (1984, 1989, 1991) a partir de la teoría de la indefensión aprendida y de la hipótesis de la tensión-reducción (Bosch y Ferrer, 2002).

Según esta autora, la violencia contra las mujeres en la pareja tiene un carácter cíclico y ocurre del modo siguiente:

En la primera fase, o fase de acumulación o de construcción de la tensión, se produciría un episodio abusivo consistente en actos de violencia menor y abuso verbal (insultos, menosprecios, ira contenida, indiferencia, sarcasmos, demandas irracionales, manipulación, etc.) ligados a conflictos cotidianos (la economía, los niños, etc.). El agresor lo niega y no da validez a las reclamaciones de su víctima.

La mujer tiene o cree tener un cierto control sobre la frecuencia y severidad de los incidentes abusivos y trata de evitar un incremento de la violencia (intentando calmarlo, evitando hacer aquello que cree que le molesta, culpándose a sí misma, etc. todo para evitar que se enfade y aumente la violencia) al tiempo que comienza a experimentar confusión y angustia. Al notar el alejamiento, el maltratador trataría de controlarla más y de provocarla para que reaccionase.

En la segunda fase, o fase de agresión o descarga de la tensión, aumentaría la intensidad de la violencia psicológica y comenzaría a aparecer la violencia física y sexual (insultar, pegar, lanzar objetos, permanecer en silencio, pelear, rechazar a la pareja, hacer escenas en público, etc.). La descarga de agresividad aliviaría la tensión del maltratador. La mujer se concentraría en sobrevivir, tratando de tranquilizar al maltratador siendo amable y servicial, teniendo relaciones sexuales o incluso amenazando con abandonarle si no cesasen los malos tratos.

En la tercera fase, o fase de arrepentimiento, de conciliación o de "luna de miel", se viviría un momento de "calma", con escenas de arrepentimiento, demanda de perdón y promesas de buscar ayuda y de que la violencia no volverá a suceder por parte del maltratador. La mujer trataría de creer esos propósitos de enmienda e intentaría que la relación funcionase en medio de una gran tensión que originaría un regreso a la fase primera. Si ella le abandonase él podría ser capaz de prometer o hacer casi cualquier cosa para conseguir que regresara.

Tras un primer ciclo de violencia, la probabilidad de nuevos episodios, desencadenados cada vez por detonantes más insignificantes, y con mayor virulencia, aumenta y, en muchas ocasiones, la última fase tiende a desaparecer. Así, con el paso del tiempo el ciclo se va cerrando: El maltrato es más frecuente y severo, la víctima se encuentra con menos recursos psicológicos para salir de la situación y está más indefensa. Cuanto más tiempo permanezca una mujer en una relación abusiva, mayor es la probabilidad de que las consecuencias psicológicas se cronifiquen y, en consecuencia, más desfavorable es el pronóstico para su recuperación.

Muy frecuentemente las mujeres maltratadas no perciben que están dentro de este ciclo, negando o minimizando la violencia y considerando que están ante acontecimientos aislados. Además, la creencia de que deben potenciar con su conducta los aspectos positivos de la conducta de su cónyuge tiene como consecuencia, en muchos casos, que las mujeres se hagan a sí mismas responsables de la violencia que están padeciendo ellas y sus hijos e hijas. Así, cuando sus intentos de controlar la violencia fracasan, aparecen los sentimientos de culpa y de baja autoestima.

Enlazando con este modelo explicativo del ciclo de la violencia, en un trabajo anterior (Bosch, Ferrer y Alzamora, 2006) propusimos lo que denominamos "el modelo del laberinto patriarcal" para el abordaje terapéutico de las mujeres que han padecido violencia en la pareja, al que más adelante volveremos a hacer referencia, pero que citamos aquí en tanto en cuanto nos puede aportar algunas claves para comprender y explicar la permanencia de algunas mujeres en una relación de maltrato. Ligando ambas ideas decíamos entonces:

" ... la mujer maltratada va a perder el poder sobre el mismo en tanto que su tiempo será controlado a través de la revisión de lo que ha hecho y del permiso o la prohibición de lo que quiera hacer o a quien quiera ver. Todo ello marcará un ritmo vital de difícil comprensión para observadores externos. El día a día marcará tanto las prioridades que el pasado apenas será perceptible y el futuro ni se adivina. La narración que nos llega será del tipo "sin darme cuenta se me ha pasado la vida.

En este sentido y como ya anunciábamos, uno de los elementos más incomprendidos en torno al tema del manejo del tiempo es el de la permanencia de las mujeres maltratadas alfado de sus parejas. En nuestra opinión el tiempo dentro de/laberinto no se representa en un reloj circular con dos vueltas de doce horas, la imagen del tiempo de las mujeres maltratadas es la de un reloj que marca con un zig-zag un recorrido en tres tiempos (amor-hostigamiento-reconciliación), en los que ese tercer segmento va acortándose paulatinamente hasta su desaparición".

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