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En la actualidad el abordaje de las migraciones plantea dos retos fundamentales. El primero de ellos se sitúa en la dimensión internacional del hecho migratorio y se centra en la necesidad de gestionar los flujos migratorios globales (política de permisos, control de flujos, cooperación al desarrollo, etc.). El segundo se deriva del hecho de que las migraciones se concretan siempre en el ámbito local y las personas terminan asentándose en comunidades locales dinámicas, complejas y con su propio acerbo histórico-cultural. El reto está en construir convivencia y comunidad en esos contextos sustentados en la diversidad humana en relación al origen nacional, cultura, religión, objetivos vitales, etc.

El incremento de la diversidad humana que se deriva de la incorporación de esos nuevos ciudadanos (más de hecho que de derecho) está teniendo un importante impacto en las distintas comunidades donde se asientan. Este impacto tiene un componente positivo que no siempre es percibido como tal y mucho menos valorado suficientemente: mejora de la pirámide poblacional, ocupación de nichos laborales abandonados por los autóctonos, contribución a las arcas del estado, propuestas alternativas a la resolución de problemas, etc. Por el contrario, los resultados negativos de esta incorporación toman un protagonismo que muchas veces no se corresponde con la estricta objetividad de los hechos: creencias erróneas sobre la inseguridad ciudadana, sobre el incremento del paro, sobre la pérdida de identidad de las comunidades, sobre la incompatibilidad entre los distintos patrones culturales, etc. Todo ello dificulta, si no impide, la incorporación plena (jurídica, cultural, psicosocial, etc.) de los inmigrantes a la comunidad, lo que puede derivar en problemas en los ámbitos:

  1. individual: depresión, adicciones, etc.
  2. intergrupal: prejuicios, actitudes negativas, etc.;
  3. institucional: discriminación en el acceso a los servicios, dificultades para el reagrupamiento familiar, etc.; y
  4. comunitarios: conflictos vecinales, problemas con la vivienda, etc.

La perspectiva comunitaria de la intervención social con inmigrantes se centra en la integración psicosocial de los mismos. Enmarcada en el modelo ecológico, reconoce la importancia de las interrelaciones de las personas y los contextos (sistemas, entorno físico, etc.) en los que éstas se insertan (Son y Fisher; 2005). Tiene también como referente la diversidad humana al reconocer que los contextos de inserción comunitaria son muy distintos entre sí (familia, lugar de trabajo, entorno rural/urbano, escuela, barrio, etc.), y que dentro de cada uno de ellos la diversidad es un rasgo esencial (Tricket, 1996). Estos dos hechos son claves en la intervención comunitaria ya que no sólo ayudan a comprender la opresión que sufren las personas en desventaja (inmigrantes, discapacitados, minorías étnicas, mujeres, etc.), sino que orienta la metodología y las acciones a emprender.

La Psicología Comunitaria afronta la diversidad a través de metodologías participativas y tiene en el empoderamiento (de individuos y contextos) la meta central de las intervenciones. Los recursos comunitarios (apoyo social, asociaciones, espacios comunitarios, etc.) juegan un papel muy importante en el proceso integrador y el logro del bienestar psicológico de las personas inmigrantes, pero no debe olvidarse la incidencia que los miembros de la sociedad de acogida tienen en este proceso. En Europa, la forma en que los países receptores respondieron al importante cambio demográfico que ha supuesto la inmigración ha sido muy diversa y, junto a contextos donde se da la plena aceptación, coexisten otros en los que el prejuicio, la discriminación o la violencia contra los inmigrantes son moneda corriente.

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