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Si bien las catástrofes naturales pueden producir estrés, una visión negativa de sí mismo y del mundo, también pueden conllevar:

  1. un crecimiento personal, aprender sobre las capacidades, habilidades y resistencia personal;
  2. aumentar la sabiduría y el conocimiento;
  3. mejor el conocimiento sobre sí mismo y los otros;
  4. apreciar lo que se tiene y aprender las prioridades importantes en la vida, y
  5. crecimiento y desarrollo espiritual.

En el mismo sentido, si una catástrofe provocada directamente por el hombre puede empeorar la visión del mundo y de los otros, así como generar estrés, también puede tener efectos positivos:

  1. reunir y acercar a la familia,
  2. unir a la comunidad, haciéndolos sentirse más cerca;
  3. provocar una orientación más prosocial: ser más tolerante y compasivo con los otros, así como valorar el apoyo que estos ofrecen; y
  4. pensar que los otros pueden beneficiarse de tu experiencia (McFarland y Alvaro, 2000).

1. Estrés

Las catástrofes provocan ansiedad y depresión, además de un conjunto de síntomas específicos que se han unificado en el denominado síndrome de estrés postraumático (PTSD). Además, son características las emociones de miedo, tristeza, enfado o agresividad. Ahora bien, muchas de las reacciones y efectos que presentan las comunidades afectadas, y que a menudo se describen en términos de síntomas o problemas psicológicos, pueden ser reacciones frecuentes frente a situaciones anormales (Perren-Kiinger, 1996).

Tras sufrir terremotos, huracanes o inundaciones se constató que la presencia del conjunto de síntomas del estrés postraumático (PTSD) tiene una incidencia entre el 1% y el 14% sobre la población afectada. En una muestra aleatoria de 1.007 participantes, del 39% de las personas que habían sufrido alguna catástrofe, sólo el 11% de ellos desarrolló el PTSD (Bravo, Rubio, Canino, Woodbury y Rivera, 1990; Breslau, Davis, Andreski y Peterson, 1991; Rubonis y Bickman, 1991 ).

Por lo que se puede considerar que el trastorno de PTSD tras una catástrofe es más bien la excepción que la regla. Además, esta sintomatología estresante se suele manifestar de manera significativa en aquellas personas que poseen antecedentes mentales. Esto no significa negar los problemas, sino que muestra que no se puede reducir la experiencia de las personas a un conjunto de síntomas.

2. Resiliencia

Evaluaciones positivas de una pérdida (ej. que la experiencia provocó un crecimiento personal) eran más comunes que las negativas en el caso de familiares de víctimas del SIDA y estas evaluaciones predecían un mejor estado de ánimo y menor depresión doce meses después -controlando los niveles iniciales de depresión y baja moral-. Un total de 5 estudios han encontrado que percibir un beneficio de una catástrofe se asocia a menor alteración afectiva. Ahora bien, la experiencia de aspectos positivos como el crecimiento personal coexiste con el dolor de la perdida y no la anula (Calhoun y Tedeschi, 1998; Davis, Nolen-Hoeksema y Larson, 1998).

De los trabajos de Wortman y Silver (2001) se deduce que la mayoría de la gente que sufre una pérdida irreparable no se deprime, que las reacciones intensas de duelo y sufrimiento no son inevitables, y que su ausencia no significa necesariamente que exista o vaya a existir un trastorno posterior (ej. duelo postergado). En un estudio efectuado con los supervivientes del terremoto de El Salvador, en 2001, se constató que la mayoría de los supervivientes que vivían en albergues (n=115) todavía experimentaban emociones positivas significativas (ej. disfrutar con momentos lúdicos) y eran capaces de otorgar significado a lo sucedido y percibirse a sí mismos como mejor preparados para sucesos negativos futuros (Vázquez, Cervellón, Pérez-Sales, Vidales y Gaborit, 2005).

Sobre este tema, cabe resaltar las investigaciones durante la última década de Bonanno y su equipo respecto a los diferentes tipos de respuestas posibles frente a una situación traumática. En estos estudios se encuentran resultados consistentes respecto a la prevalencia de cada una de las respuestas (trastorno crónico, demorado, recuperación y resiliencia) teniendo en cuenta el nivel de interferencia que tiene el suceso en el funcionamiento cotidiano de la persona durante los dos años siguientes a la pérdida o evento negativo (Bonanno, 2004). Veamos que significa cada una de estas respuestas:

  • Trastorno crónico: es el sufrimiento prolongado y la incapacidad para funcionar, generalmente dura varios años y su frecuencia de respuesta oscila entre 10 y el 30%.
  • Demorado: es cuando el ajuste tras el suceso parece normal, pero los síntomas aparecen posteriormente. Su frecuencia es la más baja de todas las respuestas, entre el 5% y 10%.
  • Recuperación: tras sentir durante varios meses síntomas de estrés y depresión se retorna gradualmente a los niveles pre-evento. Su respuesta está comprendida entre el 15% y el 35%.
  • Resiliencia: es un proceso dinámico que tiene por resultado la adaptación positiva en contextos de gran adversidad. Su frecuencia de respuesta es la más elevada de todas, entre el 35% y 55%.

Por tanto, aunque durante mucho tiempo las reacciones positivas ante catástrofes han sido consideradas como inusuales, actualmente se ha demostrado que la resiliencia es una respuesta común y su aparición no indica patología, sino un ajuste saludable ante la adversidad.

Finalmente, comentar que durante la presidencia española de la Unión Europea, la Dirección General de Protección Civil y Emergencias realizó un seminario de intervención psicosocial en emergencias y catástrofes cuyo título fue "Desarrollo de la Resiliencia". A lo largo de los dos días que duró el evento se debatió sobre este concepto concluyéndose entre otras cuestiones que "se debe fomentar el desarrollo de individuos y comunidades resilientes potenciando programas sociales preventivos que refuercen la capacidad de afrontamiento de los distintos afectados por catástrofes", Además, "la intervención psicosocial con los individuos y con las comunidades afectadas debe regularse a través de procedimientos operativos probados y fundamentados en el uso de buenas prácticas profesionales, que aseguren resultados orientados a la resiliencia, a potenciar capacidades individuales y sociales y al crecimiento y fortaleza psicosocial".

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