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El antecedente que pone en marcha el proceso emocional es la percepción de un cambio en las condiciones estimulares tanto externas o internas al organismo. Esta percepción llega al organismo a través de los sentidos y de la actividad mental (un mínimo recuerdo puede ser un desencadenante).

Este cambio estimular debe llamar nuestra atención. Si aparece de forma reiterada nos habituaremos a él, y dejara de elicitar la respuesta emocional.

El tipo de condiciones desencadenantes típicas, son, por ejemplo, para el caso de la sorpresa, la aparición inesperada de estímulos nuevos, típicamente débiles o moderadamente intensos; la percepción de acontecimientos no esperados; el cambio producido por unos incrementos bruscos en la estimulación; o por la interrupción de la actividad que se está realizando en ese momento. En el caso del asco, el antecedente es la aparición de estímulos desagradables o molestos. Para la alegría, la obtención de metas o cosas que se desean. El miedo ante la aparición de situaciones peligrosas. La ira por la aparición de condiciones que generan frustración. Y en el caso de la tristeza por cambios que implican pérdida, fracaso o separación física o psicológica.

Un punto importante es la verosimilitud de las situaciones, ya que buena parte de la intensidad de la respuesta emocional va a depender del grado de realidad o falsedad que la situación provoque en la persona -ley de la realidad aparente-. (Así, las situaciones simuladas en laboratorio presentan típicamente una intensidad mucho menor que un acontecimiento real o que simplemente recordar una situación emocional del pasado).

La condición desencadenante no tiene por qué ser la aparición de un estímulo concreto, sino que puede ser un conjunto de condiciones estimulares que aparecen simultáneamente en un momento dado y que presentan globalmente una saliencia que no poseen individualmente.

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