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1. ¿Se puede controlar la expresión emocional?

Aunque las expresiones de las emociones son automáticas e involuntarias, pueden modificarse en función de la educación, de la voluntad, de las normas sociales y del contexto en el que se producen.

No obstante, Ekman y Davidson (1993) propusieron que es difícil fingir una emoción y confirmaron esta idea basándose en los estudios preliminares de un neurólogo del siglo XIX, Duchenne, que demostraban que las sonrisas de felicidad auténtica podían diferenciarse de las sonrisas fingidas. También parece que en la expresión voluntaria o involuntaria de las emociones están implicadas estructuras diferentes. Dos trastornos neurológicos que producen síntomas complementarios permiten deducir estas conclusiones.

Por un lado, la parálisis facial intencional, que consiste en la dificultad para mover de forma voluntaria los músculos faciales, es producida por una lesión en la corteza motora primaria, en la zona en la está representada la cara o en las conexiones de esta zona con el núcleo motor del nervio facial, que controla los músculos responsables de la expresión facial. Los pacientes que tienen esta lesión no pueden simular una expresión facial, pero los músculos de su rostro sí pueden moverse y expresar emociones si éstas son genuinas.

Por otro lado, la parálisis facial emocional, que consiste en la ausencia de movimientos en los músculos faciales cuando la persona está sintiendo una emoción genuina sin que presenten ninguna dificultad para mover voluntariamente los músculos de la cara. Se puede producir por lesiones de diferentes estructuras cerebrales; de la corteza de la ínsula; de la sustancia blanca subcortical del lóbulo frontal o de regiones del tálamo. Lo que tienen en común estas estructuras es que conectan con el sistema responsable de los movimientos voluntarios de los músculos faciales localizados en el bulbo raquídeo o en la región caudal de la protuberancia.

Estos dos trastornos neurológicos muestran que los mecanismos que controlan la expresión voluntaria y la expresión involuntaria de los músculos faciales son diferentes.

2. Lateralización de la expresión emocional

Como ocurre en muchas funciones cerebrales, también parece haber una asimetría lateral en el procesamiento de las emociones. Sackheim y Gur (1978) realizaron un experimento en el que prepararon imágenes de rostros que expresaban diferentes emociones, para ello realizaron una composición en la que unieron los dos lados izquierdos o derechos de la cara produciendo caras híbridas o quiméricas. Encontraron que las mitades compuestas por los lados izquierdos eran más expresivas que las compuestas por los lados derechos, y como el control motor de los músculos de la cara es contralateral, dedujeron que el hemisferio derecho es más expresivo que el izquierdo.

Actualmente hay dos teorías sobre la dominancia cerebral en la expresión emocional: la «hipótesis del hemisferio derecho» indica que este hemisferio es superior al izquierdo en el análisis de todas las emociones y la «hipótesis de la valencia» que señala que en función de la valencia de la emoción, esto es, si es una emoción positiva o negativa, parece dominar un hemisferio diferente. Así, el hemisferio derecho parece estar especializado en el procesamiento de las emociones negativas y el izquierdo en el procesamiento de las positivas.

Ambas hipótesis fueron completadas con la «hipótesis de la valencia modificada» (Davidson, 1984; Borod y cols., 1998) que expresa que la corteza prefrontal presentaría una especialización en función de la valencia, así la corteza prefrontal izquierda estaría especializada en el procesamiento de las emociones con valencia positiva, y la corteza prefrontal derecha, en el procesamiento de las emociones con valencia negativa como la ira, el miedo... Sin embargo, las estructuras posteriores a la corteza prefrontal, es decir, el resto de estructuras corticales y subcorticales implicadas en el procesamiento de las emociones, presentarían superioridad del hemisferio derecho para el procesamiento de las mismas (Davidson, 1984; Borod y cols., 1998; Killgore y Yurgelun-Tood, 2007).

Thomas y cols. (2014) y Prete, y cols (2015a y b) apoyan la validez de la coexistencia de las dos alternativas presentadas, es decir, que los dos hemisferios cerebrales participan en el procesamiento de las emociones.

En esta misma línea, Najt y cols., 2013 propusieron que la superioridad del hemisferio derecho para las emociones negativas sólo se produce en algunas de ellas, así en el miedo, ansiedad y tristeza existiría superioridad derecha, pero no en el desagrado o repugnancia.

3. ¿La expresión emocional está culturalmente determinada?

Antes de los trabajos de Ekman, se pensaba que las expresiones faciales y las emociones estaban culturalmente determinadas, de hecho, la comunidad científica, muy influenciada por el punto de vista de Margaret Mead que creía que la expresión emocional era producto exclusivo de la cultura.

Ekman se dispuso a comprobar esta hipótesis de Mead, en un principio buscando datos que la avalaran y viajó a Papúa Nueva Guinea con el fin de estudiar las expresiones faciales de los miembros de la tribu Fore, una tribu apartada de la civilización. Allí comprobó con sorpresa que los miembros de la citada tribu podían identificar las emociones en las expresiones faciales al mirar fotos de personas de otras culturas, a pesar de que la tribu no había sido expuesta a otras influencias culturales. Estos datos le llevaron a concluir que existían al menos ciertas expresiones faciales cuya expresión y reconocimiento eran independientes de la cultura, y por eso las llamó universales.

En 1972, Ekman publicó su trabajo de campo en el que concluyó que había seis expresiones faciales universales, a las que denominó básicas por esta razón. La primera lista de emociones básicas que elaboró Ekman englobaba: felicidad, ira, miedo, tristeza, repugnancia y sorpresa. Antes de que publicara sus conclusiones, en la década de 1970, se creía que las expresiones faciales y sus significados eran específicas de cada cultura.

En la década de 1990 amplió esta lista incluyendo un rango más extenso de emociones (Ekman, 1999), pero estas ya se producen por la combinación de varias emociones y no cumplen tan estrictamente el requisito para ser básicas y universales.

Ekman se especializó en el análisis de la expresión de las emociones para lo cual estudió muy pormenorizadamente las microexpresiones faciales. Su trabajo ha llegado a ser tan relevante que llegó a colaborar con los servicios de seguridad nacional en los EEUU y con terapeutas para ayudarles a comprender el lenguaje no verbal de sus pacientes. Las microexpresiones son movimientos involuntarios de los músculos de la cara, se llaman de este modo, no porque sean expresiones muy sutiles o pequeñas, sino por su cortísima duración. Se producen en momentos especialmente significativos para la persona, normalmente relacionados con una situación que pueda provocar ansiedad, y no pueden ser «falsificadas», ya que, en la mayoría de los casos, movilizan los músculos faciales de manera automática e involuntaria y su duración es de entre 1/25 a 1/15 milésimas de segundo.

Si bien los trabajos realizados por Ekman durante más de 40 años muestran que hay un patrón común, universal e innato con respecto a la expresión facial de las emociones (Ekman, 2014), en los últimos años está trabajando sobre la idea de que también se puede aprender a comprender las emociones de los demás entrenando esta capacidad con el objeto de desarrollar las capacidades de compresión y de empatía de los seres humanos (Ekman, 2014). El descubrimiento de estas capacidades es realmente importante en muchos ámbitos de la vida, sobre todo en el desarrollo de la empatía y en la mejora de las relaciones humanas, y se relaciona con el tercer componente de la emoción que se explicaba en el primer apartado de este capítulo.

Sus últimos trabajos están demostrando que es posible el aprendizaje en la expresión, inhibición y percepción de las emociones. Ekman postula que puede existir un mundo mejor si todo el mundo desarrolla en sí mismo la Compasión Global hacia todos los seres humanos. Una de las propuestas fundamentales de sus últimos trabajos es que las emociones, que deben y pueden ser comprendidas psicológica y evolutivamente y explicadas desde la teoría evolucionista, no son inmutables (Ekman, 2014).

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