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Podemos hablar indistintamente de psicología cognitiva o cognitivismo y así lo haremos en este tema. No obstante, si quisiéramos ser escrupulosos deberíamos reservar el segundo término para casos en los que incluyéramos otros ámbitos además de la psicología, como la neurociencia, la lingüística o la informática. En ocasiones se ha hablado, en este segundo sentido más inclusivo, de “ciencia cognitiva” (en singular) o “ciencias cognitivas” (en plural). Otra expresión que a veces se hace equivalente a la de psicología cognitiva es la de “psicología del procesamiento de la información (o del P.I.)”. Esta expresión es más restringida. Valdría sólo para las versiones del cognitivismo que conciben la mente como un dispositivo de cómputo de representaciones. Se trata, probablemente, de la concepción más característica del cognitivismo, y es en la que nos vamos a centrar aquí.

La psicología cognitiva eclosionó en la década de los sesenta del siglo pasado a partir de algunos desarrollos teóricos y técnicos fraguados desde finales de los años cuarenta. La mayoría de los psicólogos creen lo que los propios psicólogos cognitivos y muchas historias de la psicología les han contado: que el cognitivismo constituyó una especie de revolución contra el reinado del conductismo, el cual fue derrocado y reemplazado por una forma de hacer psicología igual de científica pero más acorde a la naturaleza humana. No obstante, ni el cognitivismo ha tenido tanta unidad interna ni su ruptura con lo anterior fue tan abrupta como para justificar la idea de una revolución.

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