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En 1913, el joven y prestigioso psicólogo estadounidense John B. Watson, que se había distinguido hasta entonces sobre todo por sus trabajos sobre el comportamiento animal, publicó un artículo en el que reclamaba un giro radical a la psicología de su tiempo (Watson, 1913/1982). El artículo llevaba por título «La psicología tal como la ve el conductista», y ha sido considerado generalmente como el escrito fundacional de una nueva escuela psicológica, la escuela conductista, que estaba llamada a ejercer una gran influencia en las décadas siguientes.

John B. Watson (1878-1958) había nacido en Greenville (Carolina del Sur). Estudió en las universidades de Furman y Chicago, bastión esta última del movimiento funcionalista norteamericano. Atraído hacia la psicología por la obra de James R. Angell (1869-1949), se doctoró en 1903 bajo su dirección y la de Henry H. Donaldson (1857-1938) con una tesis sobre la maduración neurológica y psicológica de la rata blanca, si bien serían las ideas marcadamente objetivistas y mecanicistas de otro de sus maestros, el biólogo y fisiólogo Jacques Loeb (1859-1924), las que le dejarían una huella más profunda. Watson permaneció en Chicago como profesor de 1903 a 1908. Allí construyó su propio laboratorio y llevó a cabo sus investigaciones; entre otras, la realizada sobre el papel que desempeñan las claves sensoriales en el aprendizaje de las ratas del recorrido de un laberinto, un estudio que le condujo a eliminar de manera sistemática los órganos de los sentidos de sus animales y que llegaría a ser su trabajo más conocido de esta época (Watson, 1907).

En 1908 James Mark Baldwin (1861-1934), otra figura destacada del funcionalismo estadounidense, le ofreció a Watson una cátedra en la universidad Johns Hopkins, de la que él mismo era catedrático de filosofía y psicología. Tan sólo un año después de su llegada, sin embargo, Baldwin se vio envuelto en un escándalo que le llevó a abandonar la universidad. Watson quedó entonces a cargo tanto de la dirección del Departamento de Psicología como de la edición de la influyente revista Psychological Review que Baldwin había fundado y dirigido hasta entonces. De este modo, con tan solo 31 años, Watson pasaba a ocupar un lugar crucial en el panorama psicológico norteamericano.

Los años siguientes fueron de gran actividad y productividad, y le llevaron a menudo al borde del colapso nervioso. Además de su famoso artículo de 1913, que pronto empezó a ser conocido como «el manifiesto conductista», publicó dos libros: uno de psicología animal (La conducta: Introducción a la psicología comparada, de 1914) y otro de psicología humana (La psicología desde el punto de vista de un conductista, de 1919).

Elegido presidente de la Asociación Psicológica Americana (APA) en 1915, dedicó su alocución presidencial a los reflejos condicionados. Más tarde, durante la intervención americana en la primera guerra mundial, colaboró con el ejército en la elaboración de test para pilotos. Y una vez terminada la guerra emprendió las investigaciones sobre el desarrollo infantil que terminarían dando lugar a otro trabajo célebre: el dedicado a las «reacciones emocionales condicionadas», en el que daba cuenta de los resultados de sus experimentos con el niño «Albertito» y del que hablaremos más adelante (Watson y Rayner, 1920).

En 1920 toda esta fecunda actividad académica se interrumpió abrup­ tamente cuando fue obligado a abandonar la universidad a raíz del escándalo provocado por el proceso de divorcio entablado por su mujer a causa de las relaciones que Watson mantenía con su joven alumna y colaboradora Rosalie Rayner, con la que se iba a casar poco tiempo después. Fue contratado entonces por la agencia de publicidad Walter J. Thompson, de la que muy pronto llegaría a ser vicepresidente. De manera simultánea desarrolló una amplia labor de divulgación de sus puntos de vista psicológicos —en conferencias, programas de radio y artículos en revistas populares— para los que logró una gran audiencia. De gran impacto popular fueron asimismo sus libros de esta época: El cuidado psicológico del niño (de 1928), donde presentaba una concepción extremadamente ambientalista y reglamentada de la crianza infantil; y El conductismo (de 1924, con edición revisada de 1930/1972), en el que ofrecía una última versión de su imagen mecanicista de la conducta humana entendida en términos de reflejos condicionados.

Profundamente afectado por la muerte de su mujer en 1935, Watson puso fin a toda actividad social y se recluyó en su granja de Connecticut, donde pasó sus últimos años entregado a las faenas del campo.

Las posiciones objetivistas de Watson eran ya conocidas desde algún tiempo antes de que, en 1912, fuera invitado por James McKeen Cattell (1860-1944) a desarrollarlas en unas conferencias en la Universidad de Columbia. Fue allí donde realizó por primera vez su famosa declaración programática titulada «La psicología tal como la ve el conductista» —el «manifiesto conductista» al que nos referíamos antes—, un potente alegato contra el modo usual de entender la psicología publicado al año siguiente, cuyo mensaje fundamental se condensaba en estas palabras iniciales:

«La psicología, tal como la ve el conductista, es una rama experimental puramente objetiva de la ciencia natural. Su meta teórica es la predicción y control de la conducta. La introspección no forma parte esencial de sus métodos, ni el valor científico de sus datos depende de la facilidad con que se presten a una interpretación en términos de conciencia. El conductista, en sus esfuerzos por lograr un esquema unitario de la respuesta animal, no reconoce ninguna línea divisoria entre el ser humano y el animal. La conducta del hombre, con todo su refinamiento y complejidad, sólo forma una parte del esquema total de investigación del conductista» -(Watson, 1913/1982, p. 400).

Así, Watson reclamaba revisar a fondo la concepción y tarea de la psicología si ésta pretendía alcanzar alguna vez el estatuto científico que parecía venir esforzándose por lograr desde algún tiempo atrás. Para ello proponía, por lo pronto, renunciar a hacer de los fenómenos conscientes y de la introspección su objeto y método propios, que en su opinión no habrían logrado sino conducir a la psicología a estériles especulaciones cada vez más alejadas de los verdaderos intereses humanos.

En su lugar, seguía proponiendo Watson, la psicología debía centrarse en la conducta (tanto animal como humana) en cuanto susceptible de lo que él consideraba un estudio objetivo y experimental, al margen por tanto de la posible interpretación de sus datos en términos de conciencia. Así creía él que podría colocarse el objeto de la psicología en el mismo nivel de objetividad que las demás ciencias de la naturaleza, restringiendo como en ellas la conciencia a su condición de instrumento al servicio del científico. Su uso, por tanto, tendría que ser siempre ingenuo y directo, nunca reflejo o reflexivo como el que la psicología introspeccionista se había empeñado en hacer en el pasado, a juicio de Watson, erróneamente. Al fin y al cabo, sostenía, no eran tantos los problemas realmente esenciales de la psicología introspectiva que podrían quedar fuera del alcance de una psicología conductista así entendida; pero hasta esos problemas, auguraba, podrían abordarse en el futuro, cuando lograran desarrollarse métodos conductuales suficientemente sofisticados (Watson, 1913/1982).

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