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Profundamente influida por el enfoque totalista de la Gestalt y alejada por tanto de cualquier interpretación elementalista y asociacionista de lo psíquico, la obra de Kurt Lewin representa un esfuerzo por trascender el marco del gestaltismo ortodoxo y explorar otros ámbitos hasta entonces escasamente atendidos. Así, por ejemplo, además de no compartir con los fundadores la concepción neurofisiológica expresada en la noción de isomorfismo, Lewin se interesó más por la motivación, la personalidad, la psicología social y las aplicaciones prácticas que por el aprendizaje o la percepción (la “marca de fábrica” de la escuela).

En este intento de extender la inspiración gestaltista más allá de los límites estrictos de la escuela Lewin, claro está, no estuvo solo. Entre otros nombres que merecerían citarse a este respecto recordaremos aquí sólo los de George Katona (1901- 1981), que aplicó la perspectiva gestáltica al estudio de la economía, la memoria y la educación, y entre cuyas aportaciones se cuenta la demostración de la superioridad del aprendizaje de material organizado o significativo sobre el de material desorganizado o sin sentido; Karl Duncker (1903-1940), famoso por sus estudios sobre la percepción del “movimiento inducido” (el movimiento que un sujeto inmóvil se atribuye a sí mismo cuando es el objeto el que se mueve, como cuando se contempla el fluir de un río desde un puente) así como por sus experimentos sobre la solución de problemas dirigidos por Wertheimer; y Rudolf Arnheim (1904-2007), autor de una importante contribución a la psicología del arte desde la perspectiva de la psicología gestáltica. Hay muchos otros, naturalmente, pero entre todos destaca Kurt Lewin, generalmente considerado como uno de los fundadores de la psicología social (Schellenberg, 1981), uno de los principales artífices de la psicología aplicada (Gondra, 1998) y probablemente el psicólogo más importante de cuantos se movieron en la órbita de la psicología de la Gestalt.

Kurt Lewin (1890-1947) nació en la ciudad alemana de Mogilno (hoy parte de Polonia) y estudió en las universidades de Friburgo, Munich y Berlín. En esta última recibió las influencias de Carl Stumpf, con quien se doctoró en 1916, y del filósofo neokantiano Ernst Cassirer (1874-1945). Al estallar la guerra en 1914, se alistó como voluntario y fue herido y condecorado. Finalizada la contienda, se incorporó como docente al Instituto Psicológico de Berlín, donde trabajó junto a Wertheimer y Köhler y contribuyó al desarrollo de la escuela de la Gestalt con numerosas y personales aportaciones. En 1933 emigró a los Estados Unidos por la amenaza que, como judío, representaba para él el ascenso al poder del partido nazi. Tras dos años en la Universidad de Cornell, se trasladó a la de Iowa, concretamente a la Estación de Investigación para el Bienestar Infantil de dicha universidad. Allí permaneció hasta 1944, año en que fue nombrado director del Centro de Investigación de Dinámica de Grupos, en el Instituto Tecnológico de Massachussetts de Boston. Entre sus obras más conocidas pueden destacarse sus libros Dinámica de la personalidad (1935), Principios de Psicología Topológica (1936) y La teoría del campo en la ciencia social (1951).

El término “teoría del campo” ha llegado a identificarse de manera casi exclusiva con la obra de Kurt Lewin (Schultz y Schultz, 1992), por más que toda la psicología de la Gestalt constituya una expresión de la tendencia general de la ciencia de finales del siglo XIX a pensar la realidad en términos de relaciones de campo. Lewin, en efecto, quería una psicología que fuese capaz de hacerse cargo del campo psicológico total del individuo en un momento dado; que incluyese, por tanto, todas las fuerzas en juego existentes para él en ese momento. Sólo teniéndolas en cuenta, pensaba, se podría llegar a predecir su conducta.

A este campo psicológico total (o, dicho de otro modo, el mundo tal como lo experimenta un sujeto en un momento concreto de su vida) lo llamó Lewin “espacio vital”, uno de los conceptos fundamentales de su psicología. De acuerdo con su teoría, el espacio vital es una totalidad integrada por dos grandes ámbitos o componentes que tienen que ver con la persona, por una parte, y con el entorno, por otra, tal y como la persona lo percibe. Para Lewin no son ámbitos meramente yuxtapuestos, sino que están inextricablemente unidos en dinámica interacción. La conducta será siempre función de ambos, un resultado de su interdependencia y referencia mutua, no de la acción exclusiva de ninguno de ellos por separado.

Por otra parte, la relación entre persona y medio está en permanente cambio. El equilibrio entre ambos es sumamente precario y constantemente se ve alterado, bien por necesidades internas a la persona, bien por incitaciones externas procedentes del medio.

La ruptura de este equilibrio produce una tensión que da origen a algún movimiento o actividad del sujeto (“locomoción”, en la terminología lewiniana) orientado a restaurarlo. De este modo, la conducta humana supone un flujo constante de la secuencia tensión-locomoción-alivio. Los objetos del espacio vital que se perciben como posibles reductores de la tensión generada adquieren así para el sujeto un determinado valor positivo o de atracción (“valencia positiva”, lo llamó Lewin); los objetos que impiden o frustran la reducción de la tensión, en cambio, producirán su rechazo; poseerán por tanto “valencias negativas” que llevarán al individuo a evitarlos o alejarse de ellos.

Un primer intento de verificar experimentalmente este modo de ver las cosas fue llevado a cabo por una discípula de Lewin, Bluma Zeigarnik (1901-1988), en 1927.

Zeigarnik realizó una serie de experimentos bajo la dirección del propio Lewin en los que asignaba a sus sujetos una serie de tareas sencillas (construir una caja, modelar figuras de plastilina, resolver problemas aritméticos...). En unos casos permitía que los sujetos terminasen su tarea, mientras que en otros les interrumpía antes de finalizarla.

La hipótesis en juego era que el mero hecho de poner a un sujeto a realizar una tarea desencadenaría en él un sistema de tensiones: si terminaba la tarea, se disiparía la tensión; pero si la tarea quedaba sin terminar, la tensión persistiría, duraría más tiempo, y eso haría que los sujetos pudieran recordar posteriormente mejor las tareas inacabadas que las acabadas. Así lo corroboraron los resultados de Zeigarnik, con una ventaja del 90% a favor del recuerdo de las inacabadas (Zeigarnik, 1927). Este mejor recuerdo de las tareas sin terminar en comparación con las terminadas se ha llegado a conocer como “efecto Zeigarnik”.

Ahora bien, en un campo de fuerzas con frecuencia se producen tendencias de acción opuestas que plantean a la persona situaciones de conflicto. El conflicto aparece, según esto, cuando se oponen valencias de intensidad parecida. En el análisis de Lewin, esta oposición puede adoptar tres formas típicas o básicas. En una de ellas el individuo se enfrenta a dos objetos con valencia positiva entre los que tiene que elegir; se trata, pues, de elegir entre dos bienes. Una segunda situación conflictiva se plantea cuando el individuo debe elegir entre dos males, esto es, dos objetos con valencia negativa (el niño ante la disyuntiva de hacer sus tareas escolares o ser castigado a no jugar con sus amigos, por ejemplo). En la tercera situación el sujeto se enfrenta a un objeto que posee valencias positivas y negativas a la vez, como cuando se tiende a alcanzar un objeto atractivo cuya obtención puede acarrear consecuencias desagradables, o cuyo acceso se ve dificultado o impedido por alguna barrera física o psicológica; aquí se hace necesario (como había observado Köhler en sus chimpancés) dar un rodeo, reestructurar cognitivamente el campo o abandonar definitivamente el objetivo perseguido y sustituirlo por otro. El trabajo de Lewin sobre el conflicto ha inspirado gran cantidad de investigaciones y su tipología ha pasado al acervo común de la psicología contemporánea, si bien con una denominación algo distinta de la lewiniana: la de conflictos de “aproximación/aproximación”, “aproximación/evitación” y “evitación/evitación”.

A partir de los años 30, Lewin se fue interesando cada vez más por la psicología social. Porque el campo de la conducta es, en realidad, un medio social, y el entorno más inmediato de la persona, a fin de cuentas, es su grupo. El grupo social se concibe como un todo dinámico (el término “dinámica de grupos” se lo debemos a él) en el que la persona encuentra determinadas facilidades y dificultades o barreras, y donde las necesidades de la persona deben encontrar su ajuste y acomodo con las necesidades propias del grupo.

Lewin llevó a cabo e inspiró numerosas investigaciones sobre grupos de muy diversa índole, pero tal vez sea la realizada en colaboración con sus discípulos Ronald Lippitt y Ralph White sobre el efecto del liderazgo en el “clima social” del grupo la que haya alcanzado mayor repercusión (Lewin, Lippitt y White, 1939; Lippitt, 1940). Los grupos de este estudio estaban formados por niños de 10 años a los que se les reunía para realizar una serie de actividades bajo la dirección de un adulto de acuerdo con tres estilos distintos de liderazgo: “autocrático” (centrado en el líder), “democrático” (centrado en el grupo) y “laissez faire” (liderazgo no directivo). Los resultados mostraban que, en comparación con los grupos dirigidos democráticamente (los preferidos para la mayoría de los niños), en los de liderazgo autocrático disminuía la iniciativa de los miembros del grupo, en tanto que aumentaba en ellos, en cambio, su agresividad; los grupos “laissez faire”, por su parte, ponían de manifiesto una insatisfacción y falta de objetivos en sus miembros que no se daba en los grupos democráticos. Estudios como este contribuyeron a reafirmar a Lewin en sus ideas sobre la superioridad de la democracia sobre las dictaduras.

Muy comprometido socialmente, Lewin impulsó también un movimiento de “investigación-acción”, como se le ha llamado, orientado a promover el cambio social desde la investigación experimental de problemas sociales relevantes como la discriminación racial o la igualdad de oportunidades. Un conocido estudio representativo de este enfoque fue el realizado por sus discípulos Deutsch y Collins en 1951, en el que se comparaban las actitudes raciales resultantes de alojar familias de raza negra y blanca en los mismos bloques de viviendas o de alojarlas en bloques separados. Los resultados mostraron que la integración daba lugar a actitudes sociales más positivas y de mayor aceptación que la segregación, que daba lugar a más prejuicios y resentimientos (Deutsch y Collins, 1951). En este y otros estudios de “investigación-acción”, la investigación experimental se llevaba a cabo en escenarios y situaciones reales, muy alejadas por tanto del artificio habitual de los experimentos realizados en el marco del laboratorio académico.

A pesar de las difíciles circunstancias en que hubo de desarrollarse su carrera, marcada –como la de buena parte de la de los psicólogos de la escuela- por la persecución, la guerra y el exilio, Lewin consiguió rehacer su vida con éxito en el continente americano, donde se rodeó de discípulos, colaboradores y seguidores (León Festinger, Dorwin Cartwright, Ronald Lippitt, Roger Barker...) que han otorgado a sus ideas, sobre todo en lo referente a la psicología social, una proyección y una influencia difícilmente exagerables. Sus contribuciones han pasado a formar parte así, de forma duradera, a de la psicología de nuestros días.

Desde el Instituto Psicológico de la Universidad de Berlín, bajo la dirección de Wolfgang Köhler, y a través de las páginas de la revista Psychologische Forschung, que fundaron Koffka, Köhler, Wertheimer, junto a K. Goldstein y H. Gruhle en 1921, la escuela de la Gestalt llegó a ejercer una poderosa influencia crítica y sistemática en la psicología de todo el mundo. A partir de los años 30, sin embargo, su estrella comenzó a declinar. Dispersados por obra del exilio, sus principales representantes se vieron obligados a instalarse en universidades norteamericanas que carecían de programas de doctorado y no permitían, por tanto, la formación de investigadores que continuaran su estela (con la posible excepción de Kurt Lewin, que, por lo demás, nunca pretendió mantener espíritu alguno de “escuela”). Tampoco sus ideas, profundamente imbuidas de cultura alemana, consiguieron arraigar en el medio cultural americano, que les era ajeno y en buena medida hostil. Con todo, muchas de ellas lograron abrirse camino de modos diversos en distintos ámbitos de la psicología hasta llegar a formar parte de la cultura psicológica “oficial”.

Así ha sucedido, por ejemplo, con las investigaciones sobre la percepción y las leyes de la organización perceptiva, hoy presentes en todos manuales generales de la disciplina; o con los experimentos de Köhler sobre la inteligencia de los chimpancés, que constituyeron un hito en la psicología del aprendizaje. Por otra parte, la insistencia de los gestaltistas en hacer de la experiencia consciente el punto de partida y de llegada de la investigación psicológica ha contribuido a que su estudio se haya podido mantener como problema legítimo de la psicología, pese a los esfuerzos de algunos conductismos por minimizar su relevancia para la ciencia de la conducta. Y no puede dejar de señalarse que precisamente los neoconductistas se vieron obligados a modificar su definición de conducta y a prestar mayor atención a las variables internas del organismo por efecto de la crítica gestaltista al asociacionismo (el caso más claro de “contaminación” gestaltista del conductismo en este sentido es, como veremos en el capítulo próximo, el del neoconductista E. C. Tolman). La psicología cognitiva, a su vez, ha reconocido en las investigaciones de los psicólogos de la Gestalt sobre la percepción y pensamiento uno de sus antecedentes más inmediatos, si bien en ocasiones ha tendido a sobrevalorar o deformar en cierta medida esa influencia (Wertheimer, 1991). Señalaremos por último el enorme estímulo que la noción típicamente gestáltica de “isomorfismo” ha proporcionado al desarrollo de la biopsicología.

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