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Sin duda, la historia y el presente del psicoanálisis están totalmente ligados a la figura de Sigmund Freud. Como parte de una misma entidad, personaje y obra parecen suscitar al unísono opiniones extremas en todos los sentidos, despertando por igual agrias críticas y encendidas apologías.

Hasta cierto punto, fue el propio Freud quien promovió la estrecha relación entre su biografía y su obra, condicionando las interpretaciones posteriores de su actividad intelectual. Un episodio crítico a ese respecto fue el autoanálisis que Freud acometió en 1896. Ese año, aquejado él mismo de síntomas de angustia y depresión, decidió analizar su propia infancia con la ambiciosa intención de descubrir la raíz de sus propios problemas y complejos. Como consecuencia de ello, sentaría las bases fundamentales de la teoría psicoanalítica.

Para algunos, habrían sido precisamente las revelaciones del autoanálisis —sobre todo la compleja relación afectiva que habría mantenido con sus padres— lo que habría evitado que los deseos personales de Freud interfirieran en la objetividad y rigor de su propuesta. Por ello, sus más entusiastas defensores han querido ver en el autoanálisis un episodio ejemplar; un esfuerzo y sacrificio mesiánico que Freud realizó en beneficio de la ciencia y la propia humanidad (Jones, 1953-1957/2003; Anzieu, 1959).

Para otros, sin embargo, el autoanálisis es un episodio pretencioso a partir del cual Freud trató de elevar una reflexión sobre circunstancias muy personales a la categoría de verdad universal y científica (Breger, 2001; Leahey, 2005; Onfray, 2011). De hecho, no son pocos los ejemplos en los que Freud promovió una versión casi mítica de la fundación del psicoanálisis vinculada a su propia biografía (ver, por ejemplo Freud, 1914/1972 y 1924/1974). También en esta línea, se ha llamado la atención sobre el hecho de que Freud sobredimensionara sus éxitos terapéuticos reales y destruyera selectivamente documentación y correspondencia personal (Ferris, 1998; Breger, 2001). Como él mismo reconoció en alguna de las cartas que escaparon de la quema, era muy consciente de que la transcendencia pública de su obra psicoanalítica estaría llamada a recibir la atención reconstructiva de los historiadores futuros. Sin duda, su intención era legarnos un buen material hagiográfico.

Ante este panorama cabe realizarse al menos dos preguntas. En primer lugar, por qué Freud, independientemente de la meticulosidad de los historiadores, no ha logrado su objetivo de convertirse en un «héroe» de la ciencia, acercándose, en muchos casos, a la condición de «villano». En segundo lugar, y más importante aún, cabe preguntarse si, en consecuencia, el psicoanálisis sólo puede ser entendido como una vía muerta o, directamente, una farsa en el desarrollo de nuestra disciplina. El objetivo de este capítulo es ofrecer claves que permitan replantearse estas cuestiones de manera más adecuada, contextualizarlas y repensarlas atendiendo a la complejidad de la cuestión tratada.

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