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Tal es la influencia sobre el estado de salud de los estereotipos relativos a la edad entre los mayores que el 11 Plan Internacional de Acción sobre Envejecimiento (Naciones Unidas, 2002) establece, en su Dirección Prioritaria 3, la lucha contra los estereotipos negativos sobre la vejez y el envejecimiento. De la misma manera, la Organización Mundial de la Salud (OMS, 1989, 2002) resalta la importancia de promocionar, tanto entre profesionales de la salud como en cuidadores de personas mayores, el rechazo a los estereotipos asociados con el envejecimiento, ya que éstos mantienen un valor patogénico sobre la salud de los mayores a través de un proceso de profecía autocumplida.

Por otra parte, la investigación ha puesto de manifiesto que los estereotipos sobre el envejecimiento o creencias sobre los efectos de la edad en las personas mayores como categoría social, se interioriza progresivamente y los individuos terminan por aplicárselos a sí mismos. Levy, Slade, Kunkle y Kla_ (2002) describen perfectamente este proceso. En primer lugar, los niños desde edades relativamente tempranas han aprendido los estereotipos sobre la edad, y generarán expectativas sobre su propio proceso de envejecimiento. De esta forma, desde la infancia se aceptarán los estereotipos sobre los mayores sin cuestionar su validez (Perdue y Gurtman, 1990). Sin embargo, el problema se producirá cuando se alcance la edad necesaria para ser categorizados como miembros de este grupo. Cuando se llegue a esa situación, esos estereotipos ya serán auto-relevantes para el individuo, que comenzará a aplicárselos. Por ejemplo, frases como «yo ya no tengo edad» son muy comunes entre los mayores. Sin embargo el aspecto más importante es que las personas mayores poseerán menos habilidades para amortiguar e impacto de los estereotipos negativos que las que tendrían otros grupos de edad (Giles, Fax y Smit 1993; Levy y Langer, 1994). Como consecuencia de este proceso, los individuos modificarán sus percepciones del propio envejecimiento para ajustarlas al estereotipo, lo que les acarreará cambios conductuales y consecuencias tanto psicológicas como sobre su estado de salud física.

Del estudio sobre «El uso del Tiempo» desarrollado por el ClRES en 1996, realizado sobre una muestra representativa de 1200 españoles mayores de 18 años, se analizaron 15 ítems sobre los que se obtuvieron diferencias estadísticamente significativas por tramos de edad. Concretamente, entre los intervalos de 18-36, 37-65 y de 65 en adelante. En la tabla 7.2 se exponen los resultados para estos 15 ítems.

Tabla 7.2. Media de tiempo semanal dedicado a cada una de las actividades de ocio por tramo de edad, y correlaciones de tiempo empleado en cada actividad con la edad de los participantes.

Nota: El intervalo de respuesta analizado varió entre 0 (nada) y 6 (de 5 a 8 horas). Una mayor puntuación indica un mayor número de horas dedicadas semanalmente a la actividad.

** p < .01

  18-36 37-65 Más de 65 r**
Dormir siesta .55 .70 .97 .08
Descansar sin hacer nada 1.85 1.80 2.90 .15
Transporte o desplazamiento 1.00 .87 .54 -.12
Pasear 1.46 1.72 2.08 .10
Ver televisión o radio 3.44 3.88 4.07 .15
Tomar copas 2.08 .80 .42 -.38
Ir a restaurantes .44 .17 .07 -.15
Ir al cine o teatro .32 .06 .00 -.17
Ir a oír música .32 .08 .13 -.13
Ir a bailar .76 .09 .10 -.27
Leer libros .93 .69 .46 -.15
Relaciones sexuales .85 .65 .26 -.17
Hablar por teléfono .73 .61 .51 -.09
Prácticas religiosas .12 .30 .48 .16

En la columna final de la tabla se han recogido los coeficientes de correlación de Pearson entre horas semanales de ocio dedicadas a cada actividad y la edad de los participantes. Como puede observarse, existe un grupo de conductas cuya frecuencia decrece con la edad, es decir, es más probable que sean exhibidas por personas de menor edad (ej. tomar copas o ir a bailar), por lo que tienen coeficientes de correlación negativos. Mientras que otras conductas, con coeficientes positivos, es más probable que sean exhibidas por individuos de mayor edad (ej. prácticas religiosas o descansar sin hacer nada). Las que fuesen más frecuentes en el grupo intermedio de edad (37-65 años) no mostrarían relaciones estadísticamente significativas.

Por lo tanto, en cuanto al tiempo dedicado al ocio, existen grupos de conductas que es más probable encontrar en determinadas franjas de edad. Debido a esa mayor frecuencia, la probabilidad de asociación a uno u otro grupo será mayor, y ese tipo de conductas pasarán a formar parte de los aspectos descriptivos de los estereotipos de edad.

La cuestión es que estas conductas, más frecuentes en un grupo de edad que en otro, no sólo sirven para describir «qué hacen las personas dependiendo de la edad», sino que adquieren un carácter prescriptivo: «qué deben hacer y qué no». Por ejemplo, imaginemos a una persona mayor de 65 años que cuente que todos los sábados sale a tomar copas, a bailar y que mantiene relaciones sexuales muy frecuentemente. Es decir, que en vez de describirse en función de los estereotipos relativos a su edad lo haga en función de los estereotipos sobre los jóvenes. Seguramente despertará la atención, e incluso el rechazo, por parte de ciertos sectores de la sociedad y, muy probablemente, se tachará a esa persona de «viejo o vieja verde», un calificativo que tiene un carácter marcadamente peyorativo y del que, sin embargo, no existe una aplicación directa en el caso de los jóvenes, para los que lo «natural» y deseable parece que es dedicar su tiempo de ocio a divertirse con conductas como las anteriormente descritas. Como sucede con los estereotipos de género, las conductas estereotipadas asociadas a la edad tienen un carácter descriptivo, basado en lo que las personas de esa edad hacen más frecuentemente, otro prescriptivo y normativo: lo que deben hacer a esa edad.

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