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Según el enfoque evolucionista, las diferencias de sexo en la conducta son adaptaciones que hemos heredado de nuestros ancestros, y se deben, en última instancia, a las distintas fuerzas selectivas que los miembros de cada sexo han debido afrontar a lo largo de nuestra historia como especie, es decir, a la selección sexual (Buss, 1995). De esto se deduce que:

  • No habrá diferencias entre hombres y mujeres en aquellos ámbitos en que ambos sexos han tenido que hacer frente a problemas adaptativos similares (Ej. preferencias por determinados sabores, ...).
  • La mayor parte de las diferencias de sexo presentes en la conducta de los seres humanos se relacionan con la reproducción (Ej. elección de pareja, ...), dado el conflicto de intereses y el distinto modo de invertir en la descendencia característicos de cada sexo, según postula la teoría de la inversión parental de Trivers.

Por su parte, las teorías de corte más socio-cultural atribuyen las diferencias de sexo a factores como la socialización o la distribución de roles y de poder dentro de la sociedad. Por ejemplo, la teoría de los roles sociales de Eagly y Woods propone que son las expectativas y las habilidades asociadas a los distintos roles desempeñados por hombres y mujeres las que explican sus diferencias en la conducta social. La asignación diferencial de roles no es arbitraria, sino que responde a una división del trabajo, motivada por la necesidad de cooperación entre los miembros del grupo para la supervivencia.

Una de las predicciones de este modelo es que, a medida que la asignación de roles se haga más igualitaria, las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres irán desapareciendo gradualmente.

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