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La lectura requiere unos procesos similares a los empleados en el lenguaje oral, ya que el objetivo que persigue es el mismo: comprender un mensaje a partir de unos estímulos físicos que llegan a nuestros sentidos.

No obstante, las variables determinantes del reconocimiento de palabras en una y otra modalidad son distintas.

Así, en el lenguaje oral, la variable más determinante de la rapidez en el reconocimiento de las palabras es el punto de unicidad, pues cuanto antes se diferencie una palabra del resto, antes se reconoce. En el reconocimiento de palabras escritas, las variables más influyentes son la frecuencia de uso y la edad de adquisición.

De esta forma, la prosodia y los gestos del hablante son componentes importantes en la comprensión oral, aparte de que hablante y oyente están haciendo referencia constantemente al contexto. En el lenguaje escrito, el lector tiene que interpretar la prosodia a través de los signos de puntuación y construir el contexto, sobre la base de hacer muchas inferencias acerca de lo que aparece en el texto y de aportar mucha información de sus propios conocimientos.

El lenguaje escrito es una adquisición reciente , no habiendo transcurrido tiempo suficiente para que pueda programarse en nuestros cerebros, por lo que se utilizan mecanismos cerebrales que estaban destinados a otras actividades, como el reconocimiento de los objetos y las caras.

Por otra parte, y aunque el campo visual es muy amplio (casi 180°), la agudeza visual se limita a una franja muy pequeña, la zona de la fóvea en el centro de la retina, que ocupa sólo un tercio, permite ver unas 10 o 12 letras (dos palabras cortas o una palabra larga), mediante saltos bruscos denominados movimientos sacádicos.

Durante los períodos de fijación se puede extraer la información de las palabras accediendo a su significado y pronunciación.

Así, los saltos hacia atrás son más abundantes en los lectores inexpertos o con dificultades.

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