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En el estudio del discurso surgen los fenómenos de coherencia, las inferencias y los modelos de situación.

Coherencia

Un texto es, una estructura organizada que proporciona al lector indicios o pistas útiles para construir el significado, como las propias palabras seleccionadas en cada oración, el orden de las oraciones y, sobre todo, los denominados marcadores de cohesión: las anáforas y los conectores que indica al lector que las oraciones sucesivas del texto incluyen algún concepto mencionado previamente (Correferencia).

La coherencia depende tanto de las características del texto (estructura, marcadores de cohesión) como de la actividad del lector.

Tom Givón suele distinguir entre coherencia local (guiada por marcadores de cohesión como anáforas y conectores) y coherencia global (vínculos temáticos entre contenidos muy separados).

Inferencias

Las inferencias completan la información del texto recuperando contenidos de la memoria basados en los conocimientos semánticos y pragmáticos del mundo.

La lectura habitual es un proceso continuo que se desarrolla a gran velocidad (unas 250-400 palabras por minuto) en la que el lector no tiene tiempo ni recursos suficientes para generar todas las inferencias potenciales que sí puede generar al leer en voz alta.

Así, Mckoon y Ratcliff plantean una hipótesis minimalista sobre las inferencias según la cual, los lectores realizan muy pocas inferencias de forma automática y sólo se producen inferencias entre cláusulas u oraciones consecutivas, que están coactivadas en la memoria de trabajo.

Las inferencias globales, que combinan contenidos distantes en el texto, quedan descartadas.

No obstante, parece improbable que la gente no realice al menos algunas inferencias globales pero sí es cierto que el lector no realiza todas las inferencias posibles en línea.

La hipótesis construccionista de Graesser, Singer y Trabasso propone que los lectores de narraciones construyen en línea y de forma automática inferencias explicativas para interpretar los sucesos y acciones donde infieren las motivaciones de los personajes, sus metas e intenciones, sus emociones y las causas o consecuencias de los obstáculos tanto físicos como sociales. Las inferencias de los lectores no son muy diferentes de las que se realizan en situaciones cotidianas, aunque en menor medida.

Graesser y sus colaboradores consideran que los lectores no infieren, al menos de forma sistemática o automática, los detalles visuales del entorno espacial, de los objetos o de los personajes, ni los procedimientos específicos de las acciones. Suele distinguirse entre inferencias puente e inferencias elaborativas.

Las inferencias puente son necesarias para establecer la coherencia local entre dos cláusulas consecutivas; por ejemplo, cuando leemos: “El sol empezó a calentar. El muñeco de nieve empezó a derretirse”.

Calvo y Castillo realizaron un experimento con dos grupos de participantes que se diferenciaban en un rasgo de ansiedad, medido a través de un cuestionario estándar.

Algunos textos presentaban un contexto amenazante y otros eran textos de control.

Así, se observó que en los individuos de baja ansiedad el tiempo de nombrado de la palabra de prueba no se diferenciaba en los contextos amenazante y de control, lo que indica que no realizaron inferencia alguna.

En cambio los individuos ansiosos respondieron más rápido en el contexto amenazante, demostrando que habían hecho una inferencia y, por lo tanto, un rasgo de personalidad afectaba a los mecanismo de comprensión del lenguaje.

Las inferencias elaborativas no son necesarias para establecer la coherencia local, sino que serían una actividad en cierto modo superflua del lector (“Pedro está comiendo sopa en el vagón restaurante cuando acercaba cuidadosamente la cuchara a la boca, el tren frenó bruscamente”).

En relación con el curso temporal de las inferencias, también existen diversas propuestas.

De modo general, suele hablarse de inferencias proactivas, que son las que ocurren de forma anticipada en el curso de la lectura, e inferencias retroactivas, que ocurren hacia atrás, con el fin de establecer la coherencia local entre las partes del texto que acabamos de leer.

A grandes rasgos, las inferencias proactivas suelen ser de carácter elaborativo, mientras que las inferencias retroactivas son habitualmente inferencias puente.

Niveles de representación

Durante la comprensión del discurso el lector genera al menos tres niveles de representación:

  1. La forma superficial, que es una representación exacta de las palabras, sintagmas y estructuras sintácticas del texto.
  2. El texto base, que retiene los conceptos y las relaciones semánticas, con independencia de las palabras.
  3. El modelo de situación. Representaciones que guardan más parecido con una experiencia que con las características gramaticales o estructurales del propio texto.

Modelos de situación

Los modelos de situación son representaciones de patrones de información singulares o únicos, a diferencia de los esquemas o guiones (scripts), que son conocimientos semánticos, de carácter genérico.

Los procesos de cambio conceptual o de cambio de esquemas son lentos, pues se distribuyen a lo largo de días, meses o años. En cambio, los modelos de situación se actualizan o “ponen al día” en fracciones de segundo, al tiempo que se procesa la propia situación cambiante.

Además, mantienen cierto isomorfismo con las propias situaciones representadas y se diferencian, en cambio, de la estructura del texto superficial (lineal, sintáctica) o del texto base.

Algunos autores consideran que los modelos de situación son representaciones corpóreas, de modo que retienen aspectos propios de nuestra interacción sensoriomotora con las situaciones. En su versión más extrema, los planteamientos corpóreos proponen también un isomorfismo neurológico.

La composición interna de los modelos de situación se reduce a la combinación de unas cuantas dimensiones básicas. Así, las dimensiones kantianas del tiempo, el espacio y la causación están implícitas en prácticamente todos los modelos de situación.

La teoría de Van Dijk y Kintsch que aun defendiendo la existencia de modelos de situación, no consideran que éstos sean corpóreos sino que utilizarían el mismo formato proposicional que el texto base.

Otros autores sin embargo, apuestan por representaciones simbólicas defendiendo que toda la información del discurso se representa en forma de proposiciones.

Según Kintsch, las proposiciones son simplemente esquemas predicado-argumento que subyacen al texto superficial, con el formato general.

Las proposiciones de un texto son correferentes, es decir, comparten argumentos; además, suelen tener una relación jerárquica entre sí, de modo que un argumento de una proposición puede ser a su vez una proposición (P).

Así, cuanto mayor es el número de proposiciones implícitas en las oraciones, mayor es el tiempo de lectura, con independencia del número de palabras.

La adecuación de las proposiciones a diferentes paráfrasis indica que las proposiciones no se limitan a reproducir el texto mismo, sino que abstraen las relaciones conceptuales subyacentes. Respecto al modelo de situación, la validez de las representaciones proposicionales está menos clara.

Kintsch considera que los modelos de situación se codifican en forma de proposiciones.

Aunque los argumentos de una proposición son generalmente conceptos genéricos, las proposiciones pueden reflejar también ejemplares concretos de un concepto, utilizando un artificio notacional.

En cuanto a las investigaciones sobre modelos de situación la dimensión espacial fue la más investigada inicialmente en el ámbito de los modelos de situación ya que es sencillo elaborar textos experimentales en los que la estructura superficial difiere totalmente de la estructura espacial de la situación a la que se refieren.

En el estudio clásico de Glenberg, Meyer y Lindem, los participantes leían breves textos en los que un personaje realizaba una serie de acciones que incluían una frase crítica que establecía una asociación espacial entre el personaje y un objeto (“se puso la camiseta”) o bien una disociación entre ellos (“se quitó la camiseta”).

Se presentaba una palabra de prueba (camiseta) referida al objeto asociado o disociado en la oración crítica de forma que, los lectores debían identificarla como perteneciente o no al texto.

Así, se observó que cuando la palabra de prueba se presentó inmediatamente, no hubo diferencias significativas entre la versión asociada y la disociada, ya que en ambos casos la forma superficial de la oración está todavía activa en la memoria mientras que, cuando se introdujeron una o dos oraciones de relleno, la forma superficial se desvanece y se observa una clara ventaja de la versión asociada sobre la disociada.

Por otra parte, los modelos de situación espacial se elaboran con poco detalle en línea, lo cual coincide con la teoría constructivista de las inferencias mencionadas con anterioridad.

En cuanto a la dimensión temporal, una estrategia muy común del lector u oyente es aplicar el principio de iconicidad temporal. Generalmente se asume que el orden de las cláusulas y oraciones corresponde al orden cronológico de los eventos en el mundo narrativo (“El vigilante abrió la puerta, miró alrededor y preguntó si había alguien” vs “El vigilante preguntó si había alguien, miró alrededor y abrió la puerta”).

El principio de iconicidad fuerte asume, además, que los sucesos descritos ocurren de forma continua, sin ningún lapso de tiempo entre ellos.

Además, el lenguaje dispone de recursos léxicos y gramaticales para expresar diversos matices temporales mediante adverbios y locuciones adverbiales.

En los estudios de temporalidad de los modelos de situación desarrollados por Zwaan se presentaban a los lectores micro textos que incluían una locución adverbial que indicaba continuidad (un momento después) o diferentes grados de distancia temporal (una hora después, un día después) entre los eventos (“Jaime se volvió hacia su ordenador y empezó a teclear. Un momento después sonó el teléfono. Una hora después sonó el teléfono. Un día después sonó el teléfono”).

Se demostró que tanto los tiempos de lectura como la medida de activación fueron más rápidos cuando el adverbio indicaba continuidad, ya que el lector aplica el principio de iconicidad integrando el nuevo evento en la situación. En cambio, los adverbios que indicaban discontinuidad temporal produjeron lecturas y respuestas más lentas, lo cual sugiere que el lector deja de aplicar la iconicidad, introduciendo un cambio temporal. Así, no existieron diferencias entre la discontinuidad breve (una hora después) y la discontinuidad larga (un día después) que implica un cambio de escenario.

Carreiras, Carriedo, Alonso y Fernández utilizaron un paradigma de activación para valorar cómo el aspecto verbal puede modular la accesibilidad de los conceptos en la lectura presentando a los individuos breves textos que describían un evento en forma perfectiva o imperfectiva.

Los resultados mostraron que el nombre del personaje inicial (Juan) era más accesible en la versión imperfectiva o progresiva que en la perfectiva cuando la palabra de prueba se presentaba inmediatamente y cuando se presentaba después de 1 ó 2 frases de relleno.

Así, se descubrió un efecto análogo al que encontraron con la asociación y disociación espacial.

Por otra parte, algunos estudios han tratado de verificar si, en efecto, los lectores son capaces de mantener la perspectiva emocional de los personajes de una narración.

Así, las oraciones con contenido emocional están asociadas a simulaciones en las que intervienen incluso las expresiones faciales.

Por su parte, el primer trabajo sobre la comprensión de emociones en el discurso fue desarrollado por Gernsbacher, quien presentó a los participantes pequeñas historias en las que el protagonista se encontraba en una situación inductora de una emoción de forma implícita.

Tras recibir el contexto inductor de la emoción, algunos participantes leían la oración con una emoción coherente con el contexto, y otros leían la oración con una emoción incoherente. Los tiempos de lectura fueron más rápidos en la versión coherente que en la incoherente, indicando que en el transcurso de la lectura de narraciones, y como parte del modelo de situación que el lector construye, se activa inmediatamente una representación del estado emocional de los protagonistas.

Además, no parece guiada por la presencia de etiquetas emocionales, sino que formaría parte de la comprensión de la cadena de acciones, metas y relaciones entre los personajes que constituyen una narración. Así, Sanford, Moar y Garrod investigaron cómo los lectores asignan diferente importancia narrativa a los personajes. El lector elige la perspectiva del protagonista y le dedica una atención preferencial. De esta forma, el protagonista no está ligado a un escenario particular en la narración, mientras que los personajes secundarios son dependientes de escenario.

Los lectores también utilizan las relaciones de estatus entre los personajes para interpretar oraciones ambiguas.

Las peticiones indirectas convencionales se comprenden inmediatamente cualquiera que sea el contexto interpersonal, pero los comentarios negativos son muy ambiguos y el lector aplica su conocimiento pragmático de las relaciones de estatus para interpretarlos.

Vega, Díaz y León estudiaron la capacidad de perspectivismo mental de los lectores en narraciones breves.

Kidd y Catano realizaron varios experimentos con grupos de participantes igualados en conocimientos literarios. Algunos grupos recibieron una narración literaria, otros recibieron una narración popular (best-seller) y otros un texto expositivo.

Después de leer el texto asignado respondieron al Test de lectura de mente a partir de los ojos (RMET), un test que mide la capacidad de evaluar los estados afectivos de los demás a partir de fotografías en las que solo se muestran los ojos de un rostro.

Así, se observó que los sujetos que leyeron la narración literaria puntuaron significativamente más alto que los que leyeron la narración popular.

Teorías corpóreas de la simulación

Por su parte, las teorías corpóreas del significado se ajustan muy bien a las características de los modelos de situación, defendiendo que las representaciones son simulaciones sensoriomotoras, análogas a la experiencia, es decir, representaciones concretas, modales y analógicas.

También proponen que el lenguaje está anclado en el mundo. Es decir, que los mismos mecanismos perceptivos, motores y emocionales del cerebro, empleados en la construcción de la experiencia real participan, en cierto grado, en el procesamiento del significado lingüístico.

Según el enfoque corpóreo, el significado consiste en la simulación mental (o neuronal).

Las teorías corpóreas del significado no están formalmente tan bien articuladas como las que se basan en proposiciones.

Además, existen aproximaciones híbridas que postulan que las representaciones del significado utilizan formatos múltiples, tanto simbólicos como corpóreos.

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