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Inicialmente la motivación se consideró como un impulso instintivo para corregir ciertos estados de privación. Pero, conforme se avanza en su estudio y se aplica específicamente al ser humano, se pasa a estudiar cómo se encuentra cognitivamente motivado para llegar a alcanzar ciertas metas.

Así el componente subjetivo (=motivación), por un lado, y los incentivos externos, por otro, van a determinar el comportamiento.

La motivación es el motor de la acción, en el sentido que dirige, energiza e instiga a la conducta, mientras que el aprendizaje nos enseña a dar la respuesta adecuada. Cuando la acción se encuentra guiada por estímulos externos, se habla de motivación extrínseca (ME), porque esos estímulos determinan que se aprenda esa conducta, mientras que si la acción no se encuentra determinada por el ambiente, entonces se habla de motivación intrínseca (MI).

La principal diferencia entre ME y MI es la fuente de la que surgen (intrínsecamente la motivación emana de fuentes internas y extrínsecamente surge de los incentivos) y se consideran dos dimensiones separadas que pueden tener distintos niveles dependiendo del momento, de la actividad y de la persona. Así, un mismo comportamiento puede tener ME para algunas personas, y MI para otras.

La investigación sobre la ME surgió de los planteamientos conductistas de Skinner sobre el papel del refuerzo en la conducta y, posteriormente desde la teoría del incentivo de Dickinson, se incorporaron los aspectos cognitivos (la interacción entre estados emocionales y expectativas cognitivas, esto es, entre consecuencias y el valor de éstas para el sujeto).

Los estudios sobre la MI consideran que el hombre se encuentra intrínsecamente motivado para saber sobre su entorno, por lo que su nivel de MI correlacionará positivamente con su aprendizaje, sus logros y su percepción de competencia.

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