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Coherencia comportamental

La personalidad presenta una notable estabilidad a lo largo de la vida, sobre todo cuando se analiza en términos de diferencias individuales, pero también en términos absolutos, pues aunque ciertamente se producen cambios, estos suelen ser de pequeña magnitud.

Esta estabilidad de la personalidad no siempre se traduce en estabilidad comportamental. La conducta del individuo puede variar de un momento a otro y de una situación a otra. Sin embargo, seguimos identificándonos como la misma persona, continuamos aceptando las diversas expresiones conductuales como propias, y los demás siguen reconociéndonos como la misma persona pese a la variabilidad conductual.

Para entender esta cuestión hay que tener presentes 3 datos:

  1. El mismo concepto de personalidad se asienta sobre la existencia de continuidad en la conducta. La personalidad hace referencia a la existencia de patrones regulares de conducta, en base a los cuales se define característica y diferencialmente a cada individuo.

  2. La existencia de regularidad y continuidad en la conducta es un factor decisivo para el desarrollo y mantenimiento del sentimiento de propia identidad. Uno se define a sí mismo a partir de la observación de su conducta en diversas situaciones, pero para que esta observación le permita elaborar una imagen armónica de sí mismo, es preciso poder establecer nexos de continuidad entre unas manifestaciones conductuales y otras

  3. La existencia de patrones regulares de conducta parece una condición importante para poder anticipar y predecir la propia conducta y la de los demás, propiciando el desarrollo de conducta adaptativa.

Lo definitorio de la conducta de un individuo es la presencia de perfiles estables de covariación situación-conducta, que permite predecir la conducta en términos de relaciones de contingencia, que identifican las condiciones y circunstancias en que es más probable la ocurrencia de uno u otro tipo de conducta.

La personalidad de un individuo se expresa a nivel conductual en el patrón particular con el que sus conductas y experiencias varían en función de la situación de forma sistemática y predecible. La observación del patrón de relaciones de contingencia situación-conducta permite conocer la dinámica de interrelaciones entre procesos cognitivos, afectivos y motivacionales, que configura su personalidad.

Estas relaciones de contingencia identifican la relación de codependencia existente entre características de la situación, contexto o circunstancias en que se encuentran la persona y la forma específica de conducta con que responde a las mismas. La presencia de contingencia entre situación (externa o interna) y conducta puede indicarse mediante expresiones conectivas (por ejemplo si… entonces…) mediante las que se establece la asociación entre:

  • la conducta y alguna situación o circunstancia externa ó

  • la conducta y algún estado interno del individuo

Las reglas condicionales recogen la variabilidad situacional y explican la plasticidad y variabilidad discriminativa observables en la conducta.

Lo que caracteriza a la personalidad es precisamente esta flexibilidad adaptativa, asociada a la capacidad discriminativa del ser humano, que se traduce en patrones de estabilidad y variabilidad. Patrones que se van consolidando y estabilizando a partir de las experiencias por las que cada uno va pasando en el curso de su desarrollo, introduciendo coherencia en el comportamiento, que varía de un contexto a otro, pero no de forma arbitraria y errática, sino de forma pautada y predecible.

El comportamiento es esencialmente discriminativo y cambia en función del modo en que el individuo perciba la situación, valore los recursos de que dispone para hacerle frente y pondere las consecuencias esperables de las distintas alternativas de respuesta con las que cuenta. La conducta puede cambiar en función de la decisión que tome la persona acerca del tipo específico de conducta que espera le proporcionará el mayor ajuste posible entre:

  • sus competencias, necesidades, valores y proyectos

  • las demandas de la situación

La conducta es coherente en la medida en que siempre responde a la interacción que en cada ocasión y circunstancia se establece entre características del individuo (expectativas, necesidades, emociones, valores, metas…) y requerimientos específicos de la situación. Una persona se comportará de forma similar en una u otra situación cuando el balance de la interacción persona-situación sea semejante. En cambio, es esperable que la conducta cambie en la medida en que cambien los elementos que entran en interacción o el balance final de la misma.

El comportamiento muestra un patrón de estabilidad y variabilidad que no es errático sino coherente.

Implicaciones para el conocimiento de la personalidad

El conocimiento del perfil de conducta que caracteriza a una persona permite identificar las razones de su comportamiento que puede variar de unas situaciones a otras pero que al mismo tiempo guarda una lógica y coherencia internas que lo hacen predecible.

La observación sistemática del patrón de estabilidad y cambio que caracteriza la conducta de una persona, permite conocer más profundamente el sistema de interrelaciones entre procesos psicológicos que define su personalidad. La observación de los cambios de conducta según la situación, puede permitir identificar qué procesos psicológicos están implicados en cada caso, qué busca satisfacer el sujeto, cómo percibe la situación, a qué configuración estimular está respondiendo.

Implicaciones predictivas y adaptativas

La observación sistemática de la conducta en un rango amplio de situaciones posibilitaría el hacer predicciones de la conducta individual en situaciones específicas. Esta posibilidad existe desde el momento en que tales observaciones de la conducta en distintos contextos permiten conocer el perfil interactivo que el individuo tiende a desarrollar ante determinadas características de la situación.

La diferencia entre estas predicciones “contextualizadas” (en las que el análisis y la predicción de la conducta siempre se hace tomando en cuenta el contexto en que tiene lugar la conducta) y las que podríamos hacer desde la atribución al individuo de un determinado nivel de rasgo, es que en aquellas al individuo se le ha categorizado en base a su perfil estable interactivo, expresado en relaciones de contingencia “situación… conducta” y no en base a características descontextualizadas, que reflejan “promedios” de conducta, pero no la conducta concreta en cada situación específica.

El análisis y valoración de la conducta, la propia y la de los demás, en términos condicionales, en términos de relaciones de contingencia situación-conducta, aporta unas claras ventajas adaptativas. El análisis discriminativo de la conducta, tomando en consideración qué conducta tiene lugar en qué circunstancias y no en otras:

  • introduce una mayor flexibilidad a la hora de interpretar la conducta.

  • nos hace ser más comprensivos porque nos aporta una visión más realista y equilibrada de la conducta y las circunstancias que la rodean.

  • permite anticipar los acontecimientos futuros con mayor relativismo y ponderando con realismo todas las posibles contingencias.

Se tiende a reaccionar emocionalmente de forma más intensa si el fracaso o la experiencia negativa se interpretan como debido a alguna característica propia que uno cree será difícil cambiar que si analizamos tal experiencia tomando en consideración las circunstancias en que se ha producido.

¿Inconsistencia o facilidad discriminativa?

El análisis de la conducta como esfuerzo adaptativo en respuesta a las cambiantes demandas de la situación, permite dar una respuesta a la aparente contradicción existente entre:

  • la variabilidad observable en la conducta individual.

  • la sensación de que por encima de la variabilidad el estilo de comportamiento que nos caracteriza a cada uno tiene coherencia interna.

Cuando observamos nuestra propia conducta o la de otras personas, podemos detectar ciertos elementos comunes que introducen un cierto orden a través de la variabilidad objetivamente existente en el comportamiento desarrollado en situaciones y momentos distintos. Es la detección de este orden lo que permite mantener una imagen continua de nosotros mismos y de las otras personas y anticipar la conducta en ocasiones futuras.

Lo que define y caracteriza a una persona no es el poseer un conjunto de predisposiciones de conducta que se activan de la misma forma en cualquier situación, sino más bien un sistema organizado de competencias, potencial de conducta y procesos psicológicos estrechamente interrelaciones, que se activan diferencialmente según los requerimientos específicos de la situación a la que uno se enfrenta en cada momento.

Ante una situación concreta, el modo en que uno la perciba, desencadenará un estado emocional que junto a las anteriores valoraciones y expectativas, contribuirá a crear el estado motivacional necesario para poner en marcha la conducta más apropiada a la situación de entre aquellas opciones de conducta disponibles en el repertorio conductual que cada uno va adquiriendo a lo largo de su historia particular de aprendizaje.

Si la situación cambiase o variase alguno de los elementos activados en el proceso de afrontarla, la dinámica de interrelaciones entre las competencias, recursos y procesos psicológicos que integran la personalidad puede cambiar significativamente, dando lugar a variaciones en la conducta que las personas presentan en cada caso o circunstancia concretos.

La variabilidad existente en la conducta es expresión genuina de la constante interrelación codependiente existente entre el individuo y los requerimientos situacionales. Por ello, los cambios situacionales observables en la conducta no deben entenderse como muestra de inconsistencia, sino como indicador de la capacidad discriminativa con la que el ser humano dirige y regula su conducta.

La variabilidad observable en el comportamiento debe entenderse como expresión del esfuerzo adaptativo que realiza el individuo al encarar cada una de las situaciones y circunstancias que encuentra en su vida diaria. Esfuerzo adaptativo que pasa necesariamente por prestar atención a las peculiares demandas que en cada caso la situación plantea y buscar la respuesta que posibilite el mejor equilibrio posible entre recursos personales y exigencias de la situación.

Una vez reconocida la presencia de cambios en la conducta, la sensación de que existe coherencia en nuestra conducta se debe a que:

  1. el sistema de interrelaciones existente entre los distintos elementos que configuran la personalidad, se va estabilizando en el curso del desarrollo vital de cada persona, se van estableciendo patrones cada vez más estables de activación e inhibición entre estos elementos, facilitando la creciente estabilidad con que percibimos y reaccionamos a las situaciones y problemas que encontramos en nuestra vida cotidiana.

  2. cuando uno se enfrenta a una situación, no lo hace prioritariamente en base a sus características físicas y objetivas, sino más bien en función de la recreación que uno hace de la misma al percibirla y valorarla de una determinada forma, pero no analizamos la situación usando criterios distintos y diferenciados para cada situación, sino que nos servimos de una serie limitada de criterios que determinan que diversas situaciones compartan alguno o varios de estos criterios, convirtiéndose de esta forma en funcionalmente equivalentes.

Tomando en consideración estos 2 aspectos, la progresiva estabilización del sistema que conforma la personalidad y la presencia de equivalencia funcional entre las situaciones, nos permitirá detectar que nuestra conducta ciertamente cambia, a veces drásticamente, de forma insignificante en otras ocasiones, de una situación a otra, pero que, al mismo tiempo, estos cambios no se producen de forma errática o aleatoria.

La presencia de coherencia es lo que hace posible predecir el comportamiento del individuo en situaciones específicas, en la medida en que nos permite conocer ante qué características de la situación se activan unos u otros procesos psicológicos y qué tipo de conductas suelen ir asociadas a la específica dinámica de interrelaciones entre tales procesos psicológicos suscitada en función de las características de la situación.

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