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Desde la perspectiva psicosocial, el carácter más social que ha adquirido la obesidad (ej. no está presente en otras dolencias, como los índices elevados de colesterol o la alopecia) se traduce en tres efectos principales.

El primero de ellos hace referencia a cómo se degrada la salud pública de la población afec­tada; así, es un hecho constatado científicamente que las personas con obesidad presentan una serie de enfermedades asociadas que les impiden gozar de una salud aceptable. En segundo lugar, también es importante reseñar que el tratamiento de la obesidad supone un gasto importante para la Seguridad Social, es decir, esa salud deficiente acarrea una serie de costes al sistema sanitario (del estado del bienestar se espera que asuma el cuidado de las dolencias de los ciudadanos). En tercer y úl­timo lugar, pero no por ello menos importante, hay que citar el problema del prejuicio que al­gunos miembros de la sociedad pueden alber­gar hacia las personas obesas.

Discriminación hacia las personas obesas

Todos los estudios de epidemiología de la obesidad encuentran que las personas obesas tienen un estatus socioeconómico más bajo y también presentan niveles de formación inferiores que las personas con valores del IMC inferiores. ¿Significa esto que las personas con menos dinero y menos formadas tienen más probabilidad de desarrollar sobrepeso? Esta es una explicación verosímil, pero en los últimos años también se ha planteado una respuesta alternativa: las personas obesas tienen un nivel socioeconómico más bajo y menor educación formal debido a los problemas de discriminación que sufren.

Contexto sanitario

Muchas encuestas han puesto de manifiesto que los profesionales sanitarios, tanto médicos (Harveyy Hill, 2001) como enfermeros (Brown, 2006) y estudiantes de medicina (Blumberg y Mellis, 1985) comparten una serie de creencias negativas sobre las personas obesas. Los trabajos citados encuentran que este tipo de profesionales suelen considerar vagos y poco inteligentes a sus pacientes obesos, en la línea del estereotipo social predominante. Por desgracia, se ha encontrado que esta percepción negativa de la persona tiene consecuencias en la práctica clínica. De hecho, algunas investi­gaciones sugieren que determinados médicos, debido a los sesgos que poseen hacia las per­sonas con sobrepeso, pueden estar atendién­dolas de forma menos adecuada. Un buen ejemplo lo proporciona el estudio de Young y Powell (1985), en el cual participaron 1.200 médicos de diversas áreas de especialización.

La mayoría de ellos, aunque eran conscientes de los riesgos de salud de las personas obesas a su cargo, se resistía a iniciar el necesario tratamiento. La razón fundamental de esta negativa era su creencia de que la escasa disposición a colaborar de la persona obesa hacía inútil el tratamiento.

Contexto laboral

La revisión de Roehling (1999) recoge los resultados de investigaciones sobre la discri­minación de las personas obesas en el contexto laboral. Según este autor, existe un estereotipo tan negativo del trabajador obeso (se cree que son más lentos, estúpidos y torpes que el resto de personas) que es prácticamente imposible que la gente con sobrepeso pueda competir en igualdad de condiciones con el resto de personas en el mercado laboral. Se puede afirmar que no hay prácticamente un solo aspecto de este contexto del cual esté ausente la dis­criminación: se comienza por tener problemas en el proceso de selección de personal (Klesges et al., 1990, demostraron que se contrataba menos a las personas obesas); se continúa con la obtención de una remuneración económica inferior (Loh, 1993, demostró que los sueldos eran mucho más bajos); a esto le sigue la ocupación de puestos de inferior categoría (Ball, Mishra y Crawford, 2002, prueban que los tipos de trabajos a los cuales optan son peores), y finalmente se acaba sufriendo mayor tasa de paro (Tunceli, Li y Williams, 2006, encuentran que los obesos carecen de empleo con mayor probabilidad).

Contexto educativo

La investigación ha encontrado que el rechazo hacia las personas obesas comienza a la temprana edad de 2 años (Turnbull, Heaslip y McLeod, 2000). Este rechazo se acaba tra­duciendo en diversas ridiculizaciones por el peso, insultos y menor preferencia para realizar actividades con ellos. Además, también se han constatado casos de prejuicio hacia niños obesos en la escuela y casos de discriminación en el ámbito universitario. Por ejemplo, las per­sonas obesas encontraban (Benson et al., 1980) mayores dificultades para conseguir que un profesor les escribiese una carta de recomendación (una práctica habitual y plenamente aceptada en las universidades estadouniden­ses, que suelen exigir este tipo de referencias antes de admitir a un estudiante en sus cursos).

Más llamativo aún es el hecho de que diversos trabajos (Crandall, 1991 y 1995) han mostrado que los padres de hijas con sobrepeso les pro­porcionan a estas mucho menor apoyo finan­ciero para cursar estudios universitarios que a las hijas con un peso normal, lo cual puede ser un gran impedimento si se tienen en cuenta las tasas de matrícula de las universi­dades estadounidenses.

Consecuencias de la discriminación

La pregunta que cabe plantearse en este momento es la siguiente: ¿en qué medida esta exclusión, a la cual se somete a la persona obesa, influye en la calidad de vida de la persona con sobrepeso? Según la investigación realizada al respecto, las consecuencias para el bienestar de la persona afectada son muy graves y por ello es importante una interven­ ción por parte de la psicología social.

Muchos trabajos establecen una relación entre la discriminación de personas obesas y el descenso en la calidad de vida de las personas con sobrepeso. Por ejemplo, en la investi­gación de Carr y Friedman (2005) se encontró, en una muestra de más de 3.000 participantes estadounidenses, que las personas obesas de tipo II y III (con un IMC a partir de 30 y 35, respectivamente) presentaban niveles de autoaceptación mucho más bajos que las personas delgadas, pero hallaron, y este es el dato importante, que estos resultados estaban media­dos por el número de discriminaciones sufri­das, es decir, lo que estos autores trajeron a colación es el hecho de que las diferencias en autoaceptación no estaban determinadas por el peso en sí mismo, sino por las consecuencias sociales del sobrepeso.

En otro trabajo más reciente (Ashmore, Fried­ man, Reichmann y Musante, 2008) se encontró que el bienestar psicológico está determi­nado, en parte, por las experiencias sociales de discriminación y exclusión. Estos autores aplicaron a un total de 93 personas obesas es­tadounidenses un cuestionario sobre situa­ciones estigmatizantes para la persona con sobrepeso y otro sobre síntomas físicos y psi­cológicos para comprobar si estas dos varia­bles estaban relacionadas. Los resultados indican que las situaciones de rechazo explicaban en torno al 18% de la varianza del estrés psi­cológico (uno de los síntomas medidos por el cuestionario). Por tanto, la discriminación in­cide en el bienestar de las personas aquejadas de obesidad y afecta de forma negativa a la calidad de vida de las personas que conforman este colectivo (Sarlio, Stunkard y Rissanen, 1995). Por esta razón, la psicología social ha centrado sus esfuerzos en tratar de reducir el prejuicio que se manifiesta hacia las personas obesas.

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