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Las respuestas ante el riesgo para la salud pueden percibirse de distintas maneras y ello tiene consecuencias para la conducta de salud.

La medida en que se puede tener una percepción sesgada del riesgo se relaciona con la función adaptativa de estos aspectos sociocognitivos.

Percepción de riesgo para la salud y vulnerabilidad

La percepción de riesgo, entendida como la amenaza potencial de sufrir daño, es uno de los elementos fundamentales, como se ha descrito, en los modelos psicosociales de la conducta de salud (modelo de creencias de la salud y teoría de la motivación por la protección).

Sin embargo, su relación con la conducta de salud no está clara o, al menos, no ha mostrado una amplia coherencia en la mayoría de las ocasiones. Por tanto, aunque en general se encuentran relaciones positivas entre la percepción de riesgo y la conducta de salud, éstas suelen ser pequeñas.

En las revisiones de las aplicaciones de los distintos modelos se han obtenido valores moderados para la relación entre la percepción de la probabilidad de la amenaza (0,05 y 0,15) y la conducta de salud en diferentes trabajos basados en el modelo de creencias de salud (Carpenter, 2010; Harrison, Mullen y Green, 1992) y en la misma relación (de 0,20 a 0,25), en una revisión de estudios en que se aplica la teoría de la motivación para la protección (Floyd, Prentice-Dunny Rogers, 2000). Algo mayores son los valores obtenidos en un metaanálisis entre la probabilidad del riesgo percibido (0,26) y la susceptibilidad percibida (0,24) con la conducta de salud (Brewer, Chapman, McCaul, Gibson y Gerrard, 2007). Se considera que estos valores tan discretos podrían m ejorarse si se refinara la calidad en las medidas que se toman del riesgo, se llevaran a cabo estudios prospectivos en los cuales pudiera probarse que el riesgo motiva el comportamiento de salud y se tuviera en cuenta la importante influencia que pueden tener otras variables intermedias que están afectando esta relación.

Optimismo ilusorio y salud

Uno de los aspectos que pueden intervenir en la relación entre la percepción de vulnerabilidad y el comportamiento de salud es el optimismo, entendido como un sesgo cognitivo.

Es un hecho ampliamente comprobado en psicología social que las personas tienden a infravalorar el riesgo que puede provenir del comportamiento y de su entorno. La primera vez que se observó esta tendencia fue en un trabajo de Larwood (1978), en el cual demostró que la mayoría de las personas de su estudio estimaba que su probabilidad de contraer la gripe era menor que la probabilidad de una persona media (semejante). En esta dirección, Weinstein (1980) introdujo el término optimismo ilusorio, definido como la creencia generalizada de que la probabilidad de que a uno mismo le ocurra un acontecimiento positivo es mayor que la de una persona semejante y que la probabilidad de que le ocurra algún suceso negativo es menor que la de una persona semejante. En ello se distingue entre ilusión de invulnerabilidad u optimismo exagerado y persistente en relación con acontecimientos negativos y optimismo irreal u optimismo exagerado y persistente en relación con acontecimientos positivos. No se trata, por tanto, de una estimación individual del optimismo, como la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable, ya que en este caso sería casi imposible juzgar si el optimismo es realista o no. Sin embargo, cuando en un grupo la mayoría de las personas juzgan que los sucesos futuros propios serán más positivos que los de otra persona semejante del grupo, se puede afirmar que se trata de un sesgo en la percepción o ilusión cognitiva. Por tanto, se trata de un sesgo que manifiestan los individuos, pero que se mide en el dominio grupal (Jansen, Applelbaum, Klein, Weinstein, Cook, Focel y Sulmasy, 2011).

En el otro polo, también se produce el pesimismo ilusorio, referente a la tendencia general a pensar que la probabilidad de que un suceso negativo le ocurra a uno mismo es mayor que la de una persona semejante y menor la probabilidad de que le ocurra un suceso positivo, respecto al mismo tipo de persona. Con todo, parece que es un sesgo inusual (Dolinski, Gromski y Zawisza, 1987; Van derVelde, Van der Pligt y Hooykaas, 1994).

Un aspecto importante y también polémico es la forma de medir este sesgo. Se ha empleado una forma directa, como lo hiciera Weinstein (1980), con una sola pregunta respecto al riesgo propio en comparación con el de una persona equivalente o media en cuanto a un acontecimiento y, de una forma indirecta, mediante dos preguntas separadas en las cuales tienen que estimar su propio riesgo y, después, el de otra persona. Parece que la medida indirecta identifica este constructo con mayor claridad que la directa, pues refleja mejor su definición mientras que la medidas directas arrojan valores más altos de optimismo ilusorio que las medidas indirectas (Price, Pentecost y Voth, 2002; Aucote y Gold, 2005). También se han tenido en cuenta el orden de las preguntas en la forma indirecta (yo/otros), el rango numérico de respuesta y la polaridad de éste. En general se ha encontrado mayor optimismo irrealista al emplear el método directo, con escalas unipolares (Otten y Van der Pligt, 1996), y en las escalas indirectas al preguntar primero por la estimación de la probabilidad propia y, en segundo lugar, por la de otra persona (Codol, 1987; Eiser, Pahl y Prins, 2001; Harvey, French, Marteau y Sutton, 2009). Sin embargo, se ha observado más pesimismo ilusorio al utilizar escalas indirectas y unipolares, que al emplear medidas directas. Por ello se puede afirmar que el método directo y el método indirecto de medir el optimismo ilusorio no son medidas intercambiables. Por el contrario, conducen a resultados diferentes cualitativa y cuantitativamente, lo que demuestra la sensibilidad de este tipo de determinantes psico sociales a los métodos y a su precisión.

Es de resaltar la forma en que se ha aplicado este sesgo a enfermos con diferentes enfermedades, como el virus de la inmunodeficiencia humana o VIH (Bauman y Siegel, 1987; Gerard, Gibbons y Warner, 1991; Hoorens y Buunk, 1991; Schneider, Taylor, Hammen, Kemeny y Dudley, 1991), los problemas cerebrovasculares (Weinstein, 1982; Perloff y Fetzer, 1986; Van der Velde, Hooijkaas, Van der Pligt, 1991; Burger y Palmer, 1992) o los accidentes de tráfico (Dejoy, 1989,1992). Por ejemplo, según algunos resultados, la mayoría de los conductores percibe que tienen más habilidades en la conducción de vehículos que la media y se creen más invulnerables que los demás ante la probabilidad de sufrir un accidente (McKenna y Albery, 2001). Sin embargo, este sesgo no ha surgido de igual manera en relación con las distintas enfermedades o las consecuencias negativas de ellas. Así, Weinstein en varios estudios (1980, 1983, 1984) no encontró ilusión de invulnerabilidad en la percepción de la probabilidad para desarrollar una úlcera, tener cáncer inespecífico o hipertensión.

La aparición del optimismo ilusorio se ha asociado con:

  1. la percepción del control personal de los acontecimientos;
  2. el sesgo egocéntrico provocado por el mejor conocimiento que tienen las personas de sus propias acciones que de las de los demás;
  3. la falta de experiencia, que puede conducir a subestimar la posibilidad de que ocurran esos acontecimientos;
  4. los estereotipos y prototipos que se manejan sobre qué personas tienen más posibilidades de que les ocurran determinados acontecimientos o de padecer ciertas enfermedades y creerse diferente a ellos;
  5. el mantenimiento de la autoestima y autoensalzamiento personal, que induce a pensar y valorar la conducta, estilo de vida y personalidad pro­pios en términos mucho más positivos que los empleados cuando se trata de la conducta de los demás, y
  6. las estrategias de afrontamiento utilizadas en situaciones amenazantes reales o imaginadas para protegerse de la ansiedad y las preocupaciones.

También se ha relacionado con la gravedad del suceso amenazante de forma que se espera mayor optimismo cuanto más importante sea el acontecimiento (Weinstein, 1982, 1983; Van der Pligt, 1995).

Respecto a sus consecuencias, se han identificado algunas, tanto positivas como negativas.

Se ha considerado muchas veces un fenómeno adaptativo, en el sentido de que no se puede estar pensando siempre que van a pasar cosas malas. Desde este punto de vista, estaría actuando como una ilusión cognitiva que ayuda a las personas a percibir el control sobre los acontecimientos y de que se tienen las habilidades para manejarlos, como se tratará más adelante. Con todo, también en trabajos recientes, esta estimación sesgada de la probabilidad de que ocurran ciertos acontecimientos se le ha asociado a ciertas consecuencias negativas para la salud, como un menor conocimiento y atención a la información sobre riesgos y el desarrollo, de hecho, de conductas de riesgo para la salud (Dillard y Midboe, 2009, Jansen et al., 2011) como consecuencia de una autoevaluación excesivamente positiva y de que se tiene el control de la situación (Fig. 10-5).

Algunos trabajos recientes han criticado la existencia generalizada de este sesgo y han puesto en duda la forma de obtenerlo (Harris y Hahn, 2011). En cambio, otros lo constatan y hacen hincapié en lo difícil que resulta predecir sus consecuencias. Por ejemplo, una evidencia del optimismo irrealista se produjo cuando, en una investigación, unas personas con cáncer defendían que ellas tenían más probabilidades de obtener beneficios de un programa de tratamiento oncológico que otros enfermos en sus mismas condiciones (Jansen et al., 2011).

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