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Los años ochenta del siglo pasado significaron un giro en la investigación y teorización de la familia como ámbito de estudio. Las contribuciones en el campo reflejaban intereses cada vez más especializados y hubo mayor proliferación de teorías, con la tendencia general de un alejamiento de la filosofía positivista y reduccionista de la ciencia y de un acercamiento a filosofías pospositivistas o críticas y holísticas en el estudio de la familia. En la actualidad, los marcos conceptuales que se continúan utilizando para el estudio y reflexión sobre la familia configuran un panorama teórico caracterizado por la pluralidad. Lejos de considerar esta diversidad teórica como un síntoma de crisis o desorientación en el campo, esta es un síntoma saludable puesto que, de acuerdo con Cheal (1991) y con los sociólogos del conocimiento, la ciencia puede considerarse un tipo especial de actividad cultural y tal diversidad es un ejemplo del pluralismo cultural en la vida social contemporánea.

Para examinar las diferentes alternativas teóricas en el estudio de la familia, se sigue la clasificación desarrollada en el trabajo de Gracia y Musitu (2000), en la cual se proponen categorías organizativas en función de los asuntos familiares que tratan (estructura, función, sistema o interacción) y del criterio epistemológico (más o menos cercanas al positivismo y al reduccionismo o al pospositivismo y al holismo). Así, la categoría de la familia como interacción aúna aquellas teorías (interaccionismo simbólico, teoría del conflicto y teoría del intercambio) de tradición más microsocial e interaccionista. En la familia como sistema se integra la tradición más holística de las ciencias sociales (teoría del desarrollo, teoría de sistemas y modelos ecológicos). Finalmente, estos autores distinguen una tercera categoría, la familia como construcción social, en la cual se recogen las aportaciones de tradición más pospositivista (fenomenología, etnometodología, teoría crítica y enfoques feministas).

Es necesario señalar que estos últimos acercamientos surgen como reacción a un positivismo basado en la operacionalización de variables y la objetividad del investigador, que se considera insuficiente para comprender la complejidad de la vida familiar y que necesita otras perspectivas, como la hermenéutico-interpretativa y la crítico-emancipadora. Desde la perspectiva hermenéutico-interpretativa, representada fundamentalmente por el análisis etnometodológico, se pretende lograr una comprensión intersubjetiva del objeto de estudio y acuerdos mutuos sobre los significados de lo familiar. Desde la perspectiva críticoemancipadora, representada fundamentalmente por los enfoques feministas, se pretende utilizar el conocimiento para transformar estructuras de género opresivas y lograr así mayor justicia y libertad para las familias y sus integrantes. Estos acercamientos pospositivistas contienen ideas que mejoran la calidad de las preguntas y explicaciones que se han propuesto en el estudio de la familia, así como la relevancia práctica de la ciencia social de la familia, tanto en lo académico como en lo político si bien no son alternativas que hayan logrado desplazar aquellos planteamientos teóricos más tradicionales y que desarrollaremos a continuación (para una ampliación, v. Gracia y Musitu, 2000).

Familia como interacción

En la categoría interacción se encuentra la tradición más microsociológica e interaccional en el estudio de la familia, según la cual la esencia de la vida social es la interacción entre individuos, mientras que las estructuras supraindividuales, como la familia o el Estado, serían cristalizaciones de esa interacción. En otras palabras, la sociedad está formada por personas y grupos que se encuentran en interacción con el objetivo de lograr sus metas, para lo cual elaboran ciertos patrones o formas culturales que facilitan esa tarea. Un ejemplo de creación de esos patrones de interacción sería la familia. La idea que se va a subrayar en los apartados que siguen consisten en el hecho de que la interacción es el concepto que articula la relación entre el individuo y la sociedad, entre lo psicológico y lo sociológico, y es, además, el fundamento de importantes y significativas teorías en el ámbito de la psicología social y que a continuación se describirán.

Interaccionismo simbólico

El interaccionismo simbólico es y ha sido uno de los principales enfoques teóricos en el estudio de la familia. El clásico artículo de Burgess de 1926, La familia como una unidad de personalidades en interacción, fue la primera aplicación formal del interaccionismo al estudio de la familia. El núcleo fundamental de principios compartidos por los interaccionistas simbólicos queda resumido en palabras de Munné (1996): «lo más característico y singular del comportamiento humano es que interactúa mediante comunicaciones simbólicas. Esto requiere redefinir la situación en que se actúa, así como actuar asumiendo y teniendo en cuenta los comportamientos que son esperados por los demás en aquella situación. Los significados de las acciones pueden mantenerse, modificarse o crearse por los actores, los cuales son así artífices activos de la vida social. Todo ello configura en la persona un self (es decir, un yo) o mediador entre esta y la organización social».

Con estas premisas, los interaccionistas simbólicos se interesaron, sobre todo, por conceptos como la identidad y los roles familiares. La interacción cotidiana entre los miembros de la pareja y entre padres e hijos constituye la vida familiar. Los integrantes de la familia desarro­llan, gracias a esta interacción, especialmente intensa, una concepción de sí mismos y de identidad familiar, y un sentido de responsabilidad hacia los otros significativos (personas con las cuales se mantiene un vínculo afectivo y a cuyas expectativas se otorga especial importancia) que se expresa en los roles familiares. En este proceso, si la socialización es efectiva, la adopción y el desempeño de los roles se convierte en un componente importante del self. Los adultos se adscriben nuevas definiciones sociales como padre o madre y los hijos desarrollan definiciones de sí mismos como un reflejo de la medida en que están satisfaciendo las expectativas parentales. Además, las familias crean su vida familiar buscando y negociando un consenso satisfactorio acerca de sus situaciones. Así, lo importante no es si la definición de su situación familiar es válida o moralmente apropiada en un contexto determinado, sino que esta sea compartida por los miembros del grupo.

Teoría del conflicto

Los teóricos del conflicto consideran que este es una característica de la estructura de los grupos que, además, tiene un papel positivo cuando se logra mayor unidad en el grupo.

Las tendencias hacia el orden y hacia el conflicto son inevitables y son componentes críticos de la existencia social. En esta línea, frente a una imagen de la familia como una unidad social bien integrada, armoniosa y enriquecedora para sus integrantes, los teóricos de la familia comenzaron a aceptar que la familia, como grupo social e institución social, podía poseer características estructurales específicas que explicaran que el conflicto fuese una parte fundamental y normal de su realidad (Farrington y Chertok, 1993), es decir, características que explicaran que variables de la estructura del grupo familiar (número de personas que la integran, edad y género) y de la estructura de la situación (definida como competición o cooperación en el logro de los intereses de sus integrantes) estuvieran relacionadas con el grado de conflicto familiar.

Así, desde esta perspectiva, comenzaron a incluirse en el estudio de la familia cuestiones como los conflictos entre padres e hijos, entre los miembros de la pareja o entre hermanos, la agresión en las relaciones familiares, la distribución desigual de poder en función del género o la edad y el manejo del conflicto con la negociación con objeto de mantenerlo en unos niveles aceptables para sus integrantes. En palabras de Klein y White (1996), de todos los grupos sociales que se pueden estudiar, la familia es un laboratorio único en que existen conflictos intensos y pueden convivir el amor y el apoyo con el odio y la violencia, lo que para algunos revela la naturaleza paradójica de la familia.

Teoría del intercambio

Las ideas que sustenta esta perspectiva teórica se relacionan con la búsqueda del placer, la evitación del dolor y el cálculo racional de costes y beneficios en las relaciones sociales.

Los trabajos desarrollados en esta línea com parten el uso de la metáfora económica, según la cual las relaciones sociales son como una extensión de los mercados, donde cada individuo actúa en función del propio interés con el objetivo de maximizar sus beneficios. A partir de estos supuestos se asume que la familia, como grupo social de larga duración, debe proporcionar recompensas a sus integrantes, tanto en las relaciones de pareja como en las relaciones entre padres e hijos. Entonces, puesto que se vive en entornos sociales, como la familia, caracterizados por la interdependencia, se necesita la cooperación para intercambiar recursos con los demás. En las relaciones a largo plazo, como las familiares, se entiende que su mantenimiento se debe a las expectativas de beneficios también a largo plazo y, por tanto, se está dispuesto a asumir algunas pérdidas en el presente porque se espera un cómputo positivo en el futuro.

Esta perspectiva ofreció a los estudiosos de la familia de la década de 1970 nuevas herramientas conceptuales para analizar áreas tradicionales, como la satisfacción y la estabilidad familiar o las relaciones intergeneracionales. Así, por ejemplo, en el área de la satisfacción marital y el divorcio, Lewis y Spanier (1982) propusieron los siguientes elementos de análisis: recompensas internas a la relación diádica (atracción y fortaleza del vínculo), costes en la relación (tensiones y conflictos), costes externos (presiones sociales para permanecer casados o barreras legales a la disolución) y recompensas externas (existencia de una alternativa de recompensa). Dependiendo del equilibrio entre costes y recompensas, internos y externos, se podía predecir la satisfacción y probabilidad de disolución de la pareja. Otros autores (Sabatelli y Shehan, 1993) aplicaron este esquema a relaciones percibidas como claramente desventajosas o peligrosas desde el exterior, como es la violencia marital, donde es posible que condicionantes externos, como las elevadas presiones sociales o barreras contra la disolución de la pareja y/o la ausencia de alternativas de recompensa, mantengan la relación.

Familia como sistema

La concepción de la familia como un sistema enmarcaba a los teóricos de la familia de la década de 1980 en una tradición holística en las ciencias sociales, una tradición que encuentra su más antiguo referente en el famoso dicho aristotélico de el todo es mayor que la suma de sus partes. En palabras de Blanco (1995), el holismo sociológico tiene tres características principales:

  1. ratifica la existencia de entidades totales o fenómenos supraindividuales;
  2. dichas entidades poseen propiedades singulares distintas de las que poseen los elementos o individuos que las forman y que surgen como rasgos emergentes de la interacción entre estos elementos, y
  3. las propiedades emergentes tienen la facultad de definir las relaciones entre los individuos dentro del grupo.

Estas tres características y la idea de que la familia es similar a un sistema vivo que trata de mantener el equilibrio ante las presiones del ambiente son los puntos fundamentales en común entre las siguientes teorías.

Teoría del desarrollo familiar

Esta teoría se centra en la interacción de los miembros de la familia en relación con su ambiente externo y, sobre todo, en relación con su ambiente interno, el cual está marcado por los sucesos y acontecimientos familiares que se producen en una secuencia en el tiempo relativamente predecible. En palabras de Klein y White (1996), esta teoría se centra en los cambios sistemáticos que experimentan las familias a medida que van desplazándose a lo largo de los diversos estadios de su ciclo vital, unos estadios que son precipitados por las necesidades biológicas, psicológicas y sociales de sus miembros (ej. el nacimiento de un hijo o la jubilación).

Distintos autores han diferenciado diversas secuencias del desarrollo familiar siguiendo, generalmente, el criterio de edad del hijo mayor. Así, Cárter y McGoldrick (1989) señalan las siguientes etapas del ciclo vital familiar: formación de la pareja, familias con hijos pequeños, familias con hijos en edad escolar, familias con hijos adolescentes, salida de los hijos del hogar o nido vacío y jubilación. Como se observa en esta secuencia, el paso o transición de un estadio a otro ocurre cuando se producen cambios en la composición y estructura familiar, lo que implica, a su vez, una serie de efectos en el funcionamiento y bienestar de la familia. Los cambios provocan crisis familiares que requieren la resolución de una serie de tareas específicas u objetivos que deben alcanzarse para pasar con éxito al siguiente estadio y mantener así el equilibrio familiar.

Este sería, a grandes rasgos, el ciclo normal de la vida familiar si bien actualmente se considera que deben hacerse las pertinentes adaptaciones del modelo para dar cabida a la variedad de formas familiares resultado de importantes cambios demográficos y sociales en las sociedades contemporáneas. Además, cada vez son menos las familias y las personas que transitan de manera ordenada y lineal por las distintas fases del ciclo vital.

Teoría de los sistemas familiares

La teoría general de sistemas se basa en las nuevas ideas que comenzaron a surgir en las ciencias físicas después de la segunda guerra mundial: desde la biología, Bertalanffy (1975) señaló la importancia de comprender las propiedades de las totalidades frente al aislamiento de sus elementos y, desde la cibernética, Wiener (1948) formuló el principio de feedback o de retroalimentación de la información para mejorar el funcionamiento de un sistema. La aplicación de la teoría general de sistemas al estudio de las familias se llevó a cabo en la famosa Escuela de Ralo Alto, en Norteamérica, de la mano de autores como Bateson, Don Jackson o Watzlawick y fue el origen de un nuevo movimiento en terapia familiar y uno de los principales marcos conceptuales en el estudio de la familia hasta la actualidad.

Desde esta perspectiva, una familia puede considerarse como un sistema porque:

  1. los integrantes se consideran partes mutuamente interdependientes;
  2. para adaptarse a los cambios, externos e internos, incorpora información de su medio, toma decisiones, trata de responder, obtener feedback de su éxito y modificar su conducta si es necesario;
  3. tiene límites permeables que la distinguen de otros grupos sociales, y
  4. debe cumplir ciertas funciones para sobrevivir, como el mantenimiento físico y económico y la reproducción, socialización y cuidado emocional de sus miembros.

En síntesis, la familia quedó definida como un sistema social abierto, dinámico, dirigido a metas y autorregulado (Broderick, 1993).

Ecología del desarrollo humano

Esta perspectiva surge en las ciencias sociales, como un reconocimiento de la utilidad de los principios ecológicos, para comprender y explicar la organización social humana. En el ámbito del estudio de la familia, destaca la investigación ecológica del desarrollo humano de la mano de Urie Bronfenbrenner (1979), con una visión similar a la teoría de los sistemas familiares, pero con un marcado énfasis en la interacción con el entorno externo. Bronfenbrenner trató de unir el desarrollo ontogenético del individuo con la interacción con el ambiente para desarrollar una ecología del desarrollo humano y de la familia. Para este investigador, la familia no existe como unidad independiente de otras organizaciones sociales; al contrario, la relación del sistema familiar con el entorno es de influencia recíproca, en un proceso continuo de adaptación mutua. Así, el desarrollo individual debe entenderse en el contexto de este ecosistema, donde la persona crece y se adapta mediante intercambios con su ecosistema inmediato (la familia) y ambientes más distantes, como la comunidad. En este ecosistema humano se pueden distinguir cuatro contextos distintos, pero interrelacionados entre sí a modo de estructuras anidadas.

Algunas ideas relevantes que se derivan de esta propuesta son: el desarrollo de las personas se encuentra profundamente influido por su ambiente y, del mismo modo, el comportamiento de los padres es también una habilidad influida por la comunidad y cultura particular en la cual viven; gran parte de los aspectos del desarrollo humano, como las relaciones entre padres e hijos, se produce como resultado de fuerzas indirectas o efectos de segundo orden; las relaciones transcontextuales, como las de un niño con su profesor, que es también su vecino, son beneficiosas para el desarrollo, y la interacción entre padres e hijos se fortalece cuando estos comparten relaciones en múltiples situaciones o contextos.

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