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Los seres vivos se desplazan constantemente por el espacio hacia un lugar. Sin embargo, ¿cómo toman decisiones para alcanzar el destino a lo largo del trayecto? Los estudios de cognición ambiental tratan de dar cuenta de cómo se realiza este proceso. Para ello, los investigadores comenzaron definiendo el constructo mapa cognitivo en torno al cual se organiza el conocimiento de este campo.

El mapa cognitivo es un constructo que comprende tanto la propia representación mental que la persona tiene de un espacio determinado (cognitive map) como el proceso cognitivo por el cual se capta, se almacena y se recupera información del ambiente, sea real o imaginario, y que se utiliza para tomar decisiones mientras se deambula por el espacio (cognitive mapping).

La información que contiene permite situar cualquier punto del ambiente y relacionarlo, al menos, con una de las tres dimensiones que se requieren para definir ese espacio, bien sea el tamaño, la distancia o la dirección. Sus funciones son:

  1. organizar la experiencia social y cognitiva;
  2. influir en la organización del espacio;
  3. ser un dispositivo para generar decisiones acerca de acciones y planificación de secuencias de acción, y
  4. conocer dominios no espaciales que forman parte de su experiencia con el ambiente, como decidir a qué aparcamiento dirigirse o conocer la lista de restaurantes de una zona cuando se requiera.

Cuando una persona no puede situar el lugar donde se encuentra respecto a un espacio geográfico más amplio, entonces se encontrará perdida, con la consiguiente ansiedad que se asocia con esta situación.

Los elementos que componen cualquier mapa cognitivo son cinco (Lynch, 1960; Aragonés y Arredondo, 1985):

  1. sendas: lugares de carácter lineal que recorren las personas para desplazarse de un punto a otro; el ejemplo más prototípico son las calles de la ciudad;
  2. límites: líneas reales o imaginarias que señalan el final de un espacio o separan dos áreas o zonas de dicho espacio; por ejemplo, una muralla, una playa o una vía de tren;
  3. nodos: puntos estratégicos en que el observador ingresa y sale hacia una nueva dirección; se consideran ejemplos paradigmáticos las plazas;
  4. mojones o hitos: puntos de referencia que permiten reconocer dónde se encuentra la persona. Forma parte de esta categoría cualquier elemento que actúe como señal, como un edificio, un semáforo, un cartel u otros, y
  5. barrios: espacios bidimensionales que forman parte del conjunto del espacio representado y que, a su vez, pueden contener alguno o todos los elementos anteriormente mencionados.

Lynch (1960) ya observó que, para que un elemento pueda formar parte del mapa cognitivo, debería tener alguna de las siguientes propiedades:

  1. identidad, es decir, que el elemento se diferencie respecto a los otros que lo rodean;
  2. estructura, es decir, que el elemento en cuestión se componga de un conjunto de objetos que tengan una relación espacial entre sí y que dicha relación pueda ser percibida, y
  3. significado, que el elemento posea un valor emotivo o funcional para el observador.

Atendiendo al orden en que se aprenden los elementos del mapa cognitivo, la investigación ha establecido mayoritariamente que primero se incorporan los mojones, seguidamente las sendas y, finalmente, los barrios.

Esto ocurre tanto en niños como en adultos aunque este resultado depende del tipo de ambiente de que se trate (Evans, 1980). Así, por ejemplo, cuando las distancias entre los mojones son muy grandes, se aprenden primero las sendas mientras que, si la distancia entre ellos es pequeña, se aprenden primero los mojones.

En el entorno considerado a gran escala existen ciertos mojones o nodos que pueden ser considerados puntos de anclaje de la representación (Couclelis, Golledge, Gale y Tolber, 1987) ya que, a través de ellos se organiza jerárquicamente la representación del lugar.

Estos puntos suelen ser familiares para el observador, como su propia casa, el lugar de trabajo o puntos de gran relevancia en la ciudad.

Estos enclaves actúan como puntos de referencia para localizar otros lugares que se encuentran en sus proximidades y así ir configurando el mapa cognitivo de la ciudad.

Formación del mapa cognitivo

En numerosas ocasiones, las personas llegan a ambientes novedosos sobre los cuales no conocen nada; para orientarse por sí solos, necesitarán un mapa cognitivo de ese lugar, pero ¿cómo se forma el mapa cognitivo? Este tema se ha estudiado tanto desde el nivel ontogenético, en que se ha prestado atención a cómo los niños alcanzan la capacidad de representarse espacios de gran escala, como desde el nivel microgenético, en que se ha observado cómo los adultos llegan a alcanzar una buena representación de esos espacios desconocidos en un principio.

Apoyados en el modelo de Piaget sobre la cognición espacial básica, Hart y Moore (1973) propusieron que los niños se representan los entornos de gran escala siguiendo tres estadios:

  1. Sistema de referencia egocéntrico. En este caso se trata de una representación que se corresponde con las acciones que el niño realiza en el espacio; la representación está formada por imágenes discontinuas y fragmentadas.
  2. Sistema de referencia fijo. La representación espacial en este caso se organiza en torno a elementos fijos y concretos sin apenas conexión que el niño ha explorado y que no ocupa necesariamente en el momento de la representación.
  3. Sistema de referencia abstracto o coordinado. La representación atiende a un patrón geométrico abstracto que se corresponde con un marco de referencia que asume las características de un mapa cartográfico. Los resultados mostrados en diferentes investigaciones posteriores han avalado esta propuesta (Hart, 1979; Aragonés, Jiménez, Matías y Nogueral, 1988). Además, se constata que el hecho de que los niños tengan más actividad en el espacio urbano no favorece el paso a un estadio superior.

Un proceso análogo experimentan los adultos cuando se encuentran en un lugar novedoso y mediante la familiaridad con ese lugar llegan a tener una visión abstracta de este. En un primer momento, la persona apenas es capaz de reconocer los lugares que visita y no puede situarlos en un marco de referencia.

Cuando lleva un tiempo en el lugar, reconoce sectores de la ciudad en los cuales sitúa los elementos visitados, pero tiene dificultad para relacionar unos sectores con otros. Finalmente, cuando lleva mucho tiempo en el lugar, se ha familiarizado con él y es capaz de situar los elementos en el mapa cartográfico que lleva en la cabeza (Moore, 1974). No obstante, en los adultos toma una especial relevancia, junto con el aprendizaje primado que se alcanza con la experiencia directa adquirida al moverse por el ambiente, otro aspecto de carácter secundario, que se logra con el uso de mapas y descripciones de los lugares (McDonald y Pellegrino, 1993). En este caso, se facilita el reconocimiento de la superficie pero, al mismo tiempo, se pueden causar ciertas confusiones habida cuenta de que el mapa suele orientarse situando el norte en la parte superior de la representación mientras que la representación cognitiva derivada de la experiencia directa tiene una orientación libre, es decir, no tiene ninguna orientación específica. Esta diferencia puede llevar, en numerosos casos, a confusión en los desplazamientos al tratar de compatibilizar ambas informaciones (MacEachren, 1992). Baste recordar las dificultades que a veces se tienen cuando, a pesar de disponer de un mapa, uno trata de orientarse en una ciudad. Para decidir el camino que lleva hacia otro lugar, es frecuente que las personas den vueltas al mapa hasta identificar al menos dos lugares que permitan establecer orientaciones análogas entre el mapa y el entorno físico.

Sesgos en la cognición de los espacios de gran escala

Uno de los debates sobre los mapas cognitivos que permanecen aún sin resolver es el tipo de representación que se mantiene del espacio. Se defienden dos posiciones con mayor o menor éxito. Una es de carácter analógico: la representación es análoga al espacio real, como si de una fotografía se tratara; la otra es de carácter proposicional: la representación se deriva de un conjunto de asociaciones de conceptos que permiten que emerja la imagen del lugar. No es fácil dar una respuesta a una u otra posición y parece que la posición ecléctica tiene mayor aceptación (Evans, 1980).

Debido a la falta de correspondencia, punto por punto, entre los mapas cartográficos y los espacios geográficos reales y la existencia de ciertos sesgos que se manifiestan cuando se recuperan de la memoria las representaciones cognitivas, se acepta fácilmente el carácter proposicional a la hora de entender la forma de configurarse la representación espacial.

Uno de los sesgos más comunes o imprecisiones se encuentra en la estimación de distancias. Se observa que no se cumple necesariamente la propiedad conmutativa, es decir, las estimaciones de distancia entre un punto A y un punto B varían según el punto de partida o el punto de llegada. En los primeros estudios sobre mapas cognitivos ya se hacía referencia a esta cuestión. Lee (1970) observó que la distancia de la periferia al centro de la ciudad era subestimada mientras que, cuando se planteaba el trayecto inverso, la distancia se sobrestimaba; sin embargo, resultados contrarios obtuvieron Golledge, Briggs y Demko (1969). Las razones de estas diferencias se encuentran, principalmente, en que en el primer caso se trata de una ciudad -Dundee- más pequeña que Columbus, que la periferia de Dundee se encuentra sobre colinas, lo que no sucede en Columbus y que el centro de Dundee es un lugar atractivo frente a Columbus.

La estimación de distancias es otro sesgo relacionado con el número de intersecciones de calles que se cruzan a lo largo de un recorrido de tal forma que, cuantas más calles haya que cruzar, mayor será la distancia percibida y si los nombres de las calles que se cruzan son familiares, es decir, fácilmente recordables, mayor es aún la distancia estimada que si los nombres resultan extraños. La razón de esta última distorsión se debe al hecho de que la familiaridad favorece mayor almacenamiento de información y, por tanto, mayor número de elementos a la hora de recorrer mentalmente el trayecto.

Además de los sesgos que afectan a la estimación de distancias, existen otros, como la tendencia a dulcificar las curvas. Por ejemplo, los parisinos perciben el meandro del Sena a su paso por París más suave que la curva que este realiza al atravesar la ciudad (Milgram y Jodelet, 1977). Existe también una tendencia a representarse todas las esquinas de la ciudad como ángulos rectos a pesar de que, en ciertos casos, sean agudos u obtusos. Asimismo, las calles convergentes se tienden a percibir como paralelas (Appleyard, 1976).

Otro error habitual se produce a la hora de localizar lugares entre los cuales se busca una relación. Este error se produce cuando estos lugares pertenecen a dos categorías espaciales diferentes (ej. países distintos o regiones) y entre estas hay una relación diferente a la que tienen entre sí los lugares (Stevens y Coupe, 1978). Por ejemplo, sería fácil pensar que Bilbao está más al sur que Perpiñán ya que esta ciudad pertenece a Francia y este país está al norte de España; sin embargo, la realidad es que Bilbao está más al norte que Perpiñán.

Finalmente, otra incoherencia que suele aparecer entre la ciudad y la representación que se tiene de ella es el tamaño que se percibe del centro, reduciéndolo o ampliándolo según sea el lugar de residencia (Klein, 1967; Aragonés, 1985). De esta forma, las personas acercan el centro percibido hacia el lugar donde viven y, cuanto más céntrico se vive, más pequeño se percibe este; igualmente sucede cuando las personas viven muy alejadas de la ciudad (ej. en ciudades dormitorio). En este caso, también se percibe muy reducido el centro de la metrópoli.

Muchos de los conocimientos obtenidos sobre la cognición ambiental tienen aplicación en la planificación y el diseño urbanos. Sin embargo, debido al hecho de que en el desarrollo de este campo han participado numerosos investigadores con diferente background y por la falta de perfil profesional de los psicólogos ambientales es difícil encontrar aplicaciones en el momento de las actuaciones urbanísticas. Sin embargo, los conocimientos adquiridos pueden ser interesantes, especialmente, cuando se trata de definir puntos de anclaje para facilitar la orientación, para organizar el espacio en ciertos ámbitos del espacio urbano o para tratar de gestionar la movilidad en el centro de la ciudad.

Y quizás estos hallazgos se vuelven más relevantes cuando la ciudad va a sufrir una importante transformación, como puede ser el hecho de acoger una olimpiada.

Otro valor aplicado que subyace a los conocimientos desarrollados en este campo es en la enseñanza de la Geografía. No solo es importante ajustar el aprendizaje al nivel de desarrollo espacial, sino también evitar que algunos sesgos provoquen conocimientos erróneos o faciliten la confirmación de ciertos prejuicios sociales (Castro, 1997; Pinheiro, 1998).

Señalización (wayfinding)

La búsqueda de la orientación es un campo dentro de la cognición ambiental donde se hace más evidente la aplicación. Se trata de estudiar los procesos de toma de decisión para encontrar el camino -señalización o wayfinding- y, particularmente, cuando se consultan los mapas que informan diciendo usted está aquí -Are you here-. Habitualmente, los espacios sobre los cuales se suelen tomar estas decisiones son ambientes de menor escala que las ciudades, como un campus universitario, un recinto ferial o un complejo hospitalario. No obstante, no es extraño encontrarse en el ámbito urbano con situaciones en que se debe decidir un camino partiendo de un mapa que informa sobre dónde se encuentra uno.

Pueden entenderse por wayfinding las estrategias que utilizan las personas para orientarse durante sus desplazamientos en el espacio. Se trata de conocer cuáles son las informaciones almacenadas a las cuales se recurre para resolver un problema espacial, qué rutas o qué tipo de transporte se usa para realizar con éxito un desplazamiento (Passini, 1984). En este caso, el mapa cognitivo se convierte en el mecanismo psicológico que permite conocer cómo se toman las decisiones y cómo se produce la orientación durante el desplazamiento. Aunque hay un interés creciente en este campo, todavía muchas de las investigaciones se llevan a cabo con laberintos simulados en el ordenador, como ya indicaran Devlin y Berstein (1997), lo que implica cierta dificultad para extraer aplicaciones directas a contextos reales.

En los desplazamientos por la ciudad, la orientación se lleva a cabo, principalmente, mediante mojones e intersecciones (Heft, 1979) aunque, si se manejan bien las distancias entre puntos y se diferencian los tipos de ángulo que forman las calles, entonces aumenta el número de caminos alternativos ya que en este caso se dispone de una red compleja que relaciona los puntos. Si no se cuenta con esta red de relaciones en una ciudad concreta, entonces la persona tiene que ir identificando mojón a mojón hasta alcanzar el lugar al cual se dirige.

Por supuesto, como se acaba de comentar, el nivel de desarrollo del mapa cognitivo influye en la orientación, pero también dependerá de la complejidad del ambiente en que uno se trata de orientar. Entre las propiedades del ambiente que facilitan la orientación se encuentran las siguientes:

  1. diferenciación: grado en que las partes del ambiente parecen distintas;
  2. grado de acceso visual: extensión de las diferentes partes del ambiente que pueden verse desde otro punto panorámico, y
  3. complejidad del trazado espacial: refleja la cantidad y dificultad de la información que debe ser procesada sobre el ambiente para moverse alrededor de este.

Cuanto más simple sea la información requerida para comprender su trazado, más fácil será la orientación en ese espacio.

En muchas ocasiones, dentro de los espacios organizacionales, desde un aeropuerto hasta un hospital, pasando por un gran almacén o un museo, el hecho de estar desorientado produce sentimientos muy negativos, como estrés, frustración e, incluso, en muchos momentos, hiperventilación o aumento de la presión sanguínea. Este hecho ha provocado que algunos psicólogos ambientales, como Carpman y Grant (2002), se hayan preocupado por evitar el malestar derivado de la desorientación que sufren usuarios, personal y gerentes de este tipo de instituciones.

Elementos que facilitan una buena orientación en los grandes complejos arquitéctonicos:

  • Establecer un trazado claro de los servicios de forma que se relacionen fácilmente los elementos de destino común: entradas, escaleras, ascensores y aparcamientos, etcétera.
  • Diferenciar los interiores en sus elementos arquitectónicos y de diseño, de tal forma que no parezcan exactamente iguales.
  • Ubicación de mojones o hitos que embellezcan el ambiente y faciliten moverse hacia ellos o recor­darlos en caso de regreso.
  • Poner señales que informen sobre dónde se encuentra la persona y cuál es el camino que debe es­coger para alcanzar el objetivo.
  • Elaborar mapas de mano o murales fijos con la indicación de usted está aquí suficientemente simples para facilitar la orientación.
  • Iluminar adecuadamente los mojones, las señales y los puntos de decisión.

Recientemente, Carlson, Hólscher, Shipley y Dalton (2010) han detectado que al menos hay tres factores por los cuales la gente se pierde en un edificio, bien por la estructura espacial del edificio, por el mapa cognitivo que se construye al deambular por él o por las estrategias y habilidades espaciales de los usuarios. Estos tres factores, junto con las propiedades que se derivan de sus intersecciones dos a dos y conjuntamente, les permiten construir un marco integrador de la investigación sobre la orientación en edificios. En primer lugar, debe haber una correspondencia entre el edificio y el mapa cognitivo. El mapa debe ser una representación fidedigna de la estructura espacial del edificio. En segundo lugar, debe haber compatibilidad entre el edificio y las estrategias y habilidades individuales del usuario.

Así, por ejemplo, hay compatibilidad cuando el usuario no percibe obstáculos que le impidan acceder al lugar al cual se dirige. Un criterio de falta de compatibilidad aparece cuando este percibe el lugar como un laberinto. En tercer lugar, la integración que presenta el mapa cognitivo en función de las estrategias y habilidades individuales de los usuarios resulta relevante. Por ejemplo, una estrategia de movilidad que siga una ruta determinada promoverá una representación cognitiva semejante a una sucesión de escenas. Además, una estrategia de movilidad que incida en una visión de conjunto promoverá una representación más semejante a una perspectiva aérea.

Por último, la complejidad, producto de la intersección de los tres factores estaría definida por la dificultad de orientarse en una estructura concreta, con un mapa cognitivo específico y con unas estrategias determinadas.

Un tema de interés práctico, al parecer, facilitador de la orientación en los ambientes institucionales, son los mapas que indican dónde se encuentra la persona en el mapa -are you here-. En muchas ocasiones, estos mapas no cumplen bien su función y resulta difícil reconocer el lugar respecto a la posición de aquel que lo observa. Algunas investigaciones han permitido facilitar la lectura para tomar decisiones más acertadas y rápidas (Levine, 1982; Levine, Marchon y Hanley, 1984). En primer lugar, se trata de establecer una correspondencia entre el mapa y el ambiente representado.

Para ello hay que identificar, al menos, dos puntos tanto en el mapa como en el espacio. Con este objetivo se puede situar el mapa cerca de zonas no simétricas para facilitar sus localizaciones. Asimismo, el mapa debe estar colocado en paralelo al espacio que representa y en la misma orientación. Y si el mapa se encuentra en posición vertical, la zona más alta del mapa debe corresponderse con el frente. No obstante, este último sistema produce más errores que cuando el mapa se encuentra en posición paralela y orientado como se acaba de indicar.

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