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Un gran número de psicólogos sociales del entorno académico norteamericano acusaba en los años sesenta y setenta del siglo pasado la falta de relevancia de la investigación desarrollada en psicología social. Este desencanto originó que muchos de ellos buscaran la aplicación del conocimiento acumulado hasta el momento por esta disciplina. La psicología ambiental es uno de los campos que aparece en los comienzos de este período de convulsión. Su vocación aplicada en el inicio, es clara.

Un importante trabajo de recopilación llevado a cabo en aquellos momentos por Proshansky, Ittelson y Rivlin (1978) puso de manifiesto algunas relaciones entre el medio construido y la conducta humana que aún hoy día mantienen una gran actualidad.

A modo de ilustración, bien podrían recordarse un número de trabajos que en este momento merecen ser reseñados por su carácter aplicado. Por ejemplo, el trabajo de Osmond (1978) -publicado por primera vez en 1957- sobre cómo los espacios favorecen o dificultan la interacción interpersonal. En este estudio se pone de manifiesto cómo cierta disposición de los asientos en un espacio favorece las relaciones sociales (sociópetos) frente a otras que favorecen el aislamiento social (sociófugos). Este hecho ha sido previsto en numerosos diseños de espacios públicos. Un ejemplo de los primeros pueden ser las aulas abiertas de enseñanza, donde se priman las tareas cooperativas; de los segundos, las salas de espera de hospitales y aeropuertos con asientos en fila que dificultan la interacción.

El trabajo llevado a cabo por Fried y Gleicher (1978) bien podría mencionarse en este momento -publicado por primera vez en 1961- sobre el grado de satisfacción residencial que mostraba la comunidad italiana en una zona depauperada de la ciudad de Boston. Los residentes, a pesar de vivir en una situación lamentable, afirmaban que estaban satisfechos de residir en ese lugar. Como motivo esgrimían el fuerte arraigo al lugar, además de mantener unas estrechas relaciones sociales en el vecindario. Este resultado se repitió en investigaciones posteriores de tal forma que en la actualidad las relaciones con los vecinos se consideran uno de los componentes del ambiente residencial.

También cabe recogerse por su interés en la actualidad el trabajo llevado a cabo por Kira (1978) -publicado por primera vez en 1966-.

En este estudio se muestra cómo las conductas de higiene del propio cuerpo que se llevan a cabo en el cuarto de baño requieren ciertos niveles de intimidad. Kira reconoce tres niveles diferentes de intimidad: ser oído, pero no ser visto; no ser oído ni visto, y lograr que los otros no lleguen a saber que la persona en cuestión está ocupando ese espacio. Este trabajo puso de manifiesto la importancia que la intimidad tiene en el contexto de la sociedad actual. Años más tarde, Altman (1975) desarrollaría un modelo sistémico sobre la intimidad, en el cual se incluirían varios procesos -privacidad, territorialidad humana y hacinamiento-, en los cuales el ambiente actúa como regulador de la interacción social.

La psicología ambiental comenzó su desarrollo como pretendida disciplina en la década de 1960 y se consolidó en la de 1970, orientada, en un principio, más por el problema que por la teoría. Se esperaba que, a partir de las relaciones cotidianas de las personas con el medio ambiente, fueran surgiendo los campos de investigación que facilitarían el desarrollo de la disciplina (Darley y Gilbert, 1985; Stokols, 1995).

No obstante, a lo largo de este tiempo ha habido más preocupación por los desarrollos teóricos y por la comprobación de hipótesis que relacionaban conceptos más o menos abstractos que por las cuestiones aplicadas, y así se ha olvidado, de alguna manera, su vocación original. Esto quizás se ha debido, en gran parte, a la presión que ejerce la investigación académica más que a la falta de demanda de aplicaciones. A pesar de esto, la cantidad de estudios que se han ido realizando con el paso del tiempo permite afirmar que algunos campos de investigación han generado mayores aplicaciones que otros.

Si se echa una ojeada al Handbook of Environmental Psychology (Stokols y Altman, 1987), se observa que hasta esa fecha los temas se referían a las relaciones de los seres humanos con el medio construido. La idea de globalización y el concepto de desarrollo sostenible acuñado en el informe Nuestro Futuro Común de la ONU dio paso a una era nueva de la psicología ambiental al recoger en su seno un amplio campo de investigación relacionado con los problemas ambientales que se ha concretado bajo la etiqueta de preocupación ambiental.

A la hora de elegir qué tema debía tratarse en este capítulo, se ha recurrido al trabajo publicado recientemente por Giuliani y Scopelliti (2009), quienes, tras revisar las publicaciones especializadas (Environment and Behavior y Journal of Environmental Psychology), concluyeron que los principales temas tratados son, por orden de importancia: el ambiente residencial, la cognición ambiental, la observación de la conducta real en el ambiente y la preocupación por el ambiente. Sobre los dos primeros y sobre el último se dispone de mayor bagaje teórico, lo que ha permitido sistematizar mejor su aplicación en este capítulo.

A pesar de esta vocación aplicada de la psicología ambiental, la disciplina no ha logrado crear muchas oportunidades en el ejercicio de la práctica profesional (Sommer, 1997) y, por ello, quizá no existe ningún perfil profesional que se identifique con el título de psicólogo ambiental. No obstante, la gestión ambiental, nueva demanda de la sociedad occidental, puede ofrecer un punto de vísta transdisciplinar que permita a profesionales de diferentes áreas de conocimiento, entre ellas los psicólogos, reunirse para tratar de dar explicación a los problemas ambientales (Pol, Moreno y Castrechini, 2010).

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