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Los problemas y trastornos de la ingesta alimentaria en la infancia representan un grupo de problemas, frecuentemente no graves, pero que afectan a un elevado número de niños. Muchos de estos problemas «menores» se sufren dentro de la familia, «en privado», como complicaciones de la crianza que se solucionan solas, con el paso del tiempo. Sin embargo, la realidad es que muchos de estos problemas, aunque pequeños en magnitud, al suceder cada día, y varias veces al día, pueden suponer un importante foco de conflicto que acabe afectando a las relaciones familiares. Además, no hay que olvidar que, en algunos casos, estos problemas con la alimentación desembocan en trastornos graves de la ingesta, que afectan a la ganancia de peso y al proceso normal de crecimiento del niño.

Los criterios actuales para el diagnóstico de los trastornos de la ingesta son cuestionados por algunos autores (ej. Bryant-Waugh y cols., 2010; Davies y cols., 2006) por no recoger toda la amplitud y variedad de aspectos implicados en los problemas infantiles relacionados con la alimentación, realizándose una serie de propuestas para su reconceptualización. En este sentido, resaltar la aportación de Davies y cols., (2006) cuando destacan el hecho de que los criterios actuales se centran excesivamente en una única parte del problema, el niño. De esta forma conceptualizan los trastornos como algo que existe sólo en el niño sin tener en cuenta que los problemas de alimentación se dan siempre en un contexto interpersonal.

Acorde con este enfoque contextual, la intervención conductual suele descansar, básicamente, en la reorganización de las contingencias que suceden en torno a la hora de la comida. Puesto que las estrategias terapéuticas deben aplicarse en el hogar, y en tres o cuatro ocasiones cada día, la participación de los padres es imprescindible (Najdowski y cols., 2010; Atzaba-Poria y cols., 2010). En muchas situaciones, sobre todo cuando se trata de niños muy pequeños, la intervención descansa únicamente en la actuación de los padres que, debidamente entrenados, son los únicos agentes del cambio. De hecho, el entrenamiento a padres ha demostrado ser una forma efectiva y eficiente para solucionar los problemas de rechazo de alimentos en niños pequeños (Werle y cois. 1993) o con dificultades moderadas de aprendizaje (Brown y cols., 2002).

Las intervenciones conductuales han demostrado ser efectivas para resolver los trastornos y problemas de la ingestión alimentaria en la infancia (Babbit y cois., 1994; Anderson y McMillan, 2001; Sharp y cols., 2010), existiendo un amplio acuerdo en que dichas intervenciones son el componente esencial para el tratamiento de estos problemas (Chatoor, 2002; Kerwin, 1999) e incluso, como señalan Sharp y cols., (2010), pueden considerarse como el único tratamiento para los trastornos pediátricos de la alimentación con un apoyo empírico bien documentado.

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