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Aunque durante años las intervenciones clínicas con niños han permanecido en segundo plano, relegadas a nivel de investigación y aplicación clínica en favor de los tratamientos con adultos, en las últimas décadas el ámbito de las terapias administradas a niños y adolescentes ha experimentado avances significativos que parecen dejar atrás el retraso acumulado, tal como lo muestran tres indicadores relevantes: extenso número de estudios controlados publicados en este periodo, rigor metodológico de las investigaciones realizadas e identificación de los tratamientos empíricamente validados (Kazdin, 2003).

Desde una perspectiva más amplia Ollendick y King (2004) abundan en la cuestión subrayando que los logros recientes se observan en general en el campo de la clínica infantil pues afectan al ámbito de la psicopatología del desarrollo, el diagnóstico, los métodos de evaluación y prácticas terapéuticas, así como a la investigación de los factores implicados en el proceso y resultados terapéuticos. Ahora bien, no cabe duda que la situación actual no responde a un hecho aislado, resulta de la conjunción de distintas circunstancias y variables. Se explica por factores de carácter general, propios del momento actual en relación a los tratamientos psicológicos y la necesidad de demostrar empíricamente su eficacia, y otros más particulares, relacionado con la elevada incidencia y gravedad de los trastornos infantiles y sus requerimientos de solución. Este último motivo justifica en gran parte la existencia de tantas alternativas terapéuticas que, en el ámbito de la infancia, Kazdin (2000) eleva a 550, la mayoría de las cuales no han sido sometidas a control experimental alguno.

Aunque no es tarea fácil sistematizar los objetivos, intereses y desarrollos científicos en este ámbito, sí es posible distinguir ciertas áreas de interés ampliamente desarrolladas en los últimos años, tal como se deduce de las publicaciones sobre el tema (Crhistophesen y Mortweet, 2001; Barrett y Ollendick, 2004). La preocupación creciente por el alcance clínico y social que conllevan los problemas y disfunciones infantiles, que según distintas fuentes afectan entre el 12 y 20 por 100 de los niños y adolescentes, ha estimulado numerosos esfuerzos por diferenciar y caracterizar los tratamientos infantiles subrayando los aspectos que les distancian de las terapias con pacientes adultos. A tal fin se ha hecho hincapié en las peculiaridades del comportamiento infantil, la influencias evolutivas y la participación de adultos significativos (Kazdin y Weisz, 1998). Asimismo, ha crecido notablemente la investigación sobre resultados de los tratamientos infantiles. Distintas revisiones cualitativas (Clarke, 1995; Durlak, Wells, Cotten y Johnson, 1995) así como metaánalisis (Casey y Berman, 1985; Weisz, Weiss, Alicke y Klotz, 1987; Kazdin, Bass, Ayers y Rodgers, 1990; Weisz, Weiss, Han, Granger y Morton, 1995) han valorado la eficacia de las terapias infantiles comparando su efecto no sólo con los resultados de las terapias de adultos, también en relación con los trastornos específicamente tratados. Los trabajos desarrollados con este propósito prestan especial atención a los factores que influyen y moderan los efectos terapéuticos, así como las variables implicadas en el curso del tratamiento y en menor medida las interrupciones y abandonos terapéuticos. En las últimas décadas numerosas investigaciones han identificado tratamientos respaldados empíricamente al tiempo que adquiere relevancia, también en el ámbito de la salud mental infantil, el movimiento que subraya en la práctica clínica basada en la evidencia científica. En este contexto han surgido manuales, guías y directrices referidas a tratamientos cuya eficacia ha quedado contrastada en el contexto infantil (Lonigan, Elbert y Bennett, 1998; Ollendick y King, 2000; Pérez, Fernández, Fernández y Amigo, 2003; Winston, 2008).

Los avances respecto a los tratamientos eficaces y los requerimientos exigidos para hacer realidad la práctica fundamentada en la evidencia han puesto de manifiesto ciertos desafíos o áreas de interés que en el caso de las intervenciones con niños, se refieren, en opinión de Kazdin y Weisz (2003), a la identificación de las disfunciones y problemas que requieren intervención, su evaluación, el foco del tratamiento, sin olvidar la cuestión de la motivación e implicación de los niños y sus padres en el tratamiento recomendado, teniendo en cuenta, en este sentido, la influencia que este factor ejerce en los abandonos terapéuticos (Moreno y Lora, 2006).

Sin obviar los hallazgos científicos que hemos mencionado pero observando de cerca la práctica clínica, en las páginas que siguen nos centraremos en analizar las diferencias y características de la intervenciones infantiles y en aportar ciertas indicaciones y directrices para guiar la aplicación de las terapias en estas edades. Finalmente, prestaremos atención a los obstáculos frecuentes que surgen en el transcurso del tratamiento.

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