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Las catástrofes y los hechos traumáticos alteran profundamente el conjunto de creencias esenciales que las personas tienen sobre sí mismas, el mundo y los otros (Janoff–Bulman, 1992).

En el ámbito implícito, en lo referente al mundo social, las personas tienden a creer que éste es benevolente, que las personas son buenas. Igualmente, creen que el mundo tiene sentido, que las cosas no ocurren por azar y que son controlables (ilusión de control) y que las personas reciben lo que se merecen, es decir; que lo que les ocurre es justo (creencia en el mundo justo) (Janoff–Bulman,1992).

En general, las personas también tienden a tener una imagen positiva de sí, de su pasado y de su futuro, sentir más emociones positivas que negativas, tendiendo a recordar más hechos positivos sobre sí mismos. Creen que sus opiniones y emociones son compartidas por la mayoría o por un número grande de personas (fenómeno del falso consenso). Creen que, respecto al nivel de capacidades y habilidades, están entre los más capaces (fenómeno de ilusión de control y de falsa unicidad). Además, se sienten relativamente invulnerables y tienden a predecir que su futuro es positivo, que tienen menos probabilidades que la persona media de sufrir hechos negativos y más probabilidades de que le ocurran hechos positivos (Páez, Adrián y Basabe, 1992; Janoff–Bulman, 1992).

Las personas que han sido víctimas de hechos traumáticos (provocados por el hombre) tienen una visión más negativa sobre sí mismos, el mundo y los otros. Mientras que las personas que han sido víctimas de catástrofes naturales tienden a creer menos que el mundo tiene sentido y lo van a percibir como menos benevolente. Por ejemplo, comparando un grupo de sudafricanos –ex–prisioneros políticos torturados y familiares de asesinados políticos– con un grupo control, se encontró que las víctimas y supervivientes de la violencia política percibían al mundo como menos benevolente (Media=41.8, a mayor puntuación peor visión del mundo) que el grupo control (M=29.6) y con menor sentido (M=39.6 frente a la puntuación del grupo control M=25.8).

Además, las personas torturadas en comparación con los familiares de personas víctimas de la violencia política, informaban de una peor imagen de sí (M=48.4 frente a 33.8) (Magwaza, 1999). Estas diferencias se manifiestan hasta pasados 20–25 años del trauma. Sin embargo, la mayoría de supervivientes de catástrofes, incluyendo traumas sociopolíticos extremos, como los campos de concentración, se encuentran bien adaptados años después (Janoff–Bulman, 1992). No obstante, algunos estudios han encontrado que los supervivientes de catástrofes sociopolíticas (Holocausto) tienen menor bienestar subjetivo a largo plazo, en comparación con grupos control de su país o con inmigrantes judíos que no sufrieron el holocausto. Finalmente, dos estudios han encontrado datos que confirman que las personas mejor adaptadas a largo plazo son aquellas que han compartido las experiencias del trauma colectivo, tienen pareja, y ante la situación mostraron mayor afrontamiento instrumental y menor emocional (Shmotkin y Lomranz, 1998).

Sesgos socio–cognitivos y percepción social en catástrofes

Muchos de los informes que dan las personas sobre las catástrofes se ven teñidos por los sesgos positivistas sobre la imagen de sí –antes mencionados–. Las personas que huyen y sienten miedo tienden a sobrestimar el pánico y miedo colectivo, así creen que más personas sintieron miedo y escaparon, es decir; manifiestan un sesgo de falso consenso sobre sus sentimientos y conductas (“lo hice, pero todo el mundo lo hace”).

Un estudio sobre una inundación en EE.UU. mostró que las personas que habían huido y sentido miedo tendían a pensar que otras personas compartían su vivencia y conducta, en comparación con las personas que no habían huido (Danzig, Thayer y Galanter, reproducidos en Marc, 1987). Asimismo, la investigación desarrollada en la Comunidad Autónoma Vasca (CAV) muestra esta “ilusión” o sesgo positivista. Las víctimas tienden a pensar que se enfrentaron a la catástrofe mejor que la mayoría (Páez, Arroyo y Fernández, 1995).

A modo de ilustración –en los siguientes ocho gráficos– mostramos los resultados sobre las conductas colectivas (percepción de miedo, expresión de gritos, comportamientos de huida, sensación de estar atrapado, percepción de abandono, vivencia irreal de lo ocurrido, sentimientos de rabia y solicitud de ayuda) de una muestra de 192 personas que han sufrido una catástrofe en la CAV. Por ejemplo en el Gráfico I, el grupo que manifestaba miedo personal ante la catástrofe estimaba que el 86,1% los individuos lo habían vivenciado. El otro grupo, que no tenia esta experiencia personal de miedo, estimaba que el 39,5% de los afectados lo habían parecido.

La diferencia entre ambos porcentajes (86–39=47%) es una estimación de falso consenso. La medida de falsa unicidad de miedo sería la diferencia entre el miedo de la gente o los otros estimado por todos y el miedo personal estimado por todos (57–38=19%). Ambos sesgos socio–cognitivos ayudan a mantener la auto–estima (Goethels, Messick y Allison, 1991), así en el caso de la gente que siente miedo el falso consenso le hace sentirse normal, y en el supuesto general percibir que el resto de la gente experimenta más miedo de lo real le permite sentir más auto–control y estima.

Catástrofes y sesgo positivista de percepción de riesgo

Al igual que con respecto a otras conductas de riesgo, se pensaba que las personas se exponen a circunstancias peligrosas por falta de conocimiento. Sin embargo, se ha encontrado que la información de lo peligroso de un lugar o la exposición a posibles catástrofes no es un factor suficiente para evitar que la gente se vea implicada. Generalmente, las personas viven en los lugares en que pueden sobrevivir aunque sepan que son peligrosos, en particular si no tienen alternativas de cambio (Oliver–Smith, 1996).

También se ha encontrado que la gente que vive ante situaciones amenazantes inhibe la comunicación sobre el peligro y lo minimiza –por ejemplo, personas que viven en áreas donde existen ciertas enfermedades endémicas contagiosos o que viven cerca de centrales nucleares, evitan hablar del tema o evalúan que el problema no les amenaza particularmente a ellos–. Las encuestas muestran que a mayor cercanía de una central nuclear más cree la gente que está segura. En el mismo sentido los trabajadores de industrias con alto riesgo profesional o peligrosas se niegan a reconocer la peligrosidad de sus trabajos, hasta el punto que es difícil hacerles que apliquen las indispensables medidas de seguridad (Zonabend, 1993).

Diferenciales culturales en sesgos positivistas

Los sesgos positivistas sobre sí mismo y el grupo no se dan en todas las culturas con la misma intensidad.

El compartir valores individualistas que refuerzan una imagen de sí independiente facilita los sesgos positivistas. El sesgo de falsa unicidad y la ilusión de invulnerabilidad se manifiestan más fuertemente en culturas individualistas, que valoran la autonomía y la independencia de la persona, y menos en personas de culturas colectivistas asiáticas (Fiske, Kitayama, Markus y Nisbett, 1998). Las poblaciones asiáticas tienen una menor percepción de falsa unicidad. Sin estar ausente del todo, ya que en tres estudios se ha encontrado un sesgo positivista sobre sí en habitantes de Taiwan y China (Yik, Bond, Paulhus, 1998), este sesgo está menos presente y en ocasiones se invierte como sesgo de modestia.

a) Ilusión de invulnerabilidad u optimismo ilusorio: algunas culturas colectivistas, como por ej. Japón muestran un menor sesgo de optimismo ilusorio que las sociedades individualistas, como por ej. EE.UU. (Markus, Kitayama y Heiman, 1996).

Así, los norteamericanos se perciben con una mayor probabilidad de vivenciar hechos positivos y con una menor probabilidad de sufrir hechos negativos (trastornos, catástrofes y accidentes) que una persona media similar a ellos. Es decir, muestran un optimismo ilusorio al considerar que tienen menos probabilidad que los otros de vivenciar hechos positivos e ilusión de invulnerabilidad percibiendo menor probabilidad de sufrir hechos negativos que una persona media similar a ellos. En cambio, los japoneses sólo mostraron ilusión de invulnerabilidad y no optimismo ilusorio, es decir, estimaron que la probabilidad personal de sufrir hechos negativos era menor que la de la persona media y consideraron que tienen tantas probabilidades como otros de vivir hechos positivos (Heine y Lehman, 1995).

Markus, Kitayama y Heiman (1996) han encontrado que los norteamericanos, que viven en ciudades que son vulnerables ante un terremoto, estiman que su vecindad está mejor preparada que la media. En cambio japoneses, que viven en lugares afectados por terremotos, muestran el patrón opuesto, es decir piensan que las vecindades de alrededor están mejor preparadas que la suya para enfrentar los terremotos. Por otro lado, hay investigaciones que muestran que la relación entre optimismo y percepción de control del medio y conductas de prevención son diferentes en culturas colectivistas e individualistas.

En un estudio se encontró que la correlación entre una visión fatalista de lo ocurrido y el tomar menos medidas de seguridad y conductas de prevención ante catástrofes se daba únicamente entre personas de cultura individualista (norteamericanas). Vale decir que el fatalismo se asociaba a una actitud de impotencia o abandono en el caso de las personas individualistas, pero no ocurría lo mismo con las personas colectivistas (asiáticos). En México se encontró la relación inversa, eran las personas que creían que el control de los terremotos no dependía de ellas las que decían realizar más conductas de prevención (López–Vazquez, 1999).

b) Atribución de causalidad interna: las culturas asiáticas y colectivistas utilizan más explicaciones externas y contextuales, aunque también tienden a inferir de la conducta causas internas. Se ha encontrado que las personas que opinan que los sucesos están más sujetos a control externo tienden a dar diferentes respuestas que los individuos que tienden a realizar más atribuciones internas. Una serie de investigaciones encontraron que cuando en el parte meteorológico se afirmaba que el tornado se aproximaba, los norteamericanos “norteños” (con un locus de control más interno) era más probable que dijeran que ellos escuchaban más atentamente las noticias; en cambio los “sureños” tendían a decir que ellos miraban más el cielo (se supone que mirar el cielo es menos adecuado para apreciar el grado real de peligro, que atender las noticias por la radio o televisión).

Cuando se les daba a las personas afirmaciones como “los supervivientes de una inundación...”, para que cumplimentaran la frase, las personas de culturas que enfatizaban el control interno de los acontecimientos era más probable que continuaran la frase indicando: “...necesitaban asistencia”. Mientras que los “sureños”, que creen más que los sucesos se deben a la suerte o a la voluntad divina, enfatizaban las emociones negativas que los supervivientes deberían sentir. Ante un desastre, las personas que tienden a atribuir las causas de los hechos al exterior (locus de control externo), van a mostrar más respuestas expresivas y menos instrumentales. Esto se traducía en que las víctimas por catástrofes eran mayores en el Sur que en el Norte de EEUU, lo cual no se explicaba por diferencias objetivas del tipo de catástrofe y de infra–estructura (Ross y Nisbett, 1991).

Otro estudio con los supervivientes de la catástrofe tecnológica del reactor nuclear Three Mile Island muestra que las víctimas que atribuían a su conducta, aunque no a su forma de ser, la experiencia ocurrida (el suceso negativo) se adaptaban mejor psicológicamente. En general, la persona que realiza este tipo de atribución entiende porqué la catástrofe ocurrió. Además reconstruye una imagen de sí más positiva, ya que el hecho no se debe a su personalidad; sino a un comportamiento parcial. Finalmente, dado que este comportamiento puede ser modificado en el futuro, la persona restaura su creencia en la invulnerabilidad, ya que cree que se puede proteger de esa situación negativa mediante la modificación de su conducta (Baum, Fleming y Singer, 1983).

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