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Hay diferentes formas de concebir la Psicología Comunitaria. De entre éstas hemos recogido dos, a saber; la Norteamericana y la Latinoamericana, por su grado de autonomía -que facilita su análisis-, también porque están suficientemente documentadas en estudios empíricos que analizan su trayectoria y producción investigativa, así como por sus principales orientaciones prácticas.

1. La corriente norteamericana

Lo primero que debemos destacar, si queremos describir esta corriente, es su producción científica, ya que no hay un mayor número de publicaciones dedicadas a la Psicología Comunitaria que las generadas en Estados Unidos. Por este motivo, no es de extrañar la amplitud de perspectivas y marcos conceptuales norteamericanos (Serrano-García y Álvarez, 1992).

Al igual que en otros campos de la Psicología, lo que acontece en Estados Unidos tiene una transcendencia a nivel mundial. En general, el contexto en el que los científicos y profesionales se movilizan para dar cuerpo a la Psicología Comunitaria responde en parte a la transformación de los sistemas de salud norteamericanos (véase en el glosario medicare y medicaid) en respuesta a las prácticas de recuperación de salud en instituciones de orden asilar centradas en aspectos biomédicos en contraposición a los psicosociales.

Dentro de los orígenes de la Psicología Comunitaria destacamos la conferencia de Swampscott, en Bastan en 1965.

Krause (1996) señala que la administración de John Kennedy (a principios de los sesenta), con el propósito de reformar la salud mental para crear redes de atención insertas en la comunidad, convocó a los psicólogos clínicos a "trabajar con criterios de eficiencia y eficacia apuntando a la protección de la salud", lo que a su vez reveló la dificultad que para con estos compromisos tenían las entonces prácticas y modelos de atención psicológica clínica tradicional. Al mismo tiempo, Tyler (1984) destaca un conjunto de transformaciones en torno a la salud mental, que adquieren carácter comunitario formal a partir de la creación de "centros comprensivos de salud mental", que operaban en base a subdivisiones territoriales de investigación e intervención, integrando a miembros de la comunidad con un enfoque centrado en la prevención y educación, mezclando las prácticas tradicionales de salud mental con elementos innovadores. En Swampscott se define el concepto de Psicología Comunitaria en torno a la acción de psicólogos que serían "agentes de cambio, analistas del sistema social, consultores para los asuntos de la comunidad y estudiosos en general del hombre completo en su relación con todo su ambiente" (Bennett, Anderson, Cooper, Hassol, Klein y Rosenblum, 1966).

Esta definición del psicólogo comunitario marca el inicio de un proceso de "formalización disciplinar" en el cual se resalta la concepción del tratamiento como una actividad en y de la comunidad. La salud pasa a ser un asunto de orden doméstico, y por tanto el profesional psicólogo debe vincularse con ese mundo. Por eso, la institucionalidad profesional y académica norteamericana se moviliza en orden a establecer canales de comunicación y criterios de calidad profesional que permitan dar respuesta al contexto social de creación de centros comunitarios, que atiendan a las necesidades de la comunidad proveyendo un servicio más integral y completo (Calderón Narváez, 1984). Es por esto que, además de la definición del profesional comunitario que antes mencionábamos, se agregan algunos principios orientadores, coherentes con las definiciones de salud que por esos años comenzaban a cobrar valor dentro de la Organización Mundial de la Salud; "la Psicología Comunitaria no debe limitarse a combatir la enfermedad o la incapacidad mental,(. .. ) si no que debe orientarse al bienestar" (Bernstein y Niftzel, 1988).

Estos autores sintetizan los "principios conceptuales" operantes en la Psicología Comunitaria de orientación norteamericana:

  1. La adopción de una perspectiva de corte ecológico, en la cual "la conducta no se puede explicar sólo por factores individuales", si no que requiere de una mirada que incorpore elementos ambientales, culturales, históricos y contextuales. Esto, en sentido estricto, supone que "el psicólogo debe buscar las causas de la conducta en diferentes niveles que no siempre son individuales" abriendo la puerta al análisis colectivo y cultural como parte del quehacer comunitario (Bernstein y Niftzel, 1988).
  2. La búsqueda del cambio en el sistema social, y siendo coherentes con lo anterior, debe reconocerse que el cambio personal no siempre implica un cambio colectivo, ya que una transformación social debe consistir en la adopción de una conducta o actitud determinada por parte de la comunidad.
  3. junto a lo anterior, se destaca la importancia de la prevención sobre las intervenciones curativas. Dentro de este principio se resalta el tratamiento en torno a la minimización de las consecuencias de la enfermedad, proveyendo al individuo de las suficientes oportunidades para evitar el sufrimiento y el conflicto, y hacia la "reducción de la prevalencia de las enfermedades por medio de esfuerzos coordinados a partir de una adecuada detección inicial e intervención rápida" (Bernstein y Niftzel, 1988). Una última forma de prevención es la que invita a modificar las circunstancias sociales y ambientales de surgimiento de una patología, eliminando la posibilidad de que ésta aparezca. Esto a su vez, supone un proceso amplio de análisis diagnóstico de las situaciones, y al mismo tiempo, la necesidad de contar con modelos de interpretación teóricos más complejos y multidisciplinares, los que deben reunir esfuerzos para una "acción social" coordinada.
  4. Un cuarto principio consiste en priorizar la intervención en crisis, es decir, la acción directa allí y con quienes la problemática se desencadena -aunque crisis no siempre implique algo negativo, si no, más bien un evento significativo para una o varias personas; por ejemplo, desde la muerte hasta ganar un premio. En palabras de Bernstein y Niftzel (1988) "/a intervención en crisis es una técnica para ayudar a las personas a que manejen de una manera efectiva los problemas que en apariencia son abrumadores en el momento en que ocurren [y, de esta forma] las intervenciones se destinan a personas que de otra manera carecerían de los recursos suficientes para manejar la crisis de una manera adecuada".
  5. El quinto principio establece que debe fomentarse "el sentido de comunidad", y operar sobre ella apuntando al "fortalecimiento de la capacidad de una comunidad o grupo para plantear y crear su propio cambio" (Bernstein y Niftzel, 1988).

2. La corriente Latinoamericana

Uno de los textos que ha tenido mayor impacto en esta corriente se denomina "Vidas Paralelas: Psicología Comunitaria en Latinoamérica y en Estados Unidos", de la psicóloga venezolana Maritza Montero, publicado en 1994. En él se destacan dos elementos relevantes; el primero, de carácter explícito, consiste en establecer una distinción entre los desarrollos que ocurren "al norte del Río Bravo" (es decir en Estados Unidos), de los que suceden al sur del mismo, esto es, de fijar una frontera entre lo que acontece en cada sector continental. El segundo, de carácter implícito, la comparación, como forma de establecer el "desarrollo", las aportaciones y los avances de lo comunitario en este gran lado de la frontera. En torno a esta misma idea Enrique Saforcada subraya que el desarrollo de la Psicología Comunitaria en Latinoamérica "se apartó significativamente de las orientaciones norteamericanas [ ... ].Sus fuentes iniciales fueron otras ... " (Saforcada, 1992). Y con esto se refiere fundamentalmente a que el inicio y desarrollo de esta corriente tiene más que ver con los eventos sociales que se sucedieron en las últimas décadas de nuestro pasado reciente.

Respecto de la génesis de la Psicología Comunitaria en América Latina, la autora nos dice que "resulta difícil cifrar su origen en una fecha específica", pues su auge y desarrollo está ligado a diversos procesos políticos y sociales, que durante las décadas de los cincuenta a los ochenta del siglo XX dinamizaron la actividad académica, la vida social, y, en mayor o menor forma, a toda América Latina (Montero, 1994).

En el caso de la Psicología, esto se traduce en una reacción a la forma tradicional, académica y encorsetada en métodos tradicionales que había adoptado la disciplina. Así, un ejemplo destacado de esta corriente consiste en la revisión crítica de los modelos y sistemas teóricos importados, ya que en su aplicación no respondían adecuadamente a las características de los latinoamericanos, ni de los problemas que acontecían al sur del Río Bravo.

Al contrario de lo que sucedió en Estados Unidos el movimiento comunitario en Latinoamérica surgió en las Ciencias Sociales y en particular en la Psicología Social.

Por lo tanto, sus orígenes no se pueden vincular con la Psicología Clínica, ya que más bien fueron los psicólogos sociales, los sociólogos, los asistentes sociales y los estudiantes, entre otros, los que más aportaron a la Psicología Comunitaria.

En este sentido, a finales de los años 60 surge un movimiento eclesiástico denominado teología de la liberación, que reacciona ante la opresión política y se pone de parte de los pobres y oprimidos, haciendo énfasis en la participación activa para hacer frente a la opresión y dirigirse hacia la liberación. Una buena representación de estas ideas las podemos encontrar en las obras de Ellacuría (1984) y Martín-Baró (1988).

Posteriormente, a principios de los 70 es cuando empieza a sistematizarse en diversos países de América Latina (Panamá, Puerto Rico, Venezuela, Perú, República Dominica y El Salvador) una organización comunitaria encaminada a promover la autogestión, a través de la cual las personas deben comenzar a ser responsables de sus vidas y a estar más implicadas con la comunidad con el fin de conseguir un cambio social (Hombradas, 1996).

Dentro de los referentes de este proceso figuran, con especial relevancia, Paulo Freire y la educación popular; Orlando Fals Borda y las acciones de transformación cultural; Federico Engels y la teoría social marxista; Thomas Berger y Peter Luckman en torno al interaccionismo simbólico.

Además, se acuña el término de Psicología Social Comunitaria, que tiene como objetivos específicos:

  1. hacer uso de las teorías válidas en Psicología Social -y sus métodos asociados- para resolver problemas específicos y concretos de las comunidades,
  2. promover el cambio social planificado desde la perspectiva socio-psicológica (Montero, 1980).

Otra de sus características distintivas es su crítica a los modelos experimentales, haciendo énfasis en la investigación y evaluación para el desarrollo de la teoría -explicativa-, a la vez que promueve la participación activa de la comunidad en proyectos para su propio desarrollo, así su principal método consiste en identificar necesidades, ejecutar intervenciones participativas y evaluar resultados.

Todo este conjunto de referentes que hasta aquí hemos expuesto como característicos de ambas corrientes han dado origen a algunos marcos teóricos de la Psicología Comunitaria. En este sentido, Mann (1978) identifica cuatro marcos teóricos norteamericanos. Estos son el de salud mental comunitaria, el organizacional-sistemático, el de cambio social y el ecológico. Posteriormente se realiza una ampliación de este último marco y se incluye el marco transaccional.

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