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Aunque la psicología cognitiva sigue gozando de buena salud en amplios ámbitos académicos, algunas de sus variantes han ido en direcciones que la han sofisticado o transformado, ya sea como resultado de su propia evolución interna, ya sea como resultado de la hibridación con otras perspectivas procedentes de dentro o fuera de la propia psicología -si bien las fronteras entre áreas y disciplinas son siempre borrosas-. Vamos a detenernos muy brevemente en dos de esos desarrollos: el conexionismo y la psicología evolucionista. El primero ha sido una evolución interna del cognitivismo. La segunda ha sido más bien un cruce entre éste y la biología.

El conexionismo y el reencuentro con el cerebro

Desde la perspectiva de los paradigmas que mencionamos al principio, cabría afirmar que a la psicología cognitiva la ha sucedido recientemente un paradigma aún más nuevo: el conexionismo, cuya presentación en sociedad suele fecharse en 1986, cuando los miembros del grupo de investigación liderado por los norteamericanos David E. Rumelhart (1942-2011) y James L. McClelland (1948-) publicaron el libro titulado Introducción al procesamiento distribuido en paralelo (Rumelhart et al., 1986). De hecho, para distinguirla de la versión conexionista del cognitivismo, a veces se denomina “paradigma simbólico” a la psicología cognitiva clásica -la que hemos tratado hasta aquí-, y no faltó quien habló de “revolución conexionista” a finales de los ochenta. Lo simbólico se refiere al hecho de que la psicología cognitiva clásica concebía el procesamiento de la información como procesamiento de símbolos, o lo que es lo mismo, computación de representaciones simbólicas. En cambio, desde el punto de vista conexionista las representaciones mentales no son más que patrones de activación distribuidos por una red de unidades de procesamiento de información interconectadas. Lo simbólico es consecuencia y no causa del procesamiento de la información. Por eso el conexionismo se ha llamado a veces “paradigma subsimbólico”.

Para entenderlo mejor, tengamos en cuenta la estructura básica de un modelo conexionista (figura 3). Se compone de un conjunto de pequeños procesadores contectados entre sí, que a veces se denominan nodos y funcionan como los nudos de la red. Los procesadores emiten señales excitatorias o ihnibitorias, es decir, que propagan la activación por la red o bien la reducen. Una representación mental no es más que un patrón de activación determinado. El procesamiento no consiste en una computación de símbolos, sino simplemente en un juego de activaciones e inhibiciones automáticas.

red conexionista

Aparte de su perspectiva subsimbólica, otro rasgo fundamental del conexionismo es su concepción del procesamiento de la información como algo que transcurre de forma paralela y no en serie. De hecho, en su libro de 1986 Rumelhart y sus colaboradores no hablaban de conexionismo, sino de procesamiento distribuido en paralelo o PDP, siglas que daban nombre a su grupo de investigación. El procesamiento distribuido en paralelo significa que no hay un input sensorial al cual le suceda una transducción que a su vez va seguida de un procesamiento modular al cual le sigue una elaboración de representaciones mentales elaborada por el sistema central de procesamiento, el cual posibilita la salida de un output conductual. En lugar de eso, hay diferentes procesamientos simultáneos e interrelacionados, dado que el procesamiento no es más que una propagación de señales excitatorias e inhibitorias a través de la red. Los diagramas de flujo de la psicología cognitiva clásica asumían que el procesamiento de la información era, en general, lineal o secuencial, es decir, por pasos sucesivos. El conexionismo supone que existen redes de unidades de procesamiento actuando simultáneamente. Ello es así porque, para los conexionistas, el procesamiento distribuido en paralelo constituye un modelo científico de la mente humana más fiel a la realidad que el proporcionado por la clásica analogía del ordenador, basada en un procesamiento serial. Mientras que los ordenadores funcionan mediante procesamiento secuencual -al menos los tradicionales-, la mente humana funciona mediante procesamiento en paralelo.

De hecho, muchos conexionistas creen que el procesamiento en paralelo responde al modo en que el cerebro procesa realmente la información. Y es que, al igual que el cognitivismo clásico se legitimaba a sí mismo como recuperación científica de la mente, en ocasiones el conexionismo se ha legitimado como recuperación, aún más científica si cabe, del cerebro. Ya hemos indicado que las redes conexionistas se parecen enormemente a las redes neurales. No en vano muchos conexionistas han defendido un isomorfismo entre la mente y el cerebro y han asumido que las unidades de procesamiento de información no son otra cosa que las neuronas.

Una diferencia importante entre la psicología cognitiva clásica y el conexionismo, entonces, radicaría en la vocación que éste último tiene de confeccionar modelos del funcionamiento de la mente abiertamente basados en el funcionamiento del cerebro: las redes conexionistas corresponderían a redes neuronales. Ahora bien, también hay versiones del conexionismo que no pretenden mantener ese isomorfismo tan estricto entre cerebro y mente, sino que se limitan a utilizar las redes conexionistas como modelos explicativos del comportamiento, un poco al estilo de los partidarios de la versión débil de la metáfora del ordenador. Por lo tanto, no todas las variantes del conexionismo participan igualmente del cerebrocentrismo. Las hay más psicologizantes y más neurologizantes.

Llamamos cerebrocentrismo a una tendencia que en algunas épocas se pone más de moda que en otras y consiste en buscar en el cerebro la clave explicativa de la naturaleza humana (Pérez, 2011). En el cerebro residiría el secreto de todo nuestro comportamiento, y las teorías psicológicas -al igual que las sociológicas y antropológicas- estarían destinadas a convertirse en teorías neurofisiológicas. Identificando ciencia con mecanicismo y materialismo reduccionista, algunos suponen que es más científica una psicología basada en el cerebro porque éste es una realidad tangible que, además, ha sido tradicionalmente estudiado por la neurología, lo cual permite un acercamiento a las ciencias naturales que refuerza la cientificidad. A este respecto, recordemos lo dicho al principio sobre el complejo de inferioridad de los psicólogos y su obsesión por emular a las ciencias duras.

El cerebrocentrismo sigue confiando en lo que Wundt llamaba una fisiología hipotética del porvenir. Explícita o implícitamente, por tanto, es reduccionista. Da por supuesto que el origen de la actividad psicológica radica en un órgano corporal -el cerebro- y que dicha actividad podrá explicarse completamente cuando el funcionamiento de ese órgano se conozca en su totalidad. Además, el cerebrocentrismo asume que una explicación científica -o una explicación, a secas- debe ser mecanicista. Algunos cerebrocentristas incluso se han atrevido a poner fecha a la reducción definitiva de la psicología a la fisiología del sistema nervioso: Antonio Damasio (2002) ha afirmado que “podemos arriesgarnos a decir que para el año 2050 tendremos suficiente conocimiento de los fenómenos biológicos para suprimir el dualismo tradicional entre cuerpo y cerebro, cuerpo y mente, cerebro y mente”.

La psicología evolucionista

La psicología evolucionista no es exactamente una derivación de la psicología cognitiva, sino más bien un cruce entre ésta y el neodarwinismo. Al igual que el conexionismo, es también un producto americano. Su popularización comenzó en 1992, a raíz de un libro editado ese año por la psicóloga Leda Cosmides (1957-) y los antropólogos John Tooby y Jerome H. Barkow (Barkow et al., 1992). En este libro se defendía que la cultura es una consecuencia del sistema cognitivo humano y éste es una consecuencia de la evolución: “La cultura no es algo que carezca de causas ni esté desencarnado. Se produce -por vías profusas e intrincadas- mediante mecanismos de procesamiento de información ubicados en las mentes de los seres humanos. Estos mecanismos, a su vez, son el producto largamente trabajado del proceso evolutivo” (Cosmides et al., 1992, p. 3).

En efecto, la psicología evolucionista sostiene que nuestra arquitectura psicológica es una propiedad de nuestro sistema nervioso, el cual es resultado de nuestro genotipo, que a su vez es un resultado de millones de años de evolución biológica. Aunque no necesariamente adopte la versión de Fodor que explicamos antes, la psicología evolucionista asume una concepción modularista de la mente humana. Supone que los módulos son producto de la selección natural.

Los ha producido la selección natural para facilitar la adaptación al medio. Los módulos, que - recordémoslo- son innatos, hacen que el organismo ponga en marcha automáticamente, sin aprendizaje, una serie de conductas que le permiten sobrevivir. Las características variables del entorno exigen algún grado de aprendizaje, pero sus características constantes posibilitan que determinados comportamientos se fijen hereditariamente y -por así decirlo- las especies se ahorren el esfuerzo de tener que aprenderlas cada vez. Contar con repertorios innatos de conductas proporciona ventajas evolutivas, pues libera recursos para aprender otras nuevas. Los psicólogos evolucionistas subrayan que los animales perecerían si no nacieran con módulos encargados de canalizar la información del medio del tal manera que unas conductas -las más adaptativas- fuesen más probables que otras. Por descontado, esto se aplica también a los seres humanos.

Huelga añadir que la psicología evolucionista también adopta una perspectiva mecanicista a la hora de entender la actividad psicológica. Tiende a considerarla un mero producto de los genes, aunque sea indirecto. Por tanto, es innatista. No es que niegue el aprendizaje, pero tiende a pensarlo como algo que en cierto modo es complementario, algo que rellena aquello que los patrones de conducta genéticamente programados no son capaces de afrontar debido a su inflexibilidad. Los mecanismos de procesamiento de la información -los módulos cognitivos- son eso, mecanismos innatos producto de los genes. La psicología evolucionista se sitúa, pues, en una tradición distinta a la de la teoría de la selección orgánica de Baldwin: se sitúa dentro de la tradición del neodarwinismo o la teoría sintética de la evolución.

De hecho, una de las principales críticas que se ha lanzado contra la psicología evolucionista es que da la espalda a los problemas teóricos del neodarwinismo, y su concepción modularista de la mente implica una rigidez que es incompatible con la plasticidad necesaria para que se produzca la adaptación (Sánchez, 1996).

Los psicólogos cognitivos han tenido con el conductismo una relación de amor-odio. No han podido rechazarlo de plano porque se han sentido herederos de su espíritu cientifista, de su intención de analizar objetivamente lo psicológico con una actitud mecanicista. Los conductistas habrían cometido una especie de error necesario: su superación de la vieja idea de la conciencia propia del funcionalismo era imprescindible, sólo que pecaron de exceso de celo al rechazar la existencia de la mente. Pero, al mismo tiempo, los psicólogos cognitivos han sentido la necesidad de autodefinirse frente al conductismo para hacerse visibles. De ahí la idea de la revolución. Desde su punto de vista, sólo a partir de la década de los cincuenta -merced a las tecnologías de la información- se contaba con las herramientas metodológicas y los modelos teóricos que permitían estudiar la mente de una manera objetiva, científica, sin recaer en la concepción funcionalista de la conciencia.

Con todo, contemplados desde otras perspectivas como las que trataremos en el tema siguiente, los enfrentamientos entre conductistas y cognitivistas son peleas de familia. Ya hemos señalado que sus semejanzas son mayores que sus diferencias. Ambos creen en una forma de hacer psicología caracterizada por rasgos como el mecanicismo y la exclusión del desarrollo filo, onto e historiogenético. Ha habido hibridaciones -siempre hay hibridaciones- entre la psicología del desarrollo y la psicología cognitiva (p.ej. Karmiloff-Smith, 1992), pero en lo que tienen de cognitivas está condicionadas por la idea de que la mente es una categoría natural cuyas leyes de funcionamiento pueden formalizarse científicamente mediante modelos que explican nuestra actividad.

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