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La sociología, como la psicología, no se institucionalizará como disciplina hasta finales del siglo XIX. Si el dato fundacional del inicio de la psicología se sitúa con Wilhelm Wundt en Alemania, el dato fundacional de la sociología como disciplina autónoma y científica se sitúa convencionalmente en Francia con la figura de Emile Durkheim (1858-1917). Como sus antecesores, Durkheim pretende poner esta ciencia social al servicio de la sociedad y, en particular, de la joven y frágil República Francesa.

En la estela de Saint Simon y del posterior socialismo alemán, Durkheim critica el individualismo y la noción de individuo racional y autosuficiente que dominaba en la economía política liberal, poniendo el acento en la dimensión social del ser humano y en la idea de sociedad como un objeto con sus propias leyes de funcionamiento (Mucchielli, 1999).

Ahora bien, su sociología se solapará en buena medida con el programa de investigación de la psicología, o al menos una parte de ella, al interesarse especialmente por el análisis de la conciencia colectiva (las representaciones colectivas). Él mismo, que había podido seguir los cursos de Wundt en Leipzig en su viaje de estudios a Alemania (1885-1886) (Espagne, 1998), había encontrado la forma de legitimar la reorientación empírica de la filosofía en la psicología de los pueblos, a la que definía como una psicología social que se ocupaba de «las ideas y sentimientos comunes que aseguran a la vez la unidad y continuidad de la vida colectiva» (Durkheim, 1888, p. 42). Su programa sociológico, de partida, se proponía en cierto modo ofrecer los resultados que a su juicio Lazarus y Steinthal no habían logrado alcanzar (Durkheim, 1888).

La sociología durkheimiana mantendrá de hecho una relación tan intensa como compleja con la psicología en vías de institucionalización, con la que se disputa el monopolio del análisis de la dimensión social de la conciencia y su consiguiente espacio académico. Así, Durkheim (1893/1982) se esforzó por delimitar el campo de la sociología en torno a una definición del hecho social como un objeto externo y coercitivo (aunque pueda ser inmaterial) que impone al individuo normas de pensamiento y reglas de conducta, sin excluir cierto margen de autonomía individual. Asimismo, estableció unas reglas del método sociológico para su tratamiento sistemático, según las cuales el hecho social debe ser analizado sin prejuicios (no le corresponde, por ejemplo, posicionarse con respecto a si los ritos religiosos carecen o no de fundamento) a partir de la observación y de los datos y evidencias empíricas, aplicando métodos científicos (como la estadística) y atendiendo a su función y a sus causas inmediatas (Durkheim, 1895/1988). Así lo aplicó él mismo en su conocido estudio sobre el suicidio (Durkheim, 1897/1976), donde concluyó que el comportamiento individual está guiado por una realidad moral colectiva. Sobre la relación de esta sociología con la psicología, en un texto de 1898 sobre representaciones individuales y colectivas, Durkheim trató de delimitar sus respectivos terrenos: mientras que la psicología se ocupaba de los fenómenos de la conciencia individual, la sociología lo hacía de la conciencia colectiva, ofreciendo una especie de historia natural del hombre en sociedad. No obstante, definir el hecho social como un fenómeno de naturaleza esencialmente psicológica ponía a Durkheim, como señala Karsenti, en una posición muy incómoda, pues su objeto de estudio se situaba a la vez «contra y en la psicología» (Karsenti, 1996, p. 36).

Una parte de la psicología, en efecto, en línea con la tradición inaugurada por Lazarus y Steinthal, no renunciaba al estudio de la dimensión colectiva de la conciencia. Así, por ejemplo, Ribot, en sus trabajos tardíos sobre La psicología de los sentimientos (1896), afirmaba que la vida afectiva no puede entenderse sin su dimensión histórica ni al margen de las instituciones sociales, morales, religiosas, estéticas e intelectuales en las que se expresa. En esa dirección trabajaría asimismo George Dumas, discípulo suyo, y otros autores menos conocidos como Henri Delacroix (1873-1937), que desarrolló, a partir de un análisis genealógico de la experiencia mística, una psicología de la religión, así como una psicología del arte y una psicología del lenguaje (Pizarroso, 2013).

De la mano del principal discípulo de Durkheim, su sobrino Marcel Mauss (1872-1950), que matizará de forma importante el determinismo social de su maestro, tendrá lugar un enriquecedor diálogo con la psicología, al menos con aquella que sigue asumiendo como objeto de investigación los fenómenos de la conciencia colectiva. No por casualidad se le ofrece la presidencia de la Sociedad de Psicología francesa en 1924 y se publican sus trabajos en su revista (Journal de Psychologie Normale et Pathologique) (Pizarroso, 2017). En ese contexto verán la luz una serie de psicologías colectivas procedentes tanto del lado de la psicología como de la sociología. Del primero destaca la de Charles Blondel (1876-1939), Introducción a la psicología colectiva (1928), donde defiende, influido por las tesis de Lucien Lévy-Bruhl (1857-1939), que la colectividad, a través del lenguaje y del gesto, atraviesa tanto nuestra afectividad como nuestra inteligencia y actividad, y que cualquier estudio del psiquismo humano ha de tener en cuenta los sistemas de pensamiento propios de cada colectividad humana. Del lado de la sociología destaca especialmente la obra de Maurice Halbwachs (1877-1945), cuyos trabajos sobre la memoria (Marcos sociales de la memoria, 1925) han recibido especial atención en los últimos años (Hirsch, 2015). En una línea semejante, atento a la dimensión social de la mente pero sobre todo a su dimensión histórica y de cambio, siguiendo la trayectoria de Henri Delacroix, se desarrollaría también el proyecto de psicología histórica de Ignace Meyerson (sobre quien volveremos más adelante), que retoma la idea de una historia de las funciones psicológicas actualizada a la luz de los desarrollos de las distintas ciencias humanas.

Estas líneas de trabajo convivirán con una nueva forma de hacer historia, concebida en el marco sociológico durkheimiano, conocida como Escuela de los Annales. Esta historia, a la que sus representantes llaman «la nueva historia», se opone a la narración de acontecimientos políticos y acciones de grandes hombres y propone en su lugar una historia de carácter más social y cultural que tiene en cuenta otras dimensiones de la actividad humana. Centrada en problemas, se elabora de forma transdisciplinar en diálogo con la sociología, la economía, la antropología y la psicología (Burke, 1996). Sus fundadores, Marc Bloch (1886-1944) y Lucien Febvre (1878-1956), trabajaron de cerca con las psicologías colectivas e histórica antes mencionadas (Febvre y su discípulo Robert Mandrou adoptaron de hecho la etiqueta «psicología histórica» en su trabajo). Promovieron así una historia de las mentalidades que se cultivó especialmente a partir de la década de 1960 y que dio lugar a trabajos de historia sobre la infancia, concepto inexistente antes del siglo XVII (Ariès, 1992), sobre las actitudes ante la muerte, sobre la familia, la sexualidad, el amor o la vida privada (ver Burke, 1996).

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