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Las teorías funcionalistas asumen una arquitectura interactiva del lenguaje proponiendo una influencia mutua entre procesos sintácticos, semánticos y pragmáticos. Por su parte, la perspectiva funcionalista, analiza cómo algunos términos gramaticales (pronombres, conjunciones) regulan la activación de los conceptos y la correferencia entre éstos durante la comprensión. Este enfoque asume una estrecha relación funcional entre sintaxis y significado, de modo que en ocasiones ambos procesos no son fácilmente separables.

Según el lingüista Tom Givón, los marcadores gramaticales (preposiciones, pronombres, conjunciones, etc.) pueden considerarse instrucciones de procesamiento que guían al lector en la ejecución de ciertas operaciones mentales como la regulación del foco atencional, la búsqueda de información en la memoria y la integración conceptual. Así, los pronombres funcionan a menudo como anáforas que le indican qué concepto, mencionado previamente, debe mantenerse activado en el foco atencional.

El sujeto gramatical es en la mayoría de los casos una entidad animada, casi siempre humana, consciente, activa y volitiva. Aunque en algunos casos el sujeto gramatical pueda ser cualquier sintagma nominal. El paralelismo entre la forma lingüística y el significado se manifiesta también en el hecho de que algunas estructuras o construcciones gramaticales expresan eventos relevantes de la experiencia humana, como ubicación espacial, relaciones causales o acciones de transferencia.

Además, en muchas estructuras predicativas se postula una relación figura/fondo. La figura es la entidad desconocida que recibe el foco atencional, y el fondo es la entidad más familiar que se utiliza como marco de referencia.

Una característica del patrón predicativo figura/fondo es la asimetría. Así, en las oraciones locativas la figura suele ser más dinámica, de menor tamaño y menos saliente que el fondo. Consecuentemente, la inversión de los términos determina frases extrañas (“La mesa está debajo del libro”).

En cierto modo, los usuarios del lenguaje no pueden dejar de incluirse a sí mismos en lo que dicen, estableciendo un marco espacial, temporal o conversacional centrado en el aquí-ahora-yo. Así, no es posible generar una oración sin establecer una datación de los eventos respecto al momento del habla.

Algunas lenguas, como el castellano, establecen además otros matices temporales, indicando si la acción se considera finalizada (“escribió”) o en marcha (“escribía”).

Finalmente, otros elementos de perspectiva son los pronombres deícticos (yo, tú, él/ella) que implican la perspectiva del hablante, la del oyente o la perspectiva de otro ajeno al contexto comunicativo.

Anáforas

La anáfora es un tipo de elemento lingüístico que facilita la construcción de la coherencia entre las oraciones que describe una palabra referida a un concepto mencionado en el contexto previo.

La anáfora se puede encontrar en repeticiones, en pronombres, mediante descripciones (anáfora categorial) y sin elementos anafóricos visibles de forma que permanece implícito.

Una de las primeras tareas de los psicólogos del lenguaje fue tratar de desvelar mediante técnicas en línea en qué momento el lector resuelve el antecedente de la anáfora y qué factores determinan el coste cognitivo de la resolución de la anáfora. Así, la dificultad es mayor cuando la anáfora tiene dos posibles referentes (anáfora ambigua) que cuando tiene uno solo, cuando la distancia entre la anáfora y el referente es mayor o cuando el referente no pertenece al tema del discurso.

Gernsbacher utilizó tanto anáforas de repetición del nombre (no ambiguas), como anáforas pronominales ambiguas observando que la ambigüedad referencial del pronombre no se resuelve inmediatamente, sino que se aplaza al final de la oración (Ensalzado del referente o aumento de activación).

Además, se demostró que no sólo se verifica más rápido el referente sino que se enlentece la respuesta ante el no referente (Supresión o inhibición del no referente).

Los pronombres anafóricos se refieren a un antecedente, con el que mantienen concordancia gramatical en género y número a excepción de las anáforas conceptuales.

Los resultados del experimento de anáforas conceptuales fueron idénticos con pronombres tanto en inglés como en español.

Con frecuencia, en un texto se introduce un personaje con el nombre de su rol o profesión y posteriormente se vuelve a mencionar mediante una anáfora. En inglés muchos nombres de profesión no tienen marca de género; por ejemplo 'the teacher' es la misma palabra para referirse a un profesor o a una profesora. Este hecho proporciona la ocasión de investigar los estereotipos de género, ya que hay algunas actividades o profesiones asociadas a los hombres y otras asociadas a las mujeres.

Conectores

Los conectores son un tipo de marcadores lingüísticos que funcionan como un pegamento semántico entre cláusulas operando como instrucciones de procesamiento que indican al lector y oyente cómo debe integrar dos cláusulas. Los conectores de uso más frecuente (conjunciones o adverbios) son los aditivos temporales, causales y adversativos.

Los conectores aditivos imponen menos restricciones semánticas, siendo más polisémicos o de propósito general. Así, el conector “y”, dependiendo del contexto, puede entenderse como una simple yuxtaposición o enumeración de eventos, como sucesión temporal, causalidad e, incluso, contraste u oposición entre eventos.

Por otra parte, los conectores más restrictivos (adversativos y causales) son cognitivamente más demandantes como muestra el orden de adquisición de los conectores en los niños (aditivos → temporales → causales → adversativos).

Las investigaciones sobre conectores son bastante escasas. En ocasiones, han sido más un tema de estudio de los psicólogos del razonamiento, que han considerado que algunos de ellos (y, luego, si, pero, si, o) son operadores lógicos incorporados en el lenguaje natural dentro del razonamiento deductivo.

El primer estudio sobre el funcionamiento cognitivo de los conectores fue desarrollado por Millis y Just,manipularon la presencia o ausencia del conector porque en oraciones con contenido o sesgo causal (“Los padres brindaron por su hija durante la cena [porque] Juana había superado los exámenes finales en una prestigiosa universidad”).

Mediante la técnica de la ventana móvil se observó que la presencia del conector reduce la carga cognitiva en la lectura. Sin embargo, cuando la pauta se invertía en la última palabra de la oración (universidad), en la cual la lectura fue más lenta en presencia del conector que en su ausencia.

El registro de los movimientos oculares durante la lectura analiza los procesos de lectura dado que mide el tiempo en el que el ojo se detiene en cada palabra o segmento de la oración. Sin embargo, esta técnica es muy lenta y costosa. Una técnica alternativa más barata y fácil de aplicar es la ventana móvil en la que se necesita un ordenador programado adecuadamente en la que el participante recibe inicialmente en la pantalla una serie de máscaras que ocultan las palabras de la oración. Así, para leer estas palabras el participante debe apretar una tecla desvelándose la palabra en el lugar de la máscara correspondiente de forma que la palabra anterior vuelve a enmascararse.

De esta forma, el lector se familiariza con el procedimiento y lee a su propio ritmo pudiendo estudiarse las palabras más largas, las menos frecuentes y las que requiere realizar alguna operación cognitiva adicional que se leen más lentamente.

Además, que la presencia del conector causal “porque” incrementa la probabilidad de recuerdo tanto de la primera como de la segunda cláusula de las oraciones. Así, este conector no incluye información específica sobre cómo es la relación causal existente entre los eventos sino que indica al lector que debe inferir una relación causal apropiada para ese contexto.

Noordman, Vonk y Kempff comprobaron que cuando el lector no dispone de suficiente conocimiento sobre el fundamento causal de dos eventos, el conector «porque» resulta inútil puesto que el lector no es capaz de realizar la inferencia causal.

Los conectores adversativos, por su parte, indican al lector que debe estar preparado para una ruptura de sus expectativas causales en la siguiente cláusula, siendo indicadores de discontinuidad entre las cláusulas.

En un estudio de Vega se observaron dos sesgos comunes: el sesgo causal y el sesgo adversativo.

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