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Existe una relación entre la maduración biológica del individuo y su desarrollo lingüístico, de manera que ciertas etapas no pueden alcanzarse antes de una edad determinada.

Eric H. Lenneberg es el principal defensor de la existencia de un período crítico para el lenguaje situando dicho período entre los 2 años de edad y el comienzo de la adolescencia. Tras la pubertad, las capacidades de autoorganización y ajuste a las demandas fisiológicas del comportamiento verbal disminuyen rápidamente, de forma que el cerebro parece entrar en una fase de estabilidad en la que las habilidades más primarias y elementales que no han sido adquiridas hasta ese momento permanecen, por regla general, defectuosas durante toda la vida.

Lenneberg propone cinco argumentos en su defensa de un período crítico:

  1. El desarrollo del lenguaje en los niños gravemente retrasados se detiene en la pubertad.
  2. Las posibilidades de recuperación del lenguaje tras una lesión cerebral son mayores en los niños pequeños que en los adultos.
  3. Respecto de la adquisición de una segunda lengua, un adulto que aprende un nuevo idioma tiende a conservar su antiguo acento y lo más probable es que su habla nunca llegue a confundirse con la de un nativo, desde el punto de vista fonético. Sin embargo, un niño adquirirá la segunda lengua sin ningún acento extranjero.
  4. El período crítico coincidiría con el período de lateralización del lenguaje cuando una mitad del cerebro, la izquierda en la mayoría de las personas, se va haciendo cargo de los principales mecanismos neurales del lenguaje entre los 2 y los 14 años.
  5. Los niños salvajes, individuos que se han visto expuestos al lenguaje tardíamente.

A partir de la década de 1980, se rechaza la idea sobre la existencia de un período crítico para el lenguaje. Se entiende que el estancamiento del lenguaje en la pubertad de los niños con discapacidad psíquica se debe sobre todo a la falta de estimulación más que al hecho de haber sobrepasado el supuesto período crítico.

Además, los cerebros jóvenes tienen en general mayores posibilidades de recuperación en cualquier área cognitiva, comprobandose que en la adolescencia aún pueden producirse cambios sustanciales en el del lenguaje.

Es cierto que los niños pequeños pueden adquirir mejor que los adultos los rasgos fonéticos y prosódicos de la segunda lengua, pero en lo que se refiere a la adquisición de su gramática no parece demostrada una superioridad clara. En todo caso, una mayor dificultad por parte de los individuos adultos podría reflejar también cierta rigidez general de sus habilidades de aprendizaje, tanto por razones biológicas como socioculturales.

No obstante, existe un acuerdo amplio en admitir un subperíodo crítico para la fonética de una segunda lengua. En torno a los 10-12 años, hay ciertos rasgos de la fonética materna que contaminan a la segunda lengua y le confieren cierto acento.

Por esta razón, James Flege defiende que la verdadera dificultad del hablante no reside en la pronunciación sino en la percepción de los sonidos de la segunda lengua.

Por otra parte, se ha observado en numerosos experimentos que bebés menores de 1 año ya dan muestras de lateralización. En tareas experimentales de escucha dicótica, los niños de 2 a 3 años revelan un uso preferente del hemisferio izquierdo en el procesamiento del lenguaje. Según otros autores, el proceso de lateralización finaliza hacia los 5 años.

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