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Existen varias hipótesis que fijan un punto en el curso vital de las personas en el que se puede decir que la personalidad está consolidada. Hipótesis:

  • Hipótesis psicoanalítica: sugiere que la personalidad está estructurada en la infancia, en torno a los 5 años de edad. La evidencia empírica la descarta ya que la adolescencia es un periodo vital caracterizado por intenso cambios y reajustes en el modo en que el individuo se enfrenta a los nuevos retos y situaciones. El inicio de la edad adulta conlleva un esfuerzo adaptativo que se traduce en cambios importantes en su estilo adaptativo, en el modo de interpretar y reaccionar a las situaciones de la vida diaria.

  • Hipótesis de Bloom: parte del supuesto de que la personalidad está consolidada en la edad adulta y que ésta se alcanza en torno a los 20 años, pero la propia investigación de Bloom tas revisar la evidencia aceptó que a los 20 años se seguían produciendo cambios en la personalidad.

  • Posteriormente 2 hipótesis ⇒ Una liderada por Costa y McCrae que propone que la máxima estabilidad se alcaza en torno a los 30 años, aunque pudiesen presentarse cambios en edades posteriores, pero de escasa importancia y otra que se apoya en los datos aportados en el meta-análisis de Roberts y Del Vecchio que sostiene que la personalidad se mantienen flexible y sigue evolucionando a lo largo de la edad adulta, hasta edades bastante posteriores a los 30 años.

¿Se alcanza el techo de estabilidad de la personalidad en torno a los 30 años?

Costa y McCrae concluyen que si se toman conjuntamente los resultados de los estudios transversales y longitudinales, todo apunta a que hay poco cambio durante la mayor parte de la edad adulta en los niveles medios de los rasgos de personalidad.

Esta hipótesis se apoya en el supuesto del mayor peso determinante de los factores genéticos en la expresión de los distintos rasgos de personalidad, pero existe evidencia que pone en cuestión dicho supuesto.

La investigación disponible sugiere que el efecto de los factores genéticos y del ambiente compartido tiende a disminuir con la edad y que los cambios que se producen en la personalidad a lo largo del ciclo vital van teniendo que ver cada vez menos con la predisposición genética y más con las particulares circunstancias que configuran el entorno psicosocial en que se desenvuelve la vida de cada persona.

Como los cambios suelen ser pequeños y tienen lugar a lo largo de periodos dilatados de tiempo (salvo en situaciones muy excepcionales como experiencias traumáticas o acontecimientos vitales severos), la presencia de cambio es menos perceptible y se tiene la impresión de que prácticamente no se ha cambiado.

El entorno en el que cada uno lleva a cabo su vida, se va estabilizando paulatinamente, incrementando con ello la impresión de que uno no cambia, pero cuando el entorno estable que suele acompañar gran parte de la edad adulta cambia (jubilación, cambio de residencia…) puede observarse que la percepción de estabilidad disminuye y se incrementa la sensación de cambios en el modo en que uno afronta las dificultades y se relaciona con los demás e incluso en el modo en que uno se percibe y valora a sí mismo.

¿Sigue evolucionando la personalidad en la edad adulta?

La hipótesis de los 30 años sería apoyada si se pudiera observar que los coeficientes de estabilidad alcanzados en torno a esa edad, se mantienen en edades más avanzadas. Si se afirma que la personalidad está consolidada en torno a esa edad, supone que en torno a los 30 años se alcanzan los niveles máximos de estabilidad en las distintas variables de personalidad, de forma que si estos niveles fluctuasen en edades posteriores, habría que asumir que la personalidad no necesariamente está consolidada a los 30 años sino que puede seguir evolucionando, presentando cambios, en etapas posteriores del curso vital del individuo.

Esto es lo que viene a demostrar el estudio de Roberts y Del Vecchio ⇒ la estabilidad de la personalidad crece de forma escalonada en paralelo a la edad, alcanzando sus niveles más elevados con posterioridad a los 50 años, mientras alcanza sus niveles más bajos en la infancia.

Los resultados ponen de manifiesto que la personalidad sigue evolucionando, continúa mostrando cambio, más allá de la edad establecida como límite (en torno a los 30 años) en la hipótesis sostenida por Costa.

En consecuencia, la personalidad se mantienen flexible a lo largo de todo el ciclo vital, posibilitando la introducción de cambios que serían fruto del esfuerzo adaptativo del individuo y que suponen el reajuste de las competencias, potencialidades y recursos desde los que el individuo seguirá haciendo frente a los retos futuros.

Ardelt sugirió que la evolución de la estabilidad relativa de las variables de personalidad seguiría un perfil curvilíneo, de forma que la estabilidad va creciendo hasta aprox. los 50 años para descender en edades más avanzadas.

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