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La impulsividad y la compulsividad se proponen como endofenotipos, concretamente síntomas relacionados con circuitos cerebrales específicos y que están presentes de forma transdiagnóstica como una dimensión de la psicopatología que traspasa numerosos trastornos psiquiátricos. Estos dos constructos de síntomas podrían ser diferenciados por el modo en que no logran controlar las respuestas: impulsividad como la incapacidad de impedir el inicio de acciones y compulsividad como la incapacidad de terminar acciones que están en marcha. Ambos son, pues, formas de inflexibilidad cognitiva.

La impulsividad se define como una actuación sin prever las consecuencias; la falta de reflexión sobre las consecuencias de la conducta propia; la incapacidad de posponer la recompensa, con preferencia por la recompensa inmediata, a una recompensa más beneficiosa pero aplazada; la incapacidad de inhibición motora, a menudo incurriendo en conductas de riesgo; o la falta de voluntad para no caer en tentaciones.

Por otro lado, la compulsividad se define como acciones inadecuadas para determinadas situaciones, pero que, no obstante, persisten y que, a menudo, resultan en consecuencias no deseables. De hecho, la compulsividad se caracteriza por la incapacidad de adaptar la conducta tras un feedback negativo. Los hábitos son un tipo de compulsividad, y puede considerarse como respuestas desencadenadas por estímulos del entrono con independencia de la conveniencia actual de las consecuencias de esa respuesta. Los hábitos pueden ser considerados respuestas condicionadas a un estímulo condicionante que han sido reforzados y consolidados por una experiencia pasada con recompensa o por la omisión de un evento aversivo.

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