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¿Puede ser que la memoria esté sesgada y distorsionada por la emoción? La interrelación que existe entre cognición y emoción es compleja, pero queda claro que a veces la emoción es una mala compañera de viaje de la memoria, sobre todo cuando la emoción es extremadamente negativa y la persona es la principal protagonista de la escena.

El estrés y la ansiedad tienen una clara influencia en los procesos de memoria y todos hemos podido sufrir sus efectos en los momentos más inoportunos, como por ejemplo en un examen o encima de un escenario. A menos que uno se tranquilice o tenga la tarea muy sobreaprendida, es muy posible que estas situaciones nos conduzcan a una situación bastante embarazosa.

Hay formas más extremas de estos olvidos transitorios, pero que sin embargo siguen teniendo en común el tener como desencadenante un estado de alta activación emocional. Vamos a hacer un breve repaso de las llamadas amnesias funcionales o psicógenas, la mayor parte de ellas incluidas dentro de la categoría de los trastornos disociativos.

Estos trastornos son especialmente interesantes para el tema de la amnesia, puesto que su sintomatología fundamental consiste precisamente en una alteración de las funciones integradoras de la identidad, la memoria o la conciencia (APA, 1994). En estas alteraciones se da una pérdida de memoria autobiográfica, pero en ausencia de patología cerebral. La forma más extrema de olvido psicógeno es la amnesia histérica o psicógena (amnesia disociativa según terminología del borrador del DSM-IV (APA, 1994). En concreto, se trata de «un episodio de incapacidad repentina para recordar información personal importante, que es demasiado intenso para ser explicado a partir de un olvido ordinario» (APA, 1994). La amnesia psicógena implica casi siempre una aparente pérdida de información autobiográfica. El paciente no puede recordar nada acerca de datos importantes sobre sí mismo, como su nombre, edad o dirección. El inicio de la amnesia psicógena, que se presenta de manera súbita y brusca, suele ir precedida de algún episodio altamente estresante. También puede haber una historia de amnesia orgánica en el pasado.

La amnesia, aunque incapacita para recordar personas o partes importantes de la propia vida, no interfiere necesariamente con el funcionamiento social y laboral, ya que no se pierde ni el lenguaje ni otro tipo de conocimientos. Finalmente, la alteración amnésica desaparece tan abrupta y espontáneamente como apareció. Algunos recuerdos pueden volver más lentamente que otros, y en pocos casos se ha constatado que permanezcan lagunas amnésicas permanentes (Aalpoel y Lewis, 1984).

La alteración de memoria que aquí se presenta viene a coincidir con bastante exactitud con lo que Tulving (1972) denominó memoria episódica en cuanto al contenido de la información que es olvidada. En cuanto a la «forma», la amnesia psicógena es más propiamente una amnesia retrógrada en comparación a la forma anterógrada, más prototípica del síndrome amnésico. Sin embargo, la fenomenología de la amnesia psicógena presenta semejanzas interesantes con la or gáni ca, ya que en ambas persisten fragmentos de memoria dentro de la laguna amnésica, mientras que el conocimiento semántico y de procedimientos se suele conservar (Kopelman, 1987).

Tradicionalmente se ha considerado que un modo eficaz para diferenciar la amnesia psicógena de la orgánica era apelar a la recuperabilidad de los recuerdos. Si la memoria se po día recuperar por algún medio (a través de la hipnosis o de amital sódico), entonces se consideraba que la amnesia era funcional y no orgánica (Aalpoel y Lewis, 1984). Sin embargo, esta solución no tiene en cuenta que a las amnesias producidas por lesiones cerebrales también hay ciertos indicios de recuperación de la información (Meyer y Beattie, 1977).

También en los estados de fuga se produce una pérdida abrupta de identidad personal, y aunque suele suceder que el antecedente de este estado es algún acontecimiento emocionalmente negativo para el individuo, paradójicamente éste experimenta una carencia de sentimientos durante la fuga. Al igual que en la amnesia psicógena, la alteración en la identidad acaba tan abruptamente como comenzó. El final de la fuga se acompaña de amnesia retrógrada (total o parcial) para el período de la huida. Muchos de estos pacientes recobran su antigua identidad, aunque son conscientes de que hubo un vacío en sus vidas del que no pueden recordar nada o casi nada.

Finalmente, la personalidad múltiple es un trastorno caracterizado por la presencia de dos o más personalidades en un mismo individuo, cada una de las cuales tiene el gobierno absoluto del comportamiento en un momento dado (Perpiñá y Baños, 1991). Lo que aquí nos interesa de esta alteración es el funcionamiento particular de las «memorías», dado que cada identidad parece tener la suya propia. Normalmente, la personalidad original no conoce (o tiene poco conocimiento) del resto de las personalidades, pero suele ser consciente del tiempo perdido —de sus lagunas—, que se corresponde con el tiempo en que las otras personalidades tienen el gobierno o control de la conducta. En otros casos, el individuo es completamente inconsciente de sus experiencias amnésicas y por lo tanto fabula memorias para rellenar esas lagunas, o bien las toma prestadas de las «memorias» de las otras personalidades.

En cuanto a su origen, de nuevo aquí nos encontramos con la presencia de algún acontecimiento estresante. De hecho, la personalidad múltiple se concibe cada vez más como una forma disociativa del trastorno de estrés postraumático (Braun y Frischholz, 1992), dado que estos pacientes han padecido frecuentemente abusos sexuales o físicos desde muy temprana edad (si bien es cierto, por otro lado, que no todas las personas que han pasado por este tipo de experiencias sufren necesariamente de este tipo de alteración). En definitiva, la relación que existe entre un acontecimiento vital estresante y la amnesia psicógena, la fuga psicógena o la personalidad múltiple no puede ser pasada por alto.

Otro de los trastornos que pueden ser de interés para comprender cómo funcionan los procesos de conocimiento ante situaciones altamente aversivas es el trastorno de estrés postraumático (que también será objeto de un tratamiento extenso en un capítulo posterior). En estos casos, el paciente ha vivido un suceso que suele estar fuera del rango habitual de experiencias humanas (guerras, catástrofes naturales, violaciones, etc.), que conllevan una seria amenaza para la propia vida o la de otros. El trauma se vuelve a experimentar a través de pensamientos intrusivos, imágenes, sueños o recuerdos, que emergen en la consciencia involuntariamente. También son muy frecuentes los flashback (revivir la experiencia) en los que, aunque el paciente está despierto, parece que se encuentre en un estado alterado de consciencia. Una vez pasado este momento hay amnesia para este período, pudiéndo se hablar por tanto de episodios disociativos. La sintomatología puede intensificarse cuando el individuo se expone a situaciones que son similares, o que simplemente simbolicen la situación original.

En definitiva, en todos estos trastornos la memoria tiene un papel predominante, ya que lo que se disocia de la experiencia consciente es parte de la propia memoria autobiográfica. Más específicamente, en este tipo de alteraciones lo que está afectada es la memoria episódica explícita, puesto que otro tipo de memorias como la semántica, la de procedimientos y la memoria implícita (con contenido episódico) se manifiestan sin ninguna anomalía (Khilstrom, Tatryn y Hoyt, 1992). Con respecto a esta última (la implícita), por ejemplo, es bastante frecuente en aquellos casos de fuga psicógena en que emerge una nueva identidad, y que ésta tenga un nombre bastante parecido al de la personalidad original; o que en algunos casos de amnesia psicógena consecuentes a algún hecho violento como una violación, la paciente, aunque no tenga recuerdo del suceso en sí, empieza a ponerse terriblemente mal cuando vuelve al escenario donde tuvo lugar el suceso, aun sin saber —sin recordar— qué es lo que allí sucedió. Estos ejemplos muestran que, aunque la persona no tenga un conocimiento explícito de parte de su biografía (de su almacén episódico), este material existe y se manifiesta, como muestran los ejemplos que hemos comentado, lo cual refleja el funcionamiento de una memoria implícita sin consciencia.

Uno de los modelos explicativos que se ha utilizado para explicar estos fenómenos ha sido la teoría de red del afecto de Bower (1981), puesto que lo que sucede en un estado disociativo sería un ejemplo más del aprendizaje y/o recuerdo dependiente del estado de ánimo, similar a los que se describen en las lagunas alcohólicas o en la depresión. Según esta perspectiva, el estado disociativo podría resolverse si se pudiera restaurar el mismo estado anímico que le dio origen. Por ejemplo, Sirhan Sirhan, quien disparó y asesinó al senador Robert Kennedy, no era capaz de recordar nada de aquel acontecimiento después de su arresto. Cuando se le hipnotizó, pudo recordar los detalles e incluso revivirlos. Una vez que dejó de estar en estado hipnótico, fue incapaz de nuevo de tener accesibles esos recuerdos (Baddeley, 1990).

Sin embargo, ya hemos comentado que esta teoría tiene diversas limitaciones y se han elaborado otro tipo de hipótesis que más que descartar, modifican y completan la teoría asociativa propuesta por Bower. Por ejemplo, hay autores que desde distintos campos vienen a coincidir en que la información con un valor altamente estresante o amenazante no se integra por/en el self, bien porque no se puede emparejar con los esquemas cognitivos del individuo, puesto que el suceso está más allá de lo que es una experiencia normal (Horowitz y Reidbord, 1992), bien porque no se establece una conexión entre el self y la representación mental activada de la experiencia, con lo que el individuo no se representa a sí mismo como el agente, el «experienciador» de un hecho concreto, y el procesamiento de esa información va a quedar fuera de la consciencia de la persona, expresándose intrusivamente de forma automática, preconsciente o subcons ciente (Khilstrom y cols., 1992). Para una detallada descripción de estas teoría, véase el capítulo sobre los trastornos disociativos más adelante.

Como se ha comentado, los hechos violentos y las situaciones de una alta emocionalidad anteceden a los trastornos disociativos. Además, la amnesia psicógena es uno de los síntomas que más frecuentemente se encuentra tanto en las víctimas de algún delito violento como en quienes los cometen. La activación emocional puede afectar a los recuerdos de los mismos perpetradores de los delitos, de las víctimas e incluso de los testigos. Vamos a detenernos en un campo desde el que se completa la relación existente entre memoria y activación emocional negativa; nos referimos a los estudios que se centran en la fiabilidad de los relatos de los testigos presenciales. Mientras que hasta aquí hemos explorado el hecho de que la activación y la información emocionales pueden incluso llevar a una amnesia completa de tal suceso, lo que aquí se pondría en juego sería la idea opuesta, es decir, dado que el suceso que se presencia tiene un impacto importante en quien observa, esta información se procesaría y se retendría mucho mejor. Los datos que se han obtenido desde este contexto han resultado bastante contradictorios, puesto que hay estudios que indican que existe un mejor recuerdo de esa información impactante, mientras que otros indican todo lo contrario (Diges y Mira, 1988; Mira y Diges, 1991). De lo que no cabe duda es de que la información intensamente emocional se procesa y se retiene de manera diferente a los hechos cotidianos o neutros. Lo que queda por perfilar es la dirección del estrés en la memoria, es decir, si los hechos negativos se retienen mejor o peor en la memoria, puesto que hay resultados que apoyan ambos planteamientos.

Los estudios que se han basado en hechos de la vida real sugieren que los acontecimientos negativos o traumáticos se recuerdan bastante bien, más concretamente, son detallados, exactos y persistentes. Un ejemplo típico de este tipo de estudios ha sido el análisis de los relatos de las personas que vivieron la experiencia de estar en campos de concentración nazis. La información que se recogió entre 1984 y 1987 sobre sucesos que ocurrieron entre 1943-1947 reveló que las víctimas recordaban sus experiencias con bastante exactitud después de 40 años, aunque a veces se incluían errores de apreciación (Christianson, 1992). Sin embargo, también es cierto que comentando el mismo tópico, Baddeley (1990), aun reconociendo que, en general, los supervivientes tienen un recuerdo bastante exacto de lo que vivieron y vieron, expone que también hay relatos cuanto menos distorsionados. Baddeley comenta que una de esas personas fue brutalmente golpeada y presenció un asesinato. Cuarenta años después relataba que sólo recibió una ligera patada y había olvidado por completo el tema del asesinato. En definitiva, parece que en lo esencial la información permanece, pero otros detalles que pueden ser fundamentales para evaluar el testimonio de un testigo presencial se pierden. En cualquier caso no hay evidencia para afirmar que la intensidad de la experiencia sirva para salvaguardarlo del olvido.

En los estudios de laboratorio, los resultados son bastante más inconsistentes, encontrándose datos que van tanto a favor como en contra de un mejor recuerdo de la información emocional negativa. Para combinar ambos tipos de resultados, una posibilidad sería aplicar la ley de Yerkes-Dodson de la U invertida para explicar el efecto que produce el estrés en la memoria. Esta hipótesis ha sido estudia ampliamente por el grupo de Christianson (por ejemplo, Christianson y Loftus, 1991), pero han llegado a la conclusión de que la relación entre estrés y memoria no sigue la ley YerkesDodson, sino que cuanto más intensa es la emoción, mejor y más rico es el recuerdo de los detalles centrales, pero no de los periféricos; es decir, existe una correlación positiva entre intensidad de la emoción y vividez de la memoria, al menos para los detalles centrales y críticos de los hechos emocionales. Esta diferenciación de hechos que se pueden o no recordar podría explicar la inconsistencia de los datos a la que antes hacíamos referencia y podría asimismo tender un puen te entre estas dos conclusiones aparentemente contradictorias.

Christianson (1992) sugiere que la información emocional recibe una especial combinación de procesamientos: la emoción influye en la memoria, bien en las primera etapas de procesamiento perceptivo, bien en el procesamiento conceptual posterior; es decir, que un estímulo emocional se procesa desde un nivel automático o preatencional hasta un nivel de procesamiento controlado. En los estudios en los que se controla la fijación ocular y la atención del individuo, se ha podido comprobar que los sujetos se centran más en los detalles centrales de información emocional, y este efecto se consigue igualmente aun cuando haya una breve exposición a los estímulos; es decir, que el procesamiento de la información emocional no requiere necesariamente un proceso de memoria controlado, bien en la adquisición, bien en la recuperación, y puede que no sea necesario reacceder al hecho específico para recuperar el tono emocional que lo circunscribía. En definitiva, lo que este autor plantea es que en el procesamiento de la información emocional la emoción activa automáticamente la atención (priming emocional), con lo cual los recursos atencionales se focalizan en aquellos detalles que son más críticos, más relevantes.

En combinación con este procesamiento preatencional, se da un procesamiento controlado que, por definición, requiere esfuerzo, está gobernado por la intención y es dependiente o está limitado por los recursos de procesamiento. Este tipo de procesamiento sería, según este autor, el que determina cómo se va a retener la información (por repetición o por elaboración). Según la teoría de los niveles de procesamiento (Craik y Lockhart, 1972), el mantenimiento a través de la repetición no mejora la MLP, pero sí a través de la elaboración. Lo que Christianson propone es que aquellos fragmentos de información que sean neutros o con bajo poder de activación emocional se procesan a través de la repetición, mientras que la información con una elevada carga emocional se procesa en un nivel más profundo por estar más elaborada, una mayor elaboración que ha sido promovida por el estrechamiento de atención que se ha producido durante el procesamiento automático de la información emocional.

Aunque esta explicación aún es bastante especulativa y no consigue dar cuenta, en su complejidad, de todos los trastornos que hemos comentado, cuenta con aspectos interesantes al menos como punto de partida. Por ejemplo, el haber resaltado el papel de los procesos automáticos, no conscientes, en la elaboración de la información cargada emocionalmente puede ayudar a entender la disociación que existe entre la memoria emocional y la memoria para sucesos. A veces, la gente recuerda el componente emocional de un hecho y sin embargo no tiene acceso a la información en concreto que la provocó, o viceversa. Esto sugiere una interesante diferenciación (y disociación) entre un tipo de memoria para la información emocional y un tipo de memoria para hechos específicos, e indica que cuando recordamos hechos traumáticos se ponen en funcionamiento diversos mecanismos de memoria en diferentes niveles de conciencia.

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