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La psicología social propone diversas estrate­gias para lograr una reducción del prejuicio hacia las personas obesas. La idea que subyace es que, si es posible modificar la percepción de la persona obesa, también sería posible eli­minar las prácticas de exclusión.

Los principales enfoques que se han utili­zado para intentar mejorar la imagen de la persona obesa han desarrollado tres estrategias diferentes dirigidas a lograr este objetivo. La primera de ellas trata de conseguir que las per­sonas no culpabilicen a la persona obesa del peso que tiene. La segunda intenta reducir el prejuicio hacia las personas obesas a base de fomentar la empatia con la persona con so­brepeso. Por último, la tercera estrategia está basada en las normas sociales e intenta eli­minar los estereotipos hacia las personas obe­sas con la modificación del consenso social acerca de la expresión del prejuicio. Se trata de estrategias que recurren a enfoques diferentes ya que se puede apreciar que, mientras unas se centran en los aspectos cognitivos (control del peso), otras lo hacen en los emocionales (empatia) o hacen hincapié en procesos so­ciales (norma social). Sin embargo, todas ellas persiguen el mismo fin: mejorar la imagen tan negativa de la persona con sobrepeso.

Capacidad de control del peso

La bibliografía revisada sobre el prejuicio hacia las personas obesas sugiere que, en ge­neral, a la sociedad occidental no le gusta la gente gorda porque se percibe que son perso­nas contrarias a ciertos valores morales e ideológicos (ej. el autocontrol o la disciplina).

A pesar de que existe abundante evidencia empírica que sugiere que el peso se determina por una compleja interacción entre factores biológicos y ambientales, la opinión pública continúa creyendo que el sobrepeso y la obesidad son controlables al 100% mediante la dieta y la actividad física. En ese sentido, los procesos de atribución desempeñan un papel importante en el rechazo de las personas obe­sas, en parte porque es habitual que se los considere responsables de su propio sobrepeso y en parte porque la obesidad está socialmente estigmatizada y esto intensifica el proceso atri­butivo. Autores tan relevantes dentro del campo de la obesidad, como Dejong o Crandall, han estudiado empíricamente la importancia de las atribuciones.

Entre los autores que han realizado trabajos desde esta aproximación pueden diferenciarse aquellos que los han llevado a cabo con per­sonas adultas y los que lo han hecho con po­blación infantil. No todos los trabajos han lle­gado a las mismas conclusiones, por lo que se distinguirá los exitosos de los que no han obtenido resultados significativos. Dado que la investigación establece que en el prejuicio que existe hacia las personas obesas un elemento clave son las atribuciones de responsabilidad, la idea que subyace en todos estos tra­bajos es que, si se modifica la percepción de capacidad de control, se puede lograr una mejora de las actitudes hacia las personas obesas.

Población infantil

En cuanto a los resultados en población infantil, España está a la cabeza de la Unión Europea tan solo por detrás de Malta. Bell y Morgan (2000) asignaron al azar a los niños participantes en un experimento a cada una de las condiciones que existían en el estudio y les proyectaron durante un breve lapso (100 se­gundos) vídeos sobre niños y niñas con pesos medios, y de niños obesos y niñas obesas (con una explicación médica al respecto; a otros participantes sin ninguna explicación). Se encontró que en la condición en que se explica­ban las causas de la obesidad (y, por tanto, la percepción de control del peso era menor), los participantes presentaban actitudes más positivas hacia la obesidad y hacia los niños y niñas afectados por este problema de salud si bien los únicos resultados estadísticamente signifi­cativos se presentaron en el grupo de niños más jóvenes (con una media de 9 años).

Otro trabajo en esta misma línea es el rea­lizado por Anesbury y Tiggeman (2000). En este caso utilizaron un diseño previo y posterior de carácter experimental para comprobar si la presentación de información acerca de la capacidad de controlar el peso tenía alguna incidencia positiva en las actitudes hacia los niños obesos. Estos autores presentaron a la mitad de los participantes (niños en edad escolar) abundante información acerca del importante papel de la genética y la biología en las diferencias que existen en la apariencia fí­sica de las personas (ej. el color de los ojos, la piel y el color del cabello, la estatura, el tamaño del cuerpo y su forma, entre otros aspectos). Posteriormente, como parte de una lección de clase, se presentó a los participantes del estudio fotografías de niños con diferentes tamaños de cuerpo (es decir, delgados, pesos normales y con sobrepeso). Se comprobó que los niños en el grupo experimental (aquellos que habían recibido información que podía re­ducir la percepción de capacidad de control) cambiaron de forma significativa las creencias acerca de la capacidad de control que tienen las personas sobre su peso, pero, a pesar de este cambio, no hubo ninguna reducción sig­nificativa de los estereotipos negativos de los niños obesos. Por tanto, dentro de la población infantil no existen resultados que apoyen al 100% la eficacia de este tipo de estrategia.

Población adulta

Entre la población adulta, el estudio de re­ferencia fue realizado por Dejong (1980,1993).

Este autor solicitó a los participantes que eva­luaran a una persona obesa. En una condición se afirmaba que la obesidad se había producido por una enfermedad tiroidea (por tanto, fuera del control del individuo) mientras que en la otra condición los participantes solo leían información sobre el sobrepeso de esa persona.

Se observó que solo se producía rechazo en el segundo caso, es decir, cuando se podía establecer la atribución de responsabilidad a la persona. En conjunto, existe abundante investigación empírica que corrobora el resultado anterior.

Por ejemplo, Crandall (1994) entregó a sus participantes (estudiantes universitarios) información sobre los motivos genéticos y metabólicos que influyen en la génesis y el desa­rrollo de la obesidad. En comparación con el grupo control, el grupo experimental (que había recibido información acerca de las causas de la obesidad) presentó una actitud más favorable hacia las personas obesas (medida con la escala Anti-Fat Attitude Test). Además de mejorar la percepción que se tenía de las personas obesas, también se halló una reducción de la percepción de capacidad de control del peso y de la creencia de que los obesos carecen de fuerza de voluntad. Este mismo autor y otros colaboradores (Crandall y Martínez, 1996), tras comparar las atribuciones de estudiantes mexicanos y estadounidenses, encontraron que las atribuciones de capacidad de control del peso eran menos importantes en México que en Estados Unidos. Así, en México presentaban una mejor actitud hacia los obesos mientras que en Estados Unidos, donde se cree que las personas poseen control sobre lo que les su­cede (incluida la obesidad), las puntuaciones en una escala antiobesos eran mucho más al­tas. En una investigación transcultural más amplia (Crandall et al., 2001), realizada en seis países (Australia, India, Polonia, Turquía, Estados Unidos y Venezuela), se encontró un resultado similar al hallar que el prejuicio hacia las personas obesas surgía de la atribución a éstas de rasgos negativos (como sucios o es­túpidos) y de falta de autocontrol. Las personas con tendencia a culpabilizar a las personas obesas de su estado mostraban una actitud antiobesos más acusada y el efecto era más pronunciado en las culturas más individualistas (como en Estados Unidos).

Junto a estos trabajos con resultados en la línea de lo hipotetizado, existen otros cuyos resultados son menos esperanzadores. Es el caso del trabajo deTeachman, Gapinski, Brownell, Rawlins y Jeyaram (2003). Estos investigadores realizaron una manipulación similar a las presentadas anteriormente salvo que, en este caso, intentaron comprobar si esta intervención tendría un efecto no solo sobre medidas explícitas (cuestionario), sino también en medidas implícitas (Implicit Association Test, IAT). Encontraron que la manipulación experimental se podía hacer solo en una di­rección: aumentar el prejuicio hacia las personas obesas, pero no reducirlo. Así, se halló que el hecho de proporcionar información acerca del hecho de que en la obesidad solo influye la ingesta y el ejercicio físico incrementó el prejuicio hacia las personas obesas (tanto en medidas explícitas como implícitas).

En cambio, ofrecer explicaciones acerca de las bases genéticas de la obesidad no mejoró las actitudes de los participantes hacia las personas obesas ni en las medidas implícitas ni en las explícitas.

Por tanto, los resultados de los estudios realizados para mejorar las actitudes hacia las personas obesas a base de modificar las atri­buciones de responsabilidad han arrojado re­sultados poco concluyentes. Si bien es cierto que en alguna de las investigaciones reseñadas se han producido mejoras, en otras las creen­cias negativas sobre la obesidad están tan arraigadas que persisten a pesar de los inten­tos de modificarlas. Por esta razón, se han planteado otras alternativas con el objetivo de cambiar la imagen que se posee de las perso­nas obesas.

Empatia

Las estrategias de aumento de empatia y toma de perspectiva han demostrado su utili­dad en la reducción de los prejuicios hacia las personas estigmatizadas (como los colectivos de inmigrantes o las personas de color). Los investigadores han tratado de aplicarlas al caso de los obesos. De nuevo hallamos que esta aproximación se ha intentado aplicar en población infantil y adulta. Al igual que en el caso del enfoque basado en las atribuciones de responsabilidad, los resultados son dispares, por lo que se indicarán tanto los resultados a favor como aquellos que encuentran conclusiones poco favorables.

Entre los esfuerzos realizados para mejorar la imagen de los niños obesos, destaca el tra­bajo de Irving (2000). Este autor utilizó una serie de marionetas para intentar mejorar la imagen de niños y niñas obesos. Se utilizaban estos muñecos para representar una pequeña función acerca de la importancia de tratar de forma correcta y educada a los niños, independientemente del tamaño corporal. El ob­jetivo era que los niños se dieran cuenta del sufrimiento que muchas personas padecen por el mero hecho de tener sobrepeso. Según los resultados encontrados, los niños que pasaron por este programa de intervención mejoraron sus actitudes hacia las personas obesas.

Con población adulta, los resultados son bastante menos esperanzadores. Por ejemplo, Teachman et al. (2003) asignaron al azar tres condiciones experimentales entre sus participantes: dos condiciones con relatos sobre per­sonas estigmatizadas y una condición de control con información no estigmatizante. Los participantes leían narraciones en primera persona de cuatro páginas sobre experiencias de rechazo y discriminación sufridas por mujeres obesas o en silla de ruedas (condiciones experimentales de estigmatización), o bien leían un texto neutral acerca de la naturaleza (grupo control). Posteriormente, se pedía a los participantes que escribieran un texto acerca de lo que habían leído, tratando de ponerse de parte de la persona protagonista de la historia (con el objetivo de aumentar la empatia hacia esa persona ficticia) mientras que en el grupo control realizaban una tarea de redacción relacionada con el texto de la naturaleza que habían leído con anterioridad. Se halló que en las condiciones experimentales se evocaba más empatia, comparado con el grupo control, pero, a pesar de este aumento en el nivel de empatia, las actitudes hacia las personas estigmatizadas no mejoraron (ni en las medidas explícitas ni en las implícitas). En cambio, los autores del citado estudio hallaron que, cuando los parti­cipantes padecían de sobrepeso, el hecho de provocar empatia mejoraba las actitudes hacia las personas obesas en la condición experimental en que había que leer la historia sobre la persona obesa que había sufrido experiencias de rechazo.

En esta misma línea de trabajo, pero con un ligero cambio de diseño, Gapinski, Schwartz y Brownell (2006) proyectaron, para sus parti­cipantes del grupo experimental, vídeos de personas obesas en que estas contaban las di­ficultades que, en el día a día, les generaba el sobrepeso, la discriminación a la cual se veían sometidas y, en general, los sentimientos que les producía su enfermedad. En el grupo control, los participantes solo visionaban un vídeo acerca de la naturaleza. A los miembros del grupo experimental y control se les proyectaban, además, vídeos que presentaban una imagen positiva de las personas obesas (inteligen­tes, enérgicos y competentes) o bien negativa (p. ej., poco atractivos, lentos y poco profesio­nales). Los autores midieron tanto la empatia como las actitudes explícitas e implícitas acerca de las personas obesas. Como medida adicional, también se preguntaba si recomendaría a la persona que habían visto en el vídeo para un posible puesto de trabajo o no, así como si les gustaría tener a esa persona como futuro compañero de piso (típicas medidas de distancia social, según la conocida escala de Bogardus). Los resultados pusieron de manifiesto que no existían diferencias significativas en las actitudes hacia las personas obesas en el grupo experimental frente al control. Además, los participantes que visionaban el vídeo que proyectaba una imagen negativa de las personas obesas recomendaban menos al candidato obeso para el puesto de trabajo. Con una metodología casi idéntica, pero más reciente­ mente, Hennings, Hilbert, Thomas, Siegfried y Rief (2007) han encontrado que, a pesar de que los participantes pertenecientes a la con­ dición experimental informaban de mayor comprensión de las dificultades que representa tener sobrepeso, estos no mejoraban sus acti­tudes hacia las personas obesas después de visionar vídeos acerca de los problemas de dis­criminación que sufrían diversos adolescentes obesos.

De nuevo, como en el caso de la atribución de responsabilidad, encontramos que la estrategia centrada en la empatia produce resulta­dos poco concluyentes. En este caso, la gran mayoría de estudios realizados encuentran que fomentar la toma de perspectiva no ayuda a mejorar las actitudes hacia las personas obesas aunque es cierto que, al menos, existe un tra­bajo que encuentra que la empatia puede me­jorar la imagen que se tiene de las personas obesas (Irving, 2000).

Consenso y normas sociales

Según Puhl y Brownell (2003), debido a la intensa repetición del mensaje de que la persona con sobrepeso es vaga, poco atractiva o desagradable, el prejuicio hacia las personas obesas se ha acabado autoperpetuando, es decir, lo que parece subyacer al rechazo hacia las personas obesas es la existencia de cierta norma social, como sugiere la teoría expuesta por Crandall y Eshleman (2003) y Crandall, Eshleman y O'Brien (2002) que considera que la expresión del prejuicio solo es posible cuan­do existe un respaldo social. De hecho, en un trabajo reciente de Graziano, Bruce, Sheese y Tobin (2007) se ha encontrado que, cuando es posible justificar el prejuicio, incluso la gente sin sesgos se permite el lujo de discri­minar a los grupos estigmatizados (como los obesos).

Por lo que respecta a la utilización de esta aproximación para la mejora de la imagen de la persona obesa, los estudios realizados hasta la fecha solo han trabajado con población adulta. En este caso se comprueba que los resultados son tan sólidos que indican que esta estrategia es la más efectiva para cambiar las actitudes negativas que se tienen sobre las personas con sobrepeso.

Hasta la fecha, dos estudios han explorado el papel de la influencia social, en particular del consenso social y las normas sociales, en la formación y la reducción de los prejuicios contra las personas obesas. El primero de ellos fue realizado por Puhl, Schwartz y Brownell (2005) y, para realizar los experimentos, faci­ litaron a sus participantes información falsa acerca de lo que el resto de compañeros del estudio pensaba sobre las personas obesas.

Así, antes de exponerse a la manipulación ex­perimental, los participantes rellenaron una serie de baterías de tests que medían diversas cuestiones (para ocultar el verdadero objetivo del estudio). Una semana más tarde, los participantes regresaron para completar las medidas de nuevo. En el primer experimento, después de realizar la mencionada tarea distractora, se asignó a los participantes aleatoriamente a una condición control o a una condición experimental. En esta última se les hacía creer que el resto de compañeros del estudio tenía una percepción muy negativa de la persona obesa (condición de consenso).

El principal resultado de este primer experimento mostró que los participantes del grupo de consenso asignaban muchos más rasgos negativos a las personas y, además, percibían que la capacidad de control del peso era mucho mayor comparada con el grupo control (que no recibía información sobre la opinión del resto de compañeros). En un segundo experimento y en un tercero se demostró que, cuando se comunicaba a los participantes del grupo de consenso que la percepción del resto de compañeros sobre la obesidad era positiva, se redujo el prejuicio mostrado hacia las per­sonas obesas.

En esta misma línea, Zitek y Hebl (2007) también han examinado el papel de la norma social en el aumento o la reducción de los prejuicios contra varios grupos, entre los cua­les se tuvieron en cuenta las personas obesas.

En este caso, los participantes tenían que informar verbalmente acerca de si estaban de acuerdo o no con la discriminación hacia de­terminados grupos de personas estigmatiza­das. Antes que emitieran su juicio, personas que colaboraban con la investigación y que se hacían pasar por individuos experimentales condenaban, en unos casos, o se alegraban, en otros, de las prácticas discriminatorias que sufrían diversas personas (estos eran los dos grupos experimentales), o simplemente emitían por escrito su opinión (grupo de control).

El principal resultado arrojó que los participantes tenían más probabilidades de condenar las prácticas discriminatorias si el juicio que habían escuchado con anterioridad iba en esa misma dirección y del mismo modo se permitían justificar la exclusión a que se somete a los grupos estigmatizados si los colaborado­res del investigador habían emitido un juicio en ese sentido. Es importante destacar que las diferencias entre condiciones se mantenían un mes después de la manipulación inicial de la norma social.

Respecto a este tipo de técnicas, comprobamos que todos los estudios reseñados mues­tran resultados muy alentadores. Todos los tra­bajos analizados demuestran que modificar las normas sociales mejora la percepción que se tiene de la persona obesa.

Por último, en el recuadro 13-6 se presentan estudios que han aplicado, al mismo tiempo, las estrategias anteriormente mencionadas para incrementar la eficacia de la reducción de los prejuicios hacia las personas obesas.

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