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El grado de conflicto y estabilidad familiar que caracteriza las interacciones familiares es otro factor con un impacto fundamental en el ajuste de los hijos (Buehler y Gerard, 2002; Khaleque y Rohner, 2002). En la situación ideal, los padres practican y fomentan la comunicación abierta y empática entre ellos y con sus hijos, saben manejar los conflictos familiares que, además, no son ni frecuentes ni de intensidad, muestran calidez afectiva y apoyo a sus hijos, y comparten un proyecto común para la educación y crianza de estos, en el cual ambos participan activa y cooperativamente. De hecho, numerosos estudios en la bibliografía científica han mostrado que la expresión abierta de opiniones y sentimientos en la familia se relaciona con el bienestar psicológico de los hijos y su ajuste en distintas facetas, como la emocional, la social y la académica (Jackson, Bijstra, Oostra y Bosma, 1998). En cambio, los problemas de comunicación y la interacción ofensiva e hiriente entre padres e hijos se ha vinculado con el desarrollo de síntomas depresivos y problemas de comportamiento.

También la frecuencia de conflictos familiares puede estar en el origen de algunos problemas de ajuste en los hijos -especialmente si los padres se agreden verbal o físicamente-, como la dificultad para interiorizar estrategias no violentas de interacción con otras personas o, incluso, el consumo de sustancias y el desarrollo de problemas de conducta (McGee, Williams, Poulton y Moffitt, 2000; Formoso, Gonzales y Aiken, 2000; Johnson, LaVoie y Mahoney, 2001). No obstante, el conflicto quizá no resulte destructivo en todos los casos si, por ejemplo, los padres discrepan y luego se reconcilian mediante la utilización del diálogo y la negociación, un patrón que puede enseñar a los hijos cómo solucionar de manera positiva desencuentros con sus iguales (Cummings, Goeke-Morey y Papp, 2003). De hecho, la negociación y la complementariedad de tareas es una característica definitoria de la familia y sugiere una concepción dinámica de la vida familiar como proceso (Gracia y Musitu, 2000).

Los efectos positivos en el desarrollo de los hijos que han mostrado tanto el vínculo afectivo familiar como la coherencia en las prácticas educativas de los padres ya han sido comentados en apartados anteriores de este capítulo.

Factores que promueven la armonía y la estabilidad familiar:

  • Comunicación abierta y empática entre cónyuges y entre estos y sus hijos.
  • Resolución efectiva de los conflictos familiares mediante el diálogo y la negociación.
  • Disciplina familiar coherente y estilo parental de socialización democrático.
  • Vínculo afectivo entre los miembros de la familia, muestras de cariño y apoyo mutuo.

Los factores que caracterizan a las familias donde priman la armonía y la estabilidad pueden estar particularmente afectados por ciertas transiciones y cambios, tanto normativas (esperadas) como no normativas (inesperadas), como el paso de la infancia a la adolescencia en los hijos o la separación física entre padres e hijos, en el caso de divorcios, y creación de un nuevo espacio de convivencia de los hijos con uno solo de los progenitores, o de alejamientos provocados por otros motivos, como la búsqueda de un empleo en otra localidad. De hecho, en trabajos recientes como el llevado a cabo por McLanahan, Donahue y Haskins (2005) se ha observado que en las familias en que se acumulan cambios esperados e inesperados los niños son más propensos a mostrar fracaso escolar, consumo de drogas y problemas de conducta delictiva.

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