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La conducta de voto no es la única forma en que se pueden manifestar las opiniones hacia los asuntos y decisiones políticas. Hoy día son frecuentes otro tipo de conductas con las cuales los ciudadanos expresan su actitud hacia asuntos políticos y sociales. Dedicaremos este apartado final a la exposición de otras formas posibles de participación política que se manifiestan en la sociedad contemporánea y que plantean preguntas en tomo a la definición de participación política, la clasificación de las formas de participación y los modos de evolución de la participación política a lo largo del ciclo de la vida.

Definición de participación política

Pese a que la participación política es uno de los conceptos centrales de la sociología y las ciencias políticas, no existe consenso en su definición. Por ejemplo, en una de las definiciones más clásicas, Verba y Nie (1972) se referían a la participación política como los actos legales de ciudadanos privados dirigidos a influir en la elección de los gobernantes o en las acciones que estos hayan de tomar. La principal limitación de esta definición es el hecho de que excluye formas de participación ilegales o alegales (como las acciones de protesta), al igual que tampoco contempla formas de participación pasiva, como la desobediencia civil.

Más adelante, Bames y Kaase (1979) ofrecieron una definición más amplia de la participación política, que incluiría todas las actividades voluntarias de los ciudadanos individuales dirigidas a influir directa o indirectamente en las decisiones políticas en los diferentes niveles del sistema político. Estos autores incluyen explícitamente dentro de su definición las acciones de protesta como formas de participación política, a las cuales denominan formas de participación no convencional.

Booth y Seligson (1978) aportaban una definición más extensa de la participación política al abarcar todos aquellos comportamientos que afectan (o tratan de influir sobre) la distribución de los bienes públicos. Sin embargo, los bienes públicos son producidos en gran parte, pero no exclusivamente, por los gobiernos, por lo que estos autores no limitan la participación política a las acciones dirigidas hacia las autoridades del sistema político y eliminan el requisito de la intencionalidad política de la participación.

Dentro de su concepto se incluyen todas aquellas acciones (o inacciones) que tienen un impacto sobre la organización social. Por ejemplo, Booth y Seligson consideran las huelgas obreras formas de participación política mientras que Barnes y Kaase no las considerarían así.

A partir de las definiciones anteriores y en un intento de superar las discrepancias existentes entre ellas, Conge (1988) propone la siguiente definición: «participación política es cualquier acción (o inacción) de un individuo o una colectividad de individuos que intencional o no intencionalmente se oponen o apoyan, cambian o mantienen, alguna o algunas características de un gobierno o una comunidad» (Conge, 1988).

A su vez, Sabucedo (1996) define la participación política como «acciones intencionales, legales o no, desarrolladas por individuos y grupos con el objetivo de apoyar o cuestionar a cualquiera de los elementos que configuran el ámbito de lo político: toma de decisiones, autoridades y estructuras» (Sabucedo, 1996).

Sin embargo, el problema de definición de la participación política no se plantea en aspectos exclusivamente terminológicos puesto que el concepto tiene una dimensión histórica que va­ría de un contexto sociopolítico a otro. Esto significa que las formas típicas de participación política evolucionan de una etapa a otra y, en consecuencia, las distintas generaciones adoptarán diferentes canales de participación como forma de expresión política, también en función de las alternativas que haya disponibles en ese momento. En este sentido, Norris (2003) señala que en las sociedades contemporáneas emergen múltiples formas de implicación cívica que suplantan a las que eran usuales en las sociedades tradicionales. Por tanto, parece que la participación política ha evolucionado y se ha diversificado a lo largo del tiempo, como resultado de los agentes de acción colectiva, las formas de expresión y los destinatarios de la participación política (aquellos a quienes se pretende influir).

Formas de participación política

Como se ha descrito en las definiciones, la falta de consenso se produce por el tipo de actividades que se pueden considerar participación política. Si bien los primeros trabajos sobre participación estaban centrados en un número limitado de acciones, centradas principalmente en aquellas vinculadas con el proceso electoral, a partir de los años sesenta del siglo pasado se ha asistido a un claro incremento de las formas de acciones políticas que tenían poco en común con las más tradicionales. Por consiguiente, en un intento de reunir todas esas acciones, se propuso la siguiente clasificación (Barnes y Kaase, 1979; Milbrath, 1981):

  • Participación política convencional: está relacionada con las acciones llevadas a cabo durante un proceso electoral. Aunque el voto es, sin duda, la medida de participación política más común en las democracias liberales, se trata solo de una de las diferentes modalidades de participación política que una persona puede ejercer y los resultados electorales son solo un indicador parcial de la actividad política ciudadana en una sociedad. Un ejemplo de este tipo de participación política es acudir a mítines.
  • Participación política no convencional: se refiere a acciones como firmar peticiones, asistir a manifestaciones legales, participar en boicots, secundar huelgas legales e ilegales, ocupar edificios o fábricas, dañar la propiedad, llevar a cabo sabotajes, la violencia personal y otras. Esta participación va más allá de los mecanismos institucionales de participación y, en algunas ocasiones, se opone a la legalidad constitucional establecida.

No obstante, queremos señalar, respecto a esta clasificación, que la división de acciones en convencionales y no convencionales es, en cierto modo, una clasificación relativa, como recoge Sabucedo (1996). Por ejemplo, puede haber modos de participación no convencionales que resulten totalmente aceptados un tiempo después, como las manifestaciones y huelgas antes de la transición democrática en España. Asimismo, acciones que no tienen nada que ver entre sí, como manifestaciones y actos de violencia, pueden llegar a formar parte de una misma categoría, como actos violentos puntuales y marchas y protestas que desarrollan ciertos colectivos en huelga.

Con el fin de encontrar una nueva tipología y superar estas limitaciones, Sabucedo y Arce (1991) llevaron a cabo un estudio para identificar las principales formas de participación política. Se pidió a los participantes de este estudio que indicasen la proximidad percibida entre diferentes formas de acciones políticas tanto legales como ilegales: votar, acudir a mítines, convencer a otros para que emitiesen el mismo voto, enviar cartas a la prensa, asistir a manifestaciones autorizadas o no autorizadas, provocar daños a la propiedad privada, ocupar edificios y provocar cortes de tráfico. A partir de sus resultados se infieren cuatro formas de participación política:

  1. Persuasión electoral: actividades vinculadas con campañas electorales, convencer a otros para votar o asistir a mítines.
  2. Participación convencional: acciones dentro de la legalidad que tratan de incidir en el curso de los acontecimientos político-sociales: votar, enviar escritos a la prensa y asistir a manifestaciones y huelgas autorizadas.
  3. Participación violenta: adopta formas para producir daños a la propiedad o violencia armada.
  4. Participación directa pacífica: incluye acciones que desbordan el marco de la legalidad establecida, pero no son violentas, como ocupar edificios, boicotear propuestas u opciones políticas, ocasionar cortes de tráfico y participar en manifestaciones y huelgas no autorizadas.

Evolución en la participación política

Otra cuestión que se está planteando en relación con estas formas de participación es el hecho de que parece que existe una crisis de participación política en Europa, extendida principalmente entre los más jóvenes (Bennett, 1997; Delli Carpini, 2000; Putnam, 2000). Esta crisis participativa se manifestaría principalmente con el declive en los niveles de participación electoral y, en general, menor participación en la política convencional, como la afiliación a partidos políticos. Sin embargo, no se puede concluir que esta reducción en la participación tradicional implique un descenso en otras formas menos convencionales, sino que podría tratarse de una sustitución o cambio en las estrategias de participación, como señalan diversos estudios (Morales, 2005; Stolle y Hooghe, 2005; Funes, 2006), es decir, sencillamente las formas de participación no convencionales son cada vez más frecuentes en la mayoría de países occidentales de manera que se han convertido en prácticamente habituales.

A partir de una revisión de las tasas de participación de los jóvenes europeos de las tres últimas décadas en actividades no convencionales -discusiones políticas, firmar peticiones, participar en boicots, asistir a manifestaciones, participar en huelgas y ocupar edificios o fábricas-, Jaime (2008) llega a diversas conclusiones.

En primer lugar, señala que, al menos en lo que se refiere a la participación no convencional, los datos muestran una tendencia al crecimiento de este tipo de participación. Esto sucede a pesar de que simultáneamente el interés por la política y la frecuencia con que se discuten cuestiones políticas ha descendido. En este sentido, algunos autores hablan de que se está produciendo un proceso de informalización en las pautas de participación política de manera que se está pasando de formas de participación a través de instituciones, como los partidos tradicionales, hacia formas más flexibles e individuales de implicación política (Topf, 1995; Bang y Sorensen, 2001; Stolle y Hooghe, 2005).

La segunda conclusión fundamental a que llega Jaime, a partir de los datos analizados, es el hecho de que las diferencias de participación por grupos de edad se deben fundamentalmente a un efecto de ciclo vital, en comparación con el efecto generacional. La participación se incrementa a lo largo de la juventud hasta la madurez y luego desciende durante la etapa anciana. También destaca que la participación no convencional se concentra en un período muy corto del ciclo vital. El máximo de participación se alcanza a edades relativamente tempranas (hacia el final de la juventud) y comienza a reducirse durante la madurez.

Al mismo tiempo, parece que los datos indican que el ciclo vital de la participación evoluciona ligeramente a lo largo del tiempo. Y la novedad está precisamente en que, mientras que la participación no convencional era un fenómeno casi exclusivamente juvenil en los años setenta del siglo pasado, con el paso del tiempo, aquellas generaciones de jóvenes (ahora en la edad madura) tienden a alargar el período de participación política. Sin embargo, no se ha encontrado un patrón claro que permita explicar los efectos del ciclo vital a partir de las transiciones vitales juveniles. En definitiva, el descenso observado en la participación no convencional asociado con la edad de las personas se produce en las distintas generaciones y se observa que aquellas personas que mostraban mayores tasas de participación no convencional en su juventud presentan una consecuente mayor tasa de este tipo de conductas en la madurez si bien inferior a la que mantuvieron en su juventud.

Con todo, al parecer, ser estudiante y vivir de forma independiente son factores que afectan positivamente a la participación. Sin embargo, el estado civil no tiene ningún efecto claramente definido y, en algunos casos, el hecho de estar casado o en situación de convivencia estable puede ser un factor negativo en relación con la participación política.

Por lo que se refiere al caso español, específicamente, puede afirmarse, a rasgos generales, que las pautas de evolución de la participación juvenil en el período analizado son similares a las que se han descrito para el conjunto de Europa. Aun así, existen algunas salvedades que merecen ser tenidas en cuenta.

Por una parte, las tasas de participación en España son notablemente inferiores a la media europea, como ocurre en otros países del sur de Europa. Por otra parte, en España no se observa una tendencia clara al incremento de la participación no convencional y las diferencias intergeneracionales son relativamente pequeñas a pesar del proceso de cambio social y político vivido en España en las últimas décadas.

En cualquier caso, parece que los factores que explican las pautas de participación de los jóvenes españoles no son muy diferentes de las del resto de Europa.

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