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La psicología social, como se cree haber demostrado en las páginas anteriores, no solo busca la relevancia de sus estudios al aplicar sus teorías y métodos a la realidad psicosocial sino también debe intentar que los conocimientos aplicados tengan repercusión sobre las necesidades sociales. Aclarada la relación entre la teoría e investigación y la aplicación, como fundamentos de la disciplina, y los conceptos de calidad de vida, bienestar y felicidad, como los objetivos, es necesario realizar una aproximación a lo que se considera que es la intervención psicosocial, su relación con la aplicación y cómo puede articularse en unas fases o etapas. Desde una perspectiva psicosocial y la base teórica que la soporta, se intentará responder a la difícil tarea de qué pueden hacer en la práctica los psicólogos sociales.

En los modelos expuestos previamente, se ha comprobado que la construcción del conocimiento, la utilización del conocimiento y la intervención pueden considerarse un proceso hacia la mejora de la calidad de vida y el bienestar. En un primer momento, es necesario aplicar la psicología social a aspectos relevantes para obtener los conocimientos aplicables necesarios para comprenderlos (investigación aplicada); en segundo lugar, ese conocimiento puede utilizarse en procesos intermedios de asesoramiento y mediación (utilización del conocimiento) con una función predictiva, y en tercer lugar, la utilización de esos mismos hallazgos permite intervenir en los problemas sociales para intentar mejorar las condiciones de vida y su calidad (intervención psicosocial).

Dentro de una perspectiva positiva e integral de la salud (estado de bienestar físico, psicológico y social), el cambio social al cual se dirige sería el aumento de la calidad de vida.

Desde este punto de vista, se rechazan las dicotomías entre ciencia básica y ciencia aplicada, y entre ciencia aplicada e intervención.

Este proceso muestra un desplazamiento de los principios teóricos hacia la acción, desde los conocimientos que se obtienen de la investigación aplicada, que permiten formular predicciones sobre los acontecimientos, hasta la intervención para mejorar la calidad de vida, que de nuevo puede, como señala Sánchez Vidal (2002), volver el proceso en sentido inverso, desde la acción y generando conocimiento utilitario hasta el desarrollo de conocimiento general. Sobre estas bases, la intervención, en términos concretos, se refiere a la acción directa sobre una necesidad social mediante unas estrategias de intervención y evaluación (Sánchez Vidal, 2002).

En este apartado se aborda la intervención psicosocial como actividad. Desde esta perspectiva se considera que los procesos psicosociales determinan una parte importante de las necesidades, problemas y conflictos sociales. Además, el desarrollo de la intervención en el área aplicada indica las posibilidades de expansión de esta perspectiva psicosocial.

Sánchez-Vidal (2002) caracteriza las acciones psicosociales, en comparación con la intervención clínica tradicional en psicología, y detalla las ventajas del enfoque psicosocial para resolver los problemas sociales y potenciar el desarrollo humano. Define la acción psicosocial como acciones supraindividuales, dirigidas a grupos humanos, interacciones y elementos compartidos y acciones centradas en las desigualdades sociales y grupos más débiles, teniendo en cuenta el poder y su distribución como factores clave. Y señala las ventajas que se derivan de la perspectiva psicosocial para solucionar los problemas sociales:

  1. es más adecuada para resolver este tipo de cuestiones, que son supraindividuales y con raíces sociales;
  2. es un enfoque que amplía la gama de intervenciones respecto al tipo de problemas que puede resolver (problemas que afectan a gran número de personas y colectivos);
  3. es de mayor eficacia ya que conlleva actuar sobre factores psicosociales; de otro modo, las aplicaciones quedarían aprisionadas en un modelo centrado únicamente en las posibles carencias o disfunciones de la persona e ignorarían que estas carencias pueden reflejar los efectos de disfunciones sociales, y
  4. tiene mayor eficacia a largo plazo ya que aborda el origen del problema y no exclusivamente los síntomas, es decir, en definitiva modifica las condiciones sociales que dan origen a la desadaptación y desajuste, y trata de mejorar las condiciones que garantizan el bienestar futuro.

Estas cuatro potencialidades o ventajas de la perspectiva psicosocial son también aplicables a las acciones centradas en la vertiente positiva de la intervención, el desarrollo del bienestar, la calidad de vida y, en general, el desarrollo del ser humano.

Características de la intervención psicosocial

La intervención psicosocial puede entenderse como una serie de técnicas, estrategias, procedimientos o actividades que utiliza un interventor para producir cambios, modificar o mejorar conocimientos, aprendizaje, habilidades, cambiar creencias o actitudes, entre otros aspectos posibles, para mejorar o resolver alguna carencia, necesidad o problema social (Barriga et al, 1987; Szapocznik y Pequegnat, 1995; Lodzinski, 2003), con la última función de mejorar el bienestar, la calidad de vida y, en general, la vida de las personas. Por ejemplo, en el trabajo sobre el aprendizaje cooperativo, expuesto al principio de este capítulo, se persigue el objetivo de favorecer la integración de distintos grupos sociales y, por tanto, de facilitar su convivencia y calidad de vida. De la misma manera, en el trabajo sobre las creencias atributivas, la propuesta de intervención tiene el objetivo general de mejorar la adhesión terapéutica de los pacientes de hipertensión para facilitar el control de la presión arterial y mejorar su salud y bienestar. En ambos casos, en definitiva, se está haciendo referencia a la salud, de un modelo de salud alejado de la enfermedad, que se centra en el bienestar y en un dominio de actuación no solo psicológico e individual (interno), sino plenamente psicosocial.

La intervención psicosocial puede realizarse en diferentes dominios de análisis. Si se siguen los dominios de análisis identificados por Sapsford (1998), se identifican cuatro dominios de intervención:

  1. una intervención en el dominio intrapersonal estaría dirigida a crear, potenciar o cambiar actitudes, atribuciones, creencias o valores, entre otros aspectos;
  2. una intervención en el dominio interpersonal ocurriría cuando se intenta modificar y mejorar las relaciones entre distintas personas (ej. los padres con los hijos, las relaciones entre iguales o el profesional sanitario con el paciente);
  3. una intervención en el dominio grupal pretendería mejorar la cohesión o el rendimiento de un grupo o la relación entre distintos grupos, como equipos de deportes o grupos de iguales, y
  4. una intervención en el dominio societal intentaría actuar sobre las estructuras, sistemas y procesos macrosociales, como la inseguridad ciudadana, el sexismo, el racismo o la xenofobia.

De esta manera, se están limitando claramente los contenidos de la intervención a los aspectos propiamente psicosociales y aun así, la extensión de las necesidades sociales a las cuales la intervención psicosocial puede llegar para intentar resolverlas es amplísima.

El planteamiento psicosocial de esta intervención no limita el campo de su intervención; por el contrario, lo amplía ya que en la actualidad es difícil encontrar aspectos que escapen a la influencia social. En cambio, es difícil encuadrar una intervención puramente clínica que trate solo aspectos psicológicos individuales. Dentro de un mundo cada vez más globalizado, las conexiones sociales a través de las diferentes formas de comunicación convierten en algo harto difícil pensar en que las necesidades sociales y de cambio de las personas puedan abordarse de forma aislada. Siempre se encuentran aspectos psicosociales en el origen, mantenimiento o consecuencias de las situaciones sociales que necesitan una mejora.

Hablar de necesidades psicológicas y sociales puras muchas veces se aleja de una realidad psicosocial que se va im poniendo cada vez más. Por ello se parte del modelo de un individuo socio-histórico y activo (Blanco y Varela, 2007). La intervención se produce con alguien que, a su vez, está inmerso y definido por un contexto social específico, que es un elemento importante que debe tenerse en cuenta.

Esta amplitud en el abordaje de la intervención psicosocial es, precisamente, una característica muy difícil de llevar a cabo. Es muy complicado plasmar la cantidad de variables que se manejan y resultan relevantes en una investigación aplicada, en una intervención concreta, manejable, valorable y que permita una evaluación clara. Como consecuencia de esta dificultad, muchas veces, una investigación completa y exhaustiva se queda sin intervención o se reduce a un programa en que se trata solo lo que se podría hacer y, muchas veces, con metodología multidisciplinaria. Sánchez Vidal y Morales (2002) resaltan algunas de las dificultades generales con que se encuentra la intervención psicosocial, como las barreras o la imposibilidad de acceder a las estructuras sociales globales que están influyendo o determinando las situaciones sociales complicadas y disfuncionales; la complejidad de los asuntos sociales y su modificación, la dificultad de acceso a la población necesitada, el tiempo que normalmente tiene que trascurrir para obtener los resultados de la intervención; los problemas éticos que pueden plantearse, o tener que utilizar con frecuencia métodos interdisciplinarios. Estos aspectos nos dan una idea clara de la tarea que tienen por delante los psicólogos sociales aplicados y añaden, en muchas ocasiones, el escaso reconocimiento de los propios compañeros refugiados en el control del laboratorio experimental. Asimismo, es un proceso que implica utilizar diferentes estrategias adecuadas a cada necesidad y situación de intervención. Por último, también se trata de un proceso de influencia social (Blanco y Varela, 2007). Estos autores hacen hincapié en la complejidad que añaden al proceso las negociaciones y los tratos con distintos agentes sociales, participantes, instituciones u organismos que requieren coordinación y la evitación de conflictos y su solución cuando surgen.

Proceso de intervención psicosocial

La intervención psicosocial reúne una importante cantidad de trabajos difíciles de unificar en unas características concretas debido a las diferencias en perspectiva y estrategias, pero tienen un objetivo común: abordar las necesidades y mejoras sociales con el objetivo de aumentar la calidad de vida. Este objetivo se persigue a lo largo de un proceso que puede dividirse en varias etapas o fases. De la misma manera que la intervención se adapta a la situación que es necesario mejorar, también las fases han de adecuarse. Esto hace difícil concretarlas de forma específica, pero también ofrece al psicólogo social el margen de acción que una realidad tan compleja como la psicosocial requiere para aprehenderla en toda su amplitud. Por este motivo, con ánimo de síntesis, se realiza una propuesta que, aunque sea un ejercicio intelectual que posiblemente se salte las demandas que, en muchos casos, hace la realidad de cada situación, permite crear el esqueleto que pudiera guiar a un psicólogo social en sus primeros pasos en esta difícil tarea.

Según distintos autores, es posible variar el número de fases y, por tanto, los aspectos que debe incluir cada una de ellas. Para sintetizar, pueden considerarse imprescindibles 5 fases para desarrollar una intervención psicosocial básica:

  1. Identificación, descripción y evaluación de la necesidad, carencia y problema.
  2. Diseño del programa de investigación.
  3. Realización de la intervención.
  4. Procesamiento de la información y obtención de los resultados.
  5. Evaluación, seguimiento y presentación de la información.

Es habitual en los trabajos de intervención encontrar la definición del aspecto de intervención (ej. donación de órganos, adhesión terapéutica o violencia entre iguales) como problema social que genera una necesidad que requiere mejora. Sin embargo, como se ha indicado anteriormente, la necesidad social suele ser el antecedente del problema social. Probablemente, la mejor opción es adoptar una actitud preventiva que interviniendo sobre las necesidades, evite la aparición de los problemas.

Esta exposición se centrará en la parte positiva de la intervención y aludirá a las mejoras, a la ejecución de comportamiento y a las estrategias que revierten en el aumento de la calidad de vida de las personas. De esta manera, como se emplea en el campo de la salud, la intervención puede ser de promoción, prevención, terapéutica, rehabilitadora o paliativa si bien puede hacerse especial hincapié en la promoción y la prevención para evitar actuaciones negativas más tardías. Así pues, entonces, se centrará en las necesidades sociales, como elemento de intervención psicosocial.

En general, los aspectos que fallan en la calidad de vida, bienestar y satisfacción y demás actitudes con que la persona se aproxima a la salud se convierten en necesidades sociales cuando hay un estado de carencia que lo representa y lo define por acuerdo de un grupo específico de personas. De hecho, la propia calidad de vida y el bienestar se han considerado necesidades sociales que se convertirían en problemas sociales si no se satisfacen (Blanco y Varela, 2007). Por ello, se considera, como se ha avanzado anteriormente, que las necesidades sociales relacionadas con la calidad de vida son el elemento de intervención psicosocial que permite su función fundamentalmente preventiva, que la positiviza y aleja de los problemas sociales.

La intervención psicosocial debe partir de una evaluación de necesidades previa y una evaluación de la calidad de vida final. Las mejoras incorporadas mostrarán el éxito del programa. Por ello, de acuerdo con Blanco y Varela (2007), un programa de intervención psicosocial puede incluir tres grandes momentos de valoración que, en este caso y de acuerdo con lo expresado hasta el momento implica los procesos de:

  1. valoración o evaluación inicial (necesidades);
  2. valoración o evaluación del proceso (programa), y
  3. valoración o evaluación de resultados (logros del programa).

El primer paso de un programa de intervención debe ser seleccionar la población diana a la cual va a dirigirse.

Identificación, descripción y evaluación de la necesidad, carencia o problema

Para desarrollar esta fase, es necesario:

  • Definir la necesidad de forma descriptiva, teórico-conceptual y operativa, en la cual se exprese claramente lo qué está ocurriendo, desde qué perspectiva teórica se explica y la forma de valorarla. En el ejemplo de la intervención descrita sobre aprendizaje cooperativo se actuaba sobre el conflicto intergrupal en las aulas, abordado desde la hipótesis del contacto. De la misma manera que en la propuesta sobre cumplimiento te­rapéutico, está claro que la conducta sobre la cual se va a intervenir es la mejora de la adhesión terapéutica desde la perspectiva teórica de la cognición social y, especialmente, las teorías de la atribución y los modelos de creencias, la representación de la enfermedad y la percepción interpersonal. En los manuales se trata de definir la necesidad o el problema como conducta problemática. En este caso se cree que es innecesario basarse en el déficit y se considera más adecuado hacerlo en las mejoras. Por ello, la descripción de la necesidad se puede llevar a cabo en función de sus objetivos, sin quedarse anclados en la situación negativa: por ejemplo, favorecer la cooperación para facilitar la integración de los distintos grupos sociales o mejorar la adhesión terapéutica para optimizar el control de la presión arterial que ayude a prevenir las enfermedades cerebrovasculares. Por último, transcribir en una operación la necesidad que debe mejorarse implica describirla en función de las variables y los factores o indicadores que la determinan, la producen y que permiten medirla en los distintos procesos de valoración, y, por tanto, controlarla e intervenir sobre ella. En el ejemplo, la adhesión terapéutica se mide a partir del autoinforme del enfermo y de la evolución de la presión arterial en relación con la consecución de los objetivos terapéuticos. Las atribuciones, las creencias, la representación de la enfermedad y la percepción de rol se consideran las variables que la determinan. Respecto a los indicadores, Rodríguez-Marín et al. (2007) puntualizan que estos deben permitir una respuesta a la necesidad intervenida y la determinación de las consecuencias del programa puesto en marcha, si se debe interrumpir en un momento determinado o no, si se debe modificar y con qué tipo de objetivos o metas se corresponde.
  • Determinar el ámbito de intervención. Se define, fundamentalmente, por el contexto de la intervención. Alude a las áreas que se han desarrollado por la aplicación de la psicología social (ej. la psicología jurídica o la psicología política). La propuesta de intervención sobre aprendizaje cooperativo puede ubicarse en la psicología social educativa. En cambio, el ejemplo sobre la adhesión terapéutica se incluiría en el ámbito de la psicología social de la salud.
  • Identificar el objeto o los actores sociales. Se refiere a las personas que recibirán la intervención, a los cuales afectarán sus resultados (ej. la comunidad, los jóvenes o los ancianos; Blanco y Varela, 2007). Son las personas afectadas por la necesidad o los que, por diferentes razones, están interesados en ella. En el ejemplo, por un lado, los escolares y, por el otro, los enfermos de hipertensión y los profesionales sanitarios que los atienden.
  • Tomar la primera medida de la necesidad sobre la cual se va a intervenir para obtener la valoración inicial. Esta evaluación de necesidades tiene como objetivo recoger la mayor cantidad de información para determinar la existencia de la necesidad mediante métodos formales o directamente de los afectados. Por ejemplo, se reúne a diferentes grupos de actores sociales para hacerles una entrevista de grupo o pasarles un cuestionario. Ello obliga a determinar las fuentes o las unidades de análisis y los métodos (Rodríguez-Marín et al., 2007). Las fuentes de información pueden ser objetos si se emplean documentos, informes, narraciones, entre otros, o personas si son individuos, grupos o comunidades. También es conveniente revisar lo que se ha llevado a cabo sobre el aspecto en que desea intervenirse en otras comunidades. En cuanto al método, se trata de elegir, entre los métodos cualitativos (observación o entrevistas de grupo) y los cuantitativos (cuestionarios, recuento o medidas directas), los más apropiados para valorar las necesidades del programa. Es habitual comenzar con métodos cualitativos para obtener el máximo de información de forma directa de los afectados y, posteriormente, construir los instrumentos que permitan una medida cuantitativa más objetiva. En el ejemplo sobre adhesión, primero se realizan entrevistas de grupo y, una vez que se ha recogido y analizado la información, se construyen los cuestionarios que permiten una evaluación objetiva de los aspectos que determinan este comportamiento sobre los cuales se ha programado la intervención.
  • Considerar el contexto en que se está realizando la evaluación de necesidades y en el cual se va a intervenir con el fin de realizar una actuación culturalmente apropiada en relación con los valores, las costumbres, las expectativas y las estrategias dominantes en las personas, grupo o comunidad a los cuales se dirige la intervención, así como valorar los recursos de que se dispone en la comunidad u otros grupos o entidades interesadas en la intervención.
  • También parece muy adecuado adaptar la intervención a cada fase del proceso del comportamiento que debe establecerse, como se hace hincapié en algunos modelos teóricos sobre el comportamiento de salud sobre las variaciones en los determinantes del comportamiento en función de las distintas fases o etapas de su desarrollo. De esta manera, la intervención será específica de cada etapa (Dijkstra y Rothman, 2008).

Diseño del programa de intervención

Una vez que se ha llevado a cabo todo el trabajo de identificación, descripción y evaluación de las necesidades sobre las cuales hay que intervenir, puede iniciarse el diseño del programa de intervención. Para ello, las cuestiones fundamentales a las cuales hay que responder son: ¿cuáles son los objetivos?, ¿qué estrategias se van a emplear para conseguirlo? y ¿cómo se van a valorar los resultados? Con el ánimo de resumir la importante cantidad de tareas que esto implica, estas se agrupan en tres grandes grupos:

1. Especificar los objetivos del programa, su contenido y las actividades o estrategias que hay que emplear para lograrlos. Los objetivos aluden a lo que se quiere conseguir con la aplicación del programa. Algunos autores diferencian entre objetivos y fines; el primer término posee un carácter más concreto y se lo asocia con el resultado de la aplicación de una estrategia concreta mientras que los fin es serían los resultados últimos de la intervención (Schneider et al., 2005). En general, se considera el planteamiento de los objetivos como la primera tarea que debe realizarse para elaborar un programa de intervención. En el ejemplo sobre aprendizaje cooperativo, el objetivo general era mejorar la integración de los escolares y en el de adhesión, el objetivo general del programa propuesto es mejorar la adhesión terapéutica a los tratamientos de la hipertensión arterial. También deben plantearse objetivos específicos relacionados con cada una de las estrategias; por ejemplo, facilitar la cooperación entre los compañeros con la técnica del rompecabezas y la comunicación de información con técnica del entrenamiento en habilidades sociales.

El contenido del programa de intervención se refiere al objeto de manipulación que se va a llevar a cabo o tratamiento. En el ejemplo sobre adhesión se interviene sobre la comunicación de información, empática y persuasiva, la vulnerabilidad percibida, las barreras percibidas para la acción o el ejercicio físico y los hábitos dietéticos. Para ello es necesario elegir las estrategias para llevarlo a cabo y su planificación a lo largo del período que se estima que va a durar la intervención. Pueden utilizarse muchas estrategias distintas, como la discusión grupal, la educación, el modelado, el role playing o la reatribución, entre otras. Cada una de ellas obedece a un contenido teórico sobre el cual hay que intervenir.

2. Planificar la infraestructura, los gastos, las formas de acceso a la población a la cual se dirige la intervención, la formación del personal de intervención y repartir las tareas que hay que realizar en función de la experiencia y formación de cada una de las personas que componen el equipo de intervención. En muchos casos, la planificación de las condiciones necesarias para desarrollar el programa (presupuesto, infraestructura y accesos) se convierten en gestiones administrativas y de información con la comunidad e instituciones implicadas en la intervención. La valoración, formación y asignación de los miembros del equipo requieren un amplio conocimiento de sus habilidades y, en muchos casos, la formación en técnicas concretas, como la entrevista de grupo o el entrenamiento en habilidades sociales.

3. Definir los criterios e indicadores que permitan, una vez que se ha ejecutado el programa, valorar los resultados. Serán los elementos fundamentales para que en la fase siguiente puedan evaluarse los resultados del programa.

Realización de la intervención

En general, no se hacen muchas consideraciones respecto a la ejecución del programa.

Obviamente, en esta fase se aplican las tareas y estrategias a la población objeto de intervención, que será más o menos fácil en relación con el diseño y lo trabajado, definido y cuidado que se haya llevado a cabo. Pueden destacarse dos aspectos:

  1. Permitir cierta flexibilidad en relación con la estructura y los compromisos del programa, que permita variar y manejar imprevistos que requieran una respuesta rápida o un cambio en el curso de la intervención (Rodríguez-Marín et al., 2007). Por ejemplo, en el proceso de intervención pueden perderse participantes, a los cuales se les está aplicando o una de las estrategias puede tener efectos no esperados o ser rechazada por los participantes. Cualquiera de estas situaciones implica una rectificación para que la intervención pueda continuar.
  2. Tener siempre presente y preparado, así como desarrollar el programa de tal manera que permita evaluar su eficacia en cualquier momento (Lodzinski et al., 2005).

Procesamiento de la información y obtención de resultados

Esta fase requiere un trabajo delicado para obtener la información real de lo que ha ocurrido a lo largo de la intervención. Sin embargo, es habitual en los textos sobre intervención que de la fase de ejecución del programa se pase directamente a la de evaluación. Con todo, en las intervenciones que tienen como base de su desarrollo una investigación aplicada, en la cual se han detectado con claridad las variables que están influyendo en el aspecto que debe tratarse, la obtención de los resultados conlleva, además de un avance en la atención de la necesidad, una incorporación de conocimiento añadido que puede ser de gran valor para otras intervenciones. Por ello, parece que el procesamiento de los datos y la obtención de resultados requiere también algunas consideraciones que deben seguirse. Así lo hacen Rodríguez-Marín et al., 2007:

  1. Establecer la correspondencia entre las medidas de las variables y constructos con los objetivos de la intervención y su fin último o resultado. En este punto es interesante la diferencia que establecen Schneider et al., entre objetivos y fines, ya comentada en el apartado anterior. Por ejemplo, en el trabajo sobre aprendizaje cooperativo, el objetivo es favorecer este tipo de comportamiento para mejorar la integración intergrupal. También en la intervención propuesta sobre adhesión terapéutica, el objetivo es aumentar este comportamiento, pero el fin último es disminuir los valores de presión en la población.
  2. Ajustar las medidas al diseño del programa de manera que quede claro si las variables que se están registrando son independientes, dependientes o de control.
  3. Elegir la información que se desea obtener en función del esquema teórico-conceptual sobre el cual se ha desarrollado el programa.
  4. Obtener datos d e fiabilidad y validez de los instrumentos que hayan podido construirse nuevos para la intervención.
  5. Encargarse de que la realización de las pruebas y estrategias sea lo más adecuada, sencilla y viable para la población en la cual se van a aplicar, así como diseñar el sistema de desarrollo que garantice la confidencialidad de los participantes.

Evaluación, seguimiento y presentación de la información

Con frecuencia se trata de evaluación del programa cuando se refiere a la evaluación final de los resultados de su aplicación. Sin embargo, como se ha adelantado antes de la exposición de las etapas de la intervención, es importante llevar a cabo una evaluación previa a la intervención, otra segunda evaluación del proceso de intervención y, por último, la evaluación de los resultados. Estas evaluaciones deberán llevarse a cabo según se hayan planificado en el diseño del programa. Requieren un proceso en que se tendrá en cuenta, desde los objetivos de la evaluación, sobre qué población, los métodos e instrumentos de evaluación, la información de qué se dispone y los análisis de la información; en definitiva, todo lo que se ha llevado a cabo y en los tres momentos del proceso. Eso permitirá controlar en todo momento la eficacia del programa e introducir los cambios necesarios dentro del margen de flexibilidad que permita el diseño.

El seguimiento del programa implica examinar la medida en que, una vez que se ha finalizado la intervención y se han evaluado sus resultados, su efecto se mantiene en el tiempo.

Por ejemplo, al intervenir en la adhesión terapéutica, el seguimiento de los posibles efectos del programa una vez que se ha finalizado implicaría averiguar el tiempo que se mantiene un supuesto incremento en el comportamiento de adhesión terapéutica si se puede relacionar con una mejora en las relaciones entre profesionales sanitarios y pacientes y, por tanto, si las habilidades sociales de ambos han persisitido y cuánto tiempo. Si no se mantiene la adhesión, hay que comprobar qué elementos han podido fallar y así un largo etcétera que proporciona información sobre los efectos del programa a largo plazo. Por supuesto, como en el caso de la evaluación, debe planificarse en el diseño del programa su contenido, las personas que se van a encargar de llevarlo a cabo y el momento en que es pertinente.

La intervención psicosocial sobre cualquier necesidad relevante, después de la difícil y larga tarea que representa, debe terminar plasmada en un informe en que debe hacerse constar todo el proceso realizado y sus resultados.

No es necesario terminar la intervención para elaborarlo. Por el contrario, puede redactarse un informe de cada fase y este puede ser determinante para la continuidad de la intervención. Como señalan Rodríguez-M arín et al. (2007), independientemente del momento al cual se refiera, la calidad del informe escrito y de la presentación oral es un elemento de evaluación positiva o negativa sobre los diseñadores, ejecutores y evaluadores del programa.

Siguiendo a estos mismos autores, se repasan los aspectos que debe incluir un informe: título del proyecto, resumen, descripción del problema, objetivos y fundamentos, método, procedimiento y estrategias, acciones propuestas, equipo de trabajo y de apoyo, cronograma, presupuestos previos, fuentes de financiación y agradecimientos.

En definitiva, diseñar y llevar a cabo un programa de intervención psicosocial es una tarea de gran envergadura y gran responsabilidad social y científica para el psicólogo social.

No exenta de compromisos con las personas y la sociedad, retos personales y rigor con la ciencia psicosocial.

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