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El modelo biomédico tradicional, sostiene que la dependencia de una o varias drogas es una enfermedad crónica de carácter recidivante. El concepto de adicción como enfermedad progresiva y crónica entiende este trastorno como una manifestación sintomática de una disfunción bioquímica subyacente, dando gran importancia a la dependencia física y a la explicación genética. La adicción es debida a los cambios en las funciones y estructuras cerebrales, por lo que, fundamentalmente, es una enfermedad del cerebro. El objetivo principal del tratamiento deber ser invertir o compensar dichos cambios.

Las consecuencias de esta perspectiva son bastante claras. En primer lugar, no se aplica el concepto de curación, ya que la supuesta vulnerabilidad biológica siempre está presente y pueden ocurrir recaidas. En segundo lugar, no hay recuperación en ausencia de tratamiento. El objetivo del tratamiento debe ser siempre la abstinencia, dado que el contacto del sujeto con el toxico producirá la inmediata recaída. Desde esta perspectiva, se considera imposible el consumo controlado de las personas que han sido dependientes de una sustancia mediante la argumentación de que o bien estamos ante un diagnostico insuficiente o erróneo, o bien hay que dudar de la exactitud de los informes.

Frente al modelo medico tradicional, ha ido ganando espacio un modelo multifactorial e integrador de tres dimensiones básicas que concurren en el individuo: biológica, social y psicológica, el llamado modelo biopsicosocial.

En la actualidad, el modelo biopsicosocial es un modelo de referencia inexcusable para el abordaje de las drogodependencias. La idea básica que promueve es que la probabilidad de que una persona consuma una droga o llegue a ser adicto no se relaciona sólo con las propiedades biológicas de la sustancia y su efecto en el cerebro, sino también con procesos psicológicos básicos de aprendizaje y socialización, así como con el contexto social y cultural en el que el individuo se desenvuelve.

El modelo biopsicosocial sugiere que la etiología del consumo de drogas y de la posterior adicción se debe a la interacción de factores de naturaleza física o biológica, factores sociales y factores psicológicos. Algunos factores actuarían como protectores frente al uso de drogas, mientras que otros funcionarían como factores de riesgo.

La traslación del modelo biopsicosocial al campo de las conductas adictivas ha dado como resultado diversas formulaciones teóricas. En este sentido, se inscribe, por ejemplo, el modelo bioconducutal inicialmente dirigido a explicar cómo se inicia y se mantiene la conducta de fumar. Según este modelo, las conductas de consumo se encuentran en función de las interacciones con el contexto, la vulnerabilidad individual y las consecuencias. Las variables incluidas bajo la denominación de contexto vendrían dadas desde los modelos de aprendizaje clásico y operante, y se combinarían con las variables reforzadoras identificadas bajo consecuencias. La conducta incluiría tanto los comportamientos relacionados con el consumo de drogas, como el rechazo de las sustancias y la resistencia a consumir. La vulnerabilidad o susceptibilidad incluye factores genéticos, las influencias socioculturales y la historia de aprendizaje. Algunas de estas interrelaciones funcionales indican asociaciones críticas que denotan relaciones muy cerradas, como las que se dan entre las conductas y las contingencias reforzadoras y los efectos de estas consecuencias sobre la conducta que la precede.

El modelo biopsicosocial propone un marco conceptual que se ajusta mejor a los datos empíricos que otros modelos, ya que permite que los posibles factores precipitantes del consumo de drogas puedan considerarse de forma independiente de los que posteriormente determinan el mantenimiento y el desarrollo de un problema de abuso o dependencia. La importancia relativa de las diferentes variables no es la misma en cada grupo o individuo particular e, incluso, varía a lo largo de las distintas fases y patrones de consumo de consumidor.

3.1. El Papel Del Reforzamiento

En el modelo bioconductual, las contingencias asociadas a las conductas de uso o abstinencia a las drogas juegan un papel determinante en la explicación de las mismas. Existe una amplia evidencia empírica de que las drogas pueden funcionar eficazmente como reforzadores positivos de las conductas de búsqueda y autoadministración y de que los principios que gobiernan otras conductas controladas por reforzamiento positivo son aplicables a la autoadministración de drogas. Una conclusión fundamental que se extrae de los resultados de estos estudios es que sitúa a los trastornos por abuso de sustancias dentro del cuerpo de los principios psicológicos existentes, que permiten analizar dichas conductas como una variable dimensional dentro de un continuo que iría desde un patrón de uso esporádico no problemático o con escasos problemas, hasta un patrón de uso grave con muchas consecuencias aversivas.

Por tanto, la dependencia física puede ser importante a la hora de explicar el consumo de drogas, pero no es un factor necesario para las conductas de autoadministración y tampoco es suficiente por sí misma para explicar el uso y abuso de drogas.

3.2. Implicaciones Para El Tratamiento

Frente a otros enfoques reduccionistas, las consecuencias de esta perspectiva son varias y diversas. Por ejemplo, el concepto de adicción no implica necesariamente que la persona adicta nunca sea capaz de abandonar la conducta en cuestión, incluso sin necesidad de tratamiento. Fenómenos como el autocambio o recuperación natural demuestran esta posibilidad. El paso de un consumo de riesgo a uno de bajo riesgo o a la abstinencia es bastante común. Al igual que sucede con otros trastornos, las adicciones pueden evolucionar favorablemente, si se producen las condiciones que determinen, en cada caso, el cambio de conducta.

Otra consecuencia es el diferente enfoque con el que debe tratarse la prevención. A pesar de que la prevención goce de gran predicamento en las políticas públicas antidroga, su desarrollo e implantación son claramente precarios. La prevención de las drogodependencias tiene una perspectiva casi totalmente psicosocial con importantes repercusiones en los ámbitos legal, educativo y comunitario. A diferencia de la prevención de las enfermedades infecciosas, los componentes biomédicos no son relevantes. Eso no significa que la prevención sea ineficaz sino que debe enfocarse desde una perspectiva más compleja y multifactorial.

Otra clara implicación de esta formulación es que los trastornos por abuso de sustancias pueden afectar a muchas áreas del funcionamiento del individuo y que, por tanto, requieren con frecuencia un abordaje de igual modo multimodal, que incluya aspectos biológicos, conductuales y sociales. Algunos componentes del tratamiento pueden ir orientados directamente a los efectos del uso de la sustancia, mientras que otros se deben centrar en las condiciones que han contribuido o que han sido el resultado del consumo de drogas. De la misma manera, los objetivos del tratamiento incluyen la reducción del uso y los efectos de las sustancias, la reducción de la frecuencia y la intensidad de las recaídas y la mejora del funcionamiento psicológico y social, que es consecuencia y causa del consumo de drogas.

Desde la perspectiva, se resalta el carácter central y necesario de los tratamientos psicológicos en la concepción y planificación de las intervenciones terapéuticas efectivas en las drogodependencias. La propia descripción de los trastornos por abuso de sustancias de los sistemas de clasificación diagnostica, ya asume la centralidad del modelo psicológico, si tenemos en cuenta que de los siete criterios para el diagnostico de la dependencia sólo los dos primeros tienen que ver con aspectos fisiológicos.

Las investigaciones sobre los resultados de los tratamientos psicológicos muestran cómo los principios del reforzamiento pueden incrementar significativamente las tasas de abstinencia a las drogas.

La posición dominante del modelo biopsicosocial en la explicación de los trastornos psicológicos y psicopatológicos hace imprescindible su incorporación en el diseño tanto de las estrategias de investigación, como de prevención y tratamiento. Su utilización como guía teórica en la investigación permite formular una explicación más consistente con los datos que surgen del análisis empírico del ciclo de las conductas adictivas. La incorporación a los protocolos de tratamiento de este tipo de problemas es imprescindible si se quieren poner en juego todos los factores que la investigación ha considerado relevantes para que las intervenciones sean efectivas, eficaces y eficientes.

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