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1. Inmigración, diversidad humana y opresión

Una de las consecuencias del incremento de los flujos migratorios en los contextos comunitarios de acogida es que personas de distinta raza, etnia, religión, etc. se ven implicadas en relaciones de interacción y convivencia cotidiana. Los resultados en este nuevo escenario pueden ser muy diversos por que, a pesar del discurso imperante sobre igualdad y solidaridad en los países receptores, se sigue percibiendo a la inmigración como una amenaza (realista y/o simbólica) hacia su estatus de privilegio, bienestar e identidad cultural. Ello condiciona las relaciones intergrupales y favorece la aparición de conductas defensivas (discriminatorias y racistas) dirigidas a mantener el control y la superioridad sobre los inmigrantes.

En el campo de la Psicología y de las Ciencias Sociales en general, la diversidad humana ha sido conceptualizada de formas diferentes a lo largo de la historia reciente (Trickett, Watts, y Birman, 1994). Para el propósito de este capítulo interesa centrarse en el nuevo concepto del término que surge en el marco de los movimientos por los derechos civiles en la Norteamérica de la década de los sesenta, a partir de la autocrítica de los científicos sociales que cuestionaron la relevancia social y el enfoque de sus estudios (Sarason, 1974). Una de las consecuencia de este hecho fue que las minorías se convirtieron en objeto relevante de sus investigaciones e intervenciones, y comenzaron a cuestionarse los mecanismos a través de los cuales estos grupos son privados de recursos y derechos por parte de la cultura (o grupo) dominante. El debate instaurado en las ciencias sociales en torno a este tema produjo un giro fundamental en el abordaje y comprensión de los problemas de las minorías (étnicas, culturales, religiosas, etc.).

La diversidad humana se empieza a vincular con la acción afirmativa que se ocupa de cuestiones de justicia social y reconoce la contribución de las diferencias culturales al conocimiento científico. La diversidad humana deja de asociarse indefectiblemente a una situación de déficit y/o inferioridad de los miembros de los grupos minoritarios para centrarse en sus fortalezas y en esa capacidad de recuperación que proporciona la experiencia de la opresión. La situación de precariedad y/o privación que padecen estos grupos (entre los se encuentran los inmigrantes) ya no se explica en base a una carencia de genes, de estilos de vida o de características de personalidad para vivir con éxito la vida social. Por el contrario, se debate sobre la relación de poder que el grupo (cultura) dominante ejerce de manera insidiosa sobre los no dominantes, privándoles de derechos y recursos.

Esta forma injusta de manifestarse la diversidad humana nos conduce al concepto de opresión desde el que se puede abordar el estudio de la inmigración en el marco de las relaciones intergrupales. Es decir, desde los procesos de dominación mediante los cuales las personas inmigrantes sufren las consecuencias de la deprivación, exclusión, discriminación, explotación, control cultural y en no pocas ocasiones violencia (Prilleltensky y Nelson, 2002). La situación opresiva, en definitiva, es fruto de una redistribución injusta y desproporcionada de poder entre los grupos sustentada en un contacto intergrupal asimétrico.

La ausencia (o precariedad) de poder de los inmigrantes se manifiesta en tres categorías básicas que han de ser referentes en toda política o programa de intervención. La primera de ellas se centra en la ausencia de poder para definir una imagen positiva de la persona inmigrante en contraposición al estereotipo negativo que las sociedades de acogida construyen como justificativo de la discriminación. En segundo lugar, la situación de opresión disminuye el poder para un acceso normalizado y en igualdad a los recursos comunitarios, tales como permiso de residencia o de trabajo, reagrupamiento familiar, espacios para el culto, uso del velo islámico (chador), prestaciones sociales, vivienda, trabajo digno, espacios públicos para las conductas de ocio, etc. La ausencia (o escasez) de estos recursos impide la satisfacción de necesidades humanas tales como subsistencia, seguridad, afecto, autonomía y desarrollo personal, entendimiento, creatividad, etc. Por último, la ausencia de voz significa falta de poder para participar en la vida pública de la comunidad donde se inserta el inmigrante y contribuir con sus propuestas al cambio social. La imposibilidad de votar en las elecciones (participación política) o la negación de representatividad ante la administración de las organizaciones de inmigrantes pueden ser ejemplos de esta situación opresiva.

Si bien la opresión se manifiesta en todos los niveles ecológicos, por lo que es preciso definir objetivos de intervención en cada uno de ellos, conviene resaltar por su importancia la que se produce en el nivel individual. Se trata de la denominada opresión psicológica interiorizada, que se manifiesta como la asunción por parte del inmigrante:

  1. que es cierto el estereotipo negativo definido por el grupo dominante;
  2. que tiene menos derechos al disfrute de los recursos comunitarios por su condición de extranjero; y
  3. que no son importantes sus aportaciones (voz) en los procesos de cambio social.

En estos casos la mejora del conocimiento y la conciencia crítica (Watts, Griffith y Abdui-Adil, 1999) sobre sus circunstancias personales y contextuales, permitirá a los inmigrantes:

  1. definirse así mismos de una manera afirmativa a pesar de la opresión y de la injusta distribución de los recursos; y
  2. alcanzar un conocimiento crítico acerca de la asimetría histórica, racial, política, social y cultural de la inmigración.

Algunas implicaciones de la vinculación entre diversidad humana y opresión para la intervención comunitaria con las personas inmigrantes pueden ser:

  • Todos los grupos y cosmovisiones son objeto de estudio y análisis, y no solo las dominantes.
  • Se valoran de manera positiva las diferencias culturales; la diversidad no sólo no constituye una amenaza, sino que es la simiente de múltiples ventajas.
  • Se tiene la convicción de que realzar y promover la diversidad humana incrementa la calidad de las comunidades.

En los siguientes apartados se abordan algunos de los factores que condicionan las circunstancias de las personas inmigrantes y se proponen referentes y acciones a seguir en un proceso de liberación que conduzca de la opresión al bienestar.

2. La inmigración como transición ecológica

Cuando analizamos las migraciones desde la óptica de la persona que emigra, la dimensión psicosocial adquiere una gran relevancia por ser un fenómeno paradigmático del proceso psicológico de adaptación de las personas al medio dirigido a la satisfacción de sus necesidades. Este proceso comienza con la elaboración de un proyecto migratorio más o menos estructurado como alternativa a las oportunidades de vida en el contexto de origen. Por ello la inmigración es proceso de transición ecológica (Bronfenbrenner, 1986) ya que se modifica la posición de la persona que emigra como consecuencia de un cambio de escenario (sociedad de acogida) y de la ejecución de nuevos roles. Las transiciones demarcan periodos de desequilibrio personal y/o social, que requieren cambios y adaptación en muchas áreas vitales (familiar, social, laboral, ambiental, cultural, etc.) más profundos que los propios de la vida diaria, lo que incrementa la vulnerabilidad y, por tanto, el riesgo psicosocial.

En general, las vicisitudes por las que atraviesa el inmigrante durante la elaboración de su proyecto migratorio en el país de origen, durante el mismo viaje de transición y hasta en el propio país de destino, suelen ser muy estresantes y altamente negativas para su integridad física y mental. El inmigrante ha de ir superando estas dificultades a través de lo que algunos autores han venido en llamar duelo migratorio. Achotegui (2000) distingue una serie de áreas vitales en las que este duelo es más significativo: la familia y los amigos, la lengua y la cultura propia, el estatus, la tierra que se ha dejado atrás y los riesgos físicos. Ese conjunto de eventos junto con la tensión diaria que supone la necesidad de adaptarse a un entorno en muchos casos hostil, puede llegar a originar en el inmigrante lo que se ha denominado estrés por choque cultural o estrés por aculturación. La forma de presentarse es muy variada, pero se pueden resaltar los siguientes componentes (Bravo, 1992) que, en su caso, ayudan a orientar la intervención comunitaria:

  1. sentimiento de pérdida por desarraigo cultural y reducción significativa en su sistema de apoyo social en la sociedad de acogida;
  2. incremento de la tensión psicobiológica como consecuencia del esfuerzo de adaptación;
  3. sentimiento de pérdida de identidad y confusión de roles, tanto relacionado consigo mismo como a nivel de expectativas;
  4. percepción de rechazo por parte de la población de acogida; y
  5. impredictibilidad del entorno con sentimientos de impotencia al no poder manejarse de forma efectiva por falta de competencias.

Cuando estas circunstancias adversas se perpetúan en el tiempo puede aparecer el Síndrome de Ulises o síndrome del estrés crónico del inmigrante (Achotegui, 2000). Pero no es este síndrome la única posible consecuencia negativa de este incremento de vulnerabilidad asociado al proceso migratorio, sino que el mantenimiento de las adversas circunstancias antes referidas puede desembocar en otros tipos de problemas como depresión, abuso de alcohol y otras sustancias, prostitución, etc.

Los párrafos anteriores no deben conducir a la formación de una idea negativa y pesimista sobre la persona inmigrante que sufre de forma pasiva ese cúmulo de circunstancias negativas. Por el contrario, desde la perspectiva de la diversidad y la opresión, se destacan este colectivo una serie de fortalezas tales como alta motivación por el control, autoeficacia, afán emprendedor, orientación al trabajo, motivación de logro y poder, etc. (Boneva y Frieze, 2001 ). Este es el enfoque que adopta la Psicología Comunitaria en el abordaje de los problemas sociales, centrándose más en los recursos de las personas en desventajas y de los contextos que en sus debilidades. Por ello, las estrategias interventivas desde esta disciplina se orientan a optimizar las fortalezas de los inmigrantes para que adquieran una conciencia crítica sobre sus circunstancias, logren habilidades de afrontamiento activo y recuperen el control sobre sus vidas (empoderamiento). Todo ello posibilitará una transición ecológica que conduzca a resultados mejora de calidad de vida, crecimiento personal y bienestar psicológico.

Desde esta perspectiva individual, la integración de los nuevos residentes se refiere al proceso de incorporación a las estructuras sociales existentes en el contexto de inmigración, y a la calidad de esa unión en cuanto a las condiciones socioeconómicas, legales, culturales, etc. Como resultado, la integración expresa la posibilidad de que los individuos puedan desarrollar sus vidas plenamente, definir metas y diseñar estrategias para alcanzarlas en un contexto comunitario. Tiene, además un carácter multidimensional por lo que la integración puede materializarse de manera diferencial en las distintas áreas o ámbitos de la vida (cultural, laboral, familiar, comunitaria, de ocio, etc.). Cada ámbito de integración tiene su propio timing, actuando algunos de ellos (por (ejemplo los ámbitos legal y laboral) como prerrequisitos o facilitadores de los demás.

En resumen, el resultado neto del proceso integrador de las personas inmigrantes depende de múltiples factores (Scott y Scott, 1989); unos se sitúan en el propio individuo (edad, nivel de salud, formación, habilidades sociales, etc.), otros son situacionales (mercado de trabajo, legislación, prejuicios, accesibilidad a los servicios, etc.), pero todos ellos están en constante interacción. Teniendo en cuenta que las personas inmigrantes constituyen un grupo en desventaja social (minoritario/no dominante), son necesarias políticas migratorias efectivas (proyectos y programas) que incidan en los factores del modelo al objeto de prevenir resultados negativos en los ajustes psicológico y comunitario. Además, desde un planteamiento holístico la Comisión Europea viene planteando la necesidad de tener en cuenta en la intervención comunitaria no sólo los aspectos económico y social de la integración, sino también cuestiones relativas a la diversidad cultural y la asignación de un estatus de ciudadanía y de derechos políticos, la participación en la toma de decisiones, etc. (Comisión Europea, 2003).

3. Los procesos de aculturación desde la perspectiva del inmigrante

En octubre de 2002 una familia musulmana envía a su hija Fátima al colegio concertado de las Madres Concepcionistas de San Lorenzo del Escorial. La niña cubre su cabeza con el chador y, de acuerdo con las normas del colegio, las monjas le dicen que se lo tiene que quitar. El padre exige su derecho tanto a la educación como a practicar sus costumbres. Pasados unos años (septiembre de 2007), Shaima de 9 años de edad estuvo un tiempo sin asistir a una escuela pública porque, según el reglamento del centro, no podía llevar el pañuelo en la cabeza. Estos dos sucesos hacen referencia a uno de los aspectos más relevantes de la incorporación de las personas inmigrantes al nuevo contexto comunitario que tiene un gran potencial para generar conflictos interpersonales, intergrupales e institucionales: el proceso de aculturación.

La aculturación ha sido definida como aquellos cambios que se producen en los grupos humanos con diferentes culturas cuando entran en contacto. Ya se ha señalado que las sociedades humanas tienden a estructurarse como sistemas basados en jerarquías (Pratto, Sidanius, Stallworth y Malle, 1994) donde uno de los grupos se constituye como dominante con una cuota desproporcionada de poder en relación a los demás. En el ámbito de las migraciones, y para mantener el statu quo de privilegio, la sociedad de acogida responsabiliza a los inmigrantes (y en muchos casos les obliga) de los cambios (en valores, costumbres, etc.) que son necesarios como consecuencia del contacto. Esta situación asimétrica respecto del poder explica los ejemplos relatados al comienzo del apartado, en los que se justificaba la opresión (prohibición del uso del velo) porque se atentaba contra el statu qua representado por las normas de los centros. Conviene recordar que la discriminación (indirecta) justificada en base a la trasgresión de ciertas normas es una característica propia del prejuicio sutil (Pettigrew y Meertens, 1995).

Desde la perspectiva de los inmigrantes Berry (1997) propone un modelo para explicar estos procesos de cambio. Defiende que estas personas deben tomar dos decisiones importantes cuando se asientan en el nuevo contexto comunitario y que determinarán su estrategia de aculturación:

  1. decidir si su propia cultura (idioma, valores, costumbres, etc.) es un valor a mantener en el nuevo contexto; y
  2. si van a establecer relaciones con los miembros de la sociedad de acogida.

La combinación de estos dos elementos en una estructura dicotómica da lugar a cuatro posibles estrategias de aculturación: integración, asimilación, separación y marginación (ver Tabla 7.1 ). Algunos estudios (Navas, Pumares, Rojas, Fernández, Sánchez y García, 2002; Basabe, Páez, Aierdi y jiménez, 2009) han constatado una relación significativa entre el tipo de estrategia elegida por el inmigrante y el estrés por choque cultural, de tal forma que los valores mínimos de estrés se asociaron a la integración, los más altos a la separación y marginación, y los intermedios con la asimilación.

Tabla 7.1. Estrategias de aculturación en grupos etnoculturales

Ámbitos: religioso, familiar, ocio, laboral, económico Mantenimiento de la identidad y costumbres propias
No
Mantenimiento de relaciones con los miembros de la sociedad receptora Integración Asimilación
No Separación Marginación

Este modelo ha sido ampliado y mejorado por Navas y cols. (2002) al diferenciar las estrategias de aculturación en diversos ámbitos de la vida: unos más centrales (educación de los hijos, religión, etc.) y problemáticos cuando se trata de cambiar valores, conductas, etc., y otros más periféricos (prácticas laborales, ocio, etc.) que no generan tantas resistencias de adaptación al cambio aculturativo. Los resultados de sus estudios constatan que los inmigrantes eligen distintas estrategias de aculturación dependiendo del ámbito de la vida de que se trate. Así, por ejemplo, los magrebíes prefieren la separación para la mayoría de las áreas vitales -sobre todo las vinculadas a lo más central de su identidad cultural- y la integración y/o asimilación para el resto. Estos resultados apoyan el modelo de adaptación de poblaciones en riesgo psicosocial: en la sociedad receptora las barreras y los facilitadores son distintos en cada ámbito de la vida de los inmigrantes, por lo que una adaptación positiva requiere de los sujetos estrategias de afrontamiento diferenciadas para cada uno de ellos.

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