Cuando se habla de estrés se refiere a un estado que denota un cierto malestar interno o a la presencia de inconveniencias y dificultades de diferente tipo que se acompañan de una serie de demandas y obligaciones. El estrés puede ser algo puntual, produciéndose durante un periodo relativamente breve en el tiempo o como un proceso más largo, que se mantienen durante un periodo de tiempo prolongado, pudiendo convertirse en algo crónico si no se logra resolver adecuadamente.
Ante los acontecimientos estresantes, no todos reaccionamos, ni de un modo similar, ni de una forma totalmente pasiva. Así algunas personas son capaces de restaurar rápidamente su comportamiento habitual, reduciendo el impacto que el suceso estresante puede estar teniendo sobre su funcionamiento y bienestar emocional. Otras reaccionan de una forma más desadaptativa, poniendo en marcha acciones que no resultan efectivas para aminorar o eliminar el efecto del estrés.
Perspectiva basada en la respuesta
Esta orientación se originó dentro del campo de la biología, el cual se desarrolló con los estudios de Selye. Para Selye el foco de interés reside en la respuesta de estrés. El estrés no se identifica con la presencia de un estímulo nocivo para el organismo, sino que equivale al conjunto de reacciones corporales que se producen en éste cuando están presentes estímulos ambientales o psicológicos dañinos. A estos estímulos Selye los denominó estresores.
El modelo de Selye es importante por un doble motivo:
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porque estableció la distinción entre el estresor y la respuesta de estrés.
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porque propuso el Síndrome General de Adaptación (SGA) para describir el proceso de estrés que se genera en un organismo, como consecuencia del efecto prolongado de un estresor.
El SGA se caracteriza por 3 estadios (a lo largo de ellos el estrés está presente, pero se manifiesta de diferente modo):
Estadio de alarma: se produce una respuesta generalizada del sistema nervioso autónomo, como reacción al shock inicial que produce el estresor. Esta reacción que puede durar en torno a unas 24 horas, se caracteriza por una reducción en la actividad del sistema nervioso simpático.
Si el estresor permanece, comienza la fase de “lucha o huída” en la cual se activa el sistema simpático-adrenal. Como consecuencia de ello se liberan corticoides, adrenalina y noradrenalina. Se produce también un incremento en la presión arterial, la frecuencia cardiaca, la coagulación sanguínea, y el aporte de sangre a los distintos órganos originándose un estado de energía y activación.
Fase de resistencia: se produce cuando ante la persistencia del estresor, se reduce notablemente la respuesta de alarma. En este momento el organismo recurre a mantener su funcionamiento interno por encima del nivel normal, con el fin de poder adaptarse al estresor.
Fase de agotamiento: si el organismo no es capaz de recuperar su equilibrio inicial o la presencia del estresor sigue causando un efecto excesivo, aparece esta fase. En ella se produce un incremento en la actividad endocrina, y dado el elevado nivel de corticoides que están en circulación y la disminución que sufren los recursos del organismo, comienza a haber daños en el sistema cardiovascular, en el sistema digestivo y en el inmunológico. Los recursos del organismo empiezan a disminuir y su deterioro se hace cada vez mayor hasta el punto de que puede enfermar o llegar a morir.
Perspectiva basada en el estímulo
Esta perspectiva centra su atención en las particularidades y características que posee el estímulo estresante. Se entiende que un acontecimiento estresante o un estresor es aquel que impone al individuo unas demandas excesivamente altas o bajas, sean estas de tipo físico, social o psicológico, sobrecargando sus recursos y generándole una respuesta de estrés. Para que un acontecimiento sea considerado estresante, tiene que tener la capacidad de alterar el equilibrio interno del individuo, y de promover la activación de los mecanismos de adaptación de la persona, con el fin de restablecer los niveles iniciales de ajuste.
Los sucesos estresantes pueden clasificarse en las siguientes categorías:
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Contrariedades: estos sucesos se refieren a problemas diarios, los cuales son experimentados por la mayoría de las personas con un cierto grado de malestar, frustración o irritación.
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Sucesos vitales: estos sucesos son menos frecuentes que los acontecimientos diarios, y poseen un mayor impacto. Su aparición está clara y bien definida en el tiempo y requieren del individuo un mayor ajuste. La característica que se ha señalado como más relevante de estos sucesos, es el cambio que obliga a la persona a realizar en su funcionamiento normal para poder adaptarse a ellos.
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Acontecimientos crónicos: estos estresores suelen surgir de una forma menos definida que los sucesos vitales y presentan un desarrollo más lento, pero continuamente problemático y hasta que finalizan se mantienen a lo largo de un periodo de tiempo prolongado.
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Algunos de los rasgos que pueden presentar los acontecimientos crónicos son:
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La presencia continua de una amenaza.
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La incertidumbre.
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La presencia de exigencias excesivas, ante las que los recursos son limitados.
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Las restricciones estructurales que pueden impedir el acceso a los medios para alcanzar los objetivos deseados.
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La falta sistemática de recompensa en tareas que requieren una alta inversión de esfuerzo.
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La complejidad, la cual puede venir dada por el contenido de las responsabilidades asociadas a los roles, por el propio conflicto entre roles o por la inestabilidad de los acontecimientos.
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Acontecimientos traumáticos: se caracterizan por ser inusuales dentro de la experiencia humana. Pueden ocurrir de forma aislada, o como problemas crónicos de larga duración y tienen la capacidad de generar una respuesta de intenso malestar psicológico, el cual puede mantenerse de forma duradera.
Es importante considerar el impacto que tienen las situaciones estresantes sobre cada individuo, impacto éste que viene determinado por la valoración cognitiva que se haga de las mismas (la interpretación subjetiva).