Se dispone de 2 marcos de referencia teóricos hegemónicos:
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aquel en el que la Personalidad se define esencialmente como el conjunto de predisposiciones de conducta existentes en el individuo, que se manifiestan en conducta estable y consistente (teorías de rasgos, teorías disposicionales, estructurales o centrada en la variable)
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aquel en el que la Personalidad se define como un sistema integrado por variables y procesos psicológicos que en contraste y recíproca interacción con la situación en que se desarrolla la conducta, genera patrones discriminativos de conducta coherentes y predecibles (teorías sociocognitivas, sociocognitivas-afectivas, acercamiento interaccionistas, teorías basadas en el análisis de los procesos de interrelación dinámica que tienen lugar a nivel intraindividual y los que se desarrollan entre la persona y la situación, o teorías centradas en la persona).
El acercamiento tipológico
Estudiar e identificar la personalidad de un sujeto supone concentrarse en la configuración y organización peculiar que las variables y procesos psicológicos, presentan en tal individuo.
Este análisis idiográfico no impide necesariamente que se puedan elaborar tipologías a partir de la agrupación de aquellos individuos que comparten una misma o muy similar, configuración de variables personales, que a su vez, en interacción con el contexto, se traduciría en similares perfiles de conducta discriminativa.
Lo que diferencia a estos prototipos de los expresados tradicionalmente mediante rasgos, es que estos se basan en promedios de conducta acontextuales (ya que al promediar la conducta observada en una serie de situaciones, se ha eliminado el posible efecto diferencial de las características específicas de cada situación) mientras ahora nos estaríamos basando en la observación de perfiles estables de covariación contingente situación-conducta, que nos permiten recoger la idiosincrasia tanto del individuo, como de la situación.
Las características de personalidad que definen cada “tipo” identifican una “configuración única” de atributos, posibilitando así el acercamiento a la “unicidad” de la persona, reconociendo al mismo tiempo los aspectos comunes a todos los individuos. El enfoque tipológico viene a hacerse eco de la evidencia que muestra que cada individuo es en parte único, pero también en parte importante parecido a los otros individuos.
El acercamiento tipológico identifica categorías de individuos basadas en la particular configuración de las características que les definen, proporcionando así un punto de unión entre la investigación puramente centrada en las variables (acercamiento de rasgos) (que hace énfasis en las características en las que se parecen y difieren las personas) y la investigación centrada esencialmente en la persona (planteamiento sociocognitivo) (que hace énfasis en el patrón único de características existente dentro de cada individuo)
Interacción rasgos-procesos psicológicos
Una segunda vía posible de integración pasaría por la reconceptualización del rasgo de personalidad para centrarse en el estudio de la interacción recíproca existente entre elementos estructurales, como los rasgos, y la dinámica de interrelaciones entre competencias, procesos psicológicos y variables contextuales.
En el curso del desarrollo, los procesos psicológicos, inicialmente activados en contextos específicos, se van consolidando y estabilizando, dando lugar a elementos estructurales de la personalidad que, posteriormente, servirán para activar tales procesos.
En el curso del desarrollo el proceso dinámico que subyace a las distintas formas de conducta se va consolidando y estabilizando, reflejándose en los crecientes niveles de coherencia y estabilidad que observamos en el comportamiento, paralelo al crecimiento biológico, personal y social.
Cuando calificamos a alguien con un determinado rasgo, estamos resumiendo su estilo habitual de conducta, pero, al mismo tiempo, estamos recogiendo la dinámica de interrelaciones entre persona y contexto, que al estabilizarse y consolidarse como estilo con el que el individuo hace frente a las diversas circunstancias, se refleja en patrones relativamente estables y coherentes de conducta.
El rasgo representaría ni más ni menos que la cristalización del complejo entramado dinámico de interrelaciones existente entre competencias, recursos y procesos psicológicos. Los rasgos y los perfiles estables de variabilidad situación-conducta podrían ser entendidos como facetas complementarias estables del funcionamiento de la personalidad.
Una vez que se presentan las circunstancias contextuales apropiadas, los elementos estructurales de la personalidad actuarían como facilitadores de la activación de los procesos dinámicos que los constituyen, reforzando la presencia de regularidad y coherencia en el comportamiento.
De esta forma “estructuras” y “procesos” son 2 elementos que se relacionan, influyen y codeterminan recíprocamente, siendo al mismo tiempo causa y efecto el uno del otro.