Aunque la función más evidente de los sentidos es proporcionarnos información sobre el medio ambiente en que vivimos, cumplen también con otro objetivo, favorecer la adaptación del individuo a su entorno, como se ilustra con algunas de las funciones del gusto y del olfato. Así, el conjunto de reflejos cefálicos que se ponen en marcha para realizar la digestión se relacionan estrechamente con la calidad de la comida y ésta a su vez con su valor energético.
El gusto también sirve para seleccionar una dieta adecuada como se comprueba por los fenómenos de hambres específicas y aversión gustativa.
La carencia de ciertos componentes esenciales en la dieta aumenta la apetencia por los alimentos o compuestos que los contienen.
Mediante la aversión gustativa se aprende a evitar, mediante un proceso de condicionamiento pauloviano, los alimentos potencialmente nocivos si anteriormente la experiencia con ellos fue negativa. Este fenómeno también puede explicar algunas hambres específicas.
El papel del olfato en la regulación de la conducta sexual ha sido ampliamente comprobado en roedores. Las sustancias químicas mediadoras de este efecto son las feromonas, capaces de afectar la secreción de hormonas del eje hipotálamo-hipofisario-gonadal.
Varios fenómenos reflejan el importante papel de las feromonas (entre ellos el efecto Bruce y el efecto Vandenberg), que actúan en vías nerviosas específicas que han sido descritas en roedores.
En los primates, incluida la especie humana, no parecen existir estos circuitos pero se han observado también algunos fenómenos producidos por la acción de estas sustancias.