Cuando una persona ayuda a otra, no está calculando el grado genético que tiene con ella, ni lo rentable que puede ser ayudar.
La definición de altruismo, que manejan los enfoques evolucionistas se refiere a la conducta manifiesta de los individuos, no a la motivación que subyace en esa conducta.
Para que el altruismo sea ventajoso tiene que cumplirse dos condiciones:
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Cada individuo tiene que ser capaz de reconocer a sus parientes y el grado de proximidad genética que tienen con él, así como a otros individuos altruistas, en el caso del altruismo recíproco.
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Debe ser posible detectar y castigar a los posibles tramposos, que reciben el favor pero no lo devuelve.
Ninguno de estos dos procesos es consciente. Sólo están presentes en forma de tendencias que impulsan nuestra conducta a través de mecanismos emocionales y cognitivos.
Aunque nacemos con una predisposición a sentir empatía por los demás, esa tendencia no se traduce en conducta altruista de forma automática, sino que son necesarios los procesos madurativos y las experiencias que tenemos no sólo en la infancia sino a lo largo de toda la vida, igual que lo son para otras conductas como andar, hablar o enamorarse.