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Las múltiples dimensiones de análisis de la institución familiar han generado una multiplicidad de definiciones, significados e interpretaciones. Así, un acercamiento conceptual exhaustivo al término familia requeriría la adopción de una perspectiva histórica y cultural amplia. De hecho, para analizar el significado de la familia desde un prisma histórico-cultural y antropológico, es fundamental partir de los supuestos del construccionismo social. El construccionismo social entiende el mundo desde una posición de intercambio social en la elaboración y construcción de significados compartidos mediante símbolos y sostiene que el conocimiento del entorno no procede tanto de la definición objetiva de las cosas como de la explicación que las personas les conceden. Desde este punto de vista, las palabras, términos, vocablos y expresiones del lenguaje, como hombre, mujer, amor o familia son, por tanto, elementos de significado variable puesto que la definición dependerá del contexto social, la época histórica y la cultura que analicemos. Así, por ejemplo, la elección libre y voluntaria del cónyuge es una característica incorporada muy recientemente al concepto de familia aunque solo en determinadas sociedades.

Durante siglos, la familia estuvo marcada por un profundo patriarcado y se consideraba que el objetivo fundamental de la unión matrimonial era asegurar la continuidad de las líneas familiares con el nacimiento de hijos al margen de si había vínculos afectivos de amor o no en la pareja. De hecho, la gran revolución de los sentimientos no aconteció hasta mediados del siglo XX cuando se unieron los conceptos de amor romántico, sexualidad, matrimonio y familia. A finales del siglo XX ocurrió otra serie de transformaciones en las sociedades más industrializadas que han conllevado importantes cambios asociados con las relaciones familiares y de pareja, como son la legalización del divorcio o la supresión de la penalización por adulterio y contracepción.

A partir de este momento, las familias han comenzado a caracterizarse por su diversidad, pero también por la exigencia de compromiso mutuo, sinceridad y solidaridad entre sus miembros.

Hoy día, el matrimonio ha dejado de ser la celebración que necesariamente culmina la unión de la pareja puesto que existen nuevas formas de convivencia integradas en el concepto actual de unión amorosa y de familia, y que pueden implicar (o no) la firma de otro tipo de documentos formales, como las parejas de hecho.

La pluralidad actual de estructuras familiares conlleva una dificultad importante para definir el término familia de tal forma que abarque toda la variedad de agrupaciones familiares existentes en numerosos contextos actuales y esta dificultad de aportar una definición se vuelve, incluso, mayor si se pretende conciliar en un mismo epígrafe tanto las variaciones históricas y culturales como la realidad contemporánea de acuerdos de vida conjunta.

Así, las definiciones aportadas a mediados del siglo XX han quedado obsoletas actualmente. Puede tomarse como ejemplo la propuesta de Lévi-Strauss (1949) que atribuía a la familia tres características generales: tiene origen en el matrimonio; está compuesta por el marido, la esposa y los hijos nacidos del matrimonio, y sus miembros están unidos por obligaciones de tipo económico, religioso u otros, por una red de derechos y prohibiciones sexuales y por vínculos psicológicos y emocionales, como el amor, el afecto, el respeto y el temor. Por un lado, la afirmación de que la familia tiene origen en el matrimonio es algo altamente cuestionable en numerosas sociedades actuales puesto que soslaya ciertas estructuras sociales en aumento, como las uniones por cohabitación o las parejas de hecho.

Por otro lado, asumir que la familia debe estar compuesta por un hombre, una mujer y los descendientes directos de ambos es una clara renuncia a considerar la adopción de hijos o las uniones homosexuales dentro de la definición.

Más recientemente, Giddens (1991) considera la familia como un grupo de personas directamente ligadas por nexos de parentesco, cuyos miembros adultos asumen la responsabilidad del cuidado y educación de los hijos, y Fernández de Haro (1997) señala que se trata de una unión pactada entre personas adultas con una infraestructura económica y educativa que facilita el desarrollo social de los hijos y que, generalmente, conviven en el mismo hogar. Aunque estas definiciones pueden integrar mayor número de formas familiares actuales, continúan sin reflejar exhaustivamente la dinámica familiar de algunos grupos o uniones que no tienen descendencia por diferentes motivos. La estructura familiar básica a la cual hacen referencia estas definiciones es la denominada familia nuclear, la forma de organización familiar que a día de hoy todavía predomina en el mundo occidental (Gracia y Musitu, 2000), pero que convive con múltiples fórmulas de unión conyugal.

Respecto a las definiciones que destacan las funciones desempeñadas por la familia, que dotan de menor relevancia a su estructura o composición, se encuentran propuestas como las siguientes: la familia es un sistema de relaciones fundamentalmente afectivas, en el cual el ser humano permanece largo tiempo, y no un tiempo cualquiera de su vida, sino el constituido por fases evolutivas cruciales, como la infancia y la adolescencia (Nardone, Giannotti y Rocchi, 2003). En esta misma línea, Beutler, Burr, Bahr y Herrín (1989) sugieren que la familia es un ámbito relacional con rasgos característicos que, tomados de manera conjunta, la diferencian de todas las demás esferas de relación interpersonal. Algunos de estos rasgos son: la familia, además de servir a la supervivencia, persigue objetivos adicionales de distinta naturaleza, como la intimidad, la cercanía, el desarrollo, el cuidado mutuo y el sentido de pertenencia; son propias de la interacción familiar la naturaleza del afecto y la intensidad de la emoción, cualquiera que sea su valencia; el altruismo es una forma de relación dominante.

Esto significa que, a grandes rasgos, la cualidad esencial de la vida familiar es un acuerdo o compromiso emocional: se estimula el cariño, el cuidado y la implicación mutua; hay una continua donación recíproca sin preocuparse demasiado por el valor de lo que se intercambia en las transacciones; no se espera una compensación equivalente y la armonía en las relaciones se valora más que los bienes y servicios intercambiados; los lazos familiares implican un sentido de responsabilidad interpersonal y obligación hacia los otros que es más fuerte y más fundamental que las obligaciones prescritas por los sistemas legales. Todas estas características son compatibles con los siguientes tipos de familia.

Si se atiende a los miembros que componen la unión familiar, probablemente la distinción más conocida de tipos de familia hace referencia a la familia extensa y la nuclear. La familia extensa sigue una línea de descendencia e incluye como miembros de la unidad familiar a personas de varias generaciones, y se estructura, principalmente, a partir de la herencia o legado. La familia nuclear es un grupo social más reducido, compuesto por el esposo, la esposa (es decir, la pareja unida por lazos legales matrimoniales) y los hijos no adultos (o que todavía no han formado sus propias uniones familiares). Cuando los hijos alcanzan una edad determinada y forman familias propias, el núcleo familiar se vuelve a reducir a la pareja conyugal que la formó originalmente.

Aunque en cada etapa de la evolución social han coexistido formas mayoritarias y minoritarias de familia, la preeminencia de la familia nuclear ha sido una constante y con carácter general se puede afirmar que ha existido tanto en las sociedades tradicionales como en las sociedades industriales occidentales. De hecho, como se comentaba en el apartado anterior, hoy día todavía es el tipo de familia más habitual en Europa y América si bien es cierto que la proporción de hogares que representan este modelo nuclear ha disminuido considerablemente en las últimas décadas para dar paso a una mayor diversidad de formas familiares:

  • Familia nuclear: está compuesta por los dos cónyuges unidos en matrimonio y sus hijos. En general, este tipo de familia continúa siendo el más habitual, principalmente en las sociedades occidentales, aunque cada vez menos personas optan por este modelo de familia.
  • Familia en cohabitación: es la convivencia de una pareja unida por lazos afectivos, con o sin hijos, pero sin el vínculo legal del matrimonio. Las parejas de hecho se consideran dentro de este grupo. En algunas ocasiones, este modelo de convivencia se plantea como una etapa de transición previa al matrimonio; en otras, las parejas eligen esta opción para su unión permanente. Es bastante fre­cuente en algunos países europeos.
  • Familia reconstituida: se trata de la unión familiar que, después de una separación, divorcio o muerte del cónyuge, se rehace con el padre o la madre que tiene a su cargo los hijos y el nuevo cónyuge (y sus hijos si los hubiere).
  • Familia monoparental: está constituida por un padre o una madre que no vive en pareja (es decir, que no está casada ni cohabita). Vive, al menos, con un hijo menor de dieciocho años y, en ocasiones, con los propios padres

Es importante señalar que las diferencias demográficas, económicas y culturales entre países implican, a su vez, la existencia de grandes diferencias respecto al modo de entender y formar una familia en cada contexto particular. Así, por ejemplo, hay culturas donde priman las familias extensas en comparación con las nucleares; en otras, la influencia de determinadas creencias se representa en el elevado número de matrimonios de carácter religioso; otras sociedades abogan más por el matrimonio civil frente a la ceremonia religiosa, y, en otros contextos, la firma de documentos para establecer un vínculo legal ha perdido gran parte de significado y se apuesta por la cohabitación como modelo principal de unión familiar.

Además de los factores culturales, existen, como se afirma, otros determinantes demográficos y económicos que influyen en las tipologías familiares. En particular, en las sociedades occidentales han acontecido en los últimos años múltiples cambios que se han vinculado con la nueva diversificación familiar y con características propias de las familias actuales. Algunas de estas transformaciones son el descenso de los índices de natalidad o el aumento de la esperanza de vida aunque, quizás, el cambio más destacable sea la transformación en la disolución de las familias. Así, a partir de los años setenta del siglo pasado las tasas de separaciones y divorcio aumentaron considerablemente en numerosos países, como consecuencia de profundos cambios en las legislaciones al respecto. Este aumento general del divorcio ha implicado, a su vez, un incremento en el número de familias reconstituidas y monoparentales.

En síntesis, se ha observado que el análisis más superficial revela una gran diversidad de formas de familia que tienen poco o nada que ver con el concepto mayoritariamente compartido asociado con la forma nuclear. En consecuencia, algunos consideran que sería más adecuado hablar de familias que de la familia (Berger y Berger, 1983) para superar, de este modo, la primacía moral o ideológica de un modelo concreto de familia. Se considera que todas ellas cumplen funciones fundamentales para el desarrollo psicosocial de las personas, lo que apunta de nuevo a considerar si un grupo es una familia según sus funciones y no según su forma.

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