La función de socialización que ejerce la familia implica que muchos de nuestros pensamientos, comportamientos y hábitos tengan su origen directo en esta o, dicho en otras palabras, la familia es el contexto social por excelencia en el cual se comienza a entender cómo es el mundo, el fundamento de las relaciones sociales, así como a configurar un sistema de valores personales y una identidad particular. Los hijos observan en sus padres qué conductas son más o menos apropiadas y aceptadas en su contexto, es decir, qué aspectos son los más valorados en su cultura y sociedad para su mejor desempeño adulto. También los padres son importantes depositarios de información sobre los roles ocupacionales y de género. Además, la transmisión de estos valores, actitudes y modos de comportamiento ocurre en un ambiente o clima familiar emocional que está marcado por el tipo de estilo parental utilizado por los padres.
La mayoría de investigaciones acerca de los estilos parentales destacan dos dimensiones o factores básicos que explican gran parte de la variabilidad de la conducta disciplinaria y, aunque cada autor utiliza distintos términos, la similitud de las dimensiones propuestas es notable y pueden unificarse en apoyo parental (afecto, implicación y aceptación del hijo frente a hostilidad y rechazo) y control parental (permisividad e indulgencia frente a coerción e imposición). Más específicamente, Musitu y Cava (2001) sostienen que la dimensión de apoyo hace referencia a aquellas conductas de los padres cuyo objeto es que los hijos se sientan aceptados y comprendidos, y se refleja en la expresión de afecto, satisfacción y ayuda emocional y también material; algunos ejemplos son las alabanzas, elogios y expresiones físicas de cariño y ternura. La dimensión control se refiere a la actitud que asumen los padres hacia los hijos con la intención de dirigir su comportamiento y se expresa en orientaciones, como dar consejos o sugerencias, y también en actitudes y conductas más coactivas, como amenazar con castigos, castigar directamente u obligar a cumplir determinadas normas. En función de estos dos factores, se han descrito distintas tipologías de estilos parentales para, a partir de ellas, analizar las consecuencias en el ajuste psicosocial en los hijos. Precisamente, el texto se centrará en estos aspectos a continuación.
Estilos parentales
Uno de los primeros acercamientos al estudio de los estilos parentales fue el planteado por Erikson (1963), quien destacó dos dimensiones en el análisis de los tipos de estilo, a las cuales denominó:
- proximidad/distancia, que se refiere a la cantidad de afecto y aprobación que los padres dispensan a sus hijos, y
- permisividad/restricción, que hace referencia al grado en que los padres limitan las conductas y expresiones de sus hijos.
Erikson pensaba que ambas dimensiones eran relativamente independientes puesto que un padre puede ser muy cálido y, a la vez, restrictivo e, igualmente, una madre puede ser fría y muy permisiva. Estas dos dimensiones propuestas por Erikson se han ido ampliando con el paso del tiempo y han generado nuevas propuestas de tipologías.
Otro de los trabajos clásicos sobre estilos parentales es el de Diana Baumrind en la década de 1970 y que continuó hasta la de 1990. Esta autora norteamericana realizó estudios en hogares donde observaba la conducta de los hijos y realizaba entrevistas a los padres; además, tomaba medidas complementarias de ajuste de los hijos. Su trabajo le permitió identificar tres estilos básicos de crianza y describir los patrones de conducta más característicos de los niños educados de acuerdo con cada estilo. Para Baumrind, el elemento clave del rol parental es el grado de control ejercido sobre los hijos de manera que basó su clasificación sobre la base de esta dimensión. Denominó a estos estilos parentales del siguiente modo:
- estilo autoritario, cuando los padres valoran la obediencia y restringen la autonomía del hijo;
- estilo permisivo, cuando los padres no ejercen prácticamente ningún tipo de control sobre sus hijos y les conceden un grado muy elevado de autonomía, y
- estilo autorizativo, que se sitúa en un punto intermedio, en el cual los padres intentan controlar la conducta de sus hijos sobre la base de la razón más que con la imposición.
En la década de 1980 destaca, principalmente, la aportación de Maccoby y Martin (1983), quienes presentaron una categorización de estilos parentales en función de tres dimensiones a las cuales ellos denominaron con otra terminología. Específicamente:
- responsividad, es decir, grado en que los padres responden a las demandas de sus hijos, y
- exigencia, es decir, grado en que los padres hacen demandas y exigencias a sus hijos.
La combinación de estas dos dimensiones origina los tres estilos parentales identificados por Baumrind, más un cuarto etiquetado como negligente o indiferente:
- Estilo autorizativo o democrático (alta responsividad y alta exigencia): estos padres mantienen un talante responsivo a las demandas de sus hijos pero, al mismo tiempo, esperan que sus hijos respondan a sus exigencias; así, por un lado, los padres muestran apoyo, respeto y estimulan la autonomía y la comunicación familiar y, por el otro, establecen normas y límites claros. Son padres que quieren orientar a sus hijos y para ello hacen uso de ciertas restricciones, pero también respetan las decisiones, intereses y opiniones de estos. Son cariñosos, receptivos, explican las razones de su postura, pero también exigen un comportamiento adecuado y mantienen las normas con firmeza.
- Estilo permisivo (alta responsividad y baja exigencia): estos padres son razonablemente responsivos a las demandas de sus hijos, pero evitan regular la conducta de estos y permiten que los propios hijos supervisen sus conductas y elecciones en la medida de lo posible. Estos padres imponen pocas reglas, son poco exigentes y evitan la utilización del castigo; tienden a ser tolerantes hacia un amplio número de conductas y conceden gran libertad de acción; suelen ser, además, padres muy sensibles y cariñosos.
- Estilo autoritario (baja responsividad y alta exigencia): la conducta de los padres se caracteriza por la utilización del poder y control unilateral y el establecimiento de normas rígidas. Hacen hincapié en la obediencia a las reglas y el respeto a la autoridad, y no permiten a sus hijos hacer demandas ni participar en la toma de decisiones familiares. Proporcionan poco afecto y apoyo y es más probable que utilicen el castigo físico.
- Estilo negligente o indiferente (baja responsividad y baja exigencia): los padres que presentan este estilo educativo tienden a limitar el tiempo que invierten en las tareas parentales y se centran, exclusivamente, en sus propios intereses y problemas; proporcionan poco apoyo y afecto y establecen escasos límites de conducta a sus hijos
Todas las familias y todos los padres y madres comparten rasgos más afines o característicos de alguno de los estilos parentales descritos aunque también es cierto que se pueden producir desplazamientos de un estilo a otro en una misma familia o, incluso, en una misma persona en función de las circunstancias, las necesidades o el momento evolutivo del hijo.
No obstante, entendiendo y aceptando que pueden presentarse variaciones, que toda tipología conlleva en sí misma una simplificación y que las familias prototipo no existen, los estudios han constatado ciertas regularidades en las conductas y normas de las familias de manera que, como se acaba de sugerir, puede situarse a cada una de ellas como más próxima a un estilo particular que a otro (Musitu y Cava, 2001). Por último, merece la pena destacar que, a pesar de las distintas denominaciones de los estilos parentales, las dimensiones y tipologías existentes en la bibliografía científica tienen mucho en común unas con otras, por lo que se puede pensar que las dimensiones disciplinarias podrían tener considerable generalidad transcultural.
Influencia de los estilos parentales en el ajuste de los hijos
En este apartado se trata de responder a la siguiente pregunta: ¿hay algunas formas de socializar a los hijos más efectivas que otras? Numerosos estudios se han centrado en analizar qué estilos parentales contribuyen, en mayor medida, a que los hijos sean personas más adaptadas y competentes socialmente y, como contrapartida, qué estilos son menos favorecedores de un desarrollo psicosocial adecuado. En los estudios clásicos llevados a cabo por Baumrind (1971, 1978) se concluye que hay ciertas características en los hijos que se relacionan de forma específica con los tres tipos de estilo parental que la autora propone.
Así, según los datos recogidos por Baumrind, los hijos de padres autoritarios suelen ser más conflictivos, irritables, descontentos y desconfiados; los hijos de padres permisivos son más impulsivos, dependientes y con más problemas de regulación emocional, y los hijos de padres autorizativos tienden a ser más enérgicos, amistosos, con gran confianza en sí mismos, alta autoestima y gran capacidad de autocontrol. En definitiva, la conclusión que plantea esta autora es que tanto el autoritarismo extremo como la permisividad extrema producen efectos indeseables en el ajuste de los hijos.
Investigaciones posteriores han confirmado la asociación entre cada estilo parental de socialización y un patrón específico de comportamiento en los hijos. En líneas generales, la investigación ha mostrado que el estilo autorizativo se encuentra más relacionado que el resto de estilos de socialización con el ajuste psicológico y comportamental de los hijos, la competencia y madurez psicosocial, la elevada autoestima, el éxito académico, la capacidad empática, el altruismo y el bienestar emocional (Steinberg, Mounts, Lamborn y Dornbusch, 1991; Beyers y Goossens, 1999). Estudios más recientes también concluyen que los hijos de padres autorizativos tienden a ser los más seguros, autocontrolados, asertivos, curiosos y felices.
Respecto a los hijos que proceden de hogares autoritarios, se ha comprobado que tienden a presentar problemas de autoestima y de interiorización de las normas sociales. En general, se caracterizan por la baja competencia social, la utilización de estrategias poco adecuadas para hacer frente a los conflictos interpersonales, los malos resultados académicos y los problemas de integración escolar. Parece que son niños descontentos, distantes y desconfiados. Los estudios indican, además, que la disciplina excesivamente rígida de los padres es uno de los factores de riesgo relacionado más estrechamente con el desarrollo de posteriores problemas de conducta (Gerard y Buehler, 1999). En este sentido, se ha constatado que la utilización excesiva del castigo físico, en detrimento de prácticas más democráticas, aumenta la probabilidad de que el adolescente se implique en comportamientos de carácter delictivo (Loeber et al., 2000).
Los hijos de padres con un estilo negligente se muestran, por lo general, menos competentes socialmente y presentan más problemas de comportamiento y agresividad.
De hecho, los estudios han constatado que las experiencias infantiles de negligencia y maltrato (físico y/o emocional) se han asociado con un comportamiento antisocial y/o delincuente en la adolescencia (Kazdin y Buela-Casal, 1994). Otras consecuencias de este estilo parental son los problemas de ansiedad y depresión, la baja autoestima y la falta de empatia (Eckenrode, Powers y Garbarino, 1999; Margolin y Gordis, 2000).
Finalmente, los resultados sobre el efecto del estilo parental permisivo en el ajuste adolescente son los más controvertidos. Mientras ciertos investigadores señalan que los adolescentes de hogares permisivos al parecer no han interiorizado adecuadamente las normas y reglas sociales, presentan más problemas de control de impulsos, baja tolerancia a la frustración, dificultades escolares y mayor consumo de sustancias, otros sostienen que estos adolescentes muestran una elevada autoestima y autoconfianza (Lamborn, Mounts, Steinbergy Dombusch, 1991; Musitu y Cava, 2001), así como un ajuste psicológico y social tan bueno como aquéllos procedentes de hogares autorizativos (Wolfradt, Flempel y Miles, 2003; Musitu y García, 2004).
En general y a modo de resumen, parece que los estilos parentales orientados hacia el apoyo e implicación tienen consecuencias más positivas en el ajuste general de los hijos. La clave de la socialización parental parece que se encuentra en esta dimensión correspondiente al aspecto afectivo. Respecto a la dimensión de control, es importante señalar que su efecto en el ajuste de los hijos presenta notables diferencias culturales ya que determinadas conductas que en algunas culturas son interpretadas como una clara intromisión o exceso de coerción hacia el hijo, en otras culturas se perciben como un componente más de la preocupación y responsabilidad de los padres por los hijos. Se encuentra un claro ejemplo en las personas de origen asiático, para las cuales la obediencia y la severidad en las pautas educativas están directamente asociadas con el interés de los padres por sus hijos y con el compromiso por mantener la armonía en el hogar, en lugar de vincularse con la coerción y el dominio. Así, la cultura china tradicional combina la posición autoritaria de los padres con la calidez y el apoyo sin descartar el firme control del hijo si lo consideran necesario. Sin embargo, en el contexto español, el control firme y la disciplina férrea propias del estilo autoritario, aunque se simultanee con el razonamiento y el afecto, tienen implicaciones más negativas en el autoconcepto o en el ajuste psicosocial de los hijos que cuando los padres se limitan a corregir las conductas negativas o no normativas, recurriendo al diálogo, a la explicación y al razonamiento propios de un estilo autorizativo (Musitu y García, 2004).
Además de las diferencias culturales, es obvio que el grado de control e imposición paternas dependerá de otros factores, como la edad y madurez del hijo, que determinarán en buena medida la interpretación que este haga de las técnicas coercitivas elegidas por sus padres para el control de la conducta, pero fundamentalmente, la comprensión y aceptación del mayor o menor grado de control parental dependerá de la presencia o ausencia de afecto en la relación patemo-filial. Así, si los padres muestran afecto y aceptación hacia sus hijos, la utilización de métodos restrictivos en un momento dado no implicará un impacto negativo en la calidad de la relación familiar. Por el contrario, el uso de técnicas coercitivas junto con la carencia de implicación y aceptación, puede tener serias consecuencias negativas en el bienestar de los hijos.