Protagonismo de las personas de mayor edad en las sociedades actuales
La inclusión de la perspectiva psicosocial en el estudio de la experiencia social y personal del envejecimiento puede identificarse en diferentes ámbitos de las ciencias sociales y de la salud, si bien no en todas ellas se ha desarrollado de igual manera ni con la misma precocidad. Se trata de disciplinas como la psicología evolutiva y educativa, la psicología del envejecimiento, la geriatría y la gerontología, la sociología o la antropología; en definitiva, son disciplinas y ámbitos cuya perspectiva y objeto de estudio no pueden reducirse a los que son propios de la psicología social. De igual modo, tampoco la psicología social puede reducirse a las contribuciones que realiza en estos ámbitos de estudio.
Se llama la atención sobre esta cuestión porque esto permite comprender que, a diferencia de lo que ocurre en algunas de estas disciplinas, el interés de la psicología social por el estudio de este período de la vida de las personas no partió inicialmente de un deseo genuino de conocer en mayor medida la vejez o el envejecimiento. En general, sus objetivos eran diferentes. Se trataba, fundamentalmente, de ilustrar cómo se manifestaban ciertos fenómenos o procesos sociales. Por ejemplo, eran estudios sobre el prejuicio, en los cuales se comparaba el prejuicio en función del nivel social, en función de la experiencia de relaciones intergrupales conflictivas o no, o en función de su relevancia personal. En este marco, el grupo de personas de mayor edad ejemplificaba alguna de estas cuestiones de comparación. En definitiva, en estos trabajos el interés fundamental no es construir una psicología social de la vejez o del envejecimiento sino estudiar, por ejemplo, cómo se manifiesta el prejuicio (o la discriminación, la categorización y otros fenómenos) en el dominio interpersonal o grupal. La relevancia y la utilidad de estos estudios y, en general, de la perspectiva psicosocial han llevado a su integración en otras disciplinas y en los programas de intervención multidisciplinar, pero no fue suficiente para que el envejecimiento adquiriera protagonismo propio en nuestra disciplina.
A mediados del siglo pasado, esta situación comenzó a cambiar y se iniciaron líneas de trabajo cuyo objetivo prioritario, ya sí, era el estudio de la experiencia de envejecimiento, identificar las características distintivas de este periodo de la vida y responder a la necesidad de llevar a cabo aplicaciones psicosociales que fueran relevantes socialmente. Como expresión clara de este cambio, los manuales de referencia de la psicología social comenzaron a incluir capítulos sobre la vejez y el envejecimiento, se multiplicaron las comunicaciones en los congresos y reuniones científicas especializadas y su aparición en las revistas de referencia de la disciplina. También, como consecuencia de esta progresiva especialización, se multiplicaron las líneas que se desarrollaron desde esta perspectiva. Se constató la gran variedad de fenómenos que debían ser estudiados, entre ellos, diferenciar el envejecimiento «normal» del envejecimiento en condiciones de discapacidad; analizar el impacto de la cultura en el envejecimiento o las relaciones entre envejecimiento y género. En definitiva, se trataba de un campo de estudio que ya estaba demostrando su relevancia teórica y aplicada propia. Hoy día ya se puede afirmar que la vejez y el envejecimiento tienen un espacio propio en la psicología social.
Estas reflexiones llevan a preguntarse por las causas que han producido este cambio en el enfoque del estudio del envejecimiento. La respuesta a esta cuestión se encuentra en el profundo impacto social que produce el hecho de que las sociedades actuales estén «envejeciendo». De este modo y respecto a épocas precedentes, nos encontramos con la siguiente situación que afecta de manera crucial a las sociedades y al propio ciclo vital de las personas. En primer lugar, en ningún período de la historia las sociedades habían tenido tantas personas de mayor edad (mayores de 60 años y mucho menos, mayores de 80, que, según Naciones Unidas, pasará de 350 millones en el año 1975 a 1.100 millones en el 2025). En segundo lugar, nunca antes este sector de la población había constituido un porcentaje tan elevado de la población total Gas prospecciones para el año 2025 anuncian que el 13,7% de la población de los países de Naciones Unidas estará en este intervalo de edad). En tercer lugar, nunca antes el período de la vejez había sido tan prolongado en el conjunto del ciclo vital de las personas como lo es en la actualidad (que ha pasado de ser un período que estaba muy próximo a la muerte a un período que puede prolongarse durante 25 años o más, es decir, prácticamente una cuarta parte de la vida de las personas).
Una característica fundamental de esta situación es la aparición de nuevas necesidades sociales. El vertiginoso ritmo de desarrollos y logros (sociológicos, tecnológicos, económicos, de hábitos y condiciones de salud, y otros) están transformando la vida social y las propias sociedades, pero las sociedades aún no se han adaptado para ofrecer una respuesta a las demandas que ocasionan. Debe pensarse en algunas de las transformaciones que se han producido y en sus implicaciones: las mejoras de las condiciones de vida (alimentación, sanidad, medicamentos y estilos de vida) han producido, como ya se ha señalado, un aumento de la esperanza y la calidad de vida de las personas. También ha prolongado la esperanza de vida en condiciones de fragilidad y/o dependencia. La incorporación de la mujer a la esfera laboral ha alterado la disponibilidad de tiempo dedicado a otro tipo de funciones sociales, así como los tiempos y formas en que se desarrollan los proyectos familiares. Los vertiginosos desarrollos tecnológicos y culturales, y en el conocimiento en general, han transformado el ciclo formativo y laboral de las personas de manera que es imprescindible una formación continua y permanente en el tiempo. Esos cambios tienen una influencia definitiva en la vida de las personas mayores y nuestras sociedades.
En los años ochenta del siglo pasado, Naciones Unidas ya anticipó que la distribución poblacional mundial estaba cambiando y que el envejecimiento poblacional sería, en diverso grado, una tendencia generalizada para la cual no estaban preparadas. A pesar de esta previsión, a fecha de hoy las distintas naciones aún están tratando de ajustar sus estructuras y funcionamiento institucional, político y económico a esta transformación. La dificultad de las sociedades para «anticiparse a la sociedad» ha provocado la aparición de problemas sociales, entre ellos, poner en peligro el desarrollo socioeconómico y, simultáneamente, problemas que afectan el funcionamiento cotidiano de las personas y su bienestar. En definitiva, la cuestión del envejecimiento poblacional lleva a plantearse cómo responder a los problemas sociales que está ocasionando.
En este contexto, Naciones Unidas acuña la expresión sociedades para todas las edades y con ella define así el deseo de conjugar de la mejor manera posible el desarrollo socioeconómico y el envejecimiento demográfico (Sánchez, 2007). En este modelo de sociedad, el desarrollo de las personas mayores y el que con su participación logra la sociedad en su conjunto marcan el horizonte hacia el cual hay que dirigir las sociedades del futuro. De este modo, este modelo de sociedad sitúa a las personas de edad avanzada en el centro de las nuevas sociedades.
La psicología social aplicada no se ha mantenido ajena a este protagonismo de los m ayores y sus aplicaciones son ya parte de las propuestas y programas encaminados a m ejorar la vida de las personas.
Algunas consideraciones sobre las aplicaciones psicosociales en la edad avanzada
Ya que en este capítulo se pretende destacar la relevancia social de la psicología social, es decir, cómo la psicología social contribuye al desarrollo de las personas y de su bienestar, se mencionarán algunas de las posiciones de partida que encuadran este interés.
El estudio del envejecimiento desde la perspectiva psicosocial indaga sobre los procesos y mecanismos psicológicos asociados con el envejecimiento y que están determinados social y culturalmente. Esta perspectiva, entonces, desvela los factores psicosociales que inciden en la salud, en el ajuste de la persona y en su desarrollo psicosocial. Es un análisis del envejecimiento y de la vejez en sociedad.
El estudio de la vejez y del envejecimiento se encuadra en un modelo continuo de desarrollo psicosocial de las personas. Dicho de otro modo, considera el envejecimiento como un período en que las personas alcanzan logros y crecimiento psicosocial. En este contexto y en términos generales, ningún período de la vida se define exclusivamente por ser un período de pérdida aunque, de hecho, las pérdidas se producen en todos ellos y más visiblemente en la edad avanzada, pero esto no significa que el «objetivo» de ese período de la vida sea el deterioro, sino que el desarrollo psicosocial de las personas ocurre, incluso, en esas condiciones y que los logros psicosociales que desarrolla forman parte del ciclo vital de las personas. De este modo, si en una sociedad determinada se encuentra que la falta de desarrollo psicosocial (y las pérdidas psicosociales) se asocia diferencialmente con un grupo sociodemográfico determinado, como puede ser el grupo de los mayores, entonces se está ante un problema social que debe analizarse y tratarse.
Entender cómo a lo largo de la vida las personas buscan y logran satisfacer las necesidades sociales básicas da pie a comprender el comportamiento de las personas en diferentes esferas de la vida y ante los diferentes retos vitales que se les van presentando. La perspectiva psicosocial del envejecimiento analiza las relaciones sociales, las formas que adopta la participación social y, en general, cómo las personas piensan y sienten acerca de sus propias vidas y de la sociedad en que viven, las cuales describen, en definitiva, en qué consiste el envejecimiento normal.
Modelo de desarrollo psicosocial de Erik H. Erikson
El modelo de desarrollo psicosocial de Erik H. Erikson (2000) es un ejemplo claro de modelo psicosocial del envejecimiento, no tanto en su objetivo, que pretende describir y explicar el desarrollo de la personalidad, como porque no puede entender el desarrollo del individuo al margen de la sociedad.
Como se recordará, el autor en este modelo plantea que el ciclo vital de las personas es un proceso continuo de crecimiento psicosocial de las personas. Erikson considera que el éxito de este proceso se logra secuencialmente y a lo largo de toda la vida. El modelo describe el ciclo vital de las personas e identifica ciertas etapas vitales que se caracterizan por cierta madurez física y social (que avanzan desde la primera infancia hasta la edad adulta más avanzada) y por ciertos logros u objetivos psicosociales. El avance normal de un momento evolutivo al siguiente requiere que las personas resuelvan exitosamente las crisis o encrucijadas, ocho en total, a las cuales cada momento evolutivo los expone. Erikson concreta esta resolución exitosa en que las personas adquieren ciertos desarrollos psicosociales que deben alcanzarse en cada etapa.
Cada una de estas ocho crisis está provocada por un conflicto psicosocial determinado que se genera en las relaciones con otras personas significativas. La resolución exitosa de estos conflictos se concreta en desarrollar cada uno de los siguientes logros psicosociales: confianza básica (frente a desconfianza; desde el nacimiento hasta, aproximadamente, los 18 meses); autonomía (frente a vergüenza y duda; desde los 18 meses hasta los 3 años, aproximadamente); iniciativa (frente a culpa; desde los 3 hasta los 5 años, aproximadamente); laboriosidad (frente a inferioridad; desde los 5 hasta los 13 años, aproximadamente); búsqueda de identidad (frente a difusión de identidad; desde los 13 hasta los 21 años, aproximadamente); intimidad (frente a aislamiento; de los 21 a los 40, aproximadamente); generatividad (frente a estancamiento; desde los 40 hasta los 60 años, aproximadamente); integridad (frente a desesperación; desde aproximadamente los 60 años hasta la muerte).
A modo de integración, puede sintetizarse la secuencia de avances psicosociales que se logran en el transcurso de la vida, las funciones sociales y personales que cumplen, y el tipo de vínculos sociales que posibilitan este desarrollo vital. Las crisis del niño se articulan en el progresivo desarrollo de un sentido del yo seguro y sano. El desarrollo de la identidad, que se inicia en la adolescencia, permite, posteriormente, establecer relaciones íntimas y significativas con otros. Finalizado este p eríodo, las personas son capaces de trascender y dar un sentido más amplio al yo, a la propia productividad y al propio lugar en la sociedad. Se incorpora el desarrollo de los demás en nuestro propio desarrollo mediante una (pre)ocupación por los demás, por la familia, la comunidad y por el futuro sin uno mismo.
Finalmente, el buen desarrollo psicosocial de este período permitirá, en el siguiente estadio, un nuevo análisis de uno mismo en la sociedad que lleve a la aceptación de la propia vida pasada y presente, y que posibilite la aceptación de la propia muerte (Belsky, 2001; p. 41).
Erikson no desarrolla su modelo en el marco de las sociedades del bienestar, tal y como se entiende en la actualidad, no obstante, queda perfectamente integrado en este enfoque, ya que en su modelo se identifican las motivaciones sociales básicas sobre las que se construye el bienestar. De este modo, y desde la perspectiva del bienestar, el modelo podría entenderse como un proceso de cambios adaptativos, construidos socialmente mediante las relaciones sociales, que llevan a la persona a satisfacer, entre otras, las necesidades de vinculación, autonomía, autoestima, control o competencia, identidad y la necesidad de tener una existencia significativa. Se llama la atención sobre la importancia que en este modelo tienen las relaciones sociales para responder a las motivaciones sociales básicas.
Respecto a la segunda parte de la vida de las personas, la generatividad y la integridad del ego ponen en juego las diversas motivaciones sociales, presentes en los períodos precedentes de la vida, pero añaden, respecto a la primera parte, la importancia que adquiere en este momento la necesidad de trascenderse a sí mismas y de aceptar su propia muerte.