Los programas de intervención de Lewin, Nouvilas y Aronson, que se han comentado a lo largo del capítulo, ejemplifican claramente dos aspectos fundamentales de las aplicaciones de la psicología social. En sentido amplio, estos programas reflejan su vocación de ser útiles a la sociedad y, simultáneamente, expresan los valores personales de los profesionales ya que señalan las condiciones sociales que deben cambiar para que la vida de las personas, los colectivos y las sociedades se aproximen, en mayor grado, a cierto modelo ideal de vida en el cual el bienestar, la felicidad y la autonomía son prioritarios. Son programas de intervención útiles para conseguir estos objetivos.
La búsqueda del bienestar y la felicidad forma parte de la esencia del ser humano y está presente en los debates de los pensadores de todas las épocas y sociedades humanas.
No obstante, no es el objetivo de este capítulo llevar a cabo una revisión exhaustiva de estos antecedentes (se pueden consultar numerosos textos que las abordan). Ahora bien, se quieren destacar dos circunstancias recientes que han determinado la forma en que la psicología social está llegando al conjunto de la sociedad.
Institucionalización del desarrollo de la calidad de vida. La primera de ellas tiene su origen en el reconocimiento por parte de los gobernantes de que el objetivo último del Estado y sus acciones es el desarrollo de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos y colectivos construir su bienestar personal y el del conjunto de la sociedad. Ya en los siglos XVIII y XIX se encuentran numerosos textos legales y políticos que expresan este ideario.
Libertad, igualdad, solidaridad, fraternidad o felicidad son los valores fundamentales de estos escritos. Se puede considerar que la segunda guerra mundial tuvo un gran impacto en el potencial de las aportaciones de la psicología social. Se acuñaron expresiones como estado de bienestar, que implicaba incluir en la agenda política el desarrollo de acciones y estructuras institucionales que canalizaran esta responsabilidad de los Estados. También los organismos de representación internacional comprendieron que la responsabilidad de los gobernantes (y de los propios gobernados) era global y que trascendía las fronteras políticas de los Estados. Se puso de manifiesto la necesidad de fijar acciones conjuntas para cumplir esta función.
Este nuevo giro fue crucial para que la psicología social estuviera más presente en la sociedad. El concepto de calidad de vida adoptado por los gobernantes incorporó los aspectos subjetivos (también llamados no materiales) del constructo, es decir, se reconoció la dimensión psicosocial de la calidad de vida. Puede leerse un ejemplo de este cambio de perspectiva en la definición de salud adoptada por la OMS. Esta definición asume una concepción orientada al desarrollo de los tres pilares del bienestar psicosocial: el físico, el psicológico y el social.
Desde esta perspectiva, las aportaciones de la psicología social se convierten en parte esencial de las acciones que emprenden los Estados para alcanzar este objetivo y proporcionan herramientas para su evaluación. Respecto a esta última cuestión, la evaluación del grado en que las políticas y las acciones gubernamentales contribuyen efectivamente a la calidad de vida no solo dependerá de criterios que miden los logros materiales sino también, los no materiales, que incluyen percepciones, evaluaciones, actitudes, aspiraciones y grado de satisfacción de las personas. A su vez, esta conceptualización favorece que se desarrollen organismos y recursos para la investigación y la transferencia de sus aportaciones a la sociedad. Como consecuencia de estos cambios, se multiplican los canales por los cuales la psicología social puede beneficiar a la sociedad (ej. mediante los servicios sociales, organismos comunitarios e internacionales) y también permite la confluencia de esfuerzos de mejora de la calidad de vida y su difusión.
La calidad de vida como objetivo de estudio e intervención en la psicología social. La segunda circunstancia que determina la forma en que la psicología social contribuye a la sociedad es el interés que la perspectiva psicosocial ha despertado en el estudio de la calidad de vida, dentro y fuera de la disciplina.
Este interés se ha reforzado por los desarrollos metodológicos que han permitido elaborar instrumentos de medida válidos y fiables.
Hay dos grandes corrientes que articulan este interés. Por un lado, hay una corriente que aglutina gran número de investigadores interesados en medir la calidad de vida en diferentes sociedades, grupos y lugares. Esta corriente generó, en la pasada década de 1970, el llamado movimiento de los indicadores sociales, la creación de revistas especializadas y sociedades científicas, y el desarrollo de proyectos de investigación de gran alcance. Hasta el momento, los principales esfuerzos de este movimiento se han dirigido a identificar las dimensiones que caracterizan la calidad de vida y a desarrollar indicadores sociales de calidad que permitan describir y comparar las realidades psicosociales en distintos lugares y tiempos, principalmente entre naciones. Sus contribuciones ofrecen una panorámica de la distribución mundial de la calidad de vida y del grado en que las sociedades actuales consiguen mejorar las condiciones de vida respecto a épocas precedentes.
Por otro lado, de forma paralela, esta renovada visión de la calidad de vida ha concentrado a numerosos investigadores interesados en el desarrollo de programas de intervención dirigidos a aumentar la calidad de vida, principalmente mediante intervenciones comunitarias. En este caso, el diseño y la aplicación de programas de intervención y el desarrollo de procedimientos de evaluación de su eficacia son sus objetivos prioritarios. Ejemplo de esta segunda corriente se encuentra ya en Fordyce, 1977, quien compara la eficacia de tres programas dirigidos a mejorar el bienestar; en Seligman, 1996, con su propuesta para mejorar la felicidad de los niños o, en España, con la creación del Portal de Mayores, desarrollado por el CSIC y el Imserso (Instituto de Mayores y Servicios Sociales) cuya finalidad es facilitar el intercambio de documentos científicos con planes y propuestas para mejorar la calidad de vida de las personas mayores.
Estas dos corrientes de estudio ponen de manifiesto que los aspectos psicosociales de la calidad de vida han dejado de ser un elemento implícito en las aplicaciones de la psicología y se han convertido en un nuevo campo de estudio científico crucial en el diseño y evaluación de gran número de acciones institucionales y de aplicaciones que se nutren de la psicología social.
Naturaleza del constructo calidad de vida
A pesar de no existir una definición unánime del constructo calidad de vida (v. en el glosario la definición que adoptan los autores), es común que se estructure en torno a dos grandes componentes del bienestar: el bienestar material o del entorno, también llamado bienestar social, y el bienestar psicosocial.
Desde una perspectiva empírica, la faceta material de la calidad de vida ha estado vinculada con el concepto de progreso y desarrollo económico, en definitiva, con la disponibilidad de los bienes de producción y servicios. De esta forma, su medida se ha concretado en una serie de indicadores económicos observables y objetivos, como son el nivel de ingresos, el acceso a una vivienda de calidad o el acceso a la tecnología y una serie de indicadores de la calidad de los servicios que proporciona la comunidad, como son la educación, la atención médica, la cultura o los transportes.
Los indicadores macrosociales de la calidad también son múltiples; entre ellos se encuentran la renta per cápita, el producto interior bruto, la calidad de la vivienda, el nivel de desempleo, la esperanza de vida, los servicios sanitarios, sociales y educativos y otros. No obstante, más recientemente también se están considerando los bienes derivados de valores posmaterialistas (compatibles con el desarrollo humano), en función de la sostenibilidad, la autonomía y la participación social (ej. emisiones de CO2, tasas de criminalidad, nivel de corrupción, tiempo dedicado a actividades valoradas socialmente o no; tasas de alfabetización e igualdad de género; distribución de la riqueza, libertades políticas, derechos civiles, tasa de participación social y otros). Son datos agregados de individuos que reflejan la calidad del entorno social y ambiental en que vive un grupo sociodemográfico, una comunidad o un país.
El segundo componente de la calidad de vida incluye las condiciones psicosociales, no observables directamente, y que se definen como las percepciones, evaluaciones y aspiraciones de las personas (Campbell, Converse y Rodgers, 1976). Las intervenciones y aplicaciones de la psicología social y de la psicología en general actúan, precisamente, sobre esta segunda dimensión aunque, sin duda, sus efectos también pueden incidir sobre los indicadores objetivos, como ocurre, por ejemplo, cuando este tipo de intervenciones promueve capacidades que facilitan el acceso a los servicios de salud y a otros recursos sociales y materiales que estimulan el cuidado del medioambiente, la participación en la comunidad o previenen situaciones de riesgo social. A continuación se abordará con más detalle el componente psicosocial de la calidad de vida y las dimensiones que la representan.
Salud y bienestar psicosocial. Dimensiones
El ámbito de la salud es, probablemente, uno de los dominios en que se ha desarrollado, en mayor grado, el estudio del bienestar psicosocial y ha generado intervenciones muy diversas, tanto en el foco de atención como en el dominio de análisis considerado. Estos trabajos se pueden agrupar en dos grandes corrientes: las que estudian el bienestar subjetivo y las que estudian el bienestar psicológico. La falta de integración de estas dos corrientes es evidente. Como motivo se aduce el hecho de que parten de dos tradiciones filosóficas con dos concepciones (que parecían incompatibles) del ser humano y de lo que es una buena sociedad: la tradición hedónica y la tradición eudaimónica. Desde la perspectiva psicosocial se considera que el bienestar subjetivo y el psicológico son indispensables para comprender el grado de bienestar de las personas y las condiciones que inciden en su desarrollo.
La tradición hedónica (bienestar subjetivo) es una perspectiva que entiende el bienestar como placer o felicidad, y se trata, por tanto, de experimentar el mayor número de vivencias positivas y minimizar la frecuencia de las negativas. La operativización del bienestar subjetivo incluye, por tanto, dos componentes. El componente afectivo, que consiste en afectos positivos y negativos o en su balance (es decir, frecuencia de emociones positivas menos la frecuencia de las negativas) y el componente cognitivo que mide la satisfacción vital percibida. Este componente cognitivo del bienestar subjetivo suele concretarse en un ítem único que captura el balance global de la propia vida y en diversos ítems que capturan la satisfacción en diferentes dominios de la vida (empleo, familia, matrimonio, relaciones personales, etc.).
La tradición eudaimónica (bienestar psicológico) considera que el bienestar consiste en el desarrollo del potencial humano, en la autorrealización entendida como el desarrollo de las capacidades, metas y aspiraciones. Estos aspectos definen, desde esta perspectiva, una vida plena. Operativamente, las facetas del bienestar psicológico se miden con una variedad de indicadores incorporados en el marco de distintos modelos de bienestar. Estos indicadores se mencionarán, a continuación, en el marco de los modelos correspondientes.
Modelos del bienestar y salud mental
La mayor parte de los modelos de bienestar son modelos que se han desarrollado en el ámbito de la salud y son modelos de salud mental, es decir, son modelos que articulan el bienestar en el marco del funcionamiento psicológico y social saludable.
Modelo de salud mental positiva de Marie Jahoda
La autora desarrolla un modelo teórico centrado básicamente en el estado y el funcionamiento mental si bien también destaca la importancia de la salud física y social 0ahoda, 1958). De esta forma vincula la salud mental positiva con el estado y el funcionamiento físico, interpersonal y social. La autora identifica 6 criterios que caracterizan la salud mental positiva:
- actitudes hacia uno mismo;
- crecimiento, desarrollo y autoactualización;
- integración;
- autonomía;
- percepción de la realidad, y
- control ambiental o del entorno.
Este modelo presupone que la salud mental positiva proporciona un estado de bienestar que, además, es muy resistente ante posibles adversidades.
Modelo de autodeterminación de Edward L. Deci y Richard M. Ryan
Es un modelo motivacional general, en el cual se define al ser humano como un organismo que busca de forma activa (conscientemente o no) la satisfacción de tres necesidades psicológicas que considera básicas y universales: la autonomía, la competencia y la vinculación. La satisfacción de estas necesidades es un requisito previo para el ajuste y el funcionamiento psicológico saludable y, a su vez, el funcionamiento psicológico saludable es tal porque posibilita la satisfacción de las necesidades básicas.
Básicamente, el modelo plantea que el funcionamiento psicológico saludable se caracteriza por tener satisfechas adecuadamente las necesidades básicas; por disponer de un sistema de metas intrínsecamente motivadas y de metas que, aunque inicialmente sean extrínsecas, están impulsadas por procesos psicológicos autodeterminados, es decir, que se ha integrado en el se//las demandas, los valores y las regulaciones de conducta culturales que ayudan a satisfacer de manera armónica las necesidades básicas. El efecto de este tipo de funcionamiento es, entre otros, la experiencia de bienestar.
En este modelo, las condiciones del contexto social son fundamentales para el desarrollo del bienestar. Un entorno social que ofrece oportunidades para la satisfacción de las necesidades básicas permitirá un funcionamiento óptimo. En cambio, un contexto social que dificulta la satisfacción adecuada de las necesidades básicas (al ejercer excesiva presión, control y evaluación externa) dificulta un funcionamiento psicológico saludable. Como consecuencia, tampoco será óptima la salud ni la experiencia de bienestar.
Modelo de salud mental positiva de Carol Ryff
También es un modelo de funcionamiento psicológico humano. Parte de tres principios:
- la salud mental positiva consiste en la búsqueda continua de la perfección que representa la realización del verdadero potencial de la persona (Ryff, 1989; Ryff y Keyes, 1995). Es un modelo bidimensional, en el cual la salud positiva y la salud negativa son dos dimensiones independientes que representan la salud;
- además entiende que la salud positiva incluye los componentes físicos y mentales y las relaciones entre estos componentes, y
- entiende la salud mental positiva como un proceso dinámico multidimensional más que como un estado discreto.
Este modelo dinámico entiende el bienestar como sinónimo de salud mental positiva. La autora identificó 6 dimensiones de bienestar y elaboró un instrumento para medirlas: las escalas de bienestar psicológico o SPWB (Scales of Psychological Well-being):
- la autoaceptación, que consiste en sentirse bien con uno mismo y con su pasado, aceptando los aspectos positivos, los negativos y las limitaciones;
- disfrutar de relaciones positivas con otras personas. Considera la autora que el afecto que se desarrolla en las relacones es la cuestión central de esta dimensión ya que el afecto dota de calidad a las relaciones;
- autonomía, que consiste en la capacidad de ser uno mismo en los diferentes contextos sociales;
- dominio del entorno, es decir, tener sensación de que se pueden elegir entornos favorables o crearlos de forma que pueda satisfacer sus propias necesidades y metas;
- propósito y dirección en la vida, es decir, disponer de metas y actividades que dan sentido y propósito a su vida, y
- finalmente, crecimiento personal, que implica un deseo y un sentir de llevar una buena vida, es decir, de desarrollar sus potencialidades.
Respecto al bienestar, como se extrae de la descripción anterior, se puede concluir lo siguiente: en primer lugar, la salud mental positiva es, en sí misma, un indicador de bienestar psicológico y no una consecuencia del funcionamiento óptimo o saludable. También lo es la satisfacción de las dimensiones del modelo.
En segundo lugar, la satisfacción o la felicidad (dimensión hedónica del bienestar) sería el resultado de una vida bien vivida. Dicho de otro modo, llevar una vida orientada a la realización del verdadero potencial de la persona tendrá como consecuencia la experiencia de satisfacción y felicidad.
Modelo de salud mental de Coray Keyes
Es un modelo que define la salud mental en función de tres dimensiones de bienestar:
- el bienestar emocional,
- el bienestar psicológico y
- el bienestar social.
El bienestar emocional consiste en el bienestar subjetivo ya detallado anteriormente. El bienestar psicológico contempla las 6 dimensiones descritas en el modelo de salud positiva de Ryff. Finalmente, el bienestar social es una dimensión que no aparece en los modelos anteriores y que se define como la valoración que se hace de las circunstancias y el funcionamiento dentro de la sociedad. En definitiva, contiene el grado en que el entorno social es percibido como un entorno que estimula el desarrollo personal y es satisfactorio. Está formado por cinco componentes:
- integración social o grado en que está satisfecha la necesidad de pertenencia;
- aceptación social, que expresa confianza en los demás y sentirse cómodo con los otros;
- actualización social, que expresa la confianza en la comunidad;
- coherencia social, que expresa interés en la sociedad y confianza en que la sociedad va en buena dirección; es comprensible, lógica, predecible y significativa, y
- contribución social, que indica que se siente útil y valorado por su comunidad.
Felicidad desde la psicología positiva de Martin Seligman
Martin Seligman ha desarrollado una influyente corriente de pensamiento dentro de la psicología que está llevando a nuevas propuestas de intervención, a nuevas formas de entender la felicidad, los problemas de salud y el bienestar.
Guiado por los datos de investigaciones previas, Seligman elaboró una clasificación de las formas de vida (no mutuamente excluyentes) que podían llevar a la experiencia de felicidad:
- vía del placer, que consiste en aumentar las emociones positivas respecto al pasado, el presente y el futuro;
- vía del compromiso, que consiste en implicarse en actividades que llevan a la experiencia de flujo o fluidez, y
- vía del significado que consiste en disponer de un sentido vital y desarrollar objetivos que van más allá de uno mismo.
De cara al desarrollo de las aplicaciones, no son vías intercambiables. Como señala el autor, la vía del placer, respecto a las dos vías alternativas, es menos sensible al aprendizaje o entrenamiento. Además, respecto a los niveles de felicidad que desencadenan, el autor sugiere que la vía del compromiso y la vía significativa pueden tener mayor impacto, al menos, en términos de medio y largo plazo.
Necesidades y problemas sociales
Los modelos de salud y la perspectiva de la felicidad, presentados anteriormente, identifican los aspectos positivos del bienestar, la calidad de vida y la salud. No obstante, también ponen de manifiesto que en las sociedades, grupos y colectivos existen importantes carencias y problemas, en los cuales el funcionamiento se aleja de los estándares saludables o deseables.
En la psicología es tradicional abordar esta vertiente negativa del bienestar. Ahora bien, la perspectiva psicosocial se aleja de esta tradición en que su foco de atención no son los problemas personales sino los sociales. Problemas como la discriminación, la exclusión o la violencia y también problemas que, aunque sean predominantemente médicos, tienen un marcado componente social, como ocurre con el sida, la obesidad o la hipertensión. Así pues, los problemas sociales, frente a los problemas individuales, tienen en común que, en su origen, se encuentran condiciones sociales desadaptativas y comportamientos disfuncionales de origen social, es decir, son problemas cuya erradicación o reducción requieren, entre otros aspectos, producir cambios en las actitudes, valores, conductas y estilos de vida de las personas. En definitiva, comprender e intervenir sobre el componente social de las deficiencias de salud, de la falta de ajuste de las personas y de las condiciones que facilitan la aparición de problemas sociales.
Con frecuencia se utilizan como sinónimos los términos de necesidad social y problema social. En cambio, Díaz, Blanco y Durán (2011) y otros autores consideran que la necesidad social es el precursor de los problemas sociales, sea porque la persistencia en el tiempo de una necesidad produce desajustes y comportamientos desadaptativos o porque las acciones dirigidas a su satisfacción no dan los frutos esperados.
Un ejemplo de esta distinción se encuentra en el programa ya comentado (Nouvilas, 2000), en el cual se señala que, para reducir los problemas de salud ligados a la falta de adhesión al tratamiento de la hipertensión, es conveniente desarrollar cierto tipo de relaciones entre médico y paciente. En el programa se determina que el desarrollo de estas relaciones es una necesidad que debe satisfacerse para que los tratamientos sean más eficaces.
En cambio la falta de este tipo de relaciones dificulta el cumplimiento del tratamiento que en último término aumenta el problema de hipertensión.
Existen dos requisitos para que una situación se reconozca como una necesidad social: el primero consiste en el hecho de que sea definida como tal por conjuntos claramente definidos de ciudadanos y el segundo, que sea legitimada por la sociedad. Esta legitimación se adquiere cuando la sociedad asume la responsabilidad de su solución, bien sea porque se desarrolla una conciencia cívica de la necesidad y con ello, vías informales de acción colectiva, bien sea cuando se establecen canales formales para su solución (servicios públicos y procedimientos formales). Este es el contexto en que surgen los servidos sociales y, en general, las políticas sociales cuyo objetivo es dar solución a necesidades sociales concretas.
Asimismo, Sullivan, Thompson, Wright, Gross y Spady (1980) consideran que un problema social se genera cuando un grupo de influencia conoce la existencia de una situación social que afecta sus valores y que percibe que puede solucionarse si se interviene de forma colectiva. Además, consideran que un problema social existe cuando se presentan las siguientes cuatro condiciones: existe un amplio consenso en considerar que dicha condición se trata de un problema social; se puede identificar a los grupos sociales que definen la existencia del problema; se pueden diferenciar los valores del grupo que orientan la definición del problema en comparación con los valores de otros grupos, y se diferencia de los problemas personales.
Finalmente, ambos conceptos tienen en común el componente social. En concreto: se provocan socialmente, las primeras porque la mayoría de las necesidades están creadas socialmente (en sentido estricto, son prescindibles para la supervivencia) y los segundos porque, como las anteriores, los aspectos subjetivos y no los objetivos determinan que se reconozcan como tales; están ligados al contexto, a los grupos y al momento histórico, y, por último, son sociales porque están impregnados de valores sociales.