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La práctica de la psicoterapia constituye un dispositivo cultural cuya función consiste en equilibrar las relaciones entre el individuo y el grupo. La forma en que dicha función se lleva a cabo depende de las peculiaridades de cada cultura. En la cultura occidental de los principios del siglo XXI los tratamientos psicológicos se conciben como un tipo de práctica sociocultural orientada a mejorar lo que hoy se considera salud mental y calidad de vida.

Aunque incluso las sociedades prehistóricas cuentan con recursos que funcionan como tratamientos psicológicos, nuestras actuales modalidades de intervención psicoterapéutica son el resultado de un proceso de decantación de las nociones de salud mental y calidad de vida. Las actuales psicoterapias se forjaron a partir del punto de inflexión histórica conocido como Modernidad.

La Modernidad en lo referente a tratamientos psicológicos fue implicando de manera progresiva:

  • La decadencia de las prácticas religiosas como dispositivos de equilibración de las relaciones individuo – grupo.
  • El desplazamiento de las expectativas de equilibración, que la religión ya no satisfacía, hacia la filosofía, por un lado, y hacia el arte, por otro.
  • El fracaso, tanto del arte como de la filosofía, para erigirse en dispositivos dominantes de equilibración.
  • El surgimiento de los actuales tratamientos psicológicos como prácticas culturales vinculadas simultáneamente a la pluralidad ideológica, al conocimiento positivo y al control empírico de su eficacia y, finalmente, por todo ello, a la democratización del conocimiento.

Durante el siglo XX, los psicoterapeutas fueron ocupando buena parte del espacio cultural y de las funciones que en otras épocas correspondieron a sacerdotes, filósofos y artistas, al tiempo que muchos profesionales de los tratamientos psicológicos lucharon abiertamente por ser reconocidos como científicos. A lo largo de la segunda mitad de dicho siglo, la profesión del psicoterapeuta fue recibiendo un reconocimiento social creciente.

Como consecuencia del mutuo ajuste entre demandas sociales y actividad terapéutica, el poder social de quienes ejercen la psicoterapia se ha incrementado durante el último siglo en la misma medida que su actividad profesional se ha ido haciendo indispensable para la sociedad en la que viven. Por una parte, el poder del psicoterapeuta se manifiesta en la influencia interpersonal que su actividad genera y en su capacidad para pronunciarse como colectivo profesional, por otra, dicho poder siempre está ligado al conjunto de presuposiciones que hacen posibles, tanto las actividades clínicas, como las declaraciones colegiales.

El conjunto de presuposiciones que sostienen la actividad psicoterapéutica constituye la vía de entronque de los tratamientos psicológicos con las demandas sociales; y las presuposiciones concretas que asumen los terapeutas varían significativamente en función del modelo de intervención que les sirve de guía. Considerando como un todo la actividad clínica de los psicoterapeutas, el momento actual se caracteriza por:

  • La existencia de varias concepciones de la intervención terapéutica, que mantienen entre sí diferencias notables en tres niveles de análisis distintos: el epistemológico, el teórico y el técnico.
  • Una cierta tendencia a la integración de algunos de estos presupuestos. Tendencia que puede observarse de manera diferencial en todos los niveles de análisis (epistemológico, teórico y técnico), pero más que una voluntad de síntesis, refleja sobre todo, esa corriente cultural propia de nuestra época que suele recibir el nombre de mestizaje.
  • La existencia de un acuerdo creciente entre los profesionales respecto a la relevancia de ciertos aspectos del proceso de cambio terapéutico, especialmente en lo relativo a las condiciones de alianza y la relación terapéuticas.

Así, mediante el ejercicio profesional todo psicoterapeuta está reforzando la vigencia en su entorno social de su personal visión del mundo, pues su abordaje de las problemáticas de los pacientes y sus propuestas de cambio están filtradas o inspiradas por un modelo de intervención que le sirve de guía. Es decir, la psicoterapia consiste siempre en un proceso de influencia interpersonal. Sin embargo, esta condición no está reñida con el respeto del terapeuta hacia el paciente y/o hacia las concepciones de éste último sobre sí mismo, los demás y el mundo.

Una manera de fomentar que la influencia interpersonal no se convierta en un ejercicio arbitrario del poder, pasa por el conocimiento y reconocimiento, por parte de los terapeutas, del conjunto de presuposiciones que subyacen a los distintos tipos de tratamientos psicológicos.

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