Cuando tratamos de poner nombre a las catástrofes no debemos confundirnos con términos como siniestro, crisis, accidente y emergencia social. Estos conceptos se utilizan la mayoría de veces como sinónimos, ya que todos ellos son sucesos negativos que generan malestar:
- Siniestro: expresión perteneciente al campo legal que se define como avería grande, destrucción fortuita o pérdida importante que sufren las personas o las propiedades.
- Crisis: es un estado temporal de trastorno y desorganización que se caracteriza principalmente por la incapacidad de la persona para abordar situaciones particulares.
- Accidente: suceso que es provocado por una acción violenta y repentina ocasionada por un agente externo involuntario y que produce una lesión corporal.
- Emergencia social: situación no prevista que afecta y compromete las capacidades personales, los recursos, los medios de subsistencia y las relaciones sociales.
Ahora bien, en esta lista no se incluye la palabra desastre, este concepto se emplea en la literatura científica normalmente para describir situaciones similares a una catástrofe. En este sentido, Britton (1986) lo sitúa en el polo o extremo de mayor estrés, donde existe un elevado número de afectados y donde las consecuencias materiales son graves. Para este autor, los desastres, emergencias y accidentes se pueden considerar globalmente como generadores de estrés, donde las diferencias quedarían establecidas en base a tres criterios, a saber:
- El número y tipo de personas afectadas;
- El grado de implicación de las personas dentro del sistema social y
- La cantidad de ruptura o destrucción causada en el sistema social por el agente inductor del estrés.
En función de estos tres parámetros se puede concebir un continuo de mayor a menor estrés, donde el desastre seria el suceso que generaría más estrés, seguido de la emergencia y en último lugar se situaría el accidente, con un reducido número de afectados en comparación con el desastre y la emergencia.
Aquí nos referiremos a las catástrofes con el objeto de analizar aquellos acontecimientos trágicos (desgracias, pérdidas, infortunios), en cierto modo, imprevisibles (fortuitos, fatales), que se escapan al control de las personas (grupos o comunidades) y que producen graves consecuencias (un importante número de pérdidas humanas, destrucción de bienes materiales, desorganización social, elevados niveles de frustración y sentimientos de impotencia personal).
Así, una definición clásica, ampliamente aceptada y que se centra en los efectos sociales más que en las características ambientales de la catástrofe, es la propuesta por Fritz (1961 ), que la describe como: "cualquier hecho agrupado en el tiempo y en el espacio, en el que una sociedad o una parte relativamente autosuficiente de la misma, vive un peligro severo, pérdidas humanas y materiales, y en el que la estructura social se rompe y la realidad de todas o algunas de las funciones esenciales de la comunidad se ve inhabilitada".
1. Clasificación
Se han propuesto diversas clasificaciones entorno a las catástrofes, Crocq, Doutheau y Sailhan (1987) combinan una serie de indicadores descriptivos, como son la extensión de la zona afectada, el grado de industrialización y urbanización del área implicada, el número de víctimas, los daños materiales y las formas de aparición de la catástrofe.
Así, con estos parámetros estructuran las catástrofes en función de tres niveles de urgencia.
Otra taxonomía de catástrofes seria la realizada por la Federación Internacional de Cruz Roja y la Media Luna Roja (IFRC, 1993):
Catástrofes naturales de ocurrencia súbita e inesperada. | Avalanchas, terremotos, tsunamis, inundaciones, ciclones, tormentas, tornados, deslizamientos de tierra, olas gigantes y erupciones volcánicas. |
Catástrofes naturales de larga duración, | Epidemias, desertificación y hambrunas, |
Catástrofes producidas por el hombre de ocurrencia súbita e inesperada |
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Catástrofes producidas por el hombre de larga duración. |
Disturbios civiles, guerras, conflictos internacionales y desplazamientas. |
En general, se habla de catástrofes naturales y producidas por el hombre. A pesar de que esta clasificación puede ser útil en algunos casos, en otros puede esconder la realidad. Por ejemplo, el hambre es consecuencia de las sequías, pero también de fallos en el control de la distribución o de la falta de políticas de prevención (Martín Beristaín, Giorgia, Páez, Pérez y Fernández, 1999). Es decir, en muchas de las catástrofes naturales influyen de forma decisiva factores humanos y de toma de decisiones, además de la vulnerabilidad económica y política de la comunidad (Marskey, 1993).
Por consiguiente, es importante matizar que cuando se produce una catástrofe sus efectos se multiplican más allá de la magnitud del hecho. Es por ello que podemos aseverar que las catástrofes no son tan naturales, sino que responden a la manifestación de los actores y riesgos no manejados en los que confluyen amenazas y vulnerabilidades de distinta índole, cuyas consecuencias atraviesan todas las esferas de la vida social y personal de quienes la viven. Es decir, la probabilidad de sufrir una catástrofe depende no sólo de la magnitud de la amenaza, sino de la vulnerabilidad de la comunidad expuesta a la amenaza (Fernández, Páez y Martín Beristaín, 1999). Por ejemplo, cuando la escala Richter se dispara en Japón las consecuencias son muy diferentes a las que viven las comunidades de Pisco en Perú y más recientemente Puerto Príncipe en Haití.