Desde una perspectiva psicosocial, el estudio de las actitudes hacia las personas con discapacidad surgió en EEUU a partir de los años 70, promovido por la promulgación de los instrumentos legislativos encaminados a la mejora de la situación de este colectivo. Estos estudios se proponían identificar los factores que podían favorecer relaciones más positivas entre las personas con y sin discapacidad (Belgrave, 1984; Belgrave y Milis, 1981; Donaldson, 1980; Hastorf, Wildfogel y Cassman, 1979; Yuker, 1988).
Ruiz y Moya (2007) concluyen, a partir de una extensa revisión de la literatura, que desde la Psicología Social, el estudio de la discapacidad se ha realizado primordialmente desde el paradigma del estigma social. Desde esta perspectiva, las personas con discapacidad se consideran miembros de un grupo minoritario que puede ser objeto de discriminación como las minorías étnicas, las mujeres o los ancianos. Por tanto, el proceso de estigmatización nos va a ayudar a entender los factores que pueden explicar la actitud negativa y la persistencia de discriminación hacia las personas con discapacidad.
1. Definición psicosocial de estigma y su relevancia en relación a la discapacidad
Una de las principales preocupaciones de la CIF (2001) era evitar el etiquetado sistemático de la persona, por lo que en las categorías utilizadas se ha aplicado un lenguaje positivo, tratando de evitar toda referencia a la persona en términos de discapacidad y eliminando conceptos y términos de menosprecio, estigmatización o que posean connotaciones inapropiadas. ¿A qué se refiere el proceso de estigmatización?
En la antigua Grecia el término estigma se utilizaba para referirse a un signo físico externo con el que esclavos, criminales o traidores eran marcados para resaltar su inmoralidad o falta de adecuación a la sociedad. De esta forma los que llevaban una marca de esas características se reconocían fácilmente y, por tanto, despreciados y evitados por el resto de los ciudadanos. Si bien en nuestro tiempo no se utiliza este término en su sentido más literal -corte o quemadura-, este concepto se retomó en el ámbito de la Psicología a partir de la publicación del libro "Stigma: Notes on the management of spoiled identity" (Goffman, 1963).
Goffman (1963) definió el estigma como un atributo desacreditante que convierte a un sujeto en diferente y de una categoría poco deseable. Desde esta primera conceptualización, la definición de este término ha evolucionado hasta poner de manifiesto la importancia del componente situacional además de las características observables.
En esta línea, Cracker, Majar y Steele (1998) señalaron que la persona estigmatizada "posee (o se cree que posee) algún atributo o característica que conforma una identidad social que es devaluada en un contexto social dado". Es decir, que es necesario tener en cuenta el contexto en el que se produce la estigmatización además de las características físicas observables. Dovidio, Majar y Cracker (2000) definieron el estigma como "una construcción social" que incluye el reconocimiento de una diferencia basada en una marca y la posterior devaluación de esa persona.
Stangor y Crandall (2000) sugirieron que para considerar una característica como un atributo desacreditante es necesario que se trate de una realidad compartida entre los miembros de una sociedad. Es decir, aunque un determinado atributo sea definido como estigma, eso no lo convierte en estigmatizante en sí mismo hasta que no se define en relación al grupo y las creencias de sus miembros con el resto de creencias que se mantienen en la sociedad. El estigma supone que existe un estatus negativo establecido a nivel social así como una actitud negativa y, en consecuencia, todo esto lleva a un comportamiento discriminatorio hacia el grupo estigmatizado (Hebl y Dovidio, 2005).
En definitiva, las definiciones más recientes de estigma ponen el énfasis en el componente situacional, y en los procesos que nos llevan a considerar a una persona como estigmatizada en un contexto dado. Si nos centramos únicamente en una serie de características externas que caracterizan por igual a todos los grupos estigmatizados así como al modo en que son percibidos cada uno de sus miembros restamos importancia al contexto, al ambiente, que propicia el hecho de un sujeto pueda ser estigmatizado en un contexto dado pero no en otro (Dovidio, Majar y Cracker, 2000; Stangor y Crandall, 2000). No se trata de quitar importancia a una evidencia objetiva y visible que en la mayoría de los casos dispara el proceso, sino de resaltar, que la estigmatización se inserta dentro un marco formado por distintas perspectivas siendo varios los elementos que afectan a este proceso psicosocial.
1.1. ¿Cuáles son los grupos que podemos denominar estigmatizados?
Cuando los griegos marcaban a los esclavos reflejaban con esa marca la falta de adecuación de ese grupo a la sociedad, es decir la violación de las normas morales.
A lo largo de la historia, tanto intra como interculturalmente, la sociedad ha estado de acuerdo en qué tipo de atributos son estigmatizantes, y éstos se han ido ampliando paulatinamente. También existen variaciones entre las culturas que hacen que un tipo de estigma sea más estigmatizante en una sociedad que en otra. Hay evidencia de que los países no occidentales muestran un mayor rechazo a la enfermedad mental, la homosexualidad y a diferentes tipos de discapacidad que los países occidentales (lnglehart y Baker, 2000; Room, Rehm, Trotter, Paglia y Üstün, 2001; Westbrook, Legge y Pennay, 1993).
Hoy en día podríamos definir con facilidad los grupos estigmatizados de nuestra sociedad en función de una serie de características, como el color de la piel, un defecto físico, una perturbación psíquica o la pertenencia a un grupo socialmente desfavorecido. Además podemos plantearnos la cuestión de cuáles son los rasgos que determinan que un individuo sea clasificado como estigmatizado.
Cuando Cracker (en Cracker y cols., 1998) pidió a sus alumnos que elaborasen una lista con los grupos estigmatizados existentes en la sociedad norteamericana en ese momento, encontró que la lista era amplia: mujeres, afroamericanos, cristianos, judíos, enfermos de Sida y obesos. Cracker y cols. (1998) apuntaron entonces que no se trata de un conjunto de rasgos definitorios que clasifican al grupo como estigmatizado claramente, sino que estos grupos se definen en torno a una serie de condiciones compartidas como son: desventajas económicas, ser rechazado, ser discriminado y ser objeto de estereotipos negativos; y ninguna es necesaria ni suficiente para identificar al grupo como estigmatizado.
1.2. Dimensiones del estigma y discapacidad
Antes referíamos la lista de grupos estigmatizados enumerada por los alumnos de Cracker. Sin embargo, si observamos las características de dichos grupos, vemos que el rechazo proviene de dimensiones comunes que facilitan la agrupación de los distintos estigmas. Aspectos como la visibilidad del estigma o el grado en que percibimos que la persona ha sido responsable del origen y mantenimiento de su estigma, y en la medida en que interrumpe la interacción son importantes en la medida que provocan distintos comportamientos y reacciones en los sujetos no estigmatizados.
Goffman (1963) distinguió tres tipos de estigma: "imperfecciones del cuerpo" (por ejemplo, un defecto físico), "imperfecciones del carácter" (enfermedades mentales, adicciones) y "tribales" (sexo o raza). Esta clasificación supone una primera aproximación y ya recoge las dimensiones más importantes aunque se puede considerar imperfecta puesto que un individuo puede incluirse en más de una categoría (Cracker y cols., 1998). Estos autores propusieron dos dimensiones para entender la experiencia del estigmatizado y del estigmatizador: la visibilidad y la contralabilidad. La visibilidad se refiere al grado en que el estigma se puede ocultar a los demás. Hay problemas físicos que resultan difíciles de ocultar, si los comparamos con algún tipo de enfermedad mental. Las reacciones negativas al estigma en función de la visibilidad se pueden explicar desde un punto de vista evolutivo (Schaller, Park y Faulkner, 2003). Según estos autores, existen ciertos aspectos visibles, como una discapacidad física -un miembro amputado- que despiertan la vulnerabilidad a la enfermedad. Es decir, pueden existir mecanismos que han evolucionado para hacerse más sensibles a rasgos físicos o conductuales que son juzgados como inusuales.
La controlabilidad se refiere al grado en que se considera a la persona responsable de su estigma. Si se considera que un estigma es controlable en su origen y/o su posible solución, se rechaza más al que lo posee al considerar que podía haberlo evitado, a diferencia de aquellos estigmas con una causa incontrolable. La controlabilidad afecta también a la persona con estigma que puede o bien reconocer que es incapaz de solucionar su problema, aunque pueda, o pensar que puede superarlo, cuando realmente no es posible, como ocurre en algunos estigmas de origen orgánico. Si bien, la visibilidad puede ser una dimensión clave en la discapacidad, la controlabilidad parece ser más propia de otro tipo de estigmas, en los que realmente se puede atribuir una causa, como es el SIDA o la drogadicción. Un aspecto importante ligado a estas dimensiones, es la respuesta emocional que provocan. Es decir, la respuesta a los estigmas no es uniforme, sino que puede variar en función de las dimensiones en las que se pueden clasificar. Existen aspectos, como la visibilidad, que pueden provocar reacciones negativas, en la medida en que si el estigma resulta estéticamente desagradable puede suscitar un mayor rechazo. Sin embargo, otras dimensiones pueden provocar sentimientos más positivos, por ejemplo cuando no se pudo controlar la causa del estigma, como ante una persona en silla de ruedas por un accidente de tráfico.
En este sentido, diferentes investigaciones se han centrado en conocer las reacciones emocionales. En un trabajo pionero de Weiner, Perry y Magnusson (1988) se encontró que los sentimientos de pena y de ira variaban en función de la controlabilidad del estigma. Más adelante, Dijker y Koomen (2003) añadieron la respuesta de ansiedad al modelo de Weiner actualidad, se confirma la propuesta de las dimensiones y cols. (1988). En la y las reacciones en diferentes situaciones de interacción (véase Cuadro 8.4).
Cuadro 8.4. Estudio sobre grupos estigmatizados y dimensiones
Una investigació reciente (Towler y Schneider, 2005) se propuso investigar cómo diferenciaban las personas diferentes grupos estigmatizados y qué dimensiones utilizaban para distinguirlos. En una primera parte, en la que pidieron a los participantes que clasificaran 45 grupos estigmatizados en función de la semejanza percibida entre ellos, encuentran que éstos se pueden agrupar en las siguientes categorías: discapacidad física (por ejemplo, ciegos, epilépticos, sordos, personas con cáncer), discapacidad mental (depresivos, enfermos mentales, esquizofrénicos), apariencia física (obesos, personas con marcas faciales), identidad sexual (gays, lesbianas, transexuales), identidad racial (negros, latinos, asiáticos), desviados socialmente (asesinos, drogadictos, alcohólicos) y desfavorecidos económicamente (sin techo, desempleados). Asimismo, aparecieron tres dimensiones como básicas en esta clasificación: indeseabilidad social, es decir, grupos que amenazan el orden y la seguridad; controlabilidad, en el sentido ya descrito, y los sentimientos de pena y lástima que despierta el grupo. En la segunda parte de este estudio, exploraban las reacciones ante los grupos más representativos de cada una de las categorías en diferentes situaciones de interacción, como el trabajo o encontrarse en un ascensor. Las reacciones eran más positivas, en el caso de la identidad racial y de la discapacidad física, mientras que la enfermedad mental era la que recibía una evaluación más negativa y despertaba mayor incomodidad ante una posible interacción.
Todos los trabajos expuestos hasta ahora, muestran la relevancia que tiene contemplar las dimensiones en el estudio del estigma, en la medida en que afectan a las respuestas que se dan a esos grupos. Verdugo (1995) ha destacado la importancia que tiene el análisis de actitudes hacia las personas con discapacidad señalando que estas actitudes son diferentes en función del tipo de deficiencia del que se hable.
Las dimensiones que están contenidas en la discapacidad tienen consecuencias en los procesos psicosociales de aceptación y rechazo. Si englobamos la discapacidad física, psíquica y sensorial dentro de una misma categoría, estamos considerando entonces que todas provocan el mismo las mismas reacciones afectivas, que tienen idéntico origen y evolución, y que obstaculizan las relaciones entre personas con y sin discapacidad de manera similar.
Sin embargo, esto no es así, tal y como se ha mostrado en un estudio que, precisamente, tenía como finalidad explorar los sentimientos hacia personas con distintos tipos de discapacidad (Silván Ferrero, 2008). En este estudio se mostraba que la discapacidad tanto física como visual despertaba más sentimientos de signo positivo como el afecto. Sin embargo, la discapacidad auditiva era la que despertaba más ansiedad en comparación con las otras dos.
2. Factores que afectan a la interacción entre las personas con y sin discapacidad
Aunque en la sociedad actual estamos asistiendo a un proceso de integración cada vez mayor de las personas con discapacidad en diferentes entornos, la evolución de la actitud de las personas sin discapacidad sigue siendo lenta. La experiencia y el conocimiento adecuado sobre cómo comportarse ante los miembros del otro grupo, parecen ser factores importantes para reducir la tensión a la hora de relacionarse con los miembros de grupos estigmatizados. Pero, también resulta clave la otra perspectiva, la de las personas con estigma, que no son víctimas pasivas de la situación sino que responden a ella de diferentes maneras en función de su experiencia (Swim, Cohen y Hyers, 1998).
En este apartado vamos a tratar precisamente de los factores que pueden afectar de manera positiva o negativa en la interacción entre personas con y sin discapacidad. Vamos a seguir los estudios realizados bajo el paradigma del estigma social, tratando de ver la aplicación que tiene en el ámbito de la discapacidad. Aunque, se puede señalar la dificultad que hay en encontrar estudios que hayan tratado ambas perspectivas de forma conjunta (Dovidio, Major y Cracker, 2000) y la falta de un marco teórico consistente que explique las motivaciones y conductas que las personas con y sin estigma llevan a una situación concreta (Fox y Giles, 1996). Por este motivo, se ha puesto de manifiesto la necesidad de realizar más estudios en situaciones de interacción social a pesar de las dificultades y problemas metodológicos que pueden plantear (Hebl y Dovidio, 2005). Por ejemplo, si se utilizan personas que simulen una discapacidad, se va a ganar en control experimental, pero obviamente ese estímulo no puede reaccionar de la misma manera que alguien que ha soportado discapacidad durante un largo tiempo. Por otro lado, si se utiliza una persona con una discapacidad real es necesario un riguroso control y entrenamiento del estímulo para que finalmente se puedan atribuir las respuestas a la discapacidad.
Estos autores sugieren utilizar ambos tipos de estímulo para poder obtener validez convergente en el procedimiento. Otro problema es que estos estudios sólo contemplan una perspectiva, es decir la reacción de la persona sin estigma, y no tienen en cuenta el comportamiento recíproco, es decir la respuesta de la persona que posee el estigma. En definitiva, y tratando de aunar posturas, se puede considerar que es necesario estudiar los procesos específicos implicados en las actitudes hacia grupos estigmatizados tanto desde una forma experimental, como en contextos específicos. Esto nos permitiría conocer más acerca de las actitudes que tienen las personas que conviven con ellos, es decir cómo les afecta su presencia en un entorno que puede tener costes y beneficios para las personas con y sin discapacidad.
A continuación vamos a presentar la perspectiva de las personas con y sin estigma dentro del contexto de una interacción, de forma que podamos encontrar algunos mecanismos que expliquen su comportamiento. En este proceso, vamos a ir resumiendo las perspectivas teóricas más interesantes de forma que al final, se disponga de un marco amplio de las motivaciones implicadas en la interacción de las personas con y sin discapacidad.
2.1. Perspectiva de las personas sin discapacidad
Desde esta perspectiva, la dirección apunta a que se producen discrepancias entre las actitudes y la conducta manifiesta. Ya en las investigaciones pioneras en este ámbito (Heinemann, 1990; Heinemann, Pellander, Vogelbusch y Wojtek, 1981; Kleck, 1968, 1969; Kleck, Ono y Hastorf, 1966) aparecía una clara diferencia entre las evaluaciones que se hacían de la persona con discapacidad, con un tono positivo, y las conducta no verbales, que reflejaban ansiedad y evitación. Es decir, se evita por todos los medios comportarse de forma negativa, pero los estereotipos que se tienen sobre los grupos, por ejemplo de un enfermo mental, pueden surgir de una manera automática originando discrepancias entre la conducta y las actitudes.
Cracker y cols. (1998) recogieron algunas posibles explicaciones a esta discrepancia. Antes de describirlas hemos de señalar que, aunque la mayoría han surgido en el contexto de las relaciones interétnicas, en muchos casos son extrapolables a las relaciones con las personas con discapacidad.
2.2. Encubrimiento
Una posible razón para explicar las discrepancias, es que, cuando se pregunta por la actitud general hacia las personas con discapacidad se encubre la verdadera actitud porque de esta forma se evitan el violar las normas establecidas de igualdad. Si se expresa el prejuicio y la actitud negativa, se vulneran las normas en pro de la igualdad y la tolerancia. Esto plantea dos problemas: en qué ocasiones se encubre la verdadera actitud y la veracidad de los datos de los autoinformes y cuestionarios sobre actitudes hacia ciertos grupos. Parece políticamente más correcto manifestar una actitud negativa hacia algunas minorías étnicas, que hacia una persona en silla de ruedas, porque la norma social es más estricta cuando nos referimos a este último grupo.
2.3. Prejuicio moderno
Las teorías del racismo moderno (McConahay, 1986) y racismo simbólico (Kinder y Sears, 1981) sostienen que se deben evitar las formas antiguas de racismo. En esta nueva forma de expresar el prejuicio racial se evitan términos de inferioridad, y en su lugar se prefieren conductas simbólicas que protegen de la amenaza de otros grupos a los valores de nuestra sociedad. Por tanto, los que se adhieren a esta forma de prejuicio no mostrarán su apoyo hacia las políticas que favorezcan la igualdad de oportunidades en el empleo, y ni la educación inclusiva. En relación a las personas con discapacidad, Ruiz y Moya (2005) consideran que la discriminación hacia las personas con discapacidad puede venir explicada en mayor medida por el nuevo prejuicio que por las formas tradicionales. Estos autores encontraban que la percepción de amenaza a los intereses colectivos de las personas sin discapacidad y la privación relativa fraternal intergrupal incrementaban las actitudes prejuiciosas hacia las personas con discapacidad.
2.4. Prejuicio aversivo (Gaertner y Dovidio, 1986)
Este tipo de prejuicio se caracteriza por acentuar la importancia de los aspectos situacionales. El prejuicio se manifiesta como una respuesta aversiva, como reacción a determinados contextos que producen ansiedad. Al racista aversivo le desagrada el contacto directo con los miembros de otros grupos minoritarios. Esta respuesta aparece especialmente en situaciones donde las normas son ambiguas o conflictivas. En caso de que existan normas antidiscriminatorias lo usual, es que se adhieran a ellas.
De nuevo coexisten en las personas una actitud liberal de igualdad y tolerancia hacia otros grupos y una ansiedad residual o incomodidad en el trato con miembros de otros grupos debido a la imagen negativa que tenemos de ellos.
2.5. Ambivalencia actitudinal (Katz, 1981)
En 1981, Katz definió el término ambivalencia como una condición psicológica en la cual una persona tiene disposiciones tanto positivas (amistad, simpatía, aceptación) como negativas (hostilidad, denigración, rechazo) hacia un grupo. El problema es que este conflicto se traduce en conductas más extremas en función de la situación. Por ejemplo, si una persona con discapacidad se comporta de forma positiva, va a recibir evaluaciones mucho más positivas en comparación con la persona sin discapacidad. En caso de que la persona con discapacidad muestre un comportamiento negativo, se le va a valorar de forma más negativa que a la persona sin discapacidad.
2.6. Ansiedad social
Stephan y Stephan (1985) utilizaron el término ansiedad intergrupal para referirse a la ansiedad experimentada en el contacto con miembros de otro grupo, exogrupo, e incluso al anticipar un encuentro con ellos. La mayoría de las investigaciones muestran como personas que no se consideran prejuiciosas, muestran ansiedad e inseguridad en el momento de la interacción con personas estigmatizadas (Cracker, Majar y Steele, 1998). La preocupación por mostrar un comportamiento en el que no se manifieste el prejuicio de forma evidente, supone una verdadera amenaza para el individuo sin estigma, porque teme ser acusado de prejuicioso, insensible u hostil. Hebl, Tickle y Heatherton (2000), calificaron de "momentos difíciles" a estos encuentros marcados por la ansiedad y la evitación y enumeran las posibles fuentes de ansiedad por parte de la persona sin estigma:
- Temor al daño, es decir al miedo que despiertan ciertos grupos en lo referente al contagio y a la amenaza que suponen para la salud. También el miedo puede provenir del temor a una agresión física y a la impredecibilidad del comportamiento de la persona que posee el estigma (Neuberg, Smith y Asher, 2000). En el caso de algunas enfermedades mentales, este aspecto es claro. Se teme además por el contagio social, porque se vincule a las personas sin estigma con las que sí lo poseen, es decir, por asociación con el estigmatizado (Goffman, 1963). Neuberg, Smith, Hoffman y Russell (1994) han encontrado evidencia del estigma por asociación utilizando como estímulo la homosexualidad. Los heterosexuales eran vistos más negativamente cuando se asociaban a un homosexual. Un estudio de Goldstein y Johnson (1997) mostraba que se evaluaba a las parejas de las personas con discapacidad, como menos inteligentes, sociables o atléticas, en comparación con las parejas de personas sin discapacidad.
- Infrecuencia, así como la falta de experiencia y conocimiento que favorecen la aparición de la ansiedad. La infrecuencia hace más saliente al estigma y propicia el evitar los contactos con estigmatizados. Aunque en España, el 8,5% de la población total muestra algún tipo de discapacidad (EDAD, 2008) y su integración va siendo cada vez mayor, posiblemente no se trate de un contacto tan frecuente si lo comparamos con otros grupos. De esta forma, no hay una experiencia que reduzca la incertidumbre y el saber cómo actuar en su presencia. Interrogantes como ¿le ofrezco mi ayuda?, o ¿pregunto qué le ocurrió?, generan una activación que se traduce en una mayor torpeza en las personas sin discapacidad. Cabría plantearse si contactos más duraderos en el tiempo, y un conocimiento más amplio de las necesidades y motivaciones del discapacitado reduciría esa activación puesto que se dispondría de una información más amplia sobre cómo actuar.
- Violación de las normas y expectativas que tenemos sobre nuestro comportamiento y el del otro en un encuentro con una persona con algún estigma. Tenemos esquemas sobre la forma en que debe desarrollarse un encuentro con una persona con discapacidad, pero puede suceder que esta persona se comporte de una forma no esperada e impredecible. Esto obliga a reestructurar las expectativas previas. Por ejemplo, si se espera que una persona con discapacidad pida ayuda, pero la rechaza cuando se le ofrece, va a ocasionar una ruptura de los esquemas previos generando incomodidad.
- Supresión del pensamiento, esto es, no hacer alusión al tópico del estigma y a todo lo referido a él, puesto que sólo puede ser introducido por el que lo posee. Sin embargo, hay evidencia de que se produce un efecto "rebote" de los pensamientos censurados que aparecen durante la interacción generando, por tanto, ansiedad (Hebl y cols., 2000).
- Interpretaciones erróneas del grupo estigmatizado que inducen a la incertidumbre y duda en la conducta de la persona sin estigma. Por ejemplo, si consideramos que las personas con discapacidad se ofenden rápidamente si se habla sobre el tema con ellos. Esas creencias provienen de imaginarnos lo que pensaríamos nosotros si estuviéramos en su posición y no de una información real.
- Sentimientos arraigados de hostilidad por el origen y mantenimiento de un tipo de estigma, y creencias de que el mundo es justo y de que cada una tiene lo que se merece y merece lo que tiene. Cuando se tienen estos sentimientos, resulta difícil que se contemple el hecho de que existen estigmas de nacimiento e irreversibles, y otros en los que el individuo no es responsable (en el caso de un accidente de tráfico causado por otro).
2.7. La perspectiva de la persona con discapacidad
Las personas estigmatizadas no reaccionan pasivamente a las situaciones, sino que también están alerta ante la información que reciben. Es posible que interpreten de forma negativa la intención de ayudarles, bien porque crean que no es necesaria, o por las creencias que mantienen, por ejemplo, me ofrecen ayuda porque soy inferior. Hebl y cols. (2000) señalan que también pueden experimentar ansiedad, y recogen algunas de las posibles razones:
- Temor al rechazo. La persona con algún estigma alcanza el éxito en la interacción en la medida en que es aceptado por el otro y, por lo general, procura que se le vea de la manera más normal posible (Goffman, 1963). El problema añadido es la ansiedad sufrida ante el temor del rechazo hace que la persona con estigma, se comporte como se espera, reforzando así el estereotipo. Un ejemplo claro es el de los niños tartamudos, que ante este temor al rechazo se comporten de forma más estereotípica.
- Estar en el punto de mira, ser el centro de la interacción, de forma que el estigma se convierte en una clave para juzgar sus actos y se va a definir a la persona por su estigma, no por su personalidad o la situación. Otra consecuencia de estar en el punto de mira y prestar más atención al estigma que a la persona, es que se puede asumir que poseer un estigma lleva a otras características negativas añadidas. Por ejemplo cuando pensamos que un individuo en silla de ruedas tiene también limitaciones intelectuales.
- Tener una imagen negativa de sí mismos y de su estigma. Esto conlleva una peor autoestima, un estado de ánimo negativo, un incremento del aislamiento y una falta de interés por relacionarse con otras personas puesto que no tienen expectativas positivas sobre el éxito de la interacción social. Sin embargo, en el siguiente apartado veremos que esto no es siempre así, y que pertenecer a un grupo desfavorecido no siempre tiene efectos negativos en la autoestima.
- Sobreinterpretación de las acciones que realizan las personas sin estigma y que llevan a considerar actos no discriminatorios como discriminatorios. Por ejemplo, Kleck y Strenta (1980) encontraron que los individuos con falsas marcas faciales interpretaban signos no verbales neutros como de antipatía y rechazo, confirmando así las expectativas negativas que tienen sobre la interacción.