El estudio de las emociones desde la psicología ha variado enormemente desde los primeros escritos psicológicos (véase W. James, 1890, reeditado en 1989), hasta la actualidad. Los primeros estudios psicológicos fueron introspectivos y en ellos se analizaban exclusivamente las reacciones físicas que caracterizaban a cada emoción. Era una aproximación basada en la propia introspección de los teorizadores, en la observación de casos y en la reflexión personal. Sin embargo, desde la desvalorización de la introspección como método válido para el acercamiento científico a los procesos psicológicos y desde el desarrollo de la experimentación, el panorama investigador sobre las emociones cambió sustancialmente en diferentes direcciones.
Hasta hace relativamente poco tiempo, el estudio de las emociones se centró en la conducta observable y en los mecanismos neurobiológicos anatómicos, fisiológicos y hormonales implicados y no se daba tanta relevancia al significado y el valor subjetivo de las mismas.
Este tipo de aproximación desvió el estudio de las emociones hacia los animales de laboratorio y lo centró sobre aquellas emociones observables y fácilmente elicitables en los mismos, lo que explica la razón por la que durante décadas el estudio de las emociones se ha centrado casi exclusivamente sobre el miedo, el estrés y la ansiedad. Esta aproximación, que ha sido y está siendo enormemente enriquecedora, ha resultado ser parcial al dejar fuera de estudio a la función psicológica de otras emociones.
Justamente, este vacío es compensado por las propuestas más recientes. Actualmente, y gracias a la disponibilidad de nuevas técnicas no invasivas que posibilitan el estudio del cerebro humano en vivo, se están pudiendo estudiar emociones humanas como la alegría, el amor, la compasión, la tristeza, el enfado, etc.
1. Primeros estudios sobre la psicobiología de la emoción
Finger (1994) como historiador de los orígenes de la neurociencia, realiza una amplia revisión sobre los primeros estudios de los procesos emocionales. Señala que, en un principio, Aristóteles pensaba que los animales muestran sus pasiones de forma automática e instintiva, mientras que los humanos pueden influir sobre sus emociones con sus intenciones y que precisamente éstas revelan el carácter real de las personas. En el esquema de Aristóteles las emociones tienen lugar en los humanos cuando el intelecto está involucrado, mientras que las pasiones son más instintivas y están asociadas con procesos corporales que él deno minaba inferiores.
Muy posteriormente, Willis (1664, citado por Finger, 1994), en consonancia con las hipótesis localizacionistas del momento, centró sus ideas en la localización cerebral de las emociones intentando situarlas en el control central de las vísceras. Y posteriormente, Jackson, en el siglo XIX, teorizó que la disfuncionalidad emocional se debía a una pérdida del control superior de los centros inferiores, enfatizando la idea de que este control superior diferencia a los humanos de los animales. Este esquema tuvo una gran influencia sobre Freud que decía que una parte de las personas contenía los instintos animales, pasiones e instintos (el ello), y otras, tenían el trabajo de controlarlas y ajustarlas a la realidad (el yo) y a los principios éticos y morales (el superyó).
No obstante, se puede considerar que el primer autor con relevancia actual en el estudio psicobiológico de las emociones fue Darwin. Como ya se ha señalado, antes de que realizara su primer estudio sobre la expresión de las emociones y llegase a sus primeras conclusiones, los estudios de las emociones en sujetos humanos se centraron en la clasificación de las mismas, en el estudio de los músculos implicados en cada una de sus expresiones y en la descripción pormenorizada y tremendamente meticulosa de la expresión facial y corporal de las mismas (Finger, 1994). Uno de estos primeros estudios fue realizado por Duchenne (1862, citado por Finger, 1994) quien, además, realizó la primera descripción que diferenciaba entre una sonrisa genuina de otra falsa, basándose en el hecho de que es posible tener un control voluntario sobre ciertas expresiones faciales de las emociones. Demostró que las sonrisas de placer podían diferenciarse de las sonrisas forzadas observando el movimiento de dos músculos: el orbicular, que es un músculo que rodea al ojo y estira la piel de las mejillas y de la frente hacia el globo ocular y el cigomático mayor que estira la piel de la comisura de los labios hacia arriba. Según Duchenne, este último músculo puede controlarse voluntariamente mientras que el orbicular sólo se contrae si se siente un placer verdadero. Por ello, denominó al cigomático mayor «el músculo de la alegría».
Duchenne también llegó a describir los músculos específicos y necesarios para cada emoción y aplicó sus estudios a la fotografía, a la pintura y a la escultura.
Esta línea de investigación sobre las emociones fue retomada por Darwin más adelante y por Ekman más recientemente. Este último autor ha trabajado demostrando, entre otros temas, la universalidad de las expresiones faciales y, por consiguiente, el origen biológico de las mismas, tal y como planteaba Darwin.
2. Teoría de Darwin sobre la evolución de la emoción
Una de las primeras aproximaciones sistemáticas al estudio de la emoción desde el ámbito de lo que actualmente denominamos psicobiología, fue la teoría de Darwin sobre la evolución de la emoción.
En su libro La expresión de las emociones, publicado por primera vez en 1872, Darwin intentó describir las principales expresiones emocionales tanto de los seres humanos como de algunos animales vertebrados con el fin de explicar el origen y el desarrollo de las mismas.
Este trabajo le permitió concluir que parecían existir expresiones faciales universales, lo que implicaba tres cuestiones fundamentales:
- Que parecía haber un origen común en la expresión emocional, lo que a su vez apoyaba la hipótesis de que todos los grupos humanos descienden de un mismo tronco ancestral.
- Que las principales «acciones expresivas», como él las denomina, son innatas y heredadas.
- Que la expresión o el lenguaje de las emociones está al servicio del bienestar y supervivencia de las especies, razón por la que se ha mantenido tanto en el hombre como en los animales vertebrados.
Darwin intentó explicar el origen de la expresión emocional mediante tres principios:
- El principio de los hábitos útiles asociados. Según este principio, determinados estados de ánimo o sensaciones producen determinadas acciones complejas que pueden ser directa o indirectamente eficaces para aliviarlos o satisfacerlos. Este principio llevó a Darwin a sugerir que siempre que se produzca el mismo estado de ánimo o sensación se tenderán a realizar los mismos movimientos o expresiones, incluso si ya han dejado de tener la utilidad originaria e incluso si el estado de ánimo o la sensación que los origina es muy débil. Si se intentan reprimir o controlar estas expresiones, los músculos que dependen en menor grado de la voluntad serían los más propensos a actuar causando la expresión emocional a través de las microexpresiones faciales de las emociones.
- El principio de la antítesis. Si bien el primer principio plantea que determinados estados de ánimo producen ciertas acciones que habitualmente son útiles para aliviarlos o satisfacerlos, el principio de la antítesis propone que, si ante un estado de ánimo se produce un estado de ánimo opuesto, se manifiesta una tendencia involuntaria e imperiosa a realizar movimientos contrapuestos a los primeros, incluso si no son de utilidad para el alivio de la sensación o estado de ánimo.
- El principio de las acciones directas debidas a la constitución del sistema nervioso, de manera totalmente independiente de la voluntad y, también, hasta cierto punto, del hábito. Este tercer principio señala que determinadas acciones expresivas son el resultado directo de la constitución del sistema nervioso y que en un principio fueron independientes de la voluntad y, en buena medida, del hábito.
Es importante conocer estos principios, ya que diferentes autores han ido corroborándolos experimentalmente y han motivado gran parte de la experimentación sobre el estudio de las emociones, incluso la más reciente.
Darwin defendía que determinadas respuestas emocionales, entre ellas la expresión facial, tendían a ir acompañadas de los mismos estados emocionales en todos los miembros de una especie, lo que le llevó a sugerir que esta era la razón por la que todos los miembros de la especie comprenden el estado emocional que conlleva un determinado comportamiento o una determinada expresión facial expresada por un semejante.
Este dato es especialmente importante, ya que posibilita comprender cómo y por qué la expresión emocional constituye un modo de comunicación entre los miembros de una especie. Se podría decir que este modo de comunicación constituye y ha constituido filogenéticamente un protolenguaje, como continúa siéndolo en el desarrollo humano.
Los investigadores que actualmente promueven el estudio de las emociones y la importancia del entrenamiento de lo que se denomina actualmente la inteligencia emocional, parecen apoyarse en esta tesis defendida por Darwin, aunque no se realicen alusiones expresas a sus trabajos y sus implicaciones.
Para poder demostrar que la expresión de la emoción se encuentra influenciada por diversas emociones y sensaciones y que es el resultado de la evolución, Darwin (1872) realizó un estudio comparando la expresión emocional entre diferentes especies. Este estudio comparativo le permitió elaborar una teoría de la evolución sobre la evolución y el desarrollo de la expresión emocional que se asienta sobre tres principios o ideas fundamentales que son un desarrollo de los anteriores y que incluyen los elementos que favorecieron la evolución de las emociones:
- Todos los movimientos expresivos comenzaron a realizarse de forma voluntaria y con unos fines concretos como, por ejemplo, escapar de algún peligro, aliviar alguna molestia o satisfacer alguna necesidad y quizá se extendieron a todos los individuos de una especie por fuerza de la imitación. Según Darwin, la expresión de las emociones evolucionó a partir de conductas que indicaban lo que el animal haría a continuación. Darwin expresó textualmente: Acciones que fueron voluntarias en sus comienzos se vuelven pronto habituales y finalmente se convierten en hereditarias, y entonces pueden ser realizadas incluso en contra de la voluntad (Darwin, 2009, p. 329, libro original de 1872, edición de 2009).
- Aunque las expresiones o acciones expresivas muchas veces revelan el estado de la mente, ésta revelación no fue la intención inicialmente pretendida ni esperada a la hora de expresar una emoción. No obstante, si estas conductas, que también funcionan a modo de señales comunicativas, son beneficiosas para el animal que las expresa, evolucionarán de manera que aumentará su función comunicativa, aunque en algunos casos su función originaria se pierda.
- Algunos movimientos expresivos derivan del intento de impedir o controlar otros movimientos expresivos, por ejemplo, la oblicuidad de las cejas y la tensión hacia abajo de los ángulos de la boca tienen su origen en el intento de impedir un arranque inminente de llanto a gritos o de controlarlo tras haberlo iniciado. Esto pone de manifiesto, según Darwin, que la conciencia y la voluntad deben haber desempeñado un papel importante en el desarrollo filogenético de la expresión emocional.
Darwin (1872) resume con un buen ejemplo la función comunicativa de las emociones utilizando las manifestaciones de amenaza. La amenaza, con todas las manifestaciones conductuales que conlleva, parece haber evolucionado de la conducta de agresión y de las Psicobiología de las emociones primeras conductas de lucha, pero parece que una vez que los enemigos comenzaron a reconocer las primeras manifestaciones indicadoras de que iba a llevarse a cabo una agresión, estas conductas iniciales comenzaron a interpretarse como señales de una agresión inminente, con lo cual el animal «amenazado» podía decidir si continuar o abandonar la lucha antes de que comenzara la agresión.
Los atacantes que podían manifestar su agresividad de forma más efectiva y así intimidar a sus contrincantes sin iniciar una lucha real, podrían haber adquirido una ventaja en la supervivencia a la vez que estas manifestaciones o expresiones emocionales se fueron convirtiendo en un modo de comunicación de las intenciones. Del mismo modo pudieron evolucionar las manifestaciones de sumisión y de otros estados anímicos o intenciones comportamentales.
3. Teorías fisiológicas: James-Lange y Cannon-Bard
3.1. Teorías fisiológicas: James-Lange
La primera teoría fisiológica de la emoción fue propuesta simultáneamente por James y Lange (1884) pocos años después de que Darwin publicara La expresión de las emociones. Como estos autores llegaron de forma independiente a las mismas conclusiones, su teoría se conoce actualmente como la teoría de James-Lange.
James (1884, reeditado en 1989) y Lange (1887, citado por Finger, 1994) propusieron que las emociones son respuestas cognitivas a la información que la corteza cerebral percibe de los cambios fisiológicos que tienen lugar en el cuerpo, de modo que la experiencia cognitiva de la emoción, o sea los sentimientos, serían secundarios a la expresión fisiológica de la emoción.
Esta teoría defiende que el «objeto de emoción» (por ejemplo, el ataque al que se hacía referencia en párrafos anteriores) provoca una serie de cambios corporales que al ser percibidos por la corteza cerebral producen la experiencia emocional. Esta idea es la que refleja la famosa frase de James que decía no lloramos porque estamos tristes, sino que estamos tristes porque lloramos (James, 1989, p. 915). Siendo, por tanto, la emoción posterior a la expresión corporal. Según señala literalmente: mi teoría es que los cambios corporales siguen directamente a la percepción del hecho excitante, y que nuestra sensación de los mismos cambios conforme ocurren ES la emoción (1989, p. 915). James (1989, p. 911) señala que cada individuo siente diferente y que hay una gran variedad de objetos internos (recuerdos principalmente) y externos (percepciones de diferentes estímulos) que producen emociones diferentes en cada persona, ya que considera que los matices internos de la sensación emocional se mezclan interminablemente unos con otros de forma diferente en cada individuo produciendo la sensación emocional. Esta sensación emocional a la que se refiere James va inevitablemente interrelacionada con el valor subjetivo que tiene cada estímulo para cada persona. Esta consideración permite concluir que la expresión de James de sensación emocional es equivalente a la definición de sentimiento que se ha explicado en el primer apartado de este capítulo. Esta afirmación queda bien reflejada en una de las reflexiones de este autor: Las obras literarias de filosofía aforística envían destellos de luz a nuestra vida emocional y nos producen un deleite indefinido (James, 1989, p. 914).
Para James y Lange esta consideración no es incompatible con la teoría del origen fisiológico de las emociones, pues postulan que entre la percepción del estímulo y la «sensación emocional» (que como ya se ha visto, para James, es equivalente al sentimiento) debe interponerse la expresión corporal: si imaginamos una fuerte emoción y luego tratamos de abstraer de nuestra conciencia de ella todas las sensaciones de sus síntomas corporales, nos hallaremos con que no nos quedó nada, nada de sustancia mental con base a la cual pueda ser constituida una emoción, todo lo que nos queda es un estado frío y neutro de percepción intelectual (James, 1989, p. 916).
Según esta teoría, por tanto, la experiencia de la emoción tiene una causa general eminentemente fisiológica y se produce después de que la corteza reciba las señales sobre las alteraciones del estado fisiológico, independientemente de que el «objeto de emoción» sea un estímulo externo o interno, por ejemplo, un pensamiento. El mero recuerdo del atraco presenciado o la posibilidad de vivir esa misma situación en el futuro puede producir la misma emoción. Este proceso constituye una parte importante de lo que ocurre con el recuerdo de los acontecimientos traumáticos antes de que hayan podido ser elaborados psicológicamente: con cada recuerdo se reactivan las alarmas fisiológicas y se revive el acontecimiento como si estuviera ocurriendo en el momento, el recuerdo compulsivo puede expresar parte de la sintomatología que define al trastorno de estrés post-traumático.
Resumiendo, puede afirmarse que, según estos autores, las manifestaciones corporales se producen en primer lugar; si los estados corporales no fueran inmediatamente posteriores a la percepción, ésta sería una percepción meramente cognoscitiva e intelectual y sin emoción concomitante; las percepciones se podrían evaluar y juzgar pero no sentir.
3.2. Teorías fisiológicas: Cannon-Bard
Como consecuencia de la controversia a la que dio lugar la teoría fisiológica de James-Lange y los datos que la cuestionaban, unos años más tarde, Cannon propuso una teoría alternativa. Esta teoría, que posteriormente fue ampliada por Bard se conoce actualmente con el nombre de teoría de Cannon-Bard, y defiende que la experiencia emocional puede tener lugar de manera independiente a la expresión emocional y que las emociones se pueden experimentar aunque no se sientan los cambios fisiológicos asociados a ellas, como ocurre en las personas en las que la sección accidental de la médula espinal no reduce sus emociones.
Asimismo, señalan que no existe una correlación fiable entre la experiencia de una emoción y el estado fisiológico del cuerpo, ya que muchos cambios fisiológicos son comunes a emociones muy diferentes.
Según la teoría de Cannon-Bard los estímulos capaces de provocar emociones tienen dos efectos diferentes e independientes, el estímulo sensorial es percibido por la corteza cerebral provocando el sentimiento y, a su vez, activa algunos cambios corporales a través de la estimulación del sistema neurovegetativo y somático, por lo que considera que la experiencia emocional y la expresión emocional son procesos paralelos que no guardan una relación causal directa. Propusieron que el hipotálamo, que recibe la información desde el tálamo, era la estructura coordinadora de todas las respuestas emocionales ya que observaron que en los gatos a los que se les había extirpado esta estructura presentaban una respuesta emocional totalmente desorganizada. Defendían que la experiencia emocional está determinada por el nivel de activación del tálamo y del hipotálamo. Estas estructuras pueden activarse directamente desde los sentidos e indirectamente a través de las proyecciones corticales y, a su vez, también aportan las órdenes motoras coordinadas que regulan los signos periféricos de la emoción y la información necesaria para la valoración cognitiva de las mismas por estructuras corticales.
En síntesis, puede decirse que mientras que para James y Lange la experiencia emocional depende totalmente de la retroalimentación del sistema neurovegetativo, para Cannon y Bard, la experiencia emocional es independiente de esta retroalimentación.
Aparentemente la interpretación que ofrece la teoría de James-Lange va en contra del sentido común, aunque si se tienen en cuenta, por ejemplo, los efectos de la relajación, puede observarse cómo el hecho de conseguir un determinado grado de control sobre el funcionamiento corporal (por ejemplo, con la intención de relajarlo) influye enormemente sobre la percepción cognitiva del acontecimiento externo que disparaba un alto grado de tensión física y de excitación y emoción, cuando tal grado de relajación no existía.
A la vez, y en la línea que proponen Cannon y Bard, podría deducirse que una decisión cognitiva como, por ejemplo, la de relajarse frente a determinados síntomas de nerviosismo, puede poner en marcha la voluntad de aplicar una serie de mecanismos para conseguir un mayor estado de relajación y, por tanto, de tranquilidad.
Como consecuencia, al dejar de percibir los síntomas de nerviosismo (palpitaciones, sudoración, temblor...) el estado mental/cognitivo también cambia hacia mayores estados de tranquilidad. Lo que supone que también es posible iniciar o modificar una respuesta emocional desde la cognición.
De tal modo que puede concluirse que la relajación consciente influye en el modo en el que se percibe una realidad interna o externa a la persona.
También, Hans Selye (1974), pionero en el estudio de la respuesta de estrés al que destinó toda su vida como científico, dedicó sus últimos años a divulgar la manera para adaptarse sin sufrimiento al estrés inevitable que produce la vida diaria. Para este autor, estar en consonancia con los propios valores, meditar y conectar con las emociones que nos unen con los demás ayuda a modificar e incluso a anular los efectos negativos del estrés.
La percepción del propio estado corporal influye sobre la interpretación del estado psicológico; este dato, a la vez que apoya en cierto grado la teoría de James-Lange también la cuestiona ya que el estado mental que se produce al tener «la voluntad de relajarse» muestra que también el estado mental influye sobre el estado corporal. Parece, por tanto, que estas dos teorías expuestas pueden considerarse compatibles y complementarias.
En esta línea, algunos estudios actuales realizados con el objeto de contrastar la denominada hipótesis de la retroalimentación facial de las emociones muestran que puede haber algo de cierto en la creencia popular de que poner cara de felicidad o bienestar puede ayudarnos a sentirnos mejor (Adelman y Zajonc, 1989).
Rutledge y Hupka, en 1985, realizaron un estudio en el que dividieron a los sujetos experimentales en dos grupos, a uno se le pidió que contrajeran la cara imitando la expresión de felicidad y al otro que lo hicieran imitando la expresión de enfado, aunque a los sujetos no se les informó de qué tipo de emoción se trataba la expresión gestual que se les pedía (sólo se les indicaba cómo contraer sus músculos faciales). Mientras que los sujetos mantenían las muecas correspondientes a la situación experimental a la que habían sido asignados se les mostraron una serie de diapositivas, es importante señalar que fueron las mismas dsipositivas en los dos grupos experimentales.
Curiosamente, los sujetos experimentales relataron que se sintieron mejor y menos enfadados cuando observaban las diapositivas con las expresiones que imitaban la expresión de felicidad y peor y más enfadados cuando observaban las diapositivas con las expresiones faciales que imitaban la emoción de enfado. Este resultado que claramente confirma la hipótesis de la retroalimentación facial de las emociones y con ello la influencia de la percepción del estado corporal sobre la sensación emocional. En esta misma línea, Kleinke y cols., (1998), con un diseño similar, confirmaron esta hipótesis ya que comprobaron que los efectos de las expresiones faciales sobre el afecto positivo, fue mayor en los participantes que tenían un grado alto de autoconciencia.
Cappella (1993) muestra cómo esta hipótesis se confirma también en el contexto interpersonal, según su hipótesis de la retroalimentación facial interpersonal, en los contextos interpersonales cara a cara, el tono hedónico facial que un sujeto muestra imitando a otro puede influir en el afecto que el primero pueda sentir hacia aquel que imita. Al imitar las expresiones faciales de otra persona, aunque sea de modo inconsciente, las expresiones faciales imitadas provocan una emoción similar a la que se produce cuando se experimenta una emoción propia. Al ver a unos niños riendo y disfrutando con sus amigos es bastante frecuente que se produzca en el observador también una sonrisa que cambie su estado de ánimo. Cuando alguien se rodea de personas alegres termina contagiándose de esa alegría y parece que el mecanismo se basa en la retroalimentación facial de la ex presión emocional que se imita.
Lamentablemente el mismo mecanismo subyace a las situaciones en las que la persona está rodeada de personas y situaciones tristes.
De algún modo estos trabajos ponen de manifiesto que, al igual que ocurre en los estados de relajación, la decisión consciente de tener una determinada actitud hacia lo que acontece, puede modificar el modo en que reacciona todo el organismo y, al mismo tiempo, influir en cómo nos sintamos con nosotros y nuestro entorno material e interpersonal.
Siguiendo la idea de la complementariedad de ambas teorías, a favor de la de James-Lange pueden argumentarse los efectos que tienen los fármacos betabloqueantes, que afectan al sistema nervioso periférico disminuyendo los síntomas de la ansiedad (sudoración, taquicardia...) y que posibilitan que muchas personas dejen de sentir ansiedad ante determinadas situaciones como, por ejemplo, hablar en público o presentarse a un examen.
Las personas que se someten a tratamiento con betabloqueantes dejan de tener los síntomas periféricos que son interpretados como miedo/ansiedad por la corteza cerebral. Es decir, el efecto de los betabloqueantes sobre la experiencia interna de ansiedad muestra que cuando son bloqueadas las respuestas del sistema nervioso autónomo como taquicardia, sudoración, etc. la experiencia interna de ansiedad disminuye. De ahí que el tratamiento con estos fármacos muchas veces sea suficiente para reducir e incluso eliminar la ansiedad ante determinadas situaciones; cuando la persona no percibe esas activaciones (porque los betabloqueantes las inhiben) la percepción subjetiva del estado de ansiedad disminuye o incluso desaparece (Przybylski y cols., 2004).
Es importante tener en cuenta que James limitaba su teoría a cuatro emociones: miedo, alegría, rabia y tristeza y en ningún momento intentó aplicarla a otras emociones. Este dato es muy significativo ya que estas emociones están directamente implicadas en la supervivencia de la especie de un modo más «radical» y es necesario un mecanismo más rápido para que se puedan poner en marcha los comportamientos asociados a los posibles estímulos que han promovido a lo largo de la evolución. Probablemente la percepción posterior del estado emocional o el sentimiento, es menos importante para salvar la vida, pero sí que era importante para aprender de la experiencia. Quizá el error está en pensar que los cambios físicos ocurren antes porque son siempre y exclusivamente «la causa» de los estados mentales y que la experiencia emocional ocurre del mismo modo con todas las emociones y en todas las circunstancias.
Estos datos ponen claramente de manifiesto que ambas teorías (James-Lange y Cannon-Bard) tienen una parte de razón en sus postulados, y que ambas, son erróneas si intentan explicar por separado toda la experiencia emocional negando el valor explicativo de otras teorías. En la figura 6 se esquematizan las teorías de James-Lange y Cannon Bard y la posición más reciente de la psicobiología en el momento actual.
4. Primeras aportaciones neuroanatómicas
En este apartado, se van a exponer las primeras aportaciones sobre las bases neuroanatómicas de las emociones: las aportaciones de Cannon-Bard, el descubrimiento del sistema límbico, la descripción del síndrome de Klüver-Bucy, la función de la corteza prefrontal, la hipótesis de cerebro triuno de MacLean y las primeras propuestas integradoras de Schachter y Singer y de Arnold.
4.1. Aportaciones de Cannon-Bard
Además de establecer una hipótesis acerca de cómo se producen las experiencias y las respuestas emocionales, Cannon (1927) y Bard (1928) realizaron los primeros trabajos experimentales con el objeto de estudiar las estructuras neurales implicadas en ellas.
En la década de 1920, Cannon señalaba que la emoción intensa desencadena una reacción de emergencia que puede tomar dos caminos, o bien que el animal huya de la situación o que afronte una conducta de lucha. La respuesta de lucha o huida se encuentra mediada por el sistema nervioso simpático y según Cannon es inespecífica, es decir, activa al organismo sin «informar» a la corteza de la naturaleza del suceso emocional. Como se expresaba en el apartado anterior, según la teoría de Cannon-Bard la experiencia emocional y la expresión emocional son procesos paralelos que no guardan una relación causal directa. Estos autores sugirieron, a partir de experimentos realizados en gatos que dos estructuras subcorticales, el hipotálamo y el tálamo, desempeñaban una función esencial en la mediación de las emociones, siendo su función regular los signos periféricos de la emoción.
Tal y como se explicaba en un apartado anterior, para Cannon y Bard la información sensorial del estímulo emocional tras llegar al tálamo se bifurca en una vía cortical, que produce el sentimiento, y otra que va al hipotálamo y que posibilita la reacción fisiológica.
Cannon (1927, 1929, 1931) intentó combinar estos dos aspectos en una teoría unificada de la emoción que sugería que las estructuras subcorticales eran las responsables de las expresiones emocionales más primitivas y, por ello, no aprendidas, así como de la activación de los cambios autonómicos. También sugirió que el diencéfalo era esencial para las sensaciones simples y para activar la corteza para que pudiese producir una apreciación consciente de las emociones.
En esta primera teoría pueden verse los antecedentes de varios planteamientos actuales que, plantean básicamente la misma hipótesis, aunque con nuevos datos y experimentos que están siendo posibles gracias a las nuevas técnicas experimentales. Se verá más adelante como los planteamientos de LeDoux y otros autores comparten este mismo planteamiento básico sobre una doble vía de respuesta: una automática y otra consciente.
Estos trabajos de Cannon y Bard fueron complementados por los llevados a cabo por Walter Hess (1932) en los que comprobó que, dependiendo de la región hipotalámica que fuera estimulada eléctricamente, los gatos que estaban despiertos mostraban furia, Psicobiología de las emociones ataque o incluso una respuesta defensiva que parecía indicar que el animal sentía miedo. Gracias a estos trabajos Hess obtuvo el Premio Nobel en Fisiología o Medicina en 1949.
4.2. El descubrimiento del sistema límbico
Si bien los estudios de Cannon, Bard y Hess fueron claves para entender la importancia del hipotálamo en la expresión de la emoción, se pueden encontrar sus antecedentes unos años antes en los trabajos de Christfried Jakob (1907, 1911 y 1913, citado por Thiarhou, 2008) que no tuvieron repercusión en la literatura inglesa hasta su traducción casi 100 años después de su primera publicación (Thiarhou, 2008). Por este motivo, la descripción anatómica que Jakob realizó de las estructuras implicadas en el control de las emociones se convierte en el antecedente más directo (y muy probablemente no conocido) de lo que James Papez denominó, en 1937, el circuito de Papez. Hipotetizaba que el hipocampo, el giro cingulado, el hipotálamo, el núcleo talámico anterior y las interconexiones entre estas estructuras constituían el mecanismo central de la emoción. También diferenciaba, como Cannon y Bard, entre las estructuras involucradas en la expresión emocional más primitiva y las involucradas en la experiencia emocional subjetiva, refiriéndose en este último caso a estructuras corticales (Papez, 1937).
Según estas aportaciones, la estimulación sensorial, o bien, provoca directamente la respuesta fisiológica, o bien, dirige esta información a la corteza cingulada a través de la parte anterior del tálamo. Sería en la corteza cingulada donde se realizaría la integración de la información proveniente de ambas vías y gracias a ella se produciría el sentimiento, cuya información llegaría finalmente al hipotálamo a través del hipocampo para producir las reacciones corporales (figura 8).
Según la propuesta de Papez, la acción que ejercen las estructuras subcorticales del circuito que propone son las que permiten la expresión de los estados emocionales (recuérdese que el hipotálamo es la estructura que Bard propuso como fundamental para la expresión de las respuestas agresivas), y que la acción que ejercen dichas estructuras sobre la corteza cingulada son las que permiten la experiencia emocional o el sentimiento.
4.3. La descripción del síndrome de Klüver-Bucy
Prácticamente al mismo tiempo que Papez desarrollaba su teoría, Klüver y Bucy (1939) observaron un sor prendente patrón de comportamiento en monos a los que se les había extirpado los lóbulos temporales anteriores. Este síndrome al que se le puso el nombre de síndrome de Klüver-Bucy se caracterizaba porque los monos presentaban una ingestión indiscriminada, un aumento de la actividad sexual (a menudo dirigida a objetos inadecuados), una tendencia a explorar objetos conocidos repetitivamente con la boca y una ausencia total de miedo. Este síndrome, muestra que la información periférica no es suficiente para que se produzca una respuesta emocional integrada. Además, y dado que la estructura anatómica dañada en los animales que presentaban este patrón de conducta era la amígdala, concluyeron que la amígdala, o más exactamente, el complejo amigdalino, podría ser el centro en el que confluyen tanto factores periféricos como centrales para que se produzca la experiencia emocional integrada, al menos en el caso de la experiencia del miedo.
4.4. La función de la corteza prefrontal
En 1935 Jacobsen (citado por Kolb, 2006) comunicó los resultados de los experimentos que había realizado con chimpancés a los que había escindido el lóbulo frontal. Aunque en principio su interés era estudiar los efectos de esta lesión sobre diversas tareas de aprendizaje, observó de modo casual, que uno de los chimpancés especialmente nervioso parecía más relajado después de la cirugía. El interés en aprovechar las posibles ventajas terapéuticas de este cambio en el comportamiento llevó a Moniz (1937) a proponer que las personas con problemas graves de comportamiento podrían ser tratadas con este tipo de intervención denominada lobotomía prefrontal.
4.5. La hipótesis de cerebro triuno de MacLean
Todos estos antecedentes hicieron posible que en la década de 1950 MacLean (MacLean, 1990, reimpresión) propusiera la existencia de un conjunto de estructuras neuronales, funcionando como sistema, que procesan toda la información emocional. Este autor intentaba contestar la pregunta que estaba en ese momento sin solucionar: ¿De qué modo interactúan los procesos emocionales corticales y subcorticales para producir las respuestas y las experiencias emocionales? Y sugirió que las estructuras del sistema límbico median esta interacción. El sistema límbico o cerebro de mamífero en palabras de MacLean, se encuentra en la frontera (Limbus: límite, frontera) entre el cerebro más primitivo y el cerebro más evolucionado, lo que le permite cumplir esa función integradora.
Esta concepción de MacLean, se inscribe dentro una teoría más amplia que intentaba explicar los procesos emocionales en todos los niveles de complejidad. Ésta era la hipótesis del cerebro triple o triuno. Según MacLean el cerebro humano actual es el resultado de tres grandes etapas de evolución. Esta idea supone que en los mamíferos superiores existe una jerarquía de tres cerebros en uno, de ahí el término cerebro tri-uno. El cerebro filogenéticamente más primitivo es el cerebro reptiliano o paleoencéfalo, que comprende el tronco del encéfalo y que regula la supervivencia del organismo. El cerebro mamífero que comprende el sistema límbico es el siguiente en aparecer en la escala filogenética y regula los estados emocionales del organismo. Por último, el cerebro neomamífero constituido por la neocorteza, que incluye los sistemas cognitivos superiores.
4.6. Primeras propuestas integradoras: Aportaciones de Schachter y Singer y de Arnold
Estos últimos datos y conclusiones son los que han permitido actualmente la integración, la síntesis y el desarrollo de las teorías anteriores y han centrado, en buena medida, el estudio anatómico de las emociones sobre la función del complejo amigdalino, el tálamo, el hipotálamo y la corteza prefrontal. Es decir, estructuras corticales y subcorticales que, actuando de forma paralela, probablemente sustentan cada uno de los diferentes aspectos, dimensiones y momentos de la conducta emocional.
Según la teoría de la activación cognitiva propuesta por Schachter y Singer (1962), la emoción se produce por una activación fisiológica inespecífica y por la valoración cognitiva de la situación en la que se produce esta activación. Según estos autores la activación periférica es inespecífica, es decir, necesita la valoración cognitiva para determinar la cualidad de la activación y, por ello, la emoción que se suscita. Para realizar esta función, propusieron que la corteza cerebral es la estructura que traduce activamente las señales periféricas inespecíficas en sentimientos específicos. De este modo, sugirieron que la corteza cerebral en realidad crea una respuesta cognitiva a la información periférica siendo esta creación consecuente con las expectativas del individuo y el contexto social.
Para ilustrar esta conclusión Schachter y Singer (1962) realizaron un experimento en el que inyectaron adrenalina a sujetos humanos voluntarios. El objeto del estudio era ver de qué modo las expectativas previas de los sujetos modificaban o no la experiencia emocional de la que eran conscientes. Mientras que algunos sujetos fueron informados de los efectos secundarios de la inyección de adrenalina (por ejemplo, las palpitaciones) otros no fueron informados. Después se expuso a ambos grupos de sujetos a situaciones molestas o divertidas. De acuerdo con la hipótesis de Schachter y Singer, los sujetos que habían sido advertidos de los efectos secundarios de la adrenalina mostraron menos sentimientos de ira o de placer en cualquiera de las dos situaciones ya que interpretaron estos efectos a las consecuencias fisiológicas del fármaco. Sin embargo, el grupo que no había sido informado de los posibles efectos secundarios de la inyección de adrenalina, percibió su excitación como una respuesta emocional, en forma de intensos sentimientos de cólera o de placer, dependiendo de cada una de las condiciones experimentales.
Los autores dedujeron que la interpretación del estado emocional se realiza en función de la información que tienen los sujetos experimentales acerca de la situación ya que las personas que no habían sido informadas creían que su estado de activación se debía a la situación a la que habían sido expuestos, mientras que las que sí habían sido informadas atribuían su estado de activación a los efectos de la adrenalina, resaltando la importancia de la interpretación cognitiva en la experiencia emocional.
En los años 60 Magda Arnold (1960) propuso que la evaluación del significado del estímulo es esencial para que éste provoque una determinada respuesta emocional o un sentimiento emocional. Según esta investigadora, en un paso posterior, las evaluaciones realizadas determinan diferentes acciones del sujeto. Para Arnold la emoción se produce como consecuencia de la evaluación inconsciente del potencial dañino o beneficioso de una situación, mientras que el sentimiento se produce como consecuencia de la reflexión consciente de esta valoración inconsciente. Desde su perspectiva, el sentimiento constituye una tendencia a responder de una determinada manera. Tendencia que posiblemente se ha conformado en función de las experiencias previas de la persona (desde su nacimiento) aunque pueda ser modificada y remodelada por nuevas vivencias.
La teoría de la valoración de Arnold constituye una buena descripción global respecto a cómo se generan las emociones: la evaluación inconsciente, implícita, de un estímulo que va seguida de tendencias de acción, respuestas periféricas y experiencia consciente.
Asimismo, señala que se pueden tener respuestas emocionales a estímulos subliminales y que las emociones pueden tener su propia lógica, que no deriva ni de procesos cognitivos conscientes ni de fenómenos somáticos asociados a estados emocionales.
El siguiente apartado se centrará en el estudio de las aportaciones actuales a la investigación psicobiológica las de las emociones, que se vió interrumpido durante décadas debido a que la teoría dominante consideraba que las emociones no eran más que meros distractores del pensamiento, o sea algo que había que evitar para poder pensar y razonar adecuadamente. En el siguiente apartado se expondrá de qué modo la aproximación actual al estudio de las emociones enriquece el conocimiento cuyos pilares fueron establecidos fundamentalmente por estos primeros autores.